
El filólogo alemán Walter Friedrich Otto escribió un libro titulado Dioniso: mito y culto en el que ofrece una interpretación profunda de la figura de Dioniso[1].
Según Otto, Dioniso representa la divinidad que encarna la naturaleza primordial, salvaje y caótica de la vida. Es el dios del éxtasis, el trance y la inspiración y su culto está estrechamente relacionado con el teatro, la música y la danza[2]. Dioniso es visto como un ser dual, con una personalidad que combina lo divino y lo humano, la razón y el instinto, la vida y la muerte.
Al considerarse un dios dual con dos naturalezas opuestas son, sin embargo, complementarias y coherentes: una divina y otra humana.
En su naturaleza divina, Dioniso es un dios poderoso y temible, asociado con la naturaleza, la fertilidad y el ciclo de la vida y la muerte. Se le representa a menudo como un joven bello y andrógino, con largos cabellos rizados y una corona de hiedra o uvas en la cabeza.
En su naturaleza humana, Dioniso es el dios de la embriaguez, el exceso y la liberación emocional. Es el patrón de los banquetes y las fiestas y a menudo se le representa rodeado de sátiros, ninfas y otros seres de la naturaleza.
Además, Otto destaca el papel de Dioniso como un liberador, que permite a los mortales liberarse de las restricciones sociales y religiosas impuestas por las normas y tradiciones establecidas. En este sentido, Dioniso se convierte en una figura subversiva, es decir, que cuestiona la autoridad y el orden establecido promoviendo la transgresión y la liberación.
Por lo tanto, Dioniso juega con ese doble sentido que nos aturde: existencia inmediata y lejanía absoluta, bendición y espanto, plenitud de vida y cruel aniquilación. El dios de la demencia divina, capaz de crear y destruir y he aquí cuando nos encontramos con el enigma universal más antiguo: el misterio de la vida que se genera a sí misma. Como bien detalla Otto: “El amor que fluye hacia el milagro de la concepción está tocado por la locura”. Precisamente esta locura se refleja en las figuras de Orfeo, Ulises o Eneas, que han de sumergirse en las profundidades insondables del Hades donde habitan las fuerzas de la vida y la muerte en sus viajes al inframundo. De hecho, cuando los héroes regresan de esta experiencia única y sublime se adivina un brillo de locura en sus ojos, pues han visto que la muerte comparte morada con la vida. En definitiva, la muerte y la vida se tocan -siguiendo la línea de Otto- estremecidas por un placer demente. La experiencia del héroe es tan estremecedora, a tal punto, que vuelve transformado.
Parece que en el universo coexisten la muerte y el amor en un mismo espacio, dos polos que se atraen en una eterna unión y, precisamente, el mundo griego ha sido consciente de la participación del universo en sus vidas. Por esta razón, el griego celebraba los nacimientos, las iniciaciones, la muerte, sobre todo, conociendo de primera mano los secretos de la vida.
Muchas culturas indoeuropeas han tenido una relación compleja y significativa con la muerte y la vida después de la muerte. Estas culturas han creado ritos y mitos que celebran y honran los ciclos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte y más allá.
En muchas tradiciones indoeuropeas, la muerte se ve como un paso hacia otra forma de vida o existencia. Las ceremonias funerarias y los ritos de entierro son una parte importante de estas culturas y se cree que son cruciales para garantizar que el alma del difunto pueda pasar al más allá de manera adecuada.
La creencia en la vida después de la muerte también ha sido una fuente de consuelo para las culturas indoeuropeas, ya que ofrece la esperanza de que la vida continúe de alguna forma después de la muerte. En algunos casos, se cree que el alma del difunto se une con los ancestros y los dioses en el más allá, mientras que en otros casos se cree que el difunto puede renacer en una nueva forma de vida.
En general, las culturas indoeuropeas han creado complejos sistemas de creencias, rituales que honran y celebran la muerte o la vida después de la muerte que continúan siendo una fuente de inspiración y consuelo para muchas personas hoy en día.
En la antigua Grecia las deidades del nacimiento o la fertilidad y las del fin de ciclo de la naturaleza, a veces, se confundían, por ejemplo, en las fiestas de las Antesterias[3].
Con Dioniso, la muerte se justifica y está contenida en la propia esencia del Ser y brota de toda embriaguez. Una locura desatada donde el hombre se encuentra en conexión con esta fuerza poderosa de cambio y renovación de una vida inherente con la muerte. Dioniso contempla este baile detrás de su máscara, su energía mantiene conectado a los opuestos. Es la rueda de la vida que se acelera en su placer más profundo hacia la muerte. De aquí que se considere demente el mundo de Dioniso, una locura para las mentes humanas. En el mundo griego esta realidad ha sido soportado en todas sus proporciones y la ha venerado como divina. No quedaba otra salida que enloquecer con Dioniso, pues el propio dios era el portador del mundo primigenio.
El mundo de Dioniso es ante todo un mundo femenino. Las mujeres están en directo contacto con Dioniso desde su nacimiento hasta su muerte. Y son precisamente las primeras que llegan a la locura. Desde el parto de Dioniso, la maternidad, hasta el final de la muerte del dios, está ligado a la locura divina. A este universo femenino se enfrenta tanto el mundo apolíneo como el propiamente masculino. Con Apolo reina la pura claridad y la amplitud del espíritu. Pero ambos mundos se necesitan, es el equilibrio de la propia vida.
Hay evidencias de que la figura de Dioniso existía en la época micénica[4], aunque su culto y mitología no eran tan prominentes como lo fueron más tarde en la época clásica griega[5]. La presencia de elementos asociados con Dioniso en las tumbas micénicas[6], como vasijas decoradas con uvas y figuras que parecen representar danzas rituales, sugieren que los antiguos griegos ya veneraban al dios del vino y la fiesta en esta época temprana.
No obstante, algunos expertos sugieren que Dioniso podría haber sido una deidad de origen extranjero que fue adoptada por los antiguos griegos durante la época micénica[7]. Se ha propuesto que su culto podría haber sido traído a Grecia desde Creta o incluso de culturas más lejanas, como las de Egipto o Mesopotamia.
DIONISO EN HOMERO
En el libro sexto de la Iliada (130-ss.), Diomedes habla del sino que aguarda a todos los que luchan contra los dioses y al hacerlo, se refiere al fuerte Licurgo[8] que persiguió a Dioniso cuando tuvo que huir al mar, donde Tetis acogió al dios fugitivo[9]. Homero hace referencia a Dioniso como el “frenético” y sus “frenéticas acompañantes las Ménades”.
Cabe subrayar que Homero no hace referencia a Dioniso como el dios del vino en ambos poemas épicos. Siguiendo la línea homérica nos damos cuenta que el vino nada tiene que ver con la naturaleza originaria de Dioniso, sino que más tarde se puso bajo su protección[10].
Homero señala todos los elementos característicos del mito y culto sobre Dioniso. Pero Homero lo representa como el “frenético”, rodeado de “nodrizas” y “Ménades”, las que saben de la violenta persecución del dios. En la Odisea, Dioniso está muy vinculado con Artemis, con Hefesto y sobre todo con Ariadna. No se percibe, en ambos poemas, el más leve indicio de que su culto fuera percibido como algo nuevo, procedente del extranjero.
Bibliografía:
Otto, W.F. Dioniso: mito y culto. Libro electrónico.
Ampliar más información:
Marazzi, M. (1982). La sociedad micénica. Ed. Akal/Universitaria. pp (205-215)
[1] La obra de Walter F. Otto sigue siendo referencia obligada para todo estudioso de la mitología griega. Otto nos muestra toda la multiplicidad paradójica de Dioniso, dios de la embriaguez divina, aliado de los muertos y maestro de los ritos de iniciación, que, como ningún otro dios, manifiesta la naturaleza en toda su complejidad sagrada, ambigua pero plena de sentido en todos sus procesos de transmutación.
[2] Otto también explora el culto a Dioniso en la antigua Grecia, incluyendo sus festivales y rituales. En particular, se centra en el culto dionisíaco de la tragedia, que se desarrolló en Atenas en el siglo V a.C. y se convirtió en una forma importante de expresión artística y religiosa.
[3] Festividad anual que se celebra en Atenas en honor al dios Dioniso durante el mes de Anthesterion (febrero-marzo). Esta festividad tenía una gran importancia en la cultura griega y estaba relacionada con el culto al vino, a la fertilidad ya la muerte. Algunos historiadores considerando que las antesterias eran una celebración del comienzo de la primavera y del renacimiento de la naturaleza después del invierno, mientras que otros la ven como una festividad de culto a los antepasados y la muerte, ya que se realizaron ceremonias funerarias y se honraba a los difuntos.
[4] El estudio de la religión micénica se basa en gran medida en la interpretación de los restos arqueológicos y las inscripciones encontradas en tablillas de arcilla en los palacios micénicos. Uno de los principales estudiosos de la religión micénica fue el historiador italiano Angelo Brelich. Brelich argumentó que la religión micénica era una forma de politeísmo, en la que los dioses estaban estrechamente relacionados con los ciclos agrícolas y las actividades económicas. Los dioses principales incluían a Zeus, Poseidón y Hera, Dioniso, así como a deidades femeninas como Deméter y Perséfone.
[5] En el periodo clásico, Dioniso, en su advocación de Yaco (Iacchos), se incorporó a los cultos de Eleusis, asociación favorecida no sólo por los mitos órficos, donde se le consideraba hijo de Perséfone y Zeus, sino también por su popularidad como dios del vino y la fertilidad.
[6] Algunas inscripciones en las tablillas de arcilla encontradas en los palacios micénicos hacen referencia a un dios llamado Diwonusos, que algunos estudiosos interpretan como una forma primitiva de Dioniso
[7] otros investigadores argumentan que Diwonusos podría haber sido una deidad completamente diferente y que la conexión con Dioniso es solo especulativa. Por lo tanto, aunque existe cierta evidencia que sugiere la presencia de Dioniso en la religión micénica, todavía se desconoce el alcance y la importancia de su culto en esta época.
[8] En Ilíada, Zeus le quita la vista a Licurgo, un castigo tradicional por impiedad, porque persiguió a las nodrizas de Dioniso; el escenario es el mítico monte Nisa en el Indo, y el dios es un niño que, aterrorizado ante el ataque de Licurgo, se sumerge en el mar donde lo acoge Tetis.
[9] Tetis es la única divinidad que lo ampara y este le obsequia con el ánfora de oro, obra de Hefesto, en la que más tarde se guardarán los restos de Aquiles.
[10] La asociación de Dioniso con el vino, según Otto, fue una evolución posterior que se produjo a medida que el vino se convirtió en una bebida cada vez más importante en la cultura griega. Otto argumenta que la conexión entre Dioniso y el vino se estableció durante el período arcaico de la historia griega, cuando las prácticas religiosas y el culto a los dioses comenzaron a evolucionar hacia formas más organizadas. En esta época, según Otto, se produjo un proceso de sincretismo en el que los dioses antiguos se fusionaron con nuevas deidades y cultos, y las prácticas religiosas se estandarizaron.