La naturaleza de Dioniso

El filólogo alemán Walter Friedrich Otto escribió un libro titulado Dioniso: mito y culto en el que ofrece una interpretación profunda de la figura de Dioniso[1].

Según Otto, Dioniso representa la divinidad que encarna la naturaleza primordial, salvaje y caótica de la vida. Es el dios del éxtasis, el trance y la inspiración y su culto está estrechamente relacionado con el teatro, la música y la danza[2]. Dioniso es visto como un ser dual, con una personalidad que combina lo divino y lo humano, la razón y el instinto, la vida y la muerte.

Al considerarse un dios dual con dos naturalezas opuestas son, sin embargo, complementarias y coherentes: una divina y otra humana.

En su naturaleza divina, Dioniso es un dios poderoso y temible, asociado con la naturaleza, la fertilidad y el ciclo de la vida y la muerte. Se le representa a menudo como un joven bello y andrógino, con largos cabellos rizados y una corona de hiedra o uvas en la cabeza.

En su naturaleza humana, Dioniso es el dios de la embriaguez, el exceso y la liberación emocional. Es el patrón de los banquetes y las fiestas y a menudo se le representa rodeado de sátiros, ninfas y otros seres de la naturaleza.

Además, Otto destaca el papel de Dioniso como un liberador, que permite a los mortales liberarse de las restricciones sociales y religiosas impuestas por las normas y tradiciones establecidas. En este sentido, Dioniso se convierte en una figura subversiva, es decir, que cuestiona la autoridad y el orden establecido promoviendo la transgresión y la liberación.

Por lo tanto, Dioniso juega con ese doble sentido que nos aturde: existencia inmediata y lejanía absoluta, bendición y espanto, plenitud de vida y cruel aniquilación. El dios de la demencia divina, capaz de crear y destruir y he aquí cuando nos encontramos con el enigma universal más antiguo: el misterio de la vida que se genera a sí misma. Como bien detalla Otto: “El amor que fluye hacia el milagro de la concepción está tocado por la locura”. Precisamente esta locura se refleja en las figuras de Orfeo, Ulises o Eneas, que han de sumergirse en las profundidades insondables del Hades donde habitan las fuerzas de la vida y la muerte en sus viajes al inframundo. De hecho, cuando los héroes regresan de esta experiencia única y sublime se adivina un brillo de locura en sus ojos, pues han visto que la muerte comparte morada con la vida. En definitiva, la muerte y la vida se tocan -siguiendo la línea de Otto- estremecidas por un placer demente. La experiencia del héroe es tan estremecedora, a tal punto, que vuelve transformado.

Parece que en el universo coexisten la muerte y el amor en un mismo espacio, dos polos que se atraen en una eterna unión y, precisamente, el mundo griego ha sido consciente de la participación del universo en sus vidas. Por esta razón, el griego celebraba los nacimientos, las iniciaciones, la muerte, sobre todo, conociendo de primera mano los secretos de la vida.  

Muchas culturas indoeuropeas han tenido una relación compleja y significativa con la muerte y la vida después de la muerte. Estas culturas han creado ritos y mitos que celebran y honran los ciclos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte y más allá.

En muchas tradiciones indoeuropeas, la muerte se ve como un paso hacia otra forma de vida o existencia. Las ceremonias funerarias y los ritos de entierro son una parte importante de estas culturas y se cree que son cruciales para garantizar que el alma del difunto pueda pasar al más allá de manera adecuada.

La creencia en la vida después de la muerte también ha sido una fuente de consuelo para las culturas indoeuropeas, ya que ofrece la esperanza de que la vida continúe de alguna forma después de la muerte. En algunos casos, se cree que el alma del difunto se une con los ancestros y los dioses en el más allá, mientras que en otros casos se cree que el difunto puede renacer en una nueva forma de vida.

En general, las culturas indoeuropeas han creado complejos sistemas de creencias, rituales que honran y celebran la muerte o la vida después de la muerte que continúan siendo una fuente de inspiración y consuelo para muchas personas hoy en día.

En la antigua Grecia las deidades del nacimiento o la fertilidad y las del fin de ciclo de la naturaleza, a veces, se confundían, por ejemplo, en las fiestas de las Antesterias[3].

Con Dioniso, la muerte se justifica y está contenida en la propia esencia del Ser y brota de toda embriaguez. Una locura desatada donde el hombre se encuentra en conexión con esta fuerza poderosa de cambio y renovación de una vida inherente con la muerte. Dioniso contempla este baile detrás de su máscara, su energía mantiene conectado a los opuestos. Es la rueda de la vida que se acelera en su placer más profundo hacia la muerte. De aquí que se considere demente el mundo de Dioniso, una locura para las mentes humanas. En el mundo griego esta realidad ha sido soportado en todas sus proporciones y la ha venerado como divina. No quedaba otra salida que enloquecer con Dioniso, pues el propio dios era el portador del mundo primigenio.

El mundo de Dioniso es ante todo un mundo femenino. Las mujeres están en directo contacto con Dioniso desde su nacimiento hasta su muerte. Y son precisamente las primeras que llegan a la locura. Desde el parto de Dioniso, la maternidad, hasta el final de la muerte del dios, está ligado a la locura divina. A este universo femenino se enfrenta tanto el mundo apolíneo como el propiamente masculino. Con Apolo reina la pura claridad y la amplitud del espíritu. Pero ambos mundos se necesitan, es el equilibrio de la propia vida.

Hay evidencias de que la figura de Dioniso existía en la época micénica[4], aunque su culto y mitología no eran tan prominentes como lo fueron más tarde en la época clásica griega[5]. La presencia de elementos asociados con Dioniso en las tumbas micénicas[6], como vasijas decoradas con uvas y figuras que parecen representar danzas rituales, sugieren que los antiguos griegos ya veneraban al dios del vino y la fiesta en esta época temprana.

No obstante, algunos expertos sugieren que Dioniso podría haber sido una deidad de origen extranjero que fue adoptada por los antiguos griegos durante la época micénica[7]. Se ha propuesto que su culto podría haber sido traído a Grecia desde Creta o incluso de culturas más lejanas, como las de Egipto o Mesopotamia.

DIONISO EN HOMERO

En el libro sexto de la Iliada (130-ss.), Diomedes habla del sino que aguarda a todos los que luchan contra los dioses y al hacerlo, se refiere al fuerte Licurgo[8] que persiguió a Dioniso cuando tuvo que huir al mar, donde Tetis acogió al dios fugitivo[9].  Homero hace referencia a Dioniso como el “frenético” y sus “frenéticas acompañantes las Ménades”.

Cabe subrayar que Homero no hace referencia a Dioniso como el dios del vino en ambos poemas épicos. Siguiendo la línea homérica nos damos cuenta que el vino nada tiene que ver con la naturaleza originaria de Dioniso, sino que más tarde se puso bajo su protección[10].

Homero señala todos los elementos característicos del mito y culto sobre Dioniso. Pero Homero lo representa como el “frenético”, rodeado de “nodrizas” y “Ménades”, las que saben de la violenta persecución del dios. En la Odisea, Dioniso está muy vinculado con Artemis, con Hefesto y sobre todo con Ariadna. No se percibe, en ambos poemas, el más leve indicio de que su culto fuera percibido como algo nuevo, procedente del extranjero.

Bibliografía:

Otto, W.F. Dioniso: mito y culto. Libro electrónico.

Ampliar más información:

Marazzi, M. (1982). La sociedad micénica. Ed. Akal/Universitaria. pp (205-215)


[1] La obra de Walter F. Otto sigue siendo referencia obligada para todo estudioso de la mitología griega. Otto nos muestra toda la multiplicidad paradójica de Dioniso, dios de la embriaguez divina, aliado de los muertos y maestro de los ritos de iniciación, que, como ningún otro dios, manifiesta la naturaleza en toda su complejidad sagrada, ambigua pero plena de sentido en todos sus procesos de transmutación.

[2] Otto también explora el culto a Dioniso en la antigua Grecia, incluyendo sus festivales y rituales. En particular, se centra en el culto dionisíaco de la tragedia, que se desarrolló en Atenas en el siglo V a.C. y se convirtió en una forma importante de expresión artística y religiosa.

[3]  Festividad anual que se celebra en Atenas en honor al dios Dioniso durante el mes de Anthesterion (febrero-marzo). Esta festividad tenía una gran importancia en la cultura griega y estaba relacionada con el culto al vino, a la fertilidad ya la muerte. Algunos historiadores considerando que las antesterias eran una celebración del comienzo de la primavera y del renacimiento de la naturaleza después del invierno, mientras que otros la ven como una festividad de culto a los antepasados ​​y la muerte, ya que se realizaron ceremonias funerarias y se honraba a los difuntos.

[4] El estudio de la religión micénica se basa en gran medida en la interpretación de los restos arqueológicos y las inscripciones encontradas en tablillas de arcilla en los palacios micénicos. Uno de los principales estudiosos de la religión micénica fue el historiador italiano Angelo Brelich. Brelich argumentó que la religión micénica era una forma de politeísmo, en la que los dioses estaban estrechamente relacionados con los ciclos agrícolas y las actividades económicas. Los dioses principales incluían a Zeus, Poseidón y Hera, Dioniso, así como a deidades femeninas como Deméter y Perséfone.

[5] En el periodo clásico, Dioniso, en su advocación de Yaco (Iacchos), se incorporó a los cultos de Eleusis, asociación favorecida no sólo por los mitos órficos, donde se le consideraba hijo de Perséfone y Zeus, sino también por su popularidad como dios del vino y la fertilidad.

[6] Algunas inscripciones en las tablillas de arcilla encontradas en los palacios micénicos hacen referencia a un dios llamado Diwonusos, que algunos estudiosos interpretan como una forma primitiva de Dioniso

[7] otros investigadores argumentan que Diwonusos podría haber sido una deidad completamente diferente y que la conexión con Dioniso es solo especulativa. Por lo tanto, aunque existe cierta evidencia que sugiere la presencia de Dioniso en la religión micénica, todavía se desconoce el alcance y la importancia de su culto en esta época.

[8] En Ilíada, Zeus le quita la vista a Licurgo, un castigo tradicional por impiedad, porque persiguió a las nodrizas de Dioniso; el escenario es el mítico monte Nisa en el Indo, y el dios es un niño que, aterrorizado ante el ataque de Licurgo, se sumerge en el mar donde lo acoge Tetis.

[9] Tetis es la única divinidad que lo ampara y este le obsequia con el ánfora de oro, obra de Hefesto, en la que más tarde se guardarán los restos de Aquiles.

[10] La asociación de Dioniso con el vino, según Otto, fue una evolución posterior que se produjo a medida que el vino se convirtió en una bebida cada vez más importante en la cultura griega. Otto argumenta que la conexión entre Dioniso y el vino se estableció durante el período arcaico de la historia griega, cuando las prácticas religiosas y el culto a los dioses comenzaron a evolucionar hacia formas más organizadas. En esta época, según Otto, se produjo un proceso de sincretismo en el que los dioses antiguos se fusionaron con nuevas deidades y cultos, y las prácticas religiosas se estandarizaron.

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Menandro I

Menandro[1] fue uno de los reyes más destacados del reino grecobactriano, que se ubicó en la región de Bactria[2] (actual Pakistán) y se expandió hacia el norte de la India y el este de Irán. Se cree que Menandro gobernó sobre el noroeste de la India alrededor del siglo II a.C., aunque la información sobre su vida y reinado es limitada.

Datos de interés sobre Menandro:

  • Menandro se convirtió en rey grecobactriano después de la muerte de su predecesor Demetrio. Se cree que su reinado duró unos 25 años, desde aproximadamente 165 a.C. hasta 140 a.C.
  • Se dice que Menandro era un rey sabio y justo, que promovía la paz y la armonía entre las diferentes comunidades religiosas y étnicas de su reino.
  • Menandro es conocido por haber acuñado monedas de plata y cobre en su reino, algunas de las cuales han sobrevivido hasta nuestros días. Las monedas de Menandro a menudo presentan una imagen de él mismo, con una corona de laurel y una lanza.
Busto de Menandro

                            

Atenea Alkidemos[3] de pie, sosteniendo escudo con brazo izquierdo, y rayo con el derecho[4].

  • Uno de los textos más importantes que se han conservado sobre Menandro es el «Milindapañha», un diálogo entre el rey Menandro y un monje budista llamado Nagasena. En este diálogo, Menandro hace preguntas sobre la naturaleza de la mente, el karma y otros conceptos budistas, y Nagasena ofrece respuestas.
  • Se dice que Menandro murió en batalla contra los invasores indoescitas, una tribu nómada que se había establecido en la región. Sin embargo, no se sabe con certeza cómo y cuándo murió el rey.
  • Menandro fue el primer gobernante indo-griego que introdujo la representación de Athena Alkidemos («Atenea, salvadora del pueblo») en sus monedas, probablemente en referencia a una estatua de Atenea similar, Atenea Alcidemo en Pella, capital del Reino de Macedonia. Este tipo fue posteriormente utilizado más tarde por la mayoría de los reyes indo-griegos.

Hay evidencias históricas que sugieren que Menandro se convirtió al budismo en algún momento de su vida[5]. Como mencioné anteriormente, uno de los textos más importantes que se han conservado sobre Menandro es el Milindapañha. En dicho diálogo se describe cómo Menandro se acerca a Nagasena y le hace preguntas sobre el budismo y la naturaleza de la mente. Nagasena responde a las preguntas del rey de una manera clara y concisa, y el diálogo se considera uno de los ejemplos más tempranos de un intercambio filosófico entre el budismo y el pensamiento griego. De hecho, se considera una de las primeras muestras del diálogo entre el pensamiento budista y el pensamiento griego, y ha sido comparado con los diálogos platónicos por su estilo y contenido.

El texto se ha conservado en diversas versiones y traducciones a lo largo de los siglos, y ha sido objeto de estudio por parte de los eruditos budistas y no budistas por igual. En resumen, el Milindapañha es un texto importante para el estudio del budismo y la cultura del sur de Asia, y proporciona una visión fascinante de las interacciones entre la cultura griega y la cultura budista durante la época de Menandro.

Fuente de consulta:

https://es.wikipedia.org/wiki/Menandro_I

Dhammapada produce con bastante certeza las palabras de Buddha.


[1] Algunos historiadores sugieren que Menandro era de ascendencia griega, ya que el reino grecobactriano estaba compuesto principalmente por griegos y macedonios que habían llegado a la región después de las conquistas de Alejandro Magno. Otros historiadores, sin embargo, creen que Menandro era de origen iraní o bactriano.

[2] Los griegos, que hicieron que Bactria creciera tan poderosa como consecuencia de la fertilidad del país, se convirtieron en señores, no sólo de Ariana, sino también de la India, como Apolodoro de Artemisa dice: y más tribus fueron sojuzgadas por ellos que por Alejandro Magno -por Menandro en particular (al menos, en caso de que efectivamente cruzara el Hypanis hacia el este, y llegara hasta el Himalaya), algunas fueron conquistadas por él personalmente y otras por Demetrio, el hijo de Eutidemo, el rey de los bactrianos, y tomaron posesión, no sólo de Patalena, sino también, sobre el resto de la costa, del llamado reino de Saraostus y Sigerdis.. Estrabón, Geografía xi.11.12.

[3] Menandro fue el primer gobernante indo-griego en introducir la representación de Athena Alkidemos («Athena, salvadora del pueblo») en sus monedas). Era el epíteto que se daba a Atenea, la diosa protectora de la ciudad, en Pella, Macedonia. Un epíteto de significado parecido era Alcis «protectora». Era frecuente representar a Atenea Alcidemo con un rayo y un escudo (égida) en los tetradracmas helenísticos.

[4] Para ampliar más información: monedas

[5] De acuerdo con la tradición, Menandro abrazó la fe budista. el sincretismo cultural que dio lugar al Grecobudismo. Para algunos autores sería el primer europeo que se convertía al budismo. Véase Dhammapada: la esencia de la sabiduría buddhista. P.226. Edición de Carmen Dragonetti. (Círculo de Lectores).

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Las Arréforas

Arréforas (Imagen: Wikipedia)

No se entiende la religión griega sin un ritual que sirva para organizar a la comunidad dentro de un espacio o para conectar las relaciones con los dioses. De esta manera, la permanencia en la tradición no se perdía. La sociedad griega se levantaba sobre unos cimientos religiosos bien estructurados y así estrechaban lazos con el universo que le rodeaba. Bajo el prisma griego, lo religioso iba íntimamente mezclado con cada una de las etapas de la vida y el establecimiento de los diferentes ritos se proyectaba en todas las partes con la intervención de la divinidad. Por otra parte, cualquier incumplimiento en la práctica ritual despertaba la cólera divina que recaía sobre el hombre o cualquier modificación debía ser sancionada. La escrupulosidad de los ritos, su observación y sus leyes nos la encontramos atestiguada en época muy remota, grabada en piedras y colocada a las puertas de los templos y en los lugares públicos. Este fenómeno acompañaba el levantamiento de la ciudad-estado al principio del siglo VIII a.C., y era una marca original del fenómeno religioso. De esta forma, los rituales estaban ya constituidos y organizados, como el ofrecimiento de las primicias o las libaciones, las ofrendas florales y los cánticos.

Otro punto a destacar dentro del marco de lo religioso era la línea que separaba el mundo sagrado del profano.

El mundo sagrado está ligado al mundo sensible, como bien describe R. Caillois[1]:  “es la categoría sobre la que descansa la actitud religiosa, la que le da su carácter específico, la que impone al fiel un particular sentimiento de respeto que inmuniza su fe contra el espíritu de libre examen, la sustrae a la polémica y la coloca fuera y más allá de la razón.

Constituye la idea-madre de la religión —escribe H. Hubert—. Los mitos y los dogmas analizan a su modo su contenido, los ritos utilizan sus propiedades, de ella procede la moralidad religiosa, los sacerdocios la incorporan, los santuarios, lugares sagrados y monumentos religiosos la fijan en la tierra y la enraízan. La religión es la administración de lo sagrado”.

Observamos, por lo tanto, que la importancia de lo sagrado vivificaba las diferentes etapas de la vida religiosa y era la única vía de contacto directo del hombre y el mundo sacro.

EL RITO Y LO SAGRADO EN EL MUNDO ATENIENSE

Atenas está impregnada de ritos, cargada de sacralidad desde los tiempos arcaicos. Es un lugar privilegiado donde lo sagrado no se desliga de sus ritos. Citaremos un ejemplo muy relevante.

ARRÉFORAS

El término significa literalmente «portadoras de las cosas que no se pueden mencionar[2]«. Las niñas atenienses de entre siete y once años hacían las funciones de sirvientes de Atenea. Vivían durante el año en la Acrópolis en una casa (Arreforión) que estaba destinada para su función. Siguiendo la lectura de Pausanias: “Éstas llevan durante cierto tiempo un determinado modo de vida junto a la diosa; pero al aproximarse la fiesta ejecutan de noche los siguientes ritos: cargan sobre la cabeza lo que la sacerdotisa de Atenea les da para llevar, sin saber ni siquiera ella qué es lo que les da y sin saberlo tampoco las que lo llevan. Hay en la ciudad un recinto sagrado de la llamada Afrodita en los Jardines, no muy lejos de allí, y lo atraviesa un sendero natural que desciende bajo tierra; por éste bajan las doncellas. Abajo dejan lo que han traído, reciben otra cosa y se la llevan, encubierta como está. Luego se despide a las doncellas, y en su lugar llevan a otras a la Acrópolis[3]”.

Uno de los trabajos previos que tenían que realizar las doncellas era tejer (9 meses antes) el peplo que en las Panateneas se le entregaba a Atenea, momento sagrado para el ciudadano ateniense. Cabe destacar que en el peplo de Atenea estaba tejida la Gigantomaquia, una expresión del triunfo del orden, del triunfo de Atenea sobre la rebelión y el caos. En la elaboración del vestido participaban el mayor número posible de mujeres atenienses, pero el solemne comienzo incumbía a la sacerdotisa de Atenea y a las dos arréforas. Después de culminar el lujoso y sagrado peplo las Arréforas debían despojarse de su túnica blanca y entregar sus adornos de oro a la diosa.

Las Arréforas pertenecían a las familias más ilustres del Ática y llevaban en cestas, durante la procesión de las Panateneas, los utensilios necesarios para el ritual, de carácter mágico, relacionado posiblemente con la fertilidad. De hecho, para la celebración de estas fiestas vinculadas a la magia agrícola se escogían niñas jóvenes, vírgenes, porque su pureza aseguraba el éxito de unas labores (al control de las fuerzas de la naturaleza) que para el sentir griego eran mágicas.

La tradición de las Arréforas guardaba una similitud con el tradicional y longevo mito de las hijas de Cécrope[4]. Cécrope tuvo tres hijas, Aglauro, Herse y Pándroso. Según el mito original Cécrope, el hijo de la tierra, mitad hombre y mitad serpiente, es, en todas las genealogías áticas, el rey absolutamente primero del Ática; en la intrahistoria, es lo que había antes del primer hombre. Los hechos del culto y el mito se iluminan mutuamente, pues las hijas de Cécropes fueron las primeras portadoras de los cestos, con el mandamiento de no abrirlos jamás (cestos sagrados). Pero Aglauro y Herse abrieron el cesto sagrado y vieron al niño Erictonio[5] y una serpiente. Las doncellas huyen presas del terror,  perseguidas por una serpiente y encuentran la muerte arrojándose por la Acrópolis. El recorrido que hacen las hijas de Cécropes es el que hacen las Arréforas en la Atenas Clásica. Pándroso es la única que permanece en el recinto sagrado, junto al olivo sagrado, simbolizando así el respeto a la diosa.

Para otros autores. el mito originario consistiría en un rito de iniciación, una especie de consagración de la juventud. Los ritos de iniciación eran las ceremonias centrales de la ciudad y las vivencias decisivas del individuo más íntimas y personales, puesto que en ellos se cumplían nada menos que la renovación de la comunidad.

En suma, en el rito de las Arréforas se dan tres eslabones importantes: primero, una separación de la vida anterior (viviendo un año en el Arreforión); segundo, la vida aislada, en comunión con la diosa virgen Atenea; y tercero, la reintegración en la comunidad como persona adulta. En el caso de la iniciación femenina que nos presenta este ritual, se integran necesariamente dos tareas o trabajos: por una parte, la joven aprendía las labores propias de la mujer de la época (hilar y tejer); y, por otra parte, la tarea de ser esposa y madre.

Tanto en la versión de un rito de iniciación como aquella vinculada a la magia agrícola. el mundo griego direccionaba a la familia, al linaje, el estado, la religión y la vida cotidiana, así como las celebraciones o el cultivo de los campos y el cuidado de la casa: todo se reconducía a un Orden cósmico y en ese Orden (Kosmos), el hombre vivía como miembro de una comunidad, de una estirpe que se perpetuaba a través del orden de las generaciones que en Grecia se expresa en el mito de Cécrope y que encontraron su expresión en las Arréforas o en las Panateneas en el periodo clásico.

Y, para terminar, hay que subrayar que la presencia de la mujer en la antigua Grecia era muy activa y representativa en la comunidad religiosa y en la tradición mítica de la ciudad. Los elementos femeninos eran notables y de capital importancia para conseguir el equilibrio deseado dentro de la pólis.

Para ampliar más información:

Burkert, W. (2011) El origen salvaje. Ritos de sacrificios y mito entre los griegos. Ed. Acantilado.

Caillois, R. (2014). El hombre y lo sagrado. FONDO CULTURA ECONOMICA; Tercera edición (3 noviembre 2014).

Grimal, P. (1989). Diccionario de Mitología griega y romana. Ediciones Paidos.


[1] El hombre y lo sagrado (2014)

[2] https://www.tesaurohistoriaymitologia.com/es/57205-arreforas

[3] Pausanias (1,27,3)

[4] Según narra el mito, Erictonio fue el sucesor de Cécrope como rey de Atenas y el dios Hefesto le dio la vida cuando en su intento de unirse con Atenea ésta lo rechaza y en la lucha se derrama su semilla que cae y fecunda a Gea (la Tierra). Al nacer Erictonio (nacido de la tierra) Atenea lo recoge y se convierte en su protectora. Lo esconde en una cesta, confiando su custodia a Aglauro, Herse y Pándroso, las tres hijas del rey Cécrope, con el encargo de que no la abran. Las Cecrópidas, incumpliendo el mandato de la diosa, descubren en la cesta a un niño con la parte inferior de su cuerpo en forma de serpiente. En la versión del mito narrada por Ovidio es Aglauro la que levanta la tapa del canasto, que en esta obra se identifca con la mujer que lleva un vestido dorado. Posteriormente, enloquecidas ante este descubrimiento o por la cólera de Atenea, corren hasta precipitarse desde lo alto de la Acrópolis ateniense.

[5] Erecteo/ Erictonio, nacido, según Apolodoro, del semen que derramó Hefesto a la tierra del Ática al intentar violar a Atenea. Volviendo a las hijas de Cécrope, el primer rey, la tradición suele coincidir en que, tras ser asignadas por Atenea al cuidado del joven Erecteo/Erictonio. Aglauro y Herse desobedecieron su mandato de no mirar en la cesta en la que había depositado al niño. Acto seguido, ambas enloquecieron (no se sabe si por temor a la furia de Atenea o por la visión de un niño mitad humano, mitad serpiente, como Cécrope) y se suicidaron desde la Acrópolis.

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El declive de Atenas en el periodo helenístico

Tras la muerte repentina de Alejandro Magno (Junio de 323 a. C., Babilonia), la estructura originaria del ideario griego no resistió el impacto de tantas corrientes nuevas. Con la propagación del mundo helenístico desde la cuenca mediterránea occidental hasta el Asia central, el ciudadano griego se convertía en una especie de tarima flotante en medio del océano, perdido y sin rumbo, quedando expuestos a las nuevas fuerzas que se imponían con contundencia y rapidez. De estas fuerzas dominantes, caben destacar los nuevos flujos políticos y, sobre todo, las corrientes religiosas orientales hacia Occidente. Es cierto que estas nuevas oleadas enriquecieron la cultura griega o viceversa, sin embargo, el núcleo principal de la polis perdería fuerza, protagonismo y carácter originario. La producción artística, el pensamiento reflexivo y la identidad propia del ciudadano que pertenecía a una ciudad-Estado (polis) se desintegrarían completamente a merced de un cosmopolitismo sin precedentes. La trituradora de este cosmopolitismo daría origen a la ruptura del antiguo orden de estas pequeñas ciudades y  los siglos venideros de constantes agitaciones políticas y sociales llevarían al ciudadano a una profunda desorientación, a una confusión y también a un vacío interior. De esta manera, el destino personal de un ciudadano estaría determinado por las nuevas fuerzas dominantes que a su vez eran impersonales y que no representaban la identidad originaria del pueblo griego. En síntesis, la sociedad griega perdería el rumbo de su propia vida y de los valores tradicionales que les encumbraron con brillantez durante el periodo clásico.

Por lo  que concierne al ámbito filosófico, también daría un giro radical intentando frenar el caos, pero eran corrientes más dogmáticas y sustentadas en la ética y lo moral, dejando a un lado la pasión por comprender el mundo en una esfera más elevada y espiritual y buscando una vía que le proporcionara cierta paz interior y felicidad externa ante un mundo caótico e imprevisible. No obstante, el estoicismo se caracterizaba por tener una visión más elevada y una templanza moral que dejarían su marca más profunda en el mundo romano de Marco Aurelio, Séneca y Epícteto. La figura estoica podía conseguir la felicidad si conectaba su mundo interior con la armonía y la sabiduría proyectada en la razón universal (Logos) que ordenaba todas las cosas; por el contrario, su oponente más directo, el epicureísmo, afirmaba que la humanidad debía superar sus supersticiones y el temor de los dioses populares porque eran las causantes de la miseria humana. Según sus criterios, el mejor modo de lograr la felicidad era retirarse del ajetreo del mundo y llevar una vida tranquila, sosegada y en compañía de un círculo de amigos de confianza. Según sus juicios no temían a la muerte porque era la extinción de la conciencia y detrás de la muerte no habría juicio final ni más sufrimientos. Ambas filosofías reflejarían precisamente dos polos opuestos de la vida cotidiana del griego. Este movimiento filosófico pendular haría que se crease un horizonte de miedo, de incertidumbre y de pesimismo.

Tenemos que tener en cuenta que Atenas, antes del helenismo, era un espacio común para el ciudadano participativo, permeable, libre, con un vínculo muy estrecho entre los ciudadanos por ser ellos, precisamente, los dueños de su propio destino y para que pudieran darse la justicia y la igualdad que no se daba fuera de su ciudad. Su última finalidad era formar, gestionar y defender unas ideas en común en el marco de la política, de la religión, de la paideia (la educación griega por excelencia) y de la filosofía. Así, la polis representaría un lugar donde el ciudadano se sentía identificado y orgulloso de sus valores e instituciones definidas y con una estructura sólida que hacían de la polis  un lugar seguro.

En efecto, el concepto de ciudadano tenía sentido dentro de la ciudad-Estado o polis porque su función en la política o en la religión era activa, dinámica y muy representativa formando un tipo de ciudad virtuosa para la ciudadanía. Aristóteles definía al ciudadano como “aquel que comparte en común la potestad de gobernar y juzgar”. Tras la eclosión del helenismo y de la desintegración de las ciudades-Estados griegas,  el ciudadano perdería no solamente todas aquellas coberturas que le hacían ser un ciudadano vinculante a la polis sino también caería en un vacío interior que nunca se volvería a llenar. Tras la muerte inesperada de Alejandro Magno, el hombre griego pasaría a ser un ciudadano de segunda clase, pasivo e inane. Por ejemplo, la política dejaría de ser participativa para el ciudadano y la gestión de la ciudad fue menguando paulatinamente. En otras palabras, la política dejaría de ser la portadora de la soberanía de la ciudanía. Esto acabaría tumbando al ciudadano griego definitivamente. Asimismo, con la muerte de Alejandro Magno surgiría toda clase de inestabilidad económica y social, pero, sobre todo, la dificultad de organizar, administrar e integrar el legado de un imperio tan grande. Al no existir un poder real para la sucesión de Alejandro Magno, los generales macedonios (conocidos como diádocos) llevaron una guerra interna por el poder imperial, hasta que se fundaron varios Estados independientes. Por ejemplo, Macedonia fue controlada por la dinastía antigónida y tenía bajo su dominio a los atenienses. De esta manera, Atenas perdería poder y quedaría bajo control de Macedonia.

No obstante, el periodo helenístico no fue un túnel de oscuridad: se preservaron los estudios de Homero a Aristóteles; se fueron compilando las grandes obras maestras y editadas, nacería así la erudición humanística; a su vez, se abrieron camino la crítica textual y literaria. Cabe destacar la biblioteca de Alejandría, editándose la traducción griega de la Biblia hebrea. Paralelamente a las agitaciones políticas y a una reorganización de los estados, Atenas seguiría con sus tradiciones académicas, se ampliaría la educación pública y los gimnasios y los teatros estaban llenos de vida. No podemos olvidarnos que el arte helenista florecía con entusiasmo y en el campo de las ciencias destacarían figuras tan importantes con contribuciones originales como, por ejemplo, el físico y matemático Arquímedes, el astrónomo Hiparco, el geógrafo Estrabón, el médico Galeno y el astrónomo Ptolomeo. En el área filosófica, el Neoplatonismo trataría de ser el faro sobre el abismo helenista entre las filosofías racionales y las religiones mistéricas. Con Plotino, se alcanzaría un punto máximo de misticismo suprarracional, más religioso, dejando latente el carácter de una nueva época, con otra mentalidad diferente, rompiendo los moldes de épocas anteriores. Y como no, en el campo del arte destacan representaciones de ancianos, niños, Venus y de la  mitología. El tema religioso disminuye. La desnudez es muy representativa en el arte helenístico  (inconcebible en épocas anteriores que los dioses y las diosas estén desnudos).

Afrodita agachada. Autor:  Doidalsas de Bitinia. Periodo helenístico S. III. Museo Nacional Romano.

El declive griego alcanzaría su punto de máxima degradación en tiempos de la conquista romana de Grecia, en el siglo II a.C., aprovechando la decadencia helenística.  Pero  todo proceso de decadencia llevaría su tiempo de maduración de manera lenta. Es cierto que hubo mucha riqueza en el periodo helenístico, variada y artística, pero en el núcleo de la sociedad ateniense apenas había fuerza y soporte estable por tantas contradicciones en sus poros más internos.  Es muy complejo y difícil señalar la fecha fatídica donde Atenas dejó de ser Atenas, en qué lugar comenzó su caída al abismo. De manera paulatina los órganos vitales, sus asambleas, sus tribunales y su ejército dejaron de funcionar, desapareciendo esa entidad viva que fue la ciudad de Atenas. Según que historiadores consultemos, para algunos serían cuando los atenienses sucumbieron en la batalla de Queronea ante Filipo (339-338 a. C.), o cuando Atenas cayó ante Esparta (415 al 413 a. C.). Es muy difícil de ajustar una fecha concreta para el comienzo de este declive, pero si se puede decir que fue una larga decadencia, de hundimiento, de crisis económicas, de guerras perdidas…

Lo que si podemos destacar es que el individuo griego antes del helenismo siempre había estado conectado con la ciudad e identificado con ella porque se había criado bajo el amparo de unas leyes que le habían permitido educarse y vivir cívicamente y el modelo de ciudad era un sello distintivo y único que se caracterizaba por ser una comunidad de bienestar social. Arrancarle de su ciudad suponía un golpe moral muy bajo. De esta manera, no nos extrañe que se aplicara una ley (508 a.C.) muy severa para el ciudadano ateniense: el ostracismo. El ostracismo para el ateniense era abandonar temporalmente su ciudad obligado por la propia democracia ateniense. El condenado era desterrado diez años de sus raíces familiares y de su identidad como ciudadano. Tras abandonar la polis, el ciudadano no era nadie, perdía todos sus privilegios y esto para el griego suponía la peor condena política y social por abusar, por ejemplo, del poder público o desviarse de las tradiciones religiosas de su ciudad. En definitiva, dejaba ser ciudadano ateniense, dejaba de existir.

Por esta razón era muy importante formar parte de una comunidad, de un núcleo social y participar a su vez de sus diferentes estratos políticos, sociales y religiosos. Por eso la condena al ostracismo anulaba al ciudadano de la polis y esto le llevaba al olvido.

El periodo helenístico se asemeja mucho al de nuestra época actual, entre otras cosas, por su globalización y universalismo, pues Alejandro Magno quiso imponer un mundo universal y abierto para todos, borrando para ello el concepto clásico de la polis griega. Pero las transformaciones de las polis griegas en grandes ciudades cosmopolitas terminaron por desnaturalizar las polis clásicas de Grecia. Indudablemente, con el nuevo marco político se impondría conceptos nuevos difícilmente de asimilar para el ciudadano griego. En lo que atañe a la religión tradicional y popular (el plato principal para el griego), se fusionaría con otras religiones extranjeras. Recordemos que a Sócrates (399 a.C.) se le acusó de no creer en los dioses griegos y de que estaba introduciendo otros nuevos. Esa idea le llevó al filósofo a la condena de muerte. Paradójicamente, medio siglo más tarde de su muerte los cultos egipcios y orientales penetraron sin ningún obstáculo en Atenas. Los cultos extraños empañaron la vida social del ateniense y los cultos sagrados estaban a merced de las nuevas corrientes políticas. En otras palabras, la religión se volvió más individual y con menos fervor nacionalista. La polis se debilitaría con esta nueva orientación religiosa, con una mentalidad más heterogénea. El ciudadano ateniense veía con recelo las nuevas corrientes religiosas y con sus panteones desnacionalizados. Detrás de la religión, el poder político, que al principio era autónomo, iría perdiendo funciones y cada vez se limitaría su autonomía y control, debilitando con ello sus rasgos más visibles y representativos de la polis tradicional.

Con la disolución de la polis , lógicamente, hay un proceso político que también va erosionando las capas morales y sociales. Las diversas crisis, como vamos señalando en párrafos anteriores, no se dan de repente. La decadencia seguiría su curso lentamente en las diferentes esferas de la sociedad. Podemos destacar que la clase media (artesanos, comerciantes..) se iría empobreciendo, las numerosas guerras que sucedían aportaban más esclavos y con ello la caída de los salarios más bajos. Las diferencias entre pobres y ricos aumentarían y las riquezas se concentrarían en unos pocos afortunados. Atenas se hundiría progresivamente y a la vez se sentiría impotente para contrarrestar la miseria que iba en aumento. En siglos anteriores, uno de los remedios al colapso económico era la emigración para buscar sustento y abrir nuevas rutas de comercialización. Gracias a las riquezas que generaban las nuevas colonias y el desarrollo económico del contacto con otras culturas, el mundo griego entraría en una edad dorada; pero la polis, durante el periodo helenístico, dejaría de tener estas competencias y no tenía autonomía para emprender nuevos horizontes en otras tierras con la nueva implantación política. La emigración pasaría bajo control de Alejandro Magno y sus sucesores. La ciudad se convertía en una especie de cárcel que bloquearían a los aventureros en la época helenística. Este bloqueo comercial traería daños colaterales como el ascenso de la piratería y el bandolerismo. En el tramo final del periodo helenístico, el puerto ateniense del Pireo dejaría de ser enclave estratégico para el comercio marítimo y en las zonas rurales, el comercio también disminuiría cuando dejó de existir las cleruquías (reparto de tierras a ciudadanos pobres). Como no puede ser de otra manera, el resultado fue la proliferación de mercenarios, como vía de escape a la pobreza. La pobreza también sería motivo del descenso de la natalidad. Este efecto dominó terminaría con la ciudad de Atenas que sucumbiría como organismo político, debido en parte al surgimiento de un nuevo concepto de ciudad cosmopolita, universal y globalizada. Asimismo, las nuevas corrientes religiosas borrarían las tradiciones y los fundamentos divinos de la polis. Y, por último (y no menos importante), con los bárbaros incorporados a la cultura helénica, se contribuiría al desplazamiento en la fe popular de los dioses helénicos a favor de otros dioses. Por ejemplo, Ptolomeo I introduciría el desarrollo del culto a Sarapis, mezclando rasgos griegos y egipcios que hacían un dios vinculante para ser reconocidos por los dos estamentos del reino.

La religión griega dejaría de ser un conjunto de prácticas y creencias que tuvo sus inicios hacia finales del siglo VIII a.C., una de las representaciones de organización política-religiosa típicas del mundo griego: la ciudad, la polis. Una religión que se basaba en unos hábitos de pensamiento y unas estructuras intelectuales distintos de nuestro mundo actual. La polis era el eje central, el lugar que ocupaba todo el universo griego en la vida individual, social y política.

La polis, finalmente, perdería todos sus ritos originarios, sus mitos disminuirían y la antigua religión perdería adherencia en sus capas sociales más profundas. Los lugares más señalados y más importantes como la Academia, el Liceo, el Ágora también pasarían a un segundo plano y con ello perderían visibilidad y popularidad, pues la erudición y la filosofía irían a parar a Alejandría y a Siracusa. Así, Atenas perdería fuelle filosófico porque la polis ya no representaría nada de sensibilidad y profundidad.

La cascada de empobrecimiento en cada una de las escalas políticas y sociales de Grecia no debería hacemos olvidar que Grecia  continuó siendo uno de los referentes culturales y con una economía muy avanzada, así podemos indicar que el sector agrícola con los viñedos, olivos, huertos, así como otros sectores pujantes como las canteras, minas, cerámicas y metalurgias fueron las bases de un motor económico que se resistía a los envites de los males que lo amenazaban como la pérdida de los mercados exteriores por la competencia, y la contracción del mercado interior por el irremediable empobrecimiento de las gentes.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LA ATENAS DE A FINALES DEL PERIODO HELENÍSTICO:

  • Atenas perdió el espíritu democrático: la monarquía helenística se apoyó en una aristocracia creada por el propio rey y desarrolló un carácter especialmente cosmopolita.
  •  La religión era una mezcla de la mitología griega, los dioses locales y las deidades orientales antiguas.
  • Atenas fue sustituida por Alejandría, Pérgamo y Antioquía, ciudades más modernas.
  • Empobrecimiento de la población. Salarios bajos. El campo se cultivaba poco; las exportaciones fueron el vino, el aceite y algunos productos de lujo, a precios irrisorios.
  • Se generó un aire intelectual, con representaciones teatrales, fiestas populares como las Dionisíacas o los Misterios eleusinos volvieron a brillar. A estos eventos acudían los reyes y gobernantes helenísticos de Asia y Egipto. Pero, indudablemente, nada que ver con los rituales y las creencias de antaño.
  • Las escuelas filosóficas seguían teniendo interés, siendo diversas y reflejando las inquietudes pesimistas y de incertidumbre del pueblo.

REFERENCIAS

Tarnas, R. La pasión de la mente occidental. Ed. Atalanta.

Rodríguez Neila, J. F. Las transformaciones del mundo helenístico. Enlace: aquí.

Leyra Pajón, I. La filosofía helenística. Fundación Juan March, Madrid. Enlace: aquí

Alvar Ezquerra, A. El periodo helenístico. Fundación Pastor. Enlace: aquí.

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Pitágoras y la tradición mistérica

Fuente original: Arsgravis

Recuperado: 17 de Enero de 2023

Presentación

En agosto de 1955, Emmanuel d’Hooghvorst pronunció una conferencia en Bruselas sobre Pitágoras y el pitagorismo que, por su extensión, era imposible publicar completa. Por eso, presentamos algunos fragmentos de la misma que en el año 2010 aparecieron publicados en la revista “Le Miroir d’Isis”. Acompañamos las palabras de D’Hooghvorst con unas imágenes de la famosa basílica neopitagórica de Roma que data del comienzo de la era cristiana y que precisamente ahora y solo durante unos meses se puede visitar.

Conferencia de Emmanuel d’Hooghvorst

El conferenciante comienza situando la figura de Pitágoras y se refiere a algunos rasgos importantes de su escuela, como por ejemplo, el famoso silencio pitagórico y, sobre todo, a la relación del pitagorismo con el culto a Apolo y con el oráculo de Delfos:

Se han atribuido muchas cosas a Pitágoras. Hay que reconocer que a menudo se le ha interpretado, y ello en el peor sentido del término. Algunos, a causa de sus trabajos matemáticos, lo han considerado un sorprendente precursor de la ciencia moderna; otros lo han convertido en un apóstol de lo que los teósofos llaman la transmigración de las almas, o se han sentido impresionados por su amabilidad hacia los animales y su régimen. Otros más, (lo conocen) por las leyes sobre la armonía, ya sea esta moral, cósmica o arquitectónica…

Y yo me pregunto, señoras y señores, si muchos entre ustedes no se habrán sentido atraídos por el pitagorismo simplemente por su silencio. Existe un proverbio que dice que “el silencio es oro”, y deberán admitir que las verdades más profundas de la filosofía se ocultan a menudo de los lugares comunes y las conversaciones corrientes. Y así llegamos al núcleo del asunto del que deseaba hablarles, pues saben que el esoterismo, es decir, “el interior” del misterio de vida se expresa siempre por el silencio…

Pues, ¿quién no recuerda a los acusmáticos pitagóricos, la escuela de silencio a la que cada discípulo debía someterse durante años, cinco según Jámblico, antes de que se le autorizara a hablar? Y en relación al orden que fundó en Crotona, Pitágoras estableció la siguiente regla (seguramente una regla de oro): “No se debe hablar de los asuntos pitagóricos sin luz” Este acusma resulta sorprendente que si se reflexiona sobre su significado.  Pronto volveremos a él…

Pero ¿quién era este Pitágoras del que nos ocupamos? Un nombre muy extraño para ser el hijo de Mnesarco, el herrero de Samos, un nombre tan extraño que incluso nos preguntamos si no fue un nombre prestado, tanta es la semejanza con el rol que este personaje parece haber interpretado. Pitágoras en realidad quiere decir “el que emite el verbo pitio”, o “el verbo de Apolo” y, de aquí, “el profeta apolíneo”. ¡Un nombre extremadamente curioso, en efecto, para un herrero!, que seguramente no simplificará las ideas que tenemos sobre su personalidad mortal y temporal de este mundo.

Además, el pitagorismo parece haber estado en estrecha relación con Delfos, que cumplía la función profética para la nación griega. Se acordarán del pasaje del catecismo de los acusmáticos que cuenta Jámblico (Vida de Pitágoras 18, 82): “¿Qué es el oráculo de Delfos? Respuesta: Es la Tetraktys, que es la armonía en la que viven las sirenas.” Es allí, pues, donde se debe situar el pitagorismo, presentado a partir de su simbolismo más conocido, la Tetraktys. En lo que podríamos denominar el culto o la religión oficial de Grecia, el gran centro del Mediterráneo oriental, el oráculo de Delfos. De este modo hemos establecido uno de los hechos más importantes: la escuela pitagórica estaba en relación con el culto de Apolo, el profeta pítico de Delfos…

Con el oráculo de Delfos, y especialmente con Apolo, nos situamos en el corazón de la mitología griega, misteriosa impenetrable, y siempre traicionada por los comentadores modernos. Toda clase de explicaciones se han dado respecto a ella: una supuesta ficción poética, inventada para un público infantil, llena de imaginación y fantasía para explicar los cambios de las estaciones, la salida y la puesta del sol, el crecimiento y el decrecimiento de la luna, la germinación del trigo y de la viña. Un pueblo infantil, quizá, posiblemente poético y ciertamente imaginativo, pero en cualquier caso, ¡mucho menos estúpido que los mitólogos modernos con sus explicaciones!…

Lo que parece cierto es que la mitología se refiere a una serie de realidades extrañas al hombre moderno, completamente apartadas de su cerebro y de las que incluso ha perdido todo recuerdo. Esto significa que la mitología habla del mysterium magnum, de la regeneración física de la naturaleza. Debemos fijarnos en que los mitólogos oficiales han rehusado siempre, de modo sistemático y obstinado, tomar en consideración las explicaciones de los que, en Europa, hasta finales del siglo XVIII, se han reivindicado, si bien discretamente, como los continuadores y los herederos de los sabios de la Antigüedad. Me refiero a los filósofos herméticos cristianos tales como Maïer, Fabre, Pernety, etc.

Y, ¿qué dice la mitología respecto a Apolo? Vamos a recordarlo rápidamente. Leto era la hija de Cronos, Zeus se enamoró y tuvo relaciones con ella. Hera, su esposa celosa, envió a la serpiente Pitón contra Leto, quien, a fin de escapar de su picadura mortal, huyó y durante mucho tiempo erró por tierras y mares. Por fin desembarcó en la isla de Delos, que aún no había sido fijada. Poseidón, que hasta aquel momento había jugado con ella, la fijó en medio de las corrientes y Leto alumbró primero a Artemisa que después hizo de partera para con su madre y la ayudó a dar a luz a Apolo, su hermano gemelo. Cuando hubieron crecido, Apolo mató a Pitón con sus flechas, de donde proviene el nombre de “Pitio”. La etimología nos enseña que Leto, en griego, evoca algo oscuro, oculto, nocturno, negro. Leto es, en cierto modo, oscura y está oculta sobre la tierra. Es también virgen y  podría decirse que es una hija del tiempo pues Zeus, según su raíz Dieus (origen de la palabra “Dios”), quiere decir cielo brillante y día.

 El matrimonio de Zeus y Leto es, en cierto sentido, el matrimonio del cielo y la tierra. Después de la boda, Leto erra por todas partes, por tierras y mares, hasta que llega a Delos, que Neptuno fija para ella (este detalle no es de poca importancia). Delos proviene del griego “deloo” (‘mostrar’); Artemisa y Apolo nacen en Delos, es decir en la manifestación de las cosas ocultas. Artemisa, nacida en primer lugar, a menudo fue denominada por los griegos como “Hemerasia” que significa ‘luz-del-día’, o, en otras palabras, la luz nueva nacida de la mañana. Ella es la que ayuda a su madre a dar a luz a Apolo, el sol divino.

Todo ello nos permite avanzar una plausible suposición para explicar el acusma al que nos hemos referido antes: “No se debe hablar de los asuntos pitagóricos o píticos sin luz”. Hay que abstenerse de hablar del verbo profético o de cosas parecidas, en tanto que la oscuridad no se haya clarificado, en tanto que la luz virgen de Artemisa no haya sido proyectada en aquellos en los que poco antes todo era oscuro…

Sobre la Sabiduría

A  partir de este momento, Emmanuel d’Hooghvorst va a tratar de esta luz nueva que en las antiguas culturas tradicionales recibió el nombre genérico de Sabiduría. Para ello, empieza examinando su importancia en el antiguo Egipto y en los libros sapienciales del pueble judío, para finalizar descubriéndola en la mitología griega, personificada en la figura de la diosa Atenea:

Sólo existe un punto en el que todos los filósofos e historiadores de la Antigüedad están de acuerdo: todos sitúan el origen de su iniciación sagrada y de su sabiduría en la sagrada tierra de Egipto, llamada también la tierra de los dioses, proyección del cielo sobre la tierra.

Les recuerdo que en todo lo que conocemos que nos ha llegado desde la Antigüedad parece existir siempre un doble sentido, una expresión clara y vulgar que oculta y vela un significado secreto, relacionado con una serie de realidades tangibles pero cuya naturaleza nos es desconocida en la actualidad.

Plutarco en su Isis y Osiris nos dice que la tierra de Egipto es negra y se denomina Kemia (origen de la palabra alquimia), y que (simbólicamente) es Osiris. Esta tierra está irrigada, cubierta y fertilizada por el Nilo celeste, llamado Isis, y que de su unión se engendra Horus, el de la mirada estable. Esta triada, Osiris-Isis-Horus se parece mucho a la triada Zeus-Latona- Artemisa/Apolo. Lo que dicen los griegos de que su sabiduría viene de la tierra de Egipto podría tener un sentido oculto, como si cada uno ellos se hubieran llevado una porción de dicha tierra, si esto fuera posible…

Existe, no obstante, otra tradición que tiene su origen en Egipto y que dejó numerosos testimonios escritos a los que podemos recurrir en busca de información. Es la tradición hebrea: Moisés venía de Egipto y fue iniciado en sus templos, con la diferencia de que los judíos dejaron Egipto como unos hijos ingratos, que despojan a sus padres (antes de marchar). Si hacemos una breve incursión en los libros sapienciales del Antiguo Testamento veremos si podemos encontrar algo que arroje luz sobre nuestro asunto. Para empezar encontramos una figura de la Sabiduría cuya grandeza domina toda la Biblia: se trata de Salomón… célebre, además,  por su amor a la Sulamita, cuyo sentido no es otro que el femenino de Salomón. Podemos llamar pues a la Sulamita, su alma gemela, exactamente lo que Isis era para Osiris. Y la Sulamita también era negra; “Soy negra pero bella, no miréis tez oscura, es el sol que me ha quemado”.

Un gran número de libros sapienciales se atribuyeron ya fuera acertada o erróneamente a Salomón, a excepción del Eclesiastés, porque en éste, mucho más que en cualquier otro, se refiere a la Sabiduría y a los medios para adquirirla. Y, al leer estos libros, nos acordamos del modo en el que Salomón, en una célebre plegaria, se vuelve hacia Dios y le implora su Sabiduría.

He aquí el fragmento del Libro de la Sabiduría, al que se refiere Emmanuel d’Hooghvorst: “Dios de los padres y Señor de misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre tus criaturas, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón. Dame la sabiduría que se asienta junto a tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada… Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala desde tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor”. (Sb 9,1-6-9-11). D’Hooghvorst, comenta estas palabras del modo siguiente:

Dame la Sabiduría que se asienta junto a tu trono. Según la doctrina cabalística, se puede buscar el trono de Dios, cerca del cual se encontrará también a la Sabiduría, sobre el firmamento, en los cielos empíreos llamados Shamaim. Es una región que brilla y refulge de un fuego puro y supraesencial. De Shamaim procede Hokmael, el espíritu de la Sabiduría divina, que ilumina a los hombres piadosos que lo invocan.

La Sabiduría está descrita como el medio para realizar todas las cosas, como el pensamiento mismo de Dios, que a veces desciende a la tierra para iluminar a los hombres piadosos, para guiarlos en sus acciones y asistirlos con su consejo. Se dice también que sin ella el hombre no puede hacer nada para resultar agradable a Dios.

Volvamos ahora al helenismo y al pitagorismo, encontramos  en ellos dos símbolos mitológicos que arrojarán luz sobre nuestro asunto. En su Tratado sobre los ídolos, Pofirio nos dice, entre otras cosas, que Hefaistos era hijo de Zeus y que habitaba con él en el Olimpo (de lampao, “brillar”). Pero un día su padre se encolerizó y lo precipitó a la tierra. Desde entonces Hefaistos necesita de un soporte para arder, necesita de la leña, es decir, de la materia; cojea, se volvió feo, pero es el herrero universal. En secreto, en las profundidades del Hades (lo contrario de la isla de Delos), forja todo aquello que con el tiempo se materializará. Hay mucho que decir respecto a eso, en particular sobre la historia de Pitágoras, que justamente fue iniciado en una forja, y formado su oído bajo las leyes de la armonía. Una célebre sentencia pitagórica dice: “Escuchad la voz del fuego”.

Los estucos de la Basílica

Emmanuel d´Hooghvorst se refiere después a los estucos de la basílica pitagórica de la Porta Maggiore, descritos por Carcopino, entre los que se encuentra uno con un personaje mitológico central al que el autor va a dedicar la parte final de su exposición. En el estuco se representa a Ulises y ante él, sentada, aparece una mujer que Carcopino identifica como Helena, pero que según el criterio de D’Hooghvorst sería la diosa Palas, pues según dicho autor: “Es imposible separar a Ulises de Palas Atenea, la consejera, la tutora, la divina protectora, que al final le asegura el completo triunfo sobre sus tribulaciones”. Palas representa a la sabiduría pitagórica y D’Hooghvorst explica lo que sigue respecto a esta diosa:

¿Quién era Palas? Se acodarán de que nace armada del cerebro de un Zeus parturiente. Ella es pues el pensamiento mágico de Dios. Estaba con él antes del nacimiento del mundo. Homero (que siempre ha sido estudiado por la belleza de su poesía y nunca por su sabiduría), a veces la hace descender del Olimpo para instruir y aconsejar a los mortales por los que siente afecto. Palas parece derivar de palakis que sin ninguna intención peyorativa significa “concubina”, así como también “sacerdotisa” y “virgen”. La sabiduría, como sucede con Salomón, consiste en ganar su amor, en recibirla de Dios, su Padre, y unirse a ella en un casamiento virginal. Palas es fiel en sus afectos. Muestra a sus escogidos las realizaciones de Dios, su Padre, el modo en que el mundo fue hecho. Les guía en sus acciones para que no estén abandonados en la tierra, y los vuelve inmortales.

A ella aluden las siguientes rimas doradas: “Son de raza divina, estos hombres mortales/a los que la naturaleza sagrada revela todas las cosas. “ Si Palas os es propicia», dice Khunrath en su Anfiteatro de la eterna Sabiduría,  entonces: “Como Ulises entraréis en la caverna de los Cíclopes, y si descendéis al Hades, saldréis de allí sanos y salvos. Si os acercáis a los Lotófagos y a Sirtes, volveréis de allí con toda seguridad. Si bebéis de la copa de Circe no os cambiará. Si navegáis cerca de Escila no os engullirá. Si oís a las sirenas, no os dormiréis, al contrario, seréis los jueces de todos”. Únicamente este hombre, me parece, puede calificarse en el sentido pitagórico del término como un verdadero filósofo.

Y para concluir, les invito a meditar sobre esta inscripción que, según Plutarco, se podía leer en el frontón del templo de Palas en Sais: “Soy todo lo que fue, todo lo que será, mi velo jamás ha sido levantado por ningún mortal. El fruto de mi seno fue el sol.”

Para más información sobre Arsgravis: enlace de interés.

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Las «Dionisias rurales»

Autor: Javier Jara Herrero @JavierJaraH (Twitter, 24 diciembre de 2022)

La famosa Saturnalia romana no era la celebración más antigua del renacer de los días. El solsticio de invierno, naturalmente, ya se celebraba en la antigua Grecia con una festividad dedicada a Dioniso, deidad asociada al vino y a la fertilidad.

Coincidían con el mes griego de Posidonia, que podríamos identificar con la segunda mitad de diciembre y la primera de enero. Durante las Dionisias rurales tenían lugar grandes actos públicos y musicales, así como otras celebraciones privadas de los «misterios» dionisíacos.

Pero el evento más popular de esta festividad consistía en una procesión que comenzaba a las afueras de la ciudad. Ciudadanos de toda clase social dejaban de lado sus diferencias (hasta cierto punto) y se reunían en un entorno natural para conmemorar sus orígenes comunes.

Los congregados iban ataviados con máscaras que escondían su identidad y que favorecían un sano intercambio de sátiras y burlas antes de comenzar el desfile hacia la ciudad. No faltaban tampoco hombres y mujeres travestidos, lo que potenciaba la igualdad entre los participantes.

Durante la procesión, unos individuos (‘phallophoroi’ o ‘portadores de falos’) cargaban sobre sus hombros un carro con imágenes del dios Dioniso, estatuillas de madera que en su forma más antigua representaban un gigantesco poste fálico, coloreado de rojo y ricamente decorado.

Esta comitiva iba precedida por muchachas jóvenes con cestas, que anunciaban el paso del dios lanzando pétalos al aire. El broche de la procesión lo protagonizaban sátiros y mujeres con diversas ofrendas, particularmente hogazas de pan y jarras de agua, pero sobre todo de vino.

La celebración culminaba con las correspondientes ofrendas de alimentos y bebida en el templo consagrado al dios. Era el momento dejar paso a los placeres terrenales, que consistían en un lujoso banquete que, en algunas ocasiones, corría de parte del erario público.

En esta fase final no era extraño encontrar a las llamadas ‘ménades’, mujeres que representaban a las musas relacionadas con Dioniso y que se dejaban caer en el trance salvaje y orgiástico que se asociaba con este dios.

Pero lo más corriente era organizar concursos de baile y canto mientras los coros interpretaban composiciones poéticas. Con el paso del tiempo se incluyeron representaciones dramáticas, probablemente de las obras que habían alcanzado la fama durante ese año.

Las Dionisias rurales alcanzaron gran fama a mediados del siglo V a. C., momento en el que Aristófanes las plasma como telón de fondo de su obra ‘Los Acarnienses’.

Forman también parte de los festejos generales griegos conocidos simplemente como ‘Dionisias’, que contaban con otra celebración urbana (las ‘Grandes Dionisias’) en nuestro mes de marzo, en esta ocasión para celebrar el final del invierno y la calma en los mares navegables.

No es que falte el vino (junto con otras libaciones) en nuestra forma actual de celebrar estas fechas, pero quizá, solo por probar, podríamos honrar también las antiguas costumbres griegas un año de estos. Seguro que, al menos, será divertido y saldremos en los periódicos.

PARA MÁS INFORMACIÓN:

Bernabé, A. y Macías Otero, S. (eds.) 2020: Religión griega: una visión integradora. Madrid: Guillermo Escolar Ed.

Larson, J. 2016: Understanding Greek Religion. New York: Routledge.

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TRADICIÓN, ANTÍDOTO A LA DECADENCIA

El autor de este libro, el profesor Eduard Alcántara, hoy es uno de los mayores exponentes y difusores del pensamiento evoliano en nuestra Patria; ha escrito infinidad de artículos sobre la Tradición en general, metafísica, metapolítica, temas históricos, religiosos; ha dado varias conferencias, concedido entrevistas, etc. Sus anteriores libros El Hombre de la TradiciónReflexiones contra la Modernidad y Evola frente al Fatalismo son verdaderas joyas que sintetizan magistralmente lo mejor del pensamiento evoliano en particular y de la doctrina tradicional en general, verdaderos manuales o guías existenciales que, interiorizándolas y vivenciándolas, nos pueden ayudar un poco más a «mantenernos en pie en medio de este mundo en ruinas» como decía ese gran Testigo de la Tradición que fue el Maestro romano y Barón Julius Evola, y también a comprender el mundo en crisis y totalmente ayuno de principios, referentes y valores verdaderamente elevados en el que actualmente estamos inmersos y en el que nos desenvolvemos. Este libro que el lector hoy tiene entre manos sigue pues esa misma tónica, inspirado completamente en la Weltanschauung tradicional del mundo y en la doctrina esencialmente estoica, viril y olímpica de Julius Evola.

Joan Montcau

ÍNDICE

  • Introducción                                                                                         
     
  • Las migraciones de los pueblos boreales e indoeuropeos en Revuelta contra el mundo moderno 
  • Contra el darwinismo                                                                       
  • Progresistas                                                                          
  • ¿Consumismo o decrecimiento?                                      
  • Existencias agitadas                                                           
  • El infantilismo, denominador común de nuestros tiempos 
  • De esclavos a amos                                                              
  • La lucha interior                                                                   
  • El Imperium a la luz de la tradición                                
  • Lanzas a favor del medievo                                              
  • Tal día como hoy de 1410: Episodio del enfrentamiento entre Luz del Norte y Luz del Sur            
  • El Fuero Juzgo y Recesvinto. A vueltas con el
  • Enfrentamiento entre Luz del Norte y Luz del Sur        
  • El Islam y la Tradición                                                                        
  • Discerniendo de par en par                                               
  • Rostro y máscara del espiritualismo contemporáneo             
  • Entrevista a Eduard Alcántara por Manuel Quesada

Para la adquisición del ejemplar os emplazo el siguiente enlace: Editorial EAS

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El origen de la navidad

Fuente original del texto: Paseo Toledo Mágico

La navidad y sus orígenes paganos

Paradójicamente de todas las fiestas cristianas, la que tiene más claros orígenes paganos, será la Navidad…

Hay que pensar en este sentido, que en los evangelios, ya sean canónicos o apócrifos, nada se dice de la fecha de nacimiento de Jesucristo. Y de hecho, en el E vangelio según san Lucas, daría la impresión de que el nacimiento de Jesús no se habría producido en pleno invierno sino en primavera o verano, pues literalmente se nos dice: “que había en aquella región algunos pastores que velaban de noche vigilando el ganado” (Lucas, 2,8). Pastores que a la sazón y como todos sabemos, habrían sido testigos del nacimiento del “niño-dios”. Siendo así y sabiéndose como a día de hoy se sabe que en la Palestina de aquel tiempo, el pastoreo se practicaba durante la primavera y el verano, no parecerá que precisamente la noche del solsticio de invierno, dichos pastores anduvieran al raso con sus animales…

Y es que en cualquier caso, para el cristianismo de los orígenes y la iglesia primitiva, lo importante en la vida de un santo no era el día de su nacimiento, sino la fecha de su muerte. Pues esa era la fecha de su unión con Dios. De su “renacer” en los Cielos.

De hecho desde el siglo V, la iglesia de Oriente celebraba no el día del nacimiento de Jesucristo, sino el de su primera aparición pública. Es decir la epifanía, la adoración de los Reyes Magos el día 6 de Enero.

No teniéndose así en los albores de la Iglesia una idea clara de cuando habría nacido Jesús, hasta el siglo IV se propusieron diferentes fechas: el 6 de Enero, el 28 de Marzo, el 18 de Abril…

¿Por qué se aceptó el 25 de diciembre como fecha de “La Navidad”?

Bueno, pues vamos a ver si es posible responder a esta pregunta…

El paganismo grecolatino y en general el paganismo europeo de la Antigüedad, tras su aparente politeísmo, escondía sin embargo el reconocimiento de una Divinidad Suprema. Una suerte de “padre de los dioses” al que todas las demás divinidades estaban supeditadas, y que desde un punto de vista más metafísico, tenía en todas esas otras divinidades, meros atributos o accidentes de su sustancia eterna e inmutable.  Es decir, el politeísmo pagano era en realidad un henoteísmo. Aquí y para el ámbito del mundo romano, dicho “padre de los dioses”, fue en principio equiparado a Júpiter. E ideas análogas pueden encontrarse también en torno al Odín escandinavo.

En cualquier caso este henoteísmo del paganismo europeo, apuntaba a su vez a una idea muy propia del mundo grecolatino, que era la idea de que este mismo Dios Supremo, era conocido con distintos nombres y adorado con distintos ritos, según la idiosincrasia de cada pueblo y lugar.

Dicho esto, nos vamos a encontrar con que desde el siglo II d.C., proveniente del antiguo mundo indoiranio, y a través fundamentalmente de las legiones y los soldados de Roma,  se va a expandir en el Imperio la religión del mitraísmo.

En ésta, el Dios Supremo es identificado con el Sol. Entendido éste como símbolo del principio superior auto luminoso, que tiene en sí mismo y no en otro, la fuente de su luz y su ser.

En Roma y por influencia del mitraísmo, el culto al Sol adquirirá carta de naturaleza a través del emperador Caracalla, primero vinculándolo al culto a Apolo, y después a lo largo del siglo III y de mano de los emperadores Heliogabalo y Aureliano, convirtiéndose en cabeza del panteón romano como Deus Sol Invicto.

Este “Sol Invicto” de Aureliano es un dios anicónico, sin figura corporal o representación en imágenes e iconos. Es un dios por decirlo así “metafísico”. Un Sol que no es entendido en clave astronómica o naturalista y que tampoco pretende suplantar a ningún otro dios, porque precisamente está por encima de todos los dioses. Es el símbolo del “principio supremo”, del “motor inmóvil”, del generador y sustentador de toda luz, de toda vida, de toda fuerza, más allá de las vicisitudes de la existencia condicionada. Más allá del espacio y el tiempo y el devenir del mundo contingente.

La fiesta del “nacimiento” de este Sol Invicto (Dies Natalis Invicti Solis) la fijará el propio Aureliano en el solsticio de invierno, es decir el 25 de diciembre. Y esto se hará con toda la carga simbólica que esto implica: tras el solsticio de la noche más larga, el sol renacía de nuevo siempre triunfante e invicto frente a las potencias de la oscuridad y el caos. Más allá del mundo condicionado del devenir, la “Luz Suprema” ni se aparta ni se agota y una y otra vez renacía triunfante mostrando “el Camino”.

La efeméride se celebraba por todo lo alto con vistosas ceremonias y juegos en el circo, y a su vez quedaba impregnada de una clara impronta de mitraísmo. Pues Mitra, el dios solar llegado de la antigua Persia que tanto predicamento tenía entre las legiones, también había nacido un 25 de diciembre y era fácilmente equiparable al Sol Invicto de Roma.

El emperador Constantino hizo al Sol Invicto su suprema divinidad y conforme a la doctrina religiosa y espiritual de Roma, se hizo identificar con el mismo Sol Invicto. Como su Imperator y Pontifex en la Tierra.

Aquí hay que entender que Roma no estará intentando negar la religión anterior, sino armonizar el antiguo politeísmo grecolatino con la idea de un Dios Supremo, siendo politeísmo y monoteísmo, distintas expresiones de una misma realidad superior y divina.

Ahora, todo esto ocurría en paralelo al desarrollo del cristianismo, que era la otra gran religión llegada de oriente próximo. Religión que también manejaba ideas y principios paralelos a los que se estaban dando en torno al mitraísmo, y que habiéndose convertido en la religión preferida por las clases populares, era por decirlos así, el “competidor directo” de la religión de Mitra.

Es a partir de aquí que entraremos en uno de esos momentos decisivos de la Historia… La convivencia posiblemente un tanto confusa, entre el antiguo politeísmo pagano, el mitraísmo y el culto romano al Sol Invicto, así como el pujante y cada vez más popular cristianismo, llevó a Constantino mediante el edicto de Milán (313 d.C.), a establecer la libertad religiosa en el Imperio. Poniéndose fin a siglos de recelo y persecuciones contra el cristianismo. El propio Constantino se convertirá a la religión cristiana y ese Dios Supremo anteriormente llamado Apolo y posteriormente Sol Invicto, pasara a ser ahora el “Cristo Jesús”.

El recién reconocido cristianismo, con valedor en el mismísimo emperador, se convertirá a partir de ese momento en el rival declarado del mitraísmo. Pues las similitudes entre ambas religiones, así como sus disparidades irreconciliables, condujeron a la necesidad de que solo una de ellas prevaleciera…

Es así que a través de un proceso de sustitución y apropiación el concilio de Nicea (325 d.C.) fijará el nacimiento de Jesús como “Sol Verdadero”, el 25 de diciembre.

Esto se hará sin necesidad de forzar la propia doctrina cristiana, pues en ésta los profetas Isaías y Malaquías, habían anunciado la llegada del “mesías” como Luz y Sol en la oscuridad, y eso precisamente, es lo que se simbolizaba en las fiestas del solsticio de invierno.

Del mismo modo, en el evangelio según san Juan, la idea de la Luz Suprema y su asimilación a Jesucristo ocupará un lugar fundamental: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la Luz brillaba en la tinieblas, y las tinieblas no podían sofocarla…” (1,4-5).

Es decir, la imagen de Jesucristo como Sol Invicto, fue aprovechada para la evangelización y la expansión del cristianismo. Planteándose la persona de Jesús como la plenitud del Dios Supremo en la Tierra, como Hombre y como mártir, para la redención del resto de todos los Hombres. Todas las religiones previas serán consideradas entonces como aproximaciones limitadas o directamente fallidas, de una plenitud, que solo en Cristo alcanza su verdadera realización.

En todo caso, el proceso de cristianización del antiguo mundo romano será largo y en ocasiones confuso. Y así en el siglo V el papa León Magno, señalará preocupado como los fieles en muchas ocasiones, antes de entrar en el templo, se volvían y saludaban al Sol…

Fue necesario entonces realizar precisiones teológicas indicando que en la Navidad se celebraba el nacimiento del “creador del sol”, y no al “sol como creador”…

La imagen de Jesucristo como “Sol Victorioso” queda en cualquier manera vinculada a la tradición cristiana y la Eucaristía será representada como un círculo que emite rayos brillantes y del mismo modo las custodias,  tendrán esa simbología solar.

En definitiva el largo y complicado proceso histórico, cultural, religioso y espiritual del Imperio Romano y la Tardo Antigüedad,  habrá conducido a través del henoteísmo pagano y de la idea del Dios Supremo, a un escenario de convivencia, influencia y pugna entre distintas posibilidades religiosas en la que dejando atrás el mitraísmo y el Sol Invicto romano, el cristianismo habrá salido vencedor.

En dicho proceso el cristianismo habrá hecho suya la fiesta del 25 de diciembre ubicando en dicha efeméride, el nacimiento de Cristo. Siendo esa y desde el concilio de Nicea en el 325 d.C. la fecha de la Navidad.

El cristianismo salía así vencedor del proceso religioso y espiritual del Bajo Imperio, pero no lo hacía sin quedar influenciado por dicho mundo y sus tradiciones, incorporándolas entonces a su acervo y su doctrina. Conduciéndose a partir de ahí y a través del catolicismo medieval, de acuerdo a lo que algunos han llamado “heleno cristianismo”: Cristianismo europeo o europeizado que se contrapondrá a la impronta judeocristiana propiamente dicha.

Los conflictos medievales entre el Emperador y el Papa y posteriormente entre el catolicismo y el protestantismo, parecerán apuntar en la dirección de ese alma dual de la tradición cristiana. Un tema apasionante que por ahora y sin embargo, dejaremos para otra ocasión…

La tradición y los orígenes remotos de las cosas. Las creencias espirituales, la religión y la magia. Todo ello conforma hoy día el alma oculta de nuestras ciudades y pueblos… valgan entonces nuestras Rutas por Toledo para desvelar el misterio…

Artículo elaborado a partir de “El origen de las fiestas. La cristianización del calendario”. De Domingo Domené Sánchez. En Ediciones del Laberinto. 2010. Pág. 218-223.
 Gonzalo Rodríguez García.

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Odiseo: ¡Presente!

En la Ilíada Odiseo aparece como un terrible guerrero (Canto X y XI) que en varias ocasiones convence a las tropas griegas para que no abandonen la llanura (Canto II, XIV). Se le presenta también como un hábil diplomático que, aunque fracasa en su primera tentativa de apaciguar a Aquiles (Canto IX), furioso contra Agamenón porque este le había arrebatado a su cautiva Briseida, logra finalmente llevar a buen puerto la negociación que devolverá a Aquiles al campo de batalla (Canto XIX); anteriormente Ulises había conseguido que Agamenón restituyera a la cautiva Criseida a su padre sacerdote de Apolo (Canto I).

Sin embargo, Odiseo queda definitivamente consagrado en la Odisea. Todo el relato se organiza en torno a el, «el hombre de los mil recursos» (Canto I): es el ausente que busca a su hijo (II, III, IV) antes de que su presencia le sitúe en el centro del relato; narra sus propias aventuras a Alcínoo (Canto V a XII) y el lector asiste a su regreso de Ítaca y a su venganza (Canto XIII a XXIII). En todas las circunstancias el héroe se muestra «magnánimo», fiel a sus amigos y a su familia, sagaz y valeroso.
Esta misma imagen es la que refleja la pieza de Sófocles Áyax, que opone a un Odiseo prudente y comedido a un Áyax atacado por una locura asesina y descontrolada. En la pieza de Sófocles Filoctetes, Odiseo, entregado en cuerpo y alma a la causa griega, consigue con su astucia habitual que el último compañero de Heracles les entregue el arco y las flechas necesarias para la victoria griega. Sófocles trató la muerte del héroe en Ulises herido, de la que sólo se han conservado algunos fragmentos. En esta obra, Telégono, el hijo que Odiseo había tenido con Circe (XII), llega a Ítaca y mata a su padre ignorando su identidad.
En el siglo IV a. C. Aristóteles pone la Odisea (Poética, VIII, XVII) como modelo de relato organizado en torno a un tema único: Ulises. Platón, sin embargo, la condena como ficción (La República, III). Los estoicos proponen a Odiseo como ejemplo de buena conducta: es «el héroe paciente» por excelencia. Virgilio se inspira en la invocación de los muertos que hace Odiseo (Odisea, XI) para escribir el canto VI de la Eneida, donde se desarrolla el descenso al Hades de Eneas. Horacio celebra la templanza de Ulises (Epístolas, 1,7) y Séneca su prudencia (Cartas a Lucilo, XX, 123). Los libros XIII y XIV de las Metamorfosis de Ovidio presentan al elocuente Ulises vencedor de Áyax, la rabia de Polifemo, engañado por el héroe y los maleficios de Circe.

Cuando leemos la Odisea, Odiseo es un ejemplo de la conexión directa que tenía con su alma. Exploró sus propias virtudes (inteligencia, paciencia, creatividad, intuición, aceptación, humildad, entre otras cualidades) a través de veinte años que duró su periplo hasta alcanzar su hogar. Muchos avatares, sufrimientos, pérdidas de seres queridos y compañeros de guerra, incluso se vio abandonado por los dioses a seguir escalando a través de los escombros de todos sus torcidos sueños hasta que aprendió a distinguir entre lo que decía su mente y lo que decía su corazón. Odiseo aprendió a controlar las propias emociones para poder percibir la comunicación interna entre el cuerpo y el alma. Durante su regreso a Ítaca (su hogar), para encontrarse de nuevo con su mujer e hijo, el desafío diario que estaba sometido era extremo, agotador, imposible de superar. Sin embargo, el héroe nunca se acomodó en el asiento negativo de la vida y combatió con mente, cuerpo y alma todos los obstáculos terrenales, incluso, llegando a dominar su propia naturaleza interna.

Odiseo creció espiritualmente, nunca se sintió víctima, ni tampoco culpó a los demás. Se levantaba con cada golpe que recibía. Cambió de actitud, bajando al Hades (al mundo del infierno) para invertir su brújula interna, buscando el lado positivo de las cosas y rompiendo todas las ataduras que le mantenía ligado al sentimiento de victimismo logró imponer su luz espiritual ante la sombra oscura y fatalista que le acechaba en cada momento. Tras salir del Hades, siguió su recorrido con pies firmes, pero, sobre todo, conectado con la Realidad, aprendiendo las lecciones en su camino con sabiduría. La evolución eterna de Ulises es un fiel reflejo de este viaje humano que tenemos que recorrer.

En los tiempos actuales de nuestra sociedad, las huellas de Odiseo, Homero y de los héroes mitológicos aún perviven con nosotros hilvanando todas las virtudes del mundo griego. La paciente Penélope se ha inmortalizado en el techo de San Jerónimo (Iglesia de la Concepción de Granada) reflejando sus virtudes (inteligente, paciente, fiel, refinada…) en la esposa del Gran Capitán, doña María Manrique. Precisamente, de alusiones mitológicas está llena la cubierta de la iglesia, todo un recorrido histórico-literario para recordarnos los valores del Renacimiento español. En la iglesia de San Jerónimo, al Gran Capitán se le representa como un hombre virtuoso y con un historial rico en hazañas y proezas, por eso se destacan ocho figuras que guardan una correspondencia directa con él: Homero, Escipión, Marco Tulio Cicerón, Julio César, Pompeyo, y Aníbal, entre otros. Homero va relatando las hazañas de estos ingentes hombres para que sus recuerdos pervivan para siempre. Concretamente, en la imagen de abajo, Homero representa una cosmovisión amplia, clara, armoniosa y espiritual, mostrando la luz de todo lo que existe y sucede.

También destacamos las figuras relacionadas con las virtudes de la duquesa doña María Manrique, que son cuatro de origen bíblico y otras cuatro de origen mitológico. Las bíblicas son Judit, Ester, Débora y Abigail, representando la Fortaleza, la Templanza, la Justicia y la Prudencia.

En cuanto a las figuras de origen mitológico, son Artemisia, Alcestis, Penélope y Hersilia,  con las que la duquesa se identificaría por su entrega a sus respectivos esposos: Artemisia por haber encargado el gran Mausoleo para su esposo Mausolo, Alcestis por haber ofrecido su vida para salvar la de su marido, aunque en el último momento fuera salvada por Hércules, Penélope por su paciencia y fidelidad esperando tantos años el regreso de Odiseo y Hersilia por su fecundidad al haber dado un heredero a Rómulo.

Los relieves nos señalan temas tan evocadores sobre la vida y la muerte, el hombre y dios, la libertad, el destino, todo bajo la tela del relato mítico, sin dogmas ni credos religiosos.

Son evidentes muchas analogías entre el mundo de Odiseo y el Gran Capitán. Ambos son héroes épicos que adquieren su gloria en el campo de batalla. Otra característica que comparten es que los dos están por encima de los demás seres humanos. Otra seña de identidad muy común es que ambos están unidos por un cordón espiritual inquebrantable, moviéndose entre lo divino y lo humano, buscando el amparo celestial para acometer sus respectivas empresas.

En definitiva, presentamos dos mundos donde el mito es perenne en ambos lados de la historia; el mundo de que hablamos es un mundo trascendente de la vida más allá de lo cotidiano, más allá de lo mundano. Ambos héroes son referentes para recuperar la fuerza del mito en el mundo presente desde un punto de vista espiritual. Hay que distinguir el Ser del Devenir, salir de este desorden mundial. Odiseo, el Gran Gran Capitán, grandes leyendas por sus grandes gestas, nos aportan fuerza interior y a explorar los recovecos internos de nuestro Ser. Son referentes para romper las barreras de nuestros mundos interiores.

VÍNCULOS ODISEO/GRAN CAPITAN:

  • Desintegración de sus egos.
  • Cosmovisión de la vida trascendental y espiritual.
  • La espada como símbolo de equilibrio, fuerza, justicia.
  • Búsqueda de la verdad.
  • Honor, patria, respeto hacia lo sagrado.

Referencias:

http://aracelirldeloleoalcincel.blogspot.com/2019/07/el-monasterio-jeronimo-de-granadala.html

https://viajarconelarte.blogspot.com/2015/09/la-iglesia-del-monasterio-jeronimo-de.html

Imágenes:

Por cortesía de Sagrario Malagón.

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Aquiles

Estatua de Aquiles en Corfú, Grecia.

La lucha del hombre con el tiempo aparece de manera evidente en todas las manifestaciones del arte, de la literatura y de la religión en el mundo clásico. Pero es el mito la forma más eficaz de combatir la fugacidad y la caducidad de lo humano, pues el mito de por sí ya es una herramienta para no caer en el olvido.

Aquiles, por ejemplo, combate la fugacidad y la caducidad del hombre eligiendo la gloria eterna, imperecedera, pero pereciendo joven en el campo de batalla para permanecer con nosotros gracias a Mnemósine, la memoria. Tras la muerte de un héroe, por tradición, este recibía un culto exclusivo, pero no está en modo alguno a la altura de una divinidad. Tampoco es un ser humano pues ha sido capaz de romper las ligaduras que atan al ser humano con la esfera terrenal. En otras palabras, ha dejado de ser un hombre para convertirse en un héroe. La muerte le ha elevado a un estatus de figura religiosa que aún sigue activa en el mundo intangible. La polis puede solicitar su ayuda, se dirige a él, le invoca, cantando sus heroicidades, pero también recuerda sus sufrimientos. Posiblemente, dentro de la tradición católica, nos lleva a relacionar la figura del héroe con sus santos tras ser conferidos mártires y protectores locales, patronos de una ciudad, es decir, siendo figuras mediadoras entre el hombre y la divinidad. Sin embargo, hay diferencias entre ambos. Los santos, por un lado, aceptan el plan divino en buena parte por su sumisión a los designios de Dios, y hacen de puente para aquellos mortales que no han alcanzado la vida eterna. Ellos son los ungidos de Dios, paladines de virtudes morales e inquebrantable fe; por otro lado, los héroes incurren en horribles desmesuras (hybris), haciendo el bien y el mal, no se cuestionan la idea de la virtud y desde luego, se oponen a los designios de una divinidad, representada como caprichosa, hostil, envidiosa y que la mayoría de las veces son las grandes amenazas de muerte. Precisamente con la muerte que provoca la divinidad, el héroe finaliza su vida pero su heroicidad continúa eternamente y termina integrándose en el orden divino del mundo: estable, inmutable, sin ningún tipo de caos al que se había enfrentado a lo largo de su periplo como guerrero. De este modo, Aquiles se convierte en un legado lleno de relatos míticos y también en una figura de culto. Luego, los poetas de la antigüedad se encargan de inmortalizar sus hazañas post mortem.

Finalmente, el héroe pasa a tener un culto público con la participación activa de la ciudadanía, transformándose en un héroe cívico. La polis cristaliza el espíritu de dicho héroe, profundiza en sus hazañas conectándolo con los aspectos divinos y sensibles del mundo celeste. De esta manera, la ciudadanía se identificaba con sus dioses y con sus héroes, así también reconocía unos códigos cargados de valores que enraizaban el complejo mundo de su sociedad.

Aquiles, faro de inspiración para su pueblo Ftía (Tesalia) tuvo que elegir, según el oráculo, entre vivir una vida longeva, en familia pero anónima o bien ser Aquiles tal como lo conocemos hoy día. Aquiles comienza su leyenda justo cuando quiere formar parte de la gran lucha entre Occidente y Oriente, la Guerra de Troya, como lo fue en su días también las Guerras Médicas entre los griegos y los persas. Esta balanza entre Occidente y Oriente ha seguido después en la Era de Cristo con sus interminables guerras y continúa haciéndolo. Observar estos ciclos que se repiten nos lleva a recordar las historias y leyendas de los héroes de cualquier época (Aquiles, Ulises, Eneas, o no tan lejanas como el Cid, Pelayo, el Gran Capitán…).

Quizás tengamos que resaltar un mundo entero que tiene que ser revelado, un mundo que tiene que abrirse a la gloria de los grandes héroes y que forma parte de una historia que nos pertenece, en el sentido de una herencia que no podemos perder y mucho menos dejarnos pisotear y manipular.

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