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La concepción del alma en el pensamiento homérico

El río Estigia (Imagen: Wikipedia)

El pensamiento homérico sobre el alma reflejaba la resignación y no el deseo del hombre, cuya existencia después de la muerte se reducía a vagar como un alma en pena, existiendo sin duda, pero carente de todo sentido.

 En los poemas de Homero, la concepción del alma después de la muerte es la de no descansar de los oleajes de la vida.

 Odiseo refleja en el célebre Canto XI de la Odisea el sufrimiento de Sísifo:

Vi de igual modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos, empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte, pero, cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa hacía retroceder la insolente piedra que caía rodando a la llanura. Tornaba entonces a empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza.

También describe el tormento de Tántalo:

Vi a si mismo a Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con la intención de beber, otras tantas desaparecían el agua absorbida por la tierra; la cual se mostraba negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Encima de él colgaban las frutas de altos árboles (…) y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes.

Parece que el reino del Hades no ofrecía una luz de esperanza, aunque sea una llamita tenue y ligera. El Hades es el fin para el hombre, cerrando así cualquier vestigio de luz y esperanza.

La única vía de esperanza para eludir el lóbrego reino del Hades era que los dioses enviaran a los héroes a los Campos Elíseos, un lugar donde la luz es eterna, nunca hay nieve, ni largo invierno, ni vientos ni lluvias, acompañado de una paz inquebrantable y eterna.

Según la creencia más popular, un dios podía, de repente, sustraer a un mortal protegido suyo y llevárselo a la eternidad, bien sea a los Campos Elíseos o al Olimpo. De manera arbitraria en algunos casos y otras por parentesco directo con el dios, el mortal pasaría a ser inmortal.

En la Odisea (Canto IV) Proteo, que tenía el don de leer el porvenir, le profetisa a Menelao

Oh Menelao, alumno de Zeus, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamanto – allí se vive dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los hombres más frescuras ­-, porque siento Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Zeus.

Entendemos que el alma de Menelao (Psique) no tenía que separarse de su cuerpo ni ser sepultada. Por lo tanto, los Campos Elíseos era un lugar inasequible para los demás mortales, solamente para algunos privilegiados: a Menelao le garantiza un lugar especial de bienaventuranza e inmortalidad. La inmortalidad de los dioses tenía además otros disfrutes como el néctar y la ambrosía. Así pues, el hombre que se alimentaba de estos divinos regalos se convertía en dios, en inmortal. En suma, Menelao fue transportado vivo a la eterna vida gozosa y plena de felicidad, a un lugar especial.

En la otra cara de la moneda nos encontramos a Aquiles hundido y desolado en el reino de las sombras en el Libro XI de la Odisea así lo narra:

No me consueles de la muerte, ilustre Ulises. Preferiría estar en la tierra y servir a un hombre pobre, sin muchos medios de vida, que ser el señor de todos los consumidos.

Por otro lado, en el ámbito religioso, los héroes de la epopeya homérica no están a la altura de los dioses. Es decir, en la época homérica no hay indicios de que se realizaran rituales en honor a Menelao o a Heracles para que fueran los intermediarios entre los dioses y los hombres, sino que pasarían a ser fuerzas divinas de pleno derecho que tenían un trato de culto propio, unos santuarios cargados de pomposidad en su lugar de origen, y, por supuesto, detrás un mito indeleble e inquebrantable. Era muy común que, casi siempre, cada héroe fuera conocido solamente en su territorio, excepto Heracles que traspasó fronteras. Curiosamente, el caso de Hércules es muy peculiar porque Odiseo lo ve en el Hades de la siguiente manera:

Vi después al fornido Hércules o, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Juno, la de las áureas sandalias.

Odiseo se refiere a la “imagen” de Hércules como un término llamado “eidolon”. Heracles, cuyo eidôlon fue visto por Ulises en los infiernos, vivía al mismo tiempo entre los dioses inmortales.

Nos referimos con eidôlon a una imagen con idéntico aspecto al de una persona, pero que no siempre está relacionado con el alma de un difunto, ya que también se menciona dicho término para moldear el doble de una persona. Un ejemplo de esta peculiaridad característica la observamos cuando Apolo aleja a Eneas del templo para que fuera curado de sus heridas tras su lucha con Diomedes: y fabricó un eidôlon a imagen y semejanza de Eneas (Ilíada, V).

En definitiva, las descripciones del eidôlon sugieren que los griegos creían que el alma del muerto tenía también la apariencia del ser vivo y describían las acciones físicas de las almas de los muertos de dos formas contradictorias: por un lado, pensaban que las almas de los muertos se movían y hablaban como un ser vivo; y, por otro lado, que las almas de los muertos no podían hablar o moverse y en su lugar chillaban y revoleteaban de un lado a otro.  Por lo tanto, podemos expresar que la representación material del alma es el eidôlon, el doble de la persona.

Bibliografía:

Bremmer, J. N. «El concepto del alma en la antigua Grecia». Ediciones Siruela (2012).

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Viaje a Grecia: Corinto

Museo Arqueológico de Corinto

Corinto, una de las urbes más importante de la antigüedad, fue una ciudad-estado (polis) ubicada en el istmo de Corinto, la estrecha franja de tierra que une el Peloponeso con la Grecia continental, a medio camino entre Atenas y Esparta (Véase Imagen 1). Su emplazamiento geográfico la convertía en una ciudad privilegiada al ser un paso obligatorio para ir a la región del Peloponeso.

Imagen 1

Según el mito, Corinto fue fundada con el nombre de Éfira por Sísifo, su primer rey. Os emplazo al mito ampliado de Sísifo comentado en este blog: Sísifo

Efectivamente, y siguiendo el hilo de Homero (Ilíada, Canto VI, 153): hay una ciudad llamada Éfira en el riñón de Argos, criadora de caballos, y en ella vivía Sísifo Eólida, que fue el más ladino de los hombres. Sísifo engendró a Glauco, y éste al eximio Belerofonte, a quien los dioses concedieron gentileza y envidiable valor.

Corinto luchó bajó el mando de Agamenón en la guerra de Troya. Según la tradición, los dorios (acompañado de los heráclidas) conquistaron Corinto tras luchar contra los eolios  que habitaban en la ciudad.

Continuando el hilo mitológico, el hijo de Sísifo fue Glauco y el hijo de éste Belerofonte (algunas tradiciones le hacen hijo de Poseidón) cuyas mayores hazañas fueron matar a la Quimera y domar a Pegaso, el caballo alado. Os emplazo al enlace sobre este héroe mitológico desarrollado en este mismo blog: Belerofonte

Corinto está lleno de mitos (Sisifo, Belerofonte..) y es una ciudad muy peculiar. Para empezar, en la cima del Acrocorinto (Acrópolis de Corinto) se hallaba el templo de Afrodita en el que se realizaban relaciones sexuales con sus sacerdotisas (prostitución ritual como en los templos de Istar y Astarté, diosas fenicias) como método de adoración a la diosa. De aquí que Corinto fuera conocido como la ciudad de Afrodita, pues la diosa disponía de al menos tres santuarios, erigiendo a Afrodita protectora de Corinto.

Como ejemplo, un atleta corintio llamado Jenofonte (a mediados del S. V. a.C.), juró dedicar cien prostitutas al servicio de Afrodita en su ciudad natal si obtenía una victoria olímpica y el joven atleta consiguió una doble victoria en la carrera a pie y en el pancracio (lucha cuerpo a cuerpo). De hecho, se encargó a Pindaro la escritura de una oda para ser cantada en el templo de Afrodita y respondió con su acostumbrado estilo escribiendo un poema que comenzaba: Muchachas amantes de los invitados, sirvientas de Persuasión en la rica Corinto, que quemáis las lagrimas doradas de fresco incienso, que a menudo hacéis volar vuestro juicio hacia Afrodita, celestial madre de amores, que sin reproche os permite recoger, muchachas, sobre amables lechos un fruto de suave sazon (..)

Vista del Acrocorinto, con el golfo de Corinto al fondo. (wikipedia)

Luego, y según Pausanias, Poseidón y Helios se disputaron a Corinto. Briareo, uno de los Hecatónquiros y árbitro de la disputa dictaminó que el istmo de Corinto perteneciera a Poseidón y Acrocorinto  a Helios.

Murallas del acrocorinto

La fuente Pirene (Imagen 2) está ubicada en el recinto delimitado por las murallas de la acrópolis. Pausanias (Descripción de Grecia) expresa: Detrás del templo hay una fuente que, según dicen, es regalo de Asopo. Habiendo visto Sísifo a Zeus raptar a la hija de ese río, se negó a decirle al padre quién era el raptor hasta que le diera un manantial en el Acrocorinto.

Hay que destacar que en la fuente Pirene había una estatua de Apolo y un recinto con una pintura de Ulises atacando a los pretendientes, tal como se relata en la Odisea.

Es cierto que la mayor parte de las ruinas de Corinto corresponden a la época romana, debido  a la devastación de la ciudad llevada a cabo por las legiones romanas en el 146 a.C.

La antigua Corinto se encuentra en la ladera septentrional de la colina de Acrocorinto, alrededor del Templo de Apolo (Imagen 3). Precisamente, en este lugar, Belerofonte capturó al caballo alado Pegaso.

En el interior del Templo de Apolo, obviamente, había una escultura de bronce del dios Apolo, según comenta Pausanias.

Los templos griegos (Olimpia, Atenas, Corinto..) se conciben con un sentido profundamente religioso, considerándolos como casa del dios protector. La Cella o Naos albergaría la estatua del Dios  a la que se dedicaba el templo y el Opistodomos ( cámara cerrada donde se guardaban los objetos de culto y el tesoro) sería utilizado para depositar las ofrendas correspondiente a la deidad. Como rasgo característico, el templo griego no era concebido para acoger fieles o celebrar ritos en su interior así que su construcción era concebida hacia el exterior, por eso a menudo se habla del sentido escultórico de la arquitectura griega. Todos los actos religiosos, desde las procesiones o deposición de ofrendas se celebraban en el exterior por lo que era común encontrar un altar en su exterior.

Imagen 3

Estructura de un templo griego. Fuente: https://www.glosarioarquitectonico.com/

 

Busto de Afrodita (Museo Arqueológico de Corinto)

Para concluir, en Corinto se celebraban los Juegos Ístmicos en honor a Poseidón. Los Juegos Ístmicos tenían lugar cada dos años. Como era habitual, la competición abarcaba la carrera, el pugilato, el pancracio y el pentatlón. Durante los juegos se celebraban rituales religiosos que incluían libaciones, sacrificios y una procesión en honor de Poseidón. El premio para los vencedores consistía en coronas de pino (por hallarse cerca de un pinar) que posteriormente fueron sustituidas por otras de apio y luego se volvieron a usar guirnaldas de pino.

La tradición ateniense menciona a Teseo como fundador de los juegos; y en la versión corintia, mejor colocada, fue el astuto Sísifo quien los fundó.

Referencias:

Grimal, Pierre. Diccionario de mitología griega y romana.

López Saco, J. Mito y religión en el mundo

Para ampliar más información, os recomiendo:

  • Moreno Leoni, Álvaro. Entre el helenismo y el Imperio romano. La visita de Pausanias a Corinto. (PDF)
  • Corinto
  • Juegos Ístmicos

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El amor y la muerte en Alcestis

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Admeto, Alcestis de vuelta del Hades y Heracles con la piel del León de Nemea: A Tánatos, dios de la muerte, Hércules le arrebata a Alcestis y la devuelve a Admeto. Óleo en lienzo de Johann Heinrich Tischbein. (1780)

La primera mención de Alcestis y Admeto aparece ya en los poemas homéricos (Ilíada II 711 y 763; XXIII 376). En el verso 766 del canto II de la Ilíada parece haber ya una alusión al mito de Apolo sirviendo de jornalero en casa de Admeto.
Según cuenta la leyenda, el punto de arranque es el castigo que recibió Asclepio de Zeus por haber resucitado a un muerto. Por semejante acto, Zeus lo mató con su rayo. En venganza de ello, Apolo, padre de Asclepio, quitó la vida a los Cíclopes, que eran encargados de fabricar el fuego de Zeus. A pesar de que el sumo dios quería precipitar a Apolo en las profundidades del Tártaro, la intervención mediadora de su madre Leto hizo que solo fuera castigado a servir como jornalero durante un año en la mansión de un mortal, Admeto. Apolo tuvo que ocuparse de los rebaños, como tarea humillante para un dios. Sin embargo, Apolo en seguida prestaría servicios muy superiores a Admeto, concediéndole el deseo de poder casarse con Alcestis. El día de la boda Admeto olvidó de hacer los sacrificios a Ártemis y, en venganza de ello, fue castigado con la muerte. Gracias a la intervención de Apolo, las Moiras aceptan que una persona muera en su lugar. La única persona que se brinda a realizar el sublime sacrificio es su esposa Alcestis. Según la versión popular del mito, tras morir Alcestis, Perséfone, la esposa de Hades e hija de Deméter, compadeciéndose de la muchacha, la devuelve a la vida. Sin embargo, en la versión de Eurípides es salvada por Heracles, que obliga a los dioses infernales a entregarle a Alcestis. En definitiva, el drama, en ambos mito, es satírico, pues tiene un desenlace alegre y placentero,contrario a la cara trágica. La leyenda se hizo muy popular (438 a. C) pues destaca dos temas muy cercanos entre los antiguos: el de la esposa amante que ofrece el sacrificio de su vida para salvar la de su esposo y, unido a éste, el de la lucha victoriosa de Admeto con la muerte.
En Animasmundi nos centraremos ahora en un análisis más amplio de la lucha victoriosa de Admeto con la muerte.
No sería la primera vez que se gana a la muerte aunque Tánatos actúe cumpliendo el destino que las Moiras dictaban para cada mortal. Cabe recordar el mito de Sísifo comentado en este blog. Esta vez la situación fue remediada por Heracles que entró en la tumba de Alcetis y luchó contra Tánatos. Tánatos no sólo no pudo vencer al mísmisimo Heracles sino que se vio obligado, por las artimañas de los dioses, en especial de Apolo, de devolver la vida a Alcestis.
Hay que destacar que Tánatos no dio lugar a un mito propiamente dicho y la mayoría de las veces aparece reducido a una simple abstracción, al igual que a su gemelo Hipno. En el teatro griego aparece cubierto por una túnica roja y blandiendo una espada (Alcestis de Eurípides).
Cuando Alcestis vuelve a la vida es curioso como Heracles le explica a Admeto la nueva situación: Alcestis se esconde tras un velo, en silencio, como un espectro residual. Alcestis deberá recuperar gradualmente su vida, justamente eliminando esa parte consagrada a los dioses infernales, Hades y Perséfone. Heracles, curiosamente, afirma no ser un nigromante.

Tánatos.

Tánatos.

Pero hay una pregunta que deberíamos hacernos: ¿es natural esta relación de la muerte ligada con la vida? En la sociedad de la antigua Grecia este rol no era para nada extraño. Recordemos por ejemplo el mito de Sísifo. Zeus, para vengarse de la acusación de Sísifo envió a Tánatos, la Muerte, para que se apoderase de él, pero fue el astuto mortal quien consiguió hacerlo prisionero y lo retuvo cargado de cadenas, librando así a los mortales por un tiempo del funesto genio alado. Tánatos, liberado finalmente por Ares, reemprendió la persecución de su víctima y le dio muerte. Esta vez, Sísifo, antes de morir, rogó a su esposa que no le tributase honras fúnebres. Al llegar al Tártaro, Sísifo pudo así pedir a Hades que le permitiera regresar al mundo de los vivos con el pretexto de castigar la impiedad de su esposa. Sísifo regresó  a Corinto y sus días transcurrieron dichosos hasta edad muy avanzada, pero cuando finalmente murió, los escarmentados dioses del Olimpo le impusieron el suplicio de la roca para mantenerlo ocupado sin descanso y que no pudiera así urdir nuevas tretas. En definitiva, el ser humano, desde tiempos remotos, veía la manera de escapar de la muerte como una alternativa real.
Con Alcestis pretendo reflexionar sobre los temas fundamentales de la vida y de la muerte, porque de esta manera estoy totalmente convencido de que podemos llevar una existencia más tranquila, profunda y en paz. En la Grecia antigua, el tema de la vida y la muerte estaba muy arraigado en su cultura, se hablaba y se meditaba sobre el tema. De hecho, se observaba al universo de manera que el individuo estaba constituido por la misma materia que conformaban los astros. Por eso, cada uno de nosotros está viviendo cada segundo de su vida las etapas del nacimiento y la muerte, como una rueda que gira sin parar.

De esta manera, el mito de Sísifo nos recuerda que no debemos quebrantar las leyes del universo, pero en Alcestis ¿el amor vence a la muerte? Admeto escapa a la muerte, su día estaba escrito, pero Alcestis, por amor, decide cambiar su vida por la de Admeto. Al morir Alcestis, Admeto se sintió condenado a una pena perpetua de vivir solo en la soledad, llevando una existencia pobre sin el amor de su vida. Reflexionó que no hay que intentar alterar el destino; también, aprendió que el que vive, aunque vea el sol salir cada día, ya no vive; que la vida es amor y, al no tener ese ingrediente, se arrepiente de no haber muerto.
En definitiva, para mí Alcestis es una de las mejores obras de Eurípedes porque hoy día sigue tan vigente como entonces. Además, da lugar a muchas interpretaciones, todas muy válidas, eso es realmente espectacular, porque el tema de la muerte aún sigue siendo la asignatura pendiente de la humanidad.

Bibliografía:

  1.  004. Tragedias (Eurípides). Vol. 1.: El cíclope. Alcestis. Medea. Los heraclidas. Hipólito. Andrómaca. Hécuba (BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS)

Enlaces recomendados:

 

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Hipno y Tánato

Hipno es la personificación del Sueño y Tánato de la Muerte. Ambos son gemelos e hijos de Érebo, las Tinieblas y Nyx, la Noche. Hipno recorre continuamente la tierra durmiéndolo todo a su paso. A petición de Hera, durmió a Zeus para permitir que Poseidón interviniese en favor de los griegos durante la guerra de Troya (Ilíada, Libro XIV).
A Tánato se le representa como un genio alado, acude a buscar a los mortales cuando el tiempo de su vida ha expirado. Corta entonces un mechón de los cabellos del difunto para entregárselo como presente a Hades y luego lleva su cuerpo al reino de los muertos.
Es notable el episodio de Tánato en el que va a buscar a Alcestis, que por amor había ocupado en el féretro el lugar de su esposo muerto, simbolizando el amor conyugal. Heracles, cuando descendió al Hades, la liberó y la acompañó de vuelta a la tierra, tan bella y joven como en el momento de su muerte.
Tánato también fue el encargado por Zeus de castigar a Sísifo, pero el astuto mortal consiguió engañarlo y hacerlo prisionero, librando así, por un tiempo, de su funesta presencia a los hombres. Tánato, liberado finalmente por Ares, reemprendió la persecución de su víctima y le dio muerte.
Hay que destacar que Tánato no dio lugar a un mito propiamente dicho y la mayoría de las veces aparece reducido a una simple abstracción, al igual que a su gemelo Hipno. En el teatro griego aparece cubierto por una túnica roja y blandiendo una espada (Alcestis de Eurípides).
 

Lécito de Hipno y Tánato

Lécito de Hipno y Tánato

Es muy conocida la historia de Hipno y Tánato en la que llevaron hasta Licia el cuerpo del valeroso Sarpedón, muerto al pie de las murallas de Troya. Las fuentes literarias más arcaicas que nos han llegado de Hipno corresponden a la Ilíada donde inicialmente aparece el personaje como hermano de Tánato, ambos encargados de trasladar a Sarpedón  a un lugar donde se le pudiera realizar las honras fúnebres para continuar con su viaje al más allá. (Ilíada,  canto XVI). Hipno se nos presenta así como el dios del sueño y conduce,  junto a su hermano Tánato, a los difuntos hasta su lugar final de reposo, facilitando el cumplimiento de la premisa de las honras fúnebres heroicas en la patria del difunto, donde los honores serán mayores y ofrecidos no por los extranjeros sino por los miembros del grupo familiar.Este hecho resalta la complejidad de Hipno como personaje mitológico  incluido en el limbo de los sueños y en el de la muerte, demostrando que ambas presencias (sueño y muerte) estuvieron conectadas en el pensamiento griego antiguo. Durante todo el s. V a.C., se desarrolló un culto funerario destacable en torno a la figura de Hipno y su hermano gemelo Tánato en los que ambas personificaciones son presentadas como intermediarias entre el mundo de los vivos y el de los muertos:
[El poeta habla de Sarpedón, caudillo licio, muerto por Patroclo] […] y cuando el alma y la vida le abandonen, ordena a la Muerte (Thanatos) y al dulce Sueño (Hypnos) que lo lleven a la vasta Licia, para que sus hermanos y amigos le hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo, que tales son los honores debidos a los muertos. (Ilíada, XVI)
Hypnos_ThanatosHipno y Tánato, en algunos casos, están cumpliendo un papel que corresponde a los familiares del difunto: se trata de la deposición del cadáver en la tumba y del acto posterior de enterramiento de los restos del muerto.
Sólo una causa puede justificar que esta deposición no la realicen los familiares al pie de una tumba en los alrededores de la ciudad en la que vivía el difunto, y es que el fallecimiento no se haya producido en el lugar en el que la persona residía y en el que se localizaban sus familiares. Así, el paralelo del Sarpedón homérico no sería sólo un medio de identificar al muerto con el héroe y hacerlo partícipe de la prestigiosa analogía mítica, sino que tendría su raíz incluso en una analogía de circunstancias con la muerte del caudillo licio. Sarpedón, lejos de su patria y sin posibilidad de recibir sepultura en ella, fue transportado míticamente por los aires para tener las honras fúnebres debidas en Licia; del mismo modo, el difunto, muerto lejos de su patria, sería transportado imaginariamente por los genios hasta la tumba en la que sus familiares le rendirían honras fúnebres.
A Hipno se le atribuyen cien hijos, entre ellos Morfeo. Cuenta un relato mítico que concedió a Endimión, dotado de extraordinaria belleza, el don de dormir eternamente, imagen que vendría a simbolizar la felicidad eterna. A menudo reducido a una pura abstracción, a Hipno se le atribuyen diversas moradas: la isla de Lemnos, según Homero; el Tártaro, según Virgilio; la lejana orilla de los cimrios, en el Ponto Euxino (actual Mar Negro), según Ovidio, que además le atribuye un palacio encantado donde todo duerme.
 Los escultores griegos representa a Hipno como un joven de rostro grave, a veces provisto de un par de alas unidas a sus sienes o bien a sus hombros, recordándonos entonces  las figuras de los ángeles.

Os recomiendo los siguientes enlaces relacionados con Hipno y Tánato: La muerte de Sarpedón; Sísifo.

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Hades: el dios de las almas muertas

Narra el mito de uno de los dioses más temidos de la Antigua Grecia, de quienes intentaron burlarse de él y de los mortales que intentaron cruzar su camino. También se habla de la vida después de la muerte según la versión griega, pero le da al dios un fin sincrético. Os recomiendo el documental además de los artículos de este blog relacionados con el Hades.

Hades

Perséfone

Hécate

Eidôlon

El alma en Homero

Sísifo

Los ritos funerarios y el alma

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febrero 21, 2014 · 5:11 pm

El alma de Belerofontes

Pegaso y Belerofonte

Pegaso y Belerofonte (Photo credit: mmarftrejo)

Fue hijo de Poseidón, descendía por vía materna de la familia real de Corinto. Su padre «humano», el rey Glauco, era hijo de Sísifo. Belerofontes consiguió domar a Pegaso, el caballo alado, gracias a una brida de oro que le había proporcionado Atenea. A lomos de Pegaso, el héroe llevaría a cabo diversas hazañas.
Cuenta la leyenda que Belerofontes había causado involuntariamente la muerte de un hombre y tuvo que exiliarse de su tierra, pues todo homicidio es una tacha sobre el culpable que exige expiación. Se refugió en la corte del rey Tirinto, Preto, que lo acogió en su casa después de purificarle de su crimen. Pero la reina Estenebea se prendó de él y, despechada por haber sido rechazada, le acusó de haber intentado seducirla. Preto, a quien las leyes de la hospitalidad impedían dar muerte a su huésped, decidió enviar a Belerofontes a su suegro Yóbates, rey de Licia, en Asia Menor, con una carta sellada en la que se le pedía matar al mensajero. Yóbates le recibió amistosamente, pero no leyó la carta hasta el noveno día de la llegada de Belerofontes. Como las leyes de la hospitalidad le impedían a su vez ejecutar por sí mismo lo que la misiva pedía, encargó a Belerofontes que librase a su país de la Quimera, un monstruo híbrido que escupía fuego y devoraba los rebaños de sus tierras, con la esperanza de que muriese en la empresa. Pero Belerofontes, montado sobre Pegaso, consiguió matar al monstruo. Yóbates le envió entonces a luchar contra los belicosos sólimos y más tarde contra las amazonas. El héroe salió victorioso de ambas campañas y de una emboscada que le tendieron los guerreros del rey Yóbates. Éste, maravillado de las hazañas del héroe, renunció a matarlo y reconoció su origen divino. Le dio a su hija en matrimonio, haciéndole heredero de su trono.
Belerofontes vivió feliz largos años y tuvo dos hijos y una hija, Laodamía, que fruto de sus amores con Zeus, concebiría a Sarpedón, el héroe troyano al que la Ilíada muestra combatiendo gloriosamente por su ciudad antes de caer bajo la espada de Patroclo. Pero Belerofontes, henchido de orgullo por sus éxitos, montó un día sobre Pegaso con la loca pretensión de alcanzar el Olimpo. Zeus, para castigar su soberbia, envió un tábano que picó al caballo alado, el cual, corveando asustado, desmontó a su jinete. Belerofontes se precipitó al vacío y cayó a la Tierra, donde erró solitario y miserable el resto de sus días.
Significado del mito
Esta leyenda ofrece analogías evidentes con los mitos de Heracles y Perseo. En el primer caso, por la mancha originada por un crimen y las pruebas sucesivas que se imponen al héroe para la expiación de este. En el segundo, por la similitud de situaciones: el monstruo, símbolo del caos de los primeros tiempos (Quimera, Gorgona o dragón) es vencido por un héroe procedente del cielo, función simbólica que cumplen tanto las sandalias aladas de Perseo como el Pegaso de Belerofontes. Pero, al contrario que estos dos héroes, que conseguirían elevarse hasta el cielo (Heracles adquirió la inmortalidad y Perseo se convirtió en una constelación) Belerofontes representa el fracaso de esta aspiración ascensional del alma. A esta interpretación espiritual se añade otra moralizante, familiar para los griegos, que ve en este mito el castigo del hombre que se deja llevar por el orgullo y la desmesura (hybris).
Como dato curioso, Belerofontes fue el nombre con que se bautizó el navío inglés donde Napoleón Bonaparte firmó su rendición el 15 de julio de 1815.

Obras de referencias recomendadas:

Enlaces recomendados sobre la misma temática:

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El destino de Sísifo

Sisyphus by Titian, 1549

Sisyphus by Titian, 1549 (Photo credit: Wikipedia)

¿Debemos imaginar a Sísifo feliz? Sísifo era hijo de Éolo y Enareta. Se le consideró uno de los fundadores de Corinto. Cada episodio de su leyenda es la historia de una de sus artimañas.

Cuenta la leyenda que Sísifo fue testigo casual del rapto de Egina, la hija del dios fluvial Asopo, y reveló al desconsolado padre la identidad del raptor (que no era otro que Zeus) a cambio de que este hiciese brotar un manantial en Corinto. La delación atrajo sobre Sísifo la cólera del señor del Olimpo, que le impuso un castigo ejemplar y eterno: arrojado al Tártaro, fue condenado a empujar un enorme bloque de piedra hasta lo alto de la colina, desde donde caía nuevamente hasta la base, viéndose obligado Sísifo  a empezar una y otra vez, un esfuerzo eternamente frustrado.

Una tradición diferente explica el tormento de Sísifo como castigo a otra de sus supercherías. Zeus, para vengarse de la delación de Sísifo envió a Tánato, la Muerte, para que se apoderase de él, pero fue el astuto mortal quien consiguió hacerlo prisionero y lo retuvo cargado de cadenas, librando así a los mortales por un tiempo del funesto genio alado. Tánato, liberado finalmente por Ares, reemprendió la persecución de su víctima y le dio muerte. Esta vez, Sísifo, antes de morir, rogó a su esposa que no le tributase honras fúnebres. Al llegar al Tártaro, Sísifo pudo así pedir a Hades que le permitiera regresar al mundo de los vivos con el pretexto de castigar la impiedad de su esposa. Sísifo regresó por tanto a Corinto y sus días transcurrieron dichosos hasta edad muy avanzada, pero cuando finalmente murió, los escarmentados dioses del Olimpo le impusieron el suplicio de la roca para mantenerlo ocupado sin descanso y que no pudiera así urdir nuevas tretas.

El castigo de Sísifo aparece en la Odisea (Canto XI) cuando Ulises baja al Tártaro y relata lo siguiente:

Y vi a Sísifo, que soportaba pesados dolores, llevando una enorme piedra entre sus brazos. Hacía fuerza apoyándose con manos y pies y empujaba la piedra hacia arriba, hacia la cumbre, pero cuando iba a trasponer la cresta, una poderosa fuerza le hacía volver una y otra vez y rodaba hacia la llanura la desvergonzada piedra. Sin embargo, él la empujaba de nuevo con los músculos en tensión y el sudor se deslizaba por sus miembros y el polvo caía de su cabeza.

¿Qué representa este mito?

Su castigo puede aparecer como símbolo del alma incapaz de elevarse sobre la materialidad de las cosas. Este castigo nos recuerda que no debemos quebrantar las leyes del universo y si en nuestra vida las acciones se repiten, una y otra vez, y volvemos al mismo punto, sin poder salir de una espiral negativa y fatalista, con un continuo subir para volver a caer, no debemos aceptar ese destino y transformar un castigo eterno condenado por los dioses en un afán de superación . En la vida no se vive celebrando victorias sino superando derrotas.

¿Debemos imaginar a Sísifo feliz?

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