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La metafísica de Eros

Eros Farnesio. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

El amor, en su forma más trascendental, es un impulso que nos lleva hacia la unión con lo divino y con el cosmos en su conjunto. Esta visión del amor está profundamente arraigada en la filosofía platónica[1] y neoplatónica, pero si se exploran las ideas de otros filósofos antiguos, como Empédocles[2],  se entiende cómo el amor también puede ser visto como una fuerza creadora que da origen al universo, conocida por los griegos como Eros[3].

Como no puede ser de otra manera, la literatura y el arte griegos reflejan esta visión del amor como una fuerza que nos conduce también hacia lo divino. Sólo hay que examinar las representaciones de Eros en la poesía épica, la lírica y la tragedia, así como en la escultura y la cerámica, para mostrar cómo la figura de Eros se convirtió en un símbolo de la unión con lo divino y el cosmos.

Por lo tanto, Eros era a veces considerado como un principio cosmogónico, es decir, como una fuerza creadora que estaba presente en la génesis del universo. Esta idea se encuentra en la obra de algunos filósofos presocráticos, como Empédocles y Anaxágoras.

Para Empédocles, Eros era una de las dos fuerzas fundamentales del universo, junto con la fuerza de la discordia o el odio. Según Empédocles, el universo fue creado cuando Eros unió los cuatro elementos básicos (tierra, agua, aire y fuego) en una esfera perfecta. Sin embargo, la fuerza del Odio también estaba presente y de vez en cuando separaba los elementos y creaba el caos y la destrucción. De esta manera, Eros y el Odio actuaban como fuerzas contrarias que mantenían el equilibrio en el universo.

Anaxágoras también consideraba que Eros era una fuerza creadora que estaba presente en la génesis del universo. Según él, el universo fue creado cuando Eros unió las partículas primordiales que lo formaban, pero esta unión fue imperfecta y dejó algunas partículas sin unir. Estas partículas no unidas crearon las estrellas, los planetas y otros objetos celestes. De esta manera, Eros era una fuerza creativa que había permitido la formación del universo, pero también había dejado espacio para la imperfección y la variabilidad en el cosmos.

Hesíodo describe el origen del mundo y de los dioses. También menciona a Eros.

“En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en su pecho”[4].

Según Hesíodo, Eros (el Amor) es uno de los dioses primordiales que nacieron del Caos, junto con Gea (la tierra) y Tártaro (el abismo). Hesíodo describe a Eros como una fuerza poderosa que puede mover a los dioses y a los mortales, y lo presenta como un dios que puede unir a los amantes o sembrar la discordia entre ellos.

En la Teogonía, Hesíodo también describe a Eros como el padre de algunos de los dioses del Olimpo, como Hedone (el placer) y las Gracias (Aglaia, Eufrosina y Talía). Esta idea de Eros como un dios generador de placer y belleza se hizo muy popular en la literatura y el arte posteriores, donde se le representaba a menudo como un joven alado y hermoso que sostenía un arco y flechas.

Eros, entidad primigenia, principio metafísico y poder generador que construye y anima las relaciones entre las cosas, entre los hombres y entre los dioses…

En definitiva, nos encontramos con una figura compleja y multifacética que ha sido interpretada de diferentes maneras a lo largo de la historia. Como mencionamos en párrafos anteriores, la filosofía griega[5] y la mitología griega[6] coinciden que Eros ha sido visto como una entidad primigenia, un principio metafísico y un poder generador que construye y anima las relaciones entre las cosas, entre los hombres y entre los dioses.


[1] Platón habla mucho sobre el amor en su obra el Fedro o en El Banquete. El amor es una forma de locura, pero es en el amor supremo el que se manifiesta en el deseo del bien.

[2] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Emp%C3%A9docles

[3] Eros en la Antigua Grecia de Claude Calame es un libro que explora el papel del amor en la filosofía antigua griega, y en particular, su relación con la creación, la mortalidad y la inmortalidad. La aportación del autor ha sido clave para entender, de manera profunda, el concepto de Eros.

[4] Hesíodo. “Teogonía” en “Obras y Fragmentos. Teogonía, Trabajos y Días, Escudo, Fragmento, Certamen”. Editorial Gredos. 2000. Madrid, p. 76.

[5] Para ampliar más información sobre la filosofía griega relacionada con Eros y la mitología griega os emplazo al siguiente enlace que me ha resultado muy interesante para entender las asociaciones de Eros:

https://www.worldhistory.org/trans/es/1-10328/eros/

[6] Véase el siguiente enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Eros

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El ateísmo en la antigua Grecia

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Acrópolis

La religión griega es un tema con el que estamos obligados a pensar no sólo en la religión, sino también en la política, la antropología, la historia, la moral y la ética, pero no cabe la menor duda que la propia religión era el principal motor que movía la sociedad griega.

Para el griego, la religión era una experiencia más que un dogma, es decir, una forma de vida intrínseca que empezaba justo cuando el individuo nacía y terminaba cuando moría. Por ejemplo, en la religión minoica el culto religioso estaba relacionado con la fertilidad humana y el ciclo de las estaciones. Asimismo, sus orígenes también estaban vinculados a ceremonias funerarias como bien atestiguan los restos arqueológicos.

 Todo este proceso conllevaba a que brotara una conciencia individual religiosa de manera natural, y esa experiencia misma no se podía describir si no era a través del lenguaje ritual, el lenguaje mítico y el lenguaje conceptual, que eran, a la vez, su canal de expresión.  

Como bien sabemos, la civilización griega no conocía conceptos como iglesia o dogma alguno, y, en consecuencia, las conductas religiosas, la piedad o la impiedad no tenían ese carácter definido que pueden tener hoy día las religiones monoteístas. Partiendo de dicha base, ¿podemos imaginar cómo era la vida de un “ateo” en la Grecia a través de toda su historia?

Si hubiese ciertos rasgos de “ateísmo” en la época griega sería muy diferente al de hoy, así que partimos de la idea que el ateísmo griego no es nuestro ateísmo.

El ateísmo antiguo tendría dos enfoques:

  • No dogmático.
  • Indiferencia a la cuestión religiosa (politeísta) de la Polis, es decir, de la ciudad-estado.

Desde los tiempos remotos, la matriz de la religión griega se inició con los santuarios situados en cuevas, como es el caso del Monte Ida, la primera cueva sagrada, en el periodo micénico. Después, pasaría al culto doméstico privado, erigiendo en cada hogar un pequeño santuario, sustentado por unas creencias innatas que fueron heredadas por transmisión oral de padres a hijos. A partir de ahí, sería el prototipo de unidad familiar la que después invitaría a participar a su comunidad en el culto doméstico y a expandir unas creencias acogiendo una deidad como protectora del hogar, de la comunidad y de la ciudad, de manera gradual. Lógicamente, no todo el mundo participaría en su comunidad y declinaría los favores de los dioses, así que el ateísmo sería también un tema estrictamente privado y su conducta privada no preocuparía en absoluto a los poderes públicos que sí tenían una vinculación más estrecha con la religión y con sus tradiciones ancestrales. Es importante destacar que hay que considerar que la religión era principalmente una materia fuertemente vinculada a la tradición. Por ejemplo, los micénicos tenían pautas y concepciones muy afines a los griegos posteriores sobre cómo relacionarse con los dioses. Luego, más tarde, Homero y Hesíodo detallaron en sus obras cómo las fuerzas divinas influenciaban las acciones humanas y cómo evitaría graves castigos a aquellos que les ofendieran. Por esta razón, era sumamente importante eludir la ira de los dioses, no transgrediendo la naturaleza y no vulnerando las leyes del universo. Por eso, era imprescindible llevar los rituales de manera concienzuda.

En suma, si analizamos las civilizaciones griegas a través de sus periodos, el vivir y el sentir del individuo es ya de por sí un suceso religioso continuado, como el trabajar, tomar el alimento, realizar deporte o ir a la guerra. Por consiguiente, sus actos poseían un valor religioso sagrado. Es decir, el hombre se hacía religioso y honraba cada acto como un elemento fundamental y sagrado de su vida. Toda manifestación de lo sagrado era importante para el hombre. Sólo hay que citar los misterios de Eleusis que pervivieron durante dos mil años. También, un elemento básico pero sagrado era el núcleo familiar donde la felicidad conyugal y la armonía de la familia era fundamental para el bienestar de la sociedad. Así, Hestia, diosa del hogar y del fuego, protegía los altares de cada hogar y por analogía también las polis. La última finalidad era que en cada rincón de la tierra y del universo ardiera un fuego sagrado místico que daba vida a toda la naturaleza.

Indudablemente, la religiosidad griega conectaba, de manera inseparable, con el mito. Pero, los mitos se bifurcaban en dos tipos diferenciados: por un lado, aquellos mitos de connotaciones exotéricas que trataban de explicar las circunstancias del entorno cultural de la sociedad y que serían conocidos por todos a través del calendario litúrgico; mientras que, por otro lado, los mitos esotéricos eran aquellos que reportaban un carácter sagrado y donde el individuo pasaba unas pruebas de carácter iniciático y ritual, como es el ejemplo de los doce trabajos de Heracles. Sin embargo, ambas concepciones conllevan a un acto religioso de respeto hacia la naturaleza, las leyes, la ética, la educación, lo que los griegos llamaban paideía, es decir, la formación íntegra del individuo para ejercer sus deberes cívicos dentro del campo de la filosofía, la ciencia, las humanidades y la política. La religión era, sin ninguna duda, el basamento que sostenía la integridad de todos esos saberes del hombre siendo la virtud el último fin.

El término “ateo”, desde el punto de vista social y político, era aquel que de algún modo hacía temblar los pilares de la sociedad y que rechazaba el sistema religioso de las polis, pues podía perturbar la paz pública al no reconocer los dioses que honraba la ciudad o el estado, como pudo ser el caso de Sócrates. La historia de Sócrates es conocida: le obligaron a beber cicuta por no reconocer los dioses de la Polis, aunque hay ciertas teorías que indican que fue por razones políticas más que religiosas.

La sociedad griega no era atea, pero esto no quería decir que hubiera personas que tuvieran un planteamiento “no creyente” y que se resistían a creer en un poder divino. Pero estos caracteres de indiferencia o de resistencia eran un rasgo muy común a lo largo de la historia y que puso en liza varios debates en torno a la impiedad, a la inmoralidad o a desestabilizar la armonía de las polis. De hecho, si repasamos los autores más brillantes de Grecia para ver sus planteamientos religiosos destacamos el ejemplo de Platón: su vida giró en la búsqueda de la Verdad, inmutable, eterna y absoluta, en la que creyó siempre y con constancia, bajo la influencia de Sócrates. Platón expone en sus Leyes (Libro X) su famoso programa de castigo al ateísmo y a la herejía. Por ejemplo, si alguien expresara abiertamente que el universo es producto de la agitación de elementos corpóreos carentes de inteligencia era ateísmo. O bien decir que los dioses eran indiferentes con respecto al hombre iba en contra de las bases religiosas más importantes del pensamiento griego. La base griega era inconcebible una separación hombre-dios y hombre-naturaleza. Platón advertía que, antes de perseguir a alguien bajo la acusación de impío, era fundamental determinar «si el delito lo cometió por convicción o sólo por pueril ligereza». Depende del grado de acusación se podía condenar al ostracismo, ir a la cárcel o, por último, la pena de muerte.

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ZEUS

Platón quería dejar claro que el hombre debía vivir su vida con el dominio de la razón y bajo un arquetipo ideal de vida, pues se intentaba reconocer también que en el Cosmos había un Orden, unas directrices divinas donde operaba el auténtico Espíritu. Por eso, el ateísmo quedaba totalmente rechazado y el orden del mundo se atribuía a la Razón divina que ordenaba el cosmos y que a su vez debía reflejarse en la Polis conforme al plan divino. En suma, El hombre era artífice de la Gran Obra, el arquitecto de ese modelo que había de plasmarse sobre la tierra.

En la otra cara de la moneda, tenemos un ejemplo claro y conciso de rebeldía religiosa. Jenófanes de Colofón (nacido entre el 580 a. C. y el 570 a. C. – muerto entre el 475 a. C. y el 466 a. C) criticó a los dioses antropomórfico como un invento humano que corrompía a la sociedad, pero según que versiones sus doctrinas tenían una base panteísta.

Como panteísta entendemos a:

  • Dios es idéntico a todas las cosas. Dios es el mundo.
  • Todo es divino.
  • Está identificado con el mundo.
  • El universo entero, la naturaleza y Dios son lo mismo: Esto significa que todo es de una sola esencia: Dios, el universo, la materia, las personas, etc.

Sin embargo, otros autores señalan a Jenófanes como politeísta, aunque priorizaba una “divinidad” por encima de las demás de naturaleza incorpórea (de ahí su feroz ataque al antropomorfismo de Homero y Hesíodo).

Jenófanes subraya la expresión “el más grande entre los dioses y los mortales”, que éste utiliza refiriéndose al dios central de su cosmovisión (Zeus), deja claramente abierta la existencia de más dioses, pues el poeta y filósofo griego aclara que en el término que utiliza,  a esos “dioses” no les otorga forma (ni antropológica ni animal), por lo cual hay que pensar en esos dioses como fuerzas sutiles que forman parte del entramado suprasensible cósmico y lo articulan y lo armonizan, y no en dioses exotéricos como el vulgo así lo percibía.

Así, por lo tanto, se podía ubicar a Jenófanes como un filósofo metafísico (y no como un teólogo) de su época.

Para aclarar el crisol de términos relacionados con la metafísica griega de índole indoeuropeísta, Eduard Alcántara expresa que:

el Ser Supremo Incondicionado se manifiesta, primeramente, a través de fuerzas o numens que en momentos dados (en épocas y tradiciones diferentes) fueron caracterizados  –en modo mayoritario- de manera antropomórfica. Así el hombre empezó a hablar de dioses y de esta manera no sucedió que el vulgo devoto cayera en el olvido del hecho de la existencia de la Trascendencia, pues el Conocimiento del Ser Supremo y la Identificación con el mismo sólo están al alcance de unos pocos que ostentan una aptitud o unos impulsos proclives a la transformación real interior, pero la mayoría hubiera dado, por completo, la espalda a lo Espiritual si no se le hubiera hecho más fácil de ´entender´ y ´contemplar´ lo Trascendente gracias a la existencia de divinidades con forma; formas que se diferenciarán para cada etnia y/o cultura con el fin de que se adaptaran mejor a sus respectivos  parámetros existenciales, a sus sensibilidades y a sus idiosincrasias.

En síntesis, hay que considerar el Principio Supremo como origen de todo el Cosmos y sin condicionamiento de ningún tipo (p.ej., de forma antropomórfica) siendo las fuerzas sutiles (que de él derivan) una característica propia del mundo manifestado y trascender hacia una visión metafísica-esotérica que está muy lejana de aquella visión exotérica-religiosa acaecida desde el punto de vista del vulgo.

Hay otros autores que propagaron el monoteísmo de Jenófanes, pero en mi opinión personal está fuera de lugar. El monoteísmo (ligado después al ateísmo) surgiría con el cristianismo y con las religiones monoteístas (judía, cristiana e islámica).

El monoteísmo, sin ningún tipo de vacilaciones. no estaba asentado, ni mucho menos, en la cultura popular del pensamiento griego. Es cierto que hay pensadores relevantes como Jenófanes que postulaba un dios moral, único y todopoderoso, una fuerza unificadora, formador del mundo, pero que defendía a su vez la diversidad dentro de la unidad, pues Jenófanes cita a Dios como “el más grande entre los dioses y los mortales”.

Puede que haya referencias literarias o filosóficas de la idea de un solo Dios, pero es una referencia general como unidad, denominada Theo (Dios) sin indicar un nombre concreto (Zeus, Poseidón, etc.)

Por otra parte, hay que matizar que los griegos no se definieron a sí mismo como politeístas. La palabra politeísta la inventó Filón de Alejandría, filósofo cuya religión de origen fue judía. Una religión politeísta se caracteriza por la pluralidad de fuerzas divinas y de cultos. La diversidad de dioses no era contradictoria con la idea de unidad de lo divino.

En el siglo VI a.C. se produce la transición del mito al Logos, es decir, el paso del pensamiento mítico al racional. Destacamos al panteísta Tales de Mileto (624 a. C.- c. 546 a. C, aproximadamente), que atribuía “alma” a todo lo que pertenecía al Cosmos (minerales, vegetales, animales, personas), siendo para él “lo que anima”, lo que es causa del movimiento. Así surgiría la filosofía, el debate y la crítica.

Los atomistas como Demócrito (S. V-IV a. C.) intentaron explicar el mundo de una manera puramente materialista, sin referencia a lo místico o espiritual. Entre otros filósofos presocráticos que probablemente tenían opiniones ateas se incluyen a Pródico de Ceos y Protágoras. Protágoras de Abdera (485 a. C.- c. 411 a. C) fue el primero que se llamó sofista y fue acusado de ateísmo y tuvo que abandonar Atenas. El propio Protágoras declaró: de los dioses no puedo saber si existen, ni qué forma tienen. En efecto, son muchas las dificultades que obstaculizan tal conocimiento, como la imposibilidad de recurrir a la experiencia sensible, y la brevedad de la vida.

Diágoras de Melos,  también filósofo sofista  griego del siglo V a.C, se llevó de hecho la mala fama del primer “ateo” en la Grecia clásica, y es citado como tal por Cicerón en su De Natura Deorum.

El atomista y materialista Epicuro (341-270 a.C.) disputó muchas doctrinas religiosas, incluyendo la existencia de un más allá o una deidad personal; consideró el alma puramente material y mortal. Aunque el epicureísmo no haya descartado la existencia de dioses, él creía que, si existieran, ellos estaban despreocupados con la humanidad. Pero Platón en su libro Leyes argumenta muy bien sobre estas cuestiones y respondía con maestría estos pensamientos que causaban malestar en la sociedad.

Conforme la sociedad griega asentaba nuevos ramales filosóficos, destacaría a Carnéades de Cirene, que dirigió la Academia de Platón en el siglo II a.C., y que consideraba «la creencia en dioses como algo ilógico». El filósofo formuló contra la prueba teleológica de la existencia de Dios, inclinándose como un escéptico pues postuló que era imposible un conocimiento auténtico, sino una probabilidad.

Destacaría, sin lugar a dudar, el ejemplo de la importancia del tejido religioso en la antigua Grecia en la organización en torno al culto de Eleusis, como motor político que impulsaba el ideario griego.

La profanación de este culto supondría un delito de asebeia (impiedad) porque más allá del terreno religioso sus tentáculos se extendían a la esfera política y social.

La religiosidad en torno a Eleusis daba, principalmente, mucha importancia a la ritualidad y a la práctica religiosa. Había un profundo respeto hacia los misterios de Eleusis y transgredir sus tradiciones suponía romper con los moldes socio-político de la sociedad.

Es bien conocido que Esquilo (525 a.C.- 456 a.C.) fue juzgado por haber revelado los secretos de los Misterios de Eleusis en una de sus obras. Cabe destacar, que su defensa se fundamentó en una falta de intencionalidad, debido a su ignorancia sobre el rito.  Fue finalmente absuelto precisamente por declararse ignorante.

Básicamente había que preservar los valores cívicos de la comunidad entre los ciudadanos de las polis. Si se vulneraba dichos valores, el individuo le daba la espalda a la sociedad, y el poder político podía tomar las medidas pertinentes, desde el destierro hasta la pena de muerte. Por lo tanto, poder político y poder religioso era el mismo corpus, pues las magistraturas políticas ejercían poder en el campo religioso, teniendo como fin la defensa de las tradiciones religiosas y el respeto al estado social. El aviso principal para el ciudadano era claro y conciso: se desgranaba los valores éticos y morales de la comunidad con una misma creencia. En otras palabras, si un ciudadano vulnerase los valores o cualquier actividad relacionada con el rito, sería castigado, siendo el tipo de delito la asebia, en sus diferentes grados y acepciones.

Los motivos de asebia eran muy heterogéneos, pues no sólo se refería a romper una estatua o profanar un templo, sino que también se utilizaba el término para acusar a un ciudadano por no creer en los dioses, o que enseñaban otras áreas del conocimiento fuera de los parámetros dictados por las polis, como por ejemplo el caso de Sócrates, donde Meleto (poeta trágico del siglo V a.C.) le acusó por investigar sobre las cosas del subsuelo así como las cosas celestes. Meleto creía que Sócrates incurría en delito y traspasaba las líneas marcadas por la sociedad ateniense. (Plutarco. Ap.19b)

Sin embargo, existen casos en la segunda mitad del s. V a.C. como el caso de Diágoras de Melos (465- 410 a.C.), también conocido como el ateo, según Diodoro Sículo fue acusado por profanar los Misterios y condenado a muerte en Atenas, aunque murió en el exilio.

En suma, y sin entrar en profundidad, el pensamiento ateniense preservaba el mundo religioso, cuyo canal de transmisión más poderoso era la política y que, junto a la Tradición,  formaban un triángulo equilátero en pro de la comunidad. Así, se evitaría que la comunidad entrase en una crisis o cuestionara los conceptos del bien, la justicia, la verdad, etc. que fue, precisamente, lo que Sócrates quiso discutir a la política ateniense. Pero, la historia griega está llena de grietas, y ya en la segunda mitad del siglo V a. C. fue una época agitada donde las convulsiones sociales y políticas estaban al orden del día con temas relacionados con las creencias de fe, conspiraciones políticas, desprecio a los valores, etc. Sólo hay que analizar los acontecimientos tras la cruenta y devastadora Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), como las polis pertenecientes a la Liga de Delos comandada por Atenas perdieron su esplendor y hegemonía y cayeron en un gobierno oligárquico mucho más sangriento: el gobierno de los Treinta Tiranos. Bajo este gobierno, destacamos a Critias (discípulo de Sócrates y pariente de Platón) y un ateo declarante que solidificó un sistema antidemocrático. Probablemente, durante este periodo la brújula religiosa oscilaba entra una nueva reforma social política y la confusión. Más adelante, con la entrada en el poder de Alejandro Magno (S. IV a. C.) el núcleo religioso se diseminaría con otros movimientos religiosos y finalizaría con la entrada de la primera globalización del mundo occidental. Cabe destacar que durante el periodo helenístico se iría modificando la vida helénica hacia una nueva apertura al influjo oriental y a un confuso y desorientado sincretismo que sepultó al modelo tradicional griego pasando definitivamente a la conquista romana, testimoniando con ello una pérdida del sentimiento religioso griego, el cierre definitivo de una etapa y el comienzo de otra religión apartada de la ciudad y los lazos políticos.

Con este nuevo panorama, el hombre, en general, se planteó otros horizontes religiosos, otra perspectiva a su existencia y, no menos importante, encontrar su lugar en el mundo. Indudablemente con otro rumbo a lo desconocido la percepción del hombre comenzaría con otros planteamientos éticos-religiosos bajo un marco globalizado y cosmopolita donde la metafísica, por ejemplo, se había enterrado para preocuparse del problema de la conducta humana. Con la muerte de Alejandro Magno, la sociedad griega entró en diferentes estadios de inseguridad e incertidumbre a pesar de que surgieron dos escuelas notables como el estoicismo y el epicurismo. Con el epicureísmo, por ejemplo, se daba solución, precisamente, al problema de la felicidad. Los epicúreos anhelaban la paz consigo mismos desarrollando un método que huía de la tristeza, la melancolía, la angustia y las preocupaciones diarias que llegaban a apesadumbrar al ser humano en este periodo. Con el estoicismo, destacamos a Epicteto (50-135 d. C.) que expresó «A propósito de la religión para con los dioses, sábete que lo principal es tener respecto a ellos opiniones justas: se ha de considerar que existen y que lo gobiernan todo según el orden y la justicia, y además hay que rendírseles con obediencia y someterse a ellos en todos los sucesos, aceptando de buen grado cuanto ocurra, puesto que representa el cumplimiento de los más elevados designios.» Epicteto condenaba el ateísmo y la negación de la divina Providencia.

Con la caída de los valores tradicionales griegos, Atenas y Esparta irían perdiendo poder y solemnidad religiosa, y el espíritu de antaño terminaría su ciclo de existencia dando paso un flujo de corrientes individualistas que rechazaban la religión olímpica, aunque, es cierto, que seguía manteniéndose cultos importantes como lo fue Eleusis. Pero, concretamente, Eleusis tuvo que competir con otros estándares de creencias como fue la de Isis, Serapis, Attis, por mencionar algunos ejemplos. De Serapis se puede destacar que representaba ese nuevo sentimiento religioso, uniendo la cultura greco-egipcia bajo el mandato de Ptolomeo I, vinculando con ello Grecia y Egipto. Así, Eleusis pasaría a ser un culto mistérico subterráneo, de segunda clase. De este modo, y de manera gradual y paulatina, la clase social más representativa (media-baja) les faltó un basamento seguro y sereno para su vivir cotidiano. Al no encontrar un refugio espiritual ni tampoco poder alcanzar el entendimiento de una filosofía elevada como la de Platón (la escuela de Platón continuó la obra filosófica y la Academia sobrevivió hasta el siglo I a. C) o la de Zenón de Citio, fundador del estoicismo, buscaban apoyo en otras creencias religiosas que les garantizaban una promesa de mejor vida después de la muerte, aunque para muchos le surgiera nuevos temores: el temor al más allá, la angustia del juicio tras la muerte, entre otras inquietudes y zozobras.

A través de este texto, se ha comprobado que desde la antigua Grecia, desde un enfoque espiritual-metafísico, el hombre a través de los diferentes periodos entraría en un proceso de decadencia, pues, básicamente, había abandonado la experiencia directa y sublime de lo Trascendente para sustituirla por otros métodos más caviloso y racional-científico creado por la mente humana, encontrándose ésta en otro plano diferente al del espíritu. La iniciación, como vía elevada, habría quedado anulada en la postrimería cercana al periodo romano y nunca pudo mantener el Ser como lo Eterno y Trascendente. Así, los misterios dionisiacos, apolíneos, eleusinos fueron apagando su fuego eterno para pasar a otra realidad más mundana y terrenal, la filosofía discursiva y especulativa y canalizar mentalmente la idea de ateísmo, pecado y sufrimiento.

Fuentes:

Bruit Zaidman L. “La religión griega en la polis de la época clásica”. Editorial AKAL (2002)

Fernández Monterrubio, M. “Testimonios de divinidades no griegas en las inscripciones micénicas”. Departamento de Ciencias de la Antigüedad y de la Edad Media Universidad Autónoma de Barcelona. (2014)

Eliade, M.  “Historia de las creencias y las ideas religiosas: de la Edad de Piedra a los Misterios de Eleusis” Vol. I. Editorial PAIDOS.

Ríos, E.J. “La naturaleza del mito más allá de la mitología griega”. Vol I. Semper Eadem Ediciones.

Copleston, F. “Historia de la filosofía”. Tomo I. Editorial Ariel.

Abbagnano, A. “Historia de la filosofía” Vol 1. Hora S.A. (1994)

DICCIONARIO AKAL DE FILOSOFÍA

Fuentes/Internet:

La concepción panteísta. Recuperado de: http://www.armandfbaker.com/book/chapter_1.pdf

Sobre Jenófanes. Recuperado de: https://www.uv.es/~japastor/jenofa.htm

Tradición y metafísica. Recuperado de: https://septentrionis.wordpress.com/2015/07/18/numen-numina/


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Crítica sobre «Troya: La caída de una ciudad»

La serie “Troya: La caída de una ciudad” ha sido una de las apuestas que Netflix ha ofrecido en su plataforma para sus clientes. El proyecto ha sido producido por la prestigiosa cadena inglesa BBC con 8 episodios que gira en torno a la figura de Paris, que descubre su verdadera identidad, a Helena de Esparta y a la caída de Troya.

La serie es una estafa, una sarta de mentiras con un producto de calidad pésimo y de mal gusto. Una serie que deja insatisfechos a los amantes de la cultura griega y en estado de shock a los lectores de Homero. No se la recomiendo a nadie. Para los más puristas, ni intenten de visionarla, pues vuestra sangre ardería en el Tártaro.

Para empezar, han buscado una épica y una presentación con un presupuesto bajísimo, comparado con “Juego de Tronos”, “Roma”, “Vikingos”, entre otras. Por lo tanto, se parte de un presupuesto de segunda línea. Después, no han sido fieles a los textos homéricos, pecando de inexactitudes y de falta de rigor en su presentación. Han envasado la Ilíada con la tendencia modernista de hoy día. Es una serie que está al mismo nivel que la basura cinematográfica de “Troya”, la película de Brad Pitt. En esa película, la figura de Aquiles está tergiversada y manipulada intencionadamente, fiel a los principios de inmundicia de la meca de Hollywood.

Destaquemos los gravísimos errores de la serie:

  • Zeus, Aquiles, Patroclo, Néstor y Eneas son de raza negra. Han “maquillado” a los dioses y héroes y lo han globalizado para que encajen en nuestra sociedad. Lógicamente no me refiero que moleste por temas raciales, sino por las imprecisiones culturales, raciales y mitológicas que suponen estas diversificaciones. Entiendo que hay que vender la serie, a nivel internacional, pero han tocado la “tecla” incorrecta.
  • La homosexualidad de Aquiles y Patroclo, un clásico que empezó en el cine y eso vende mucho, muchísimo. Pero esta vez, en los tiempos modernos que vivimos, han añadido un nuevo elemento, acorde a la tendencia actual: hacer un trío en una playa exótica con Briseida, la esclava de Aquiles. ¿Dónde está entonces la homosexualidad de ambos? Después de que un oráculo obligara a Agamenón a renunciar a Criseida, el rey ordenó a sus heraldos que tomasen a Briseida, esclava de Aquiles como compensación. Aquiles se ofendió por este embargo y, como resultado, se retiró de la batalla, a la que no regresaría hasta la muerte de Patroclo. En cuanto a la orientación sexual, en la obra homérica no existe ninguna mención homosexual entre Aquiles y Patroclo de manera directa, clara y concisa. Los dos héroes tienen una amistad profunda y extremadamente significativa, pero la evidencia de un elemento romántico o sexual es equívoca. La Ilíada describe a ambos héroes como «compañeros de guerra» no sexuales. En el canto IX de la Iliada se presenta a Aquiles y Patroclo durmiendo cada uno con una mujer, Aquiles con Diomeda y Patroclo con Ifis, mujer que, por cierto, el propio Aquiles entregó a Patroclo. ¿Dónde está la homosexualidad?
  • La falta del retrato de cada personaje. No te identificas con ellos, no están bien trabajado a nivel psicológico. Se salva Ulises y el padre de Héctor, Príamo. Es horrible la interpretación de Helena, sin palabras. En general, la interpretación es cutre y no empatizas con ningún personaje.
  • El guion es de segunda mano, una versión para los tiempos decadentes que estamos atravesando, un instrumento desafinado y mal compuesto.
  • Por falta de presupuesto la puesta de escena de los dioses es secundaria, sin actuar de manera directa con los héroes. La relación héroe-dioses es fría, distante y sin aliciente alguno. En la obra homérica la presencia de los dioses es opuesta a la de la serie.
  • Las batallas no son espectaculares, por la falta de presupuesto mencionada anteriormente.
  • La química es inexistente entre Paris y Helena, esa frialdad no se entiende, pero bueno, es normal no se han leído las fuentes originales para crear la serie.

La serie en sí es un castigo para los amantes de la cultura griega, sin tensión, con una dirección a nivel de aficionados, una coctelera llena de mentiras y manipulaciones. Se puede realizar una serie de bajo presupuesto, pero lo más fiel posible. Han sido ocho episodios insoportables, ocho episodios manipulando los textos homéricos.

Desmintiendo los mitos que salen en la serie:

  1. En la serie cuenta que fue Aquiles quien perpetra el asalto a la ciudad de Troya, disfrazado, para hablar con Helena y tejer un plan de conquista en caso de que ella no regrese a Esparta. En las fuentes originales, es Ulises el que se disfraza de mendigo para adentrarse en Troya.
  2. Eetión, padre de Andrómaca, muere a manos de Aquiles, pero los troyanos le hacen una ridícula exequias funeraria con el sacrificio de…¡un caballo! El rito funerario a nivel patriarcal estaba lleno de excesos, no escatimaban en gastos y en sacrificios. Pero, de todas formas, el mito es falso porque en realidad, Aquiles mata a Eetio y es el propio Aquiles quien lo entierra por temor religioso.
  3. Pándaro es un personaje de ficción que sale en la serie, como otros muchos. No voy a entrar en detalles de los múltiples personajes de ficción que no están en el mundo homérico. Otros personajes inventados por la serie: Telémono y Atio. Por lo tanto, todo lo que se relata de la historia de ambos, conectado al ciclo troyano, y relacionado con los episodios de la serie es mentira, lógicamente.
  4. Paris muere en el campo de batalla, pero en la serie muere en sus aposentos a mano de Menelao, bajo la indiferencia y fría mirada de su esposa Helena. El personaje de Paris lo presentan como débil, inseguro, temeroso y propenso al suicidio. Otro invento más de la BBC.
  5. Helena vuelve con Menelao. Abre las puertas de Troya y casi siempre juega a dos bandas en la serie, para darle más emoción e impulso a la trama. La interpretación de Helena es horrible y no es fiel al mito, pues Helena, al morir Paris en el campo de batalla, se casa de nuevo con un hermano de Paris (Deífobo) y lo mata delante de Menelao, por eso, Menelao la perdona.
  6. En cuanto al nacimiento de Alejandro fue Andrómaca, su madre, la que tuvo el sueño revelador de la maldición de su hijo y no Casandra.
  7. La puesta de escena de los dioses es ridícula, distante, sin conexión directa con los héroes de cada bando. En la serie, el mito de la famosa manzana de la discordia es ridículo, una parodia absurda y fuera de lugar. En general, la participación de los dioses nunca es relevante. ¿Qué puede pensar Homero de la serie? Vergüenza. ¿Qué pueden pensar los héroes de la serie? Pensarán que cuando pasen mil años por delante, ellos seguirán reinando las constelaciones y que nadie hablará de esta serie ni de nosotros.
  8. La serie enfoca con luz propia a las amazonas. Destacan con un papel en la serie. Es cierto que en la obra homérica la mencionan, pero no tienen un papel vital como en la serie. Es verdad que cuenta la leyenda que Aquiles tuvo un combate directo con Pentesilea, reina amazona. Pero de este combate, en la obra de Homero no hay rastro alguno. No es una invención de la serie, pues dicho combate se menciona en un poema perdido titulado “Etiópida”, narrando la breve participación de las amazonas en la guerra de Troya, casi un siglo después de la obra homérica. Sobre Etiópida: pinchar aquí.

Aquiles, junto a Zeus. Fuente: hipertextual.com

Vamos a tratar el tema racial con sumo interés, pues he visto en muchos foros que es el tema más conflictivo.

¿Por qué Zeus no puede ser negro? ¿Por qué los héroes de Homero no son negros?

Los rasgos fundamentales de la religiosidad griega fueron propios de todos los pueblos de lengua indoeuropea que nos proporcionaron un arquetipo de su espiritualidad. Si nos remontásemos a Zeus como figura indoeuropea, como el “Padre Celeste”, afortunadamente, podemos encontrar rasgos que nos permiten remontarnos más profundamente al mundo griego, zambullirnos en lo más profundo para alcanzar una originaria religiosidad con sello indoeuropeo. Concretamente, en Grecia, es posible identificar aquellos elementos y atributos espirituales necesarios para comprender la religiosidad indoeuropea en sus picos más elevados. Gracias al pueblo griego se refleja en aguas puras y cristalinas unos de nuestros legados más hermoso, donde podemos contemplar con orgullo y alegría el espíritu primigenio impregnado en sus expresiones más puras.

El estudio sobre la religión micénica (aprox. 1580-1150 a.C.) se basa casi por completo en las excavaciones e investigaciones arqueológicas. Bajo esos resultados, la comunidad científica llegó a la conclusión de que había afinidad entre la religión micénica y la cretense.

Si nos basamos en las tabillas halladas en Pilos, se leen los nombres de los dioses, bien conocidos por nosotros, de la religión posterior de los griegos: Zeus, Hera, Poseidón, Ares, entre otros. La conclusión fue que, a pesar de que el panteón de los dioses del Olimpo no comenzó a crearse en la época micénica, sí existió los primeros vestigios de una estirpe de dioses destacando la presencia de nombres divinos de origen indoeuropeo en el mundo micénico, poniendo de manifiesto que la religión micénica no provenía completamente de la minóica o cretense, aunque sí compartían algunos rasgos comunes. Por lo tanto, el sincretismo de elementos indoeuropeos y micénicos lo tenemos bien atestiguado en algún caso como es el del culto de la Madre Tierra, o el culto a Zeus, con un nombre de claro linaje indoeuropeo y no de procedencia africana.

Otros rasgos fundamentales de dicha semilla indoeuropea de la que Homero es un perfecto canalizador de tradiciones, son las relaciones entre hombres y dioses, pues éstas no eran relaciones incompatibles y dioses y hombres no estaban tan alejados. Como ya sabemos, los dioses son superiores e inmortales, y los hombres de estirpes selectas (Aquiles, Agamenón, Heracles, entre otros) pueden vanagloriarse por su linaje de una afinidad con los dioses. ¿Y por qué esa conexión hombre-dios tan estrecha en el mundo griego? Se basa, fundamentalmente, en que ambos están ligados a los mismos valores, a la verdad y a la virtud, tal como Platón expresa reiteradamente en sus Leyes (X, 889).  Por otra parte, tenemos que destacar que los griegos tuvieron siempre clara la finitud del hombre ante la infinitud de la divinidad, así como la relación de dependencia de los hombres con los seres divinos. Un ejemplo sería el oráculo “Conócete a ti mismo”, inscrito en Delfos, en el Templo de Apolo. O como bien destaca Píndaro en la quinta Oda Ístmica: “no intentes nunca llegar a ser Zeus”. En la serie hay un vacío entre el héroe y los dioses, fiel reflejo de la actual sociedad que ha dado la espalda a lo Sagrado, a lo meramente espiritual.

Del pueblo griego emanaba siempre la herencia de aquellos siglos de historia de cada uno de los pueblos que representaba la gran Hélade, en la que el alma indoeuropea se expresaba en toda su magnitud, queriendo con ello conservar unas tradiciones rica y pura. Un ejemplo ilustrativo sería la nobleza que se plasma en la Procesión de las Panateneas del friso del Partenón. Así, para aprehender la mentalidad originaria de la religión griega era muy necesario inmortalizar sobre el friso del Partenón las tradiciones más arraigadas de un pueblo con sello indoeuropeo, de aquellos verdaderos helenos, llegados desde Europa Central durante el Neolítico y la Edad del Bronce. En otras palabras, desde Homero, Hesíodo, pasando por Píndaro, sin olvidarnos de Esquilo y Sófocles tenían presentes la religiosidad de sus antepasados con el único fin de aprehender el sentido de la vida religiosa indoeuropea.

En los foros en los que se debate sobre el tema racial, he visto que han incluido a los etíopes como claro ejemplo de que hubo héroes de raza negra y que, de algún modo, de ahí se explica la hipótesis de la mezcolanza de raza negra con los aqueos, de esta manera se justifica que la serie no haya visto agravio alguno en destacar a Aquiles o a Patroclo como de raza negra. En primer lugar, la raza negra no componía los pueblos que representaban la gran Hélade, tal como he desarrollado en líneas anteriores, por lo tanto, los dioses no eran negros ni tampoco se mezclaban culturas y etnias de otros pueblos durante la época homérica. En segundo lugar, resulta difícil situar a Etiopía en un enclave geográfico debido a las contradicciones de los textos griegos antiguos, existiendo diversas interpretaciones de donde se hallaba realmente Etiopía según que texto se consulte. Para unos autores Etiopía estaba en Israel, para otros en el Alto Nilo. Así que no podemos divagar con este tipo de inexactitudes. Por otra parte, hay una mención de un rey de Etiopía, Memnón, que cuenta que se alió con los troyanos para la defensa de Troya y que murió a manos de Aquiles, pero dicha muerte se relata en la Etiópida, escrito después de la Ilíada. En la serie, lógicamente, Memnón no aparece, pues es más fácil hablar de  Aquiles, Patroclo, Ulises que de Memnón, personaje menos conocido.

Para cerrar el debate, destaco una célebre frase de Miguel de Cervantes: La historia, testigo de lo pasado, es cosa sagrada, porque ha de ser verdadera.

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Geras, la personificación de la vejez

Geras, detalle de vasija ateniense, 480 a. C.–470 a. C.

La vejez ocupa un lugar especial en nuestras vidas, un eslabón importante en el desarrollo de la misma, pero en nuestra sociedad, nos hemos empecinado en darle la espalda pues pensamos que la vejez queda lejos y que no es un problema del presente. Sin embargo, día tras día, estamos descuidando una etapa que puede ser plena, aunque la sociedad haya decidido olvidarla. Nos preocupamos en cotizar para tener una pensión en nuestra anhelada jubilación, pero hemos dejado de lado el ingrediente principal para pasar una vejez digna: la humanidad. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos que la senectud va ligada a los padecimientos a nivel físico y mental. No queremos envejecer porque, entre otras cosas, creemos que en la juventud están todas las alegrías, la hermosura nos arranca las sonrisas y el amor nos rodea por doquier. Hemos cerrado esa época en la que los padres morían en casa, acompañados de sus hijos y nietos, dándoles el último adiós y las gracias por haber transmitidos los valores de la vida, por darnos una educación, una vida, una carrera universitaria, por habernos alegrado nuestros momentos en los días de fiestas, en las navidades, por habernos secados nuestras lágrimas en los momentos más dolorosos de nuestras vidas. Los padres han estado ahí, para lo bueno y para lo malo.

Podemos distinguir varios aspectos en nuestra actual sociedad que no queremos aceptar: el miedo a la vejez (por los padecimientos que la acompañan) y el poco respeto a la ancianidad.  Y hay está la otra cara de la moneda:  la juventud. La juventud es la única edad dorada valorada por los medios de comunicación, de hecho, los famosos no quieren envejecer e instan a las visitas continuadas a las clínicas de rejuvenecimientos, que, por cierto, los presupuestos son elevadísimos y fuera del alcance de muchos. Es cierto que en la juventud se encuentran muchas de nuestras primeras alegrías, pero esa juventud se va como una brazada, lo que dura un sueño en la noche, porque lo que después viene es enfermedad y carencia de autonomía. Hoy día los medios de comunicaciones enaltecen la hermosura de la juventud y los cuerpos apolíneos.

La actual sociedad no dista mucho del pensamiento de la antigua Grecia. Un breve recorrido nos hace reflexionar que hoy día, lamentablemente, seguimos sin avanzar en el aspecto humano.

En la mitología griega Geras era la personificación de la vejez y era compañero inseparable de Tánatos, la muerte. Su opuesta, lógicamente, era Hebe, la diosa de la juventud. El equivalente de Geras en la mitología romana era Senectus.

Geras se le representaba como un hombre encogido y arrugado y posteriormente, como una triste mujer apoyada en un bastón y con una copa que mira a un pozo donde hay un reloj de arena, alegoría del poco tiempo que le queda de vida. Algunas vasijas del siglo V a. C. muestran una escena de Geras con Heracles. Al perderse el relato que pretendían plasmar se ha interpretado como una alegoría de la victoria del héroe sobre la vejez (Heracles murió joven) en las vasijas en las que se le pintaba manifiestamente superior a Geras e incluso asiéndole de los cabellos; o como un intento del héroe de conocer qué era hacerse viejo (en una vasija en la que ambos aparecen hablando en posición de igualdad).

Los dioses respetaban a Geras, pues querían recibir sus honores y valoraban la experiencia que aportaba la vejez, por eso le permitían morar en el Olimpo. También se le veía como el que ponía punto final a las tiranías y los hechos injustos que Geras hacía que no fueran eternos. Sin embargo, sus lógicos efectos de debilidad y decadencia eran temidos y aborrecidos por todos.

Algunos autores afirman que cuando Zeus castigó a los hombres enviándoles a Pandora, la primera mujer, quiso extender su maldición y envió con ella a Geras.

Hesíodo (Teogonía 223-225) concibe la vejez como una fuerza o divinidad, hija de Noche y hermana de Engaño, de Afecto, y de Discordia, es decir, nace junto a fuerzas contrarias, lo cual pudiera reflejar que, para este autor, ella participa del bien y del mal: por un lado, la bondad de toda una vida; por otro, el debilitamiento atroz que consume.

Afrodita, diosa del amor y enaltecimiento a la belleza física (Himno a Venus, 246) recalca con énfasis: “también los dioses aborrecen la ancianidad”.

Este doble valor de la vejez, su paradoja, se ve ejemplificado en la historia narrada en el “Himno homérico a Afrodita” (Himnos homéricos 5, 218 y ss.), donde la diosa Aurora se enamora del apuesto Titono y por ello le ruega a Zeus que lo haga inmortal. El dios accede a la súplica, pero ella olvida pedir también para él la juventud eterna. Cuando a Titono le brotan las primeras canas, Aurora se aleja para siempre y éste es colocado en una alcoba donde envejecerá eternamente. Esto es, si bien los dioses son inmortales, lo son en una determinada edad (dependiendo de lo que representen), por ejemplo, Eros es siempre niño, Afrodita, joven, y Zeus, anciano, por lo que la vejez de los mortales les es totalmente ajena e incluso despreciable.

Si bien la vejez de Titono es rechazada, también la ancianidad es defendida por dioses y héroes: en la Ilíada (canto I) Agamenón ultraja al anciano sacerdote de Apolo, Crises, ordenándole abandonar el campamento; Apolo se venga provocando una gran mortandad. Es decir, el ultraje a un anciano le provoca ira al dios (con mayor razón si se trata de su sacerdote) porque, aunque Crises no tiene las cualidades de los héroes de la guerra de Troya, sí cumple una función importante en ella. Asimismo, el respeto hacia la vejez está expuesto en la escena del encuentro entre Aquiles y Príamo, padre de Héctor, también en la Ilíada (XXIV, 503-6), cuando aquél acepta devolver el cuerpo de su hijo ultrajado por él mismo.

Además, según estos textos homéricos, en la época existía un orden social en el que los ancianos de las familias más ricas ocupaban puestos privilegiados, manteniendo importantes cotos de poder, como el Consejo de Ancianos que participaban activamente en el desarrollo de los centros rurales.

Así mismo, Platón idealiza la vejez, por ejemplo, en la República cuando se alude a unos versos de Píndaro: «porque él (Píndaro), graciosamente dijo que el que ha llevado una vida con justicia y con religiosidad: ‘una dulce esperanza lo acompaña, el corazón le alienta y su vejez alimenta’.» (I. 331a).

Si echamos un vistazo a las obras de Eurípides podemos ver también alusiones a la vejez. Así, un anciano expresa: “Nosotros los viejos no somos más que fantasmas, una apariencia, y vagamos como visiones de un sueño; no tenemos ya inteligencia, aunque presumamos de muy avisados” (Eolo, 18).

Aristóteles (Retórica II, 12, 13) detalla la calidad humana de los jóvenes siendo siempre bondadosos, mientras que los ancianos son descritos con los más negros trazos; los viejos, en efecto, se hallan desesperanzados por su mucha experiencia, lo que ven es casi todo malo, y lo que sucede va de mal en peor. Se solía hablar de los viejos sin ningún respeto. Sófocles dijo: “La inteligencia se ha apagado, la acción es inútil y, por si fuera poco, preocupaciones hueras” (Scyrae, 4).

Hay que recordar que, por otra parte, Platón defiende la idea de que los gobernantes deberían ser filósofos, para lo cual no se necesitaba ni la belleza ni la fortaleza de la juventud, sino más bien, la experiencia y moderación de la vejez. Sin embargo, también él, que vivió 80 años, pensaba que la enfermedad era una vejez prematura y la vejez una enfermedad permanente.

Enlaces de interés:

Referencias:

  1. Wikipedia
  2. Salamanca

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La Estigia

Esta brota sólo de aquella roca, como gran castigo para los dioses. El que de los inmortales que habitan la cumbre del nevado Olimpo, vertiéndola, hace un falso juramento, yace tendido sin aliento hasta que se cumple un año; y no puede acercarse a la ambrosía, néctar ni alimento alguno, sino que yace sin respiración y sin voz en revestidos lechos, le cubre un sopor maligno. Luego, cuando termina la gran enfermedad al cabo de un año, otra prueba más difícil sucede a la anterior. Está apartado de los dioses que siempre existirán durante nueve años, y no asiste nunca al consejo ni a los banquetes durante nueve años; al décimo, de nuevo interviene en las asambleas de los inmortales, que habitan las mansiones del Olimpo. Pues tal juramento lo hicieron los dioses por el agua imperecedera de la Estige dice según algunos. Hesíodo en la Teogonia (792-805)

Gustave Doré: La travesía del Estigia (La Traversée du Styx, 1861).

La Estige, igualmente río de los Infiernos, se presenta después del Aqueronte a los que llegan a los lugares inferiores; diferentes autores creyeron que ella nació de distintos padres. Así, Hesíodo en la Teogonía (776-9) cuenta que la Estige nació de Océano en estos versos: La terrible Estige, hija mayor de Océano, que fluye en sí mismo. Lejos de los dioses habita un espléndido palacio, con techo de grandes rocas, con columnas de plata alrededor de toda ella fijadas hasta el cielo.

 En la Teogonía de Hesíodo la ninfa Éstige aparece como la hija de Tetis y de Océano, pero en general, Éstige aparece identificada con uno de los ríos del Tártaro; es la corriente tenebrosa que amenaza a los violadores de los juramentos. Según cuenta otra versión, Éstige fue la primera gran aliada de Zeus en su batalla contra los Gigantes y agradecido Zeus por su fiel colaboración hizo a Éstige la guardiana absoluta de los juramentos solemnes. De esta manera, Éstige se ocupaba  tan sólo de los juramentos de los dioses. Según Hesíodo, Éstige habita lejos de los dioses en un palacio que coronan rocas elevadas, sustentado por columnas de plata. De tarde en tarde recibe la visita de Iris, la mensajera de Zeus, que viene a buscar el solemne juramento de los dioses; esto supone que hay un conflicto entre los inmortales y Zeus decide resolverlo sometiendo a juramento a los querellantes. Según la tradición Iris recoge agua del manantial helado de Éstige y la lleva al Olimpo en una jarra de oro. Aquel de los dioses que utilice este líquido mágico para apoyar un perjurio sufrirá un castigo terrible: durante un año se verá privado de la respiración y tampoco tendrá acceso al néctar ni a la ambrosía; en los nueves años siguientes habrá de vivir lejos del Olimpo, sin participar en sus asambleas no en sus banquetes.

«¡Hombres ignorantes, ofuscados para prever el destino de lo bueno y lo malo que os acucia. También tú,
efectivamente, por tus insensateces has causado un desastre irreparable. Sépalo, pues, el agua inexorable de
la Estigia, por la que los dioses juran. Inmortal y desconocedor por siempre de la vejez iba a hacer a tu hijo, e
iba a concederle un privilegio imperecedero. Mas ahora no es posible que escape a la muerte y al destino
fatal» (Himno a Deméter)

 Homero en el libro V (184-6) de La Odisea reitera la idea desplegada por Hesíodo: Ahora sepa esto la tierra y el ancho cielo desde arriba y el agua que huye de la Estige, éste es el mayor y más temible juramento para los dioses bienaventurados.

Platón en el Fedón (113b-c) demostró no sólo de qué modo fluye la Estige en los infiernos sino también qué color tiene; El cuarto cae primero en un lugar terrible y agreste, según se dice, con un color en total como el lapislázuli al que llaman Estigio; y a la laguna, que forma el río al desembocar, Estige. Este río, puesto que fluye bajo tierra y tiene un agua muy desagradable, se consideró que bajaba hasta los infiernos y que era el río de los lugares inferiores, el que por lo desagradable fue llamado Estige, como si fuera stygeros, lo que para los griegos significa odioso. Se dice que en este río así como había otros muchos seres monstruosos, así también peces delgados hasta tal punto que parecían semejantes a sombras de peces más que peces, según dice Pausanias en Los asuntos de Fócide (X 28,1). Aquí eran negros todos los animales y negras las ranas, como dice el poeta (Juv. II 149-51): Hay algunos manes y los reinos subterráneos y la pértiga y negras ranas en el torbellino estigio y tantos miles atraviesan el vado en una sola barquilla.

Es muy común también encontrar referencias sobre la Estigia en los epigramas funerarios griegos:

Si el cruel destino permitiera redimir las almas y la salvacion

de otros pudiera ser rescatada con la muerte, todos

los dias que mi vida tiene destinados de buen grado los

 daria a cambio de tu vida, Homonea querida. Mas ahora,

en lo que pueda huire de la luz y de los dioses, para

seguirte a la laguna Estigia cuando la muerte me llegue a su

debido tiempo.

 Para terminar, y como dato curioso, en las frías aguas de la Estigia había bañado Tetis a su hijo Aquiles para hacerlo invulnerable.

 

BIBLIOGRAFÍA
Diccionario de mitología griega y romana (Lexicon)
Enciclopedia ilustrada de mitología (Grandes Temas)

Enlaces de interés sobre la misma temática:

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La religión griega en Homero y Hesíodo

La religión griega es un tema con el que estamos obligado a pensar no sólo en  la religión, sino también en la política, la antropología, la historia, la moral y la vida cotidiana. Para el griego, la religión era una experiencia más que un dogma, es decir, una forma de vida intrínseca que empieza justo cuando el individuo nace y termina cuando muere. Todo este proceso conlleva a que brote la conciencia individual y esa experiencia misma no se puede describir si no es a través del lenguaje ritual, el lenguaje mítico y el lenguaje conceptual, que son, a la vez, su expresión y su instrumento.

Hay que destacar que la religión griega no fue prescrita al pueblo por una fuerza exterior ni por una revelación sagrada, sino más bien nace de la fantasía del pueblo, originaria de sus supersticiones, miedos y temores. En otras palabras: la comunidad no tiene libros sagrados, ni dogmas ni tampoco levantan una iglesia con su jerarquía. La única finalidad es la de  encumbrar templos para rendir culto a una divinidad y a través del mito, transmitir el significado natural de los hechos que rodean al hombre.

Homero

Más adelante, Homero y Hesíodo modelan las fuerzas de la naturaleza de los demonios primitivos de manera antropomórfica, convirtiéndolos en dioses maravillosos, leyendas que unen a los hombres y a los dioses. Aunque hay un desprendimiento de los demonios primitivos, siguen siendo fuerzas naturales. Ambos autores fueron los transmisores de la religión griega, del canto épico, de los himnos, recabando las fantasías populares de los campesinos, así como la tradición religiosa de los distintos pueblos, los cultos a la naturaleza, etc. Fueron los rapsodas, poetas, primeros maestros de la lengua griega, los creadores del dialecto épico, sintetizando con ello la base de todas las leyendas, mitos y héroes.

El mundo homérico tiene una forma de ver la verdad que ha llegado a nosotros,  convirtiéndose en una tradición poética, en parte por reflejar su sociedad, no tan distante y lejana como podemos creer. En Homero, por ejemplo, se puede destacar las relaciones del hombre con la naturaleza, del hombre con el hombre, del hombre con dios, donde la ética, la moral y la psicología son las herramientas fundamentales del hombre para posicionarse ante la vida. Nuestro mundo, tal como se ve hoy día, está desequilibrado, desmoralizado, desestructurado y hay una carencia de valores humanos en cada rincón de la tierra. Así son los dioses homéricos, que se presentan en el mundo real tal como los vemos, con sus objetivos irracionales y sus intervenciones más bien erráticas. Homero y Hesíodo han llegado a nosotros porque nos muestran, en cierto modo, la verdad, una verdad con la que yo me identifico plenamente y que trato de ensalzar y a la vez de desmenuzar.

¿Qué se aprende con Homero y Hesíodo? Con Homero y Hesíodo se aprende un camino: el hombre tiene que ser fiel a sí mismo, sin más.

De la obra de Homero emana una sabiduría que llama poderosamente la atención: una crítica a una sociedad y una comprensión de esta. Homero  nos presenta la cruda realidad tal como es, no acorde con nuestros deseos y sueños que anhelamos diariamente. Por eso, nosotros, como lectores, como observadores de la vida, de la naturaleza, de nuestro entorno,  debemos usar la inteligencia (Nous) en su más alta esfera porque las exigencias de la vida son tal como nos las presentan Homero y Hesíodo. Por eso, hay que penetrar dentro de dicho pensamiento para discernir el papel que el hombre juega en esta vida.

Hesíodo

Homero y Hesíodo, entre otros, eran los sabios de la época arcaica, poetas que hacían de magos, de videntes, presentándonos mundos irreales e imposibles de entender a través de los sentidos, pero ellos consiguen con su gran maestría que nos lo creamos, porque ese mundo irreal, mítico, casi surrealista, que nos presentan es para nosotros una forma de ver la realidad y de reconciliarnos con ella.

¿Cuál es su llave maestra para hacernos creer en ese mundo? El mito. El mito es la expresión (vehículo) simbólica de algo que está más allá. Ambos poetas crearon la teogonía y cosmogonía, dando como producto final la visión de todo el pueblo, en moral y ética.

Por lo tanto se crea una teogonía y una cosmogonía fiel al pensamiento griego. No es de extrañarnos: cada pueblo indígena se encuentra el mismo ideario sobre la creación del hombre, su destino y la formación del universo. Esto se debe a que la naturaleza humana siente una necesidad profunda de encontrar una justificación de todas las cosas. De hecho, Rodas y Creta, por ejemplo, tenían también su propia teogonía; Eleusis y Samotracia eran fuentes de misticismo.

Dioses

La idea principal es que los dioses no existen desde siempre, no han creado el mundo, han surgido del seno oscuro de las fuerzas naturales; los elementos engendran al dios, por ejemplo, el Ponto crea a Nereo, los hombres no han sido creados por los dioses. Los dioses han nacido pero no mueren. Se alimentan de ambrosía, néctar y humo (el que sube de los altares cuando se realizan sacrificios). Por sus venas no corre sangre, sino un líquido especial: el ícor.

Los dioses son fuerzas no personas. El pensamiento religioso organiza y clasifica estas fuerzas; distingue varios tipos de poderes sobrenaturales con su propia dinámica, su modo de acción, sus dominios y sus límites. Cada divinidad tiene su nombre, sus atributos, sus aventuras. Además, son antropomórfico, es decir, a la divinidad se le atribuyen la apariencia y las cualidades del hombre, porque consideran que la figura más bella es la humana, Aunque los dioses sean invisibles para el hombre, éstos se manifiestas de manera indirecta: disfraces, sueños, fenómenos atmosférico (lluvia, trueno…), animales (cisne, toro…)

Los dioses simbolizan la eterna juventud, llevan una vida fácil, teóricamente son omniscientes, prevén el futuro pero no pueden desviarlo, dominan a los hombres y a la naturaleza, pero  la única fuerza que se les escapa es el destino. Por ejemplo, dirigen la guerra de Troya, Zeus conoce de antemano la caída de Troya, pero no puede evitar el destino de su hijo Sarpedón: su muerte. Cada dios elige un bando, pero ¡ojo!, del mismo modo que el hombre depende de los dioses, los dioses también dependen de los hombres. Deméter (disfrazada de anciana) le pide ayuda a los vecinos de Eleusis y éstos le dicen quién raptó a su hija Perséfone. Los hombres intervienen en los conflictos de los dioses, por ejemplo, con el asunto de la manzana de la discordia, en el que Paris decide quién es la más bella.

En definitiva, la religión griega hace algo más que amparar la vida cívica del ciudadano griego, cala cada uno de sus gestos desde que nace hasta que muere. Otra peculiar seña de identidad es que no conocen  la diferencia, que a nosotros nos resulta familiar, entre lo sagrado y lo profano, el ámbito religioso y el ámbito laico. Esas distinciones no tienen sentido para el ciudadano griego ya que la mayoría de sus actos humanos tienen una dimensión religiosa en la cual la comunidad vibra en una perfecta sintonía.

Enlaces de interés

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El origen de los démones

La sociedad griega es totalmente opuesta a la nuestra y los términos que nosotros usamos hoy día no tienen nada que ver con los de la época griega. Por ejemplo, la función de la religión de nuestra época está secularizada a nivel social; en la sociedad griega la religión está inserta en todos los campos de la vida pública, social y política. Igualmente, el término démones (demonios) ha ido cambiando a lo largo de los diferentes periodos de la literatura griega. Para entender las variantes que ha adoptado dicho término debemos remontarnos a la religión prehelénica, minoica y micénica donde la naturaleza cobra un cariz notable al representar los fenómenos atmosféricos (lluvia, trueno, etc) como demonios, fuerzas que dominan la naturaleza y al hombre y a la que hay que respetar. Asimismo, el sol, la luna, los ríos, el mar, las estrellas, representan démones que guían el curso de la vida del hombre.

Hesíodo

Después, en Los trabajos y los días de Hesíodo se cuenta el relato de las cinco edades del mundo (v. 109-201). Es en la edad de oro donde los hombres vivían como los dioses, sin saber lo que eran las enfermedades ni la vejez, sin conocer el sufrimiento ni el hambre. Eran, pues, hombres ricos y poderosos. Tras llegar la inevitable muerte,  los hombres de la edad de oro morían vencidos por el sueño y eran  depositados en la tierra, por voluntad de Zeus, como demonios benignos y, concretamente, como demonios que moraban sobre la tierra, convertidos en guardianes de los hombres, que acompañaban y guiaban entre ellos, sin ser vistos, envueltos en nubes, observando la justicia y la injusticia y repartiendo la riqueza, como reyes. Así pues, los hombres de la generación de oro eran entes protectores, que no van al más allá, a otro plano, sino que moraban y actuaban sobre la tierra con los vivos. Hesíodo le da el nombre de “démones”.

Por otra parte, Daimon es sinónimo de Theos (Dios), pero en Homero y en Hesíodo se refiere a los dioses o a la divinidad, en general. Por ejemplo: Cuando Homero dice de Licaón que un dios “lo lanzó en las manos de Aquiles” (Ilíada XXI, 47), no se refiere a un dios en concreto, sino a un demonio (daimon). En Homero la palabra daimon se aplicaba a los dioses en cuanto poder indefinido; sin embargo Hesíodo es el primero en referirse con esta palabra a divinidades menores (Trabajos y días v. 123).

Por lo tanto, los démones de Hesíodo no actuaban como seres intermedios entre los dioses y los hombres. Eran concebidos como seres inmortales y que moraban en un plano intermedio,  participando de la acción invisible y la vida eterna de los dioses. En Homero, el demonio ejercía sobre la humanidad una acción bienhechora o funesta (Ilíada, XV, 418, 468; XXI, 93). De aquí surgió el término  polidemonismo, es decir, la creencia en muchos demonios que circundan la vida del individuo.

En el ámbito filosófico, Pitágoras expresa “el aire está todo lleno de almas a las que se llama demonios y héroes. Son ellas las que envían a los hombres los sueños y los signos de la enfermedad y la salud” (cf. D. L., VIII 32). Aquí el término cambia drásticamente, con respecto a Hesíodo y Homero, pues, los pitagóricos enfatizaban la idea de que el alma recibía en cada renacimiento un nuevo daimon.

En Platón el término demonio va oscilando por matices muy concretos: el demonio asesor que guía al hombre durante su vida y conduce su alma ante los jueces después de su muerte (Fedro, 242); el demonio-alma, alma razonable dada a cada hombre (Timero, 41ª); y, por último, el producto de un dios y una mortal (Leyes, IV, 717b).

En Sócrates, se refiere al guía del alma durante la vida y después de ella, es un protector personal que acompaña y conduce.

“Me sucede no sé qué divino y demoníaco…Es una voz que se hace oír por mí y que, cada vez que eso me ocurre, me aparta de lo que eventualmente estoy a punto de hacer, pero que nunca me empuja a la acción” (Apología de Sócrates, 31d)

Empédocles  elabora, al parecer, su versión de la caída de los daimones en términos decididamente míticos. Empédocles explica la manera en que un daimon podía, en cada vida sucesiva, ascender a reinos más altos de la creación (plantas, bestias, hombres), padecer la mejor forma de encarnación posible en cada uno de ellos y reconquistar su estado original de dios. (Empédocles)

En la literatura mágica y pseudocientífica atribuida a Orfeo hay una destacada obra titulada Dodecaetérides donde hay varios versos que declaran que su contenido fue dictado por un demonio, una revelación. Asimismo, en el Papiro de Derveni (S. IV a. C.), rollo de papiro que contiene comentarios órficos, menciona invocaciones y sacrificios que apaciguan las almas. Afirma que mediante un encantamiento de los magos se puede cambiar la actitud de los daimones que salen al encuentro y son almas vengativas. Estamos, pues, muy probablemente, ante algún ritual funerario que pretendía tranquilizar las almas de los difuntos y evitar que los daimones las hostigasen por las faltas cometidas expiando así sus culpas. También, se alude a la existencia de daimones en el más allá, servidores de los dioses y que podrían tener como misión castigar a los hombres injustos.

En cuanto a la tragedia destacamos el Áyax de Sófocles y al personaje de Casandra de la guerra de Troya. En ambos casos se le atribuye una locura, causada por un daimon externo, que le llega como un castigo divino y la designación fatalista e inevitable del destino.

  • ¡ay de mí!, poseído de divina locura (Áyax, v 610)
  • Nunca, por propio impulso, hijo de Telamón, te has apartado de tu razón, como para arrojarte entre rebaños. Un mal divino debe haberte llegado (Áyax, v 183).

En definitiva, a través de este blog  y examinando los versos de Homero,  encontramos bastantes huellas del culto al alma, las cuales nos hace admitir que los descendientes de los antiguos griegos creían en una vida consciente del alma (psique) separada del cuerpo y  que ejercía una notable y destacada influencia sobre los hombres. Dicha creencia, siendo la fe el principio activo, les llevaba a cumplir diferentes clases de culto a las almas de los muertos. Con Hesíodo se continúa, de manera viva y fresca, la creencia en la exaltación de las almas de los muertos y su paso a una vida superior. Además, hay que tener presente, ante todo, el motor personal y familiar, los rituales que desempeñaron en sus prácticas privadas, predominando, en todo momento, el culto a los muertos, a los antepasados, a los daimones o a los héroes estrictamente locales.

FUENTES PRIMARIAS:

Obras: Teogonía; Trabajos y días; Escudo (Alma Mater)

Ilíada (Clásicos de la literatura)

Áyax. Las Traquinias. Antígona. Edipo Rey (El Libro De Bolsillo – Clásicos De Grecia Y Roma)

Obras completas de Platón. III. Diálogos dogmáticos: Fedón, Gorgias, El banquete, El político, Timeo, Critias: Volume 3 (Platón. Obras completas)

Apología de Sócrates (Cultura Clasica)

BIBLIOGRAFÍA

La religión griega en la polis de la época clásica (Universitaria)

Diccionario crítico de esoterismo (2 vols.) (Diccionarios)

ENLACES DE INTERÉS

Empédocles

El démon

Áyax

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Jenófanes de Colofón

Jenófanes de Colofón fue un poeta y filósofo griego, nació en Colofón, ciudad costera de Asia Menor. Su nacimiento y muerte es un debate abierto aún por cerrar, pero lo sitúan en el periodo presocrático. Según Aristóteles, Parménides fue su discípulo. El pensamiento de Jenófanes engloba una visión del mundo y de los dioses opuesta a los planteamientos de la épica homérica y hesiódica.

Jenófanes

Jenófanes

Jenófanes afirma que estos dioses no son más que una invención humana, creada a imagen y semejanza del ser humano, además de poseer todos los vicios más representativos, tales como la mentira, la corrupción, la traición, la venganza, entre otras cualidades, por lo que en ningún momento deberían ser referencia en el tejido social de la cultura griega. Cabe destacar, por lo tanto, que Jenófanes es un filósofo moralista preocupado por las posibles influencias que las creencias tradicionales podían tener sobre la sociedad griega. Jenófanes planteó una idea muy sencilla al criticar el antropomorfismo destacando que en cada región del mundo los dioses tienen las características de los habitantes de la zona: los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros, mientras que los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y son pelirrojos. Por lo tanto, Jenófanes destaca la existencia de un único Dios, sin apariencias y atributos de los seres humanos, siendo supremo y perfecto, oponiéndose totalmente a los planteamientos de los dioses homéricos. Sin entrar en cuestiones filosóficas más profundas, al plantearse muchas ideas controvertidas sobre la filosofía de Jenófanes, el autor manifiesta los límites humanos diciendo: ningún hombre conoció ni conocerá nunca la verdad sobre los dioses y sobre cuantas cosas digo; pues aun cuando por azar resultara que dice la verdad completa, sin embargo no lo sabe. Sobre todas las cosas no hay más que parecer.La interpretación tradicional afirmaba que Jenófanes se limitaba a expresar meramente la relatividad del conocimiento, al considerar que éste depende de cada individuo.Para terminar, unos versos de Jenófanes aclaran perfectamente el pensamiento aquí planteado:

Hay un Dios Supremo encima de todos los dioses, más divino que los mortales,cuya  forma no es parecida a la de los hombres como tampoco es semejante a su naturaleza;

pero los fútiles mortales imaginan que, tal como ellos mismos,

los dioses son procreadoscon sensaciones humanas,

con voz y miembros corpóreos. 

De esa forma, si los bueyes y los leones tuviesen manos

y pudiesen trabajar al modo de los hombres, 

y pudiesen esculpir con cincel o pintar su concepción de la divinidad, 

entonces los caballos retratarían a los dioses como caballos,

a los bueyes, los representarían como bueyes,

cada tipo de animal representaría lo divino con su forma,

y dotado con su naturaleza.

En relación con los dioses (Teología), sus ideas principales son las siguientes:
1. Crítica a los dioses de la religión convencional por su inmoralidad y su naturaleza antropomórfica. Jenófanes, descubre con claridad que los dioses son una creación y un reflejo de los hombres. Según él, las diferentes razas atribuyen a los dioses sus propias características particulares, lo que, por reducción al absurdo, debería llevarnos a pensar que los animales harían también lo mismo.
2. Existe una sola divinidad que no es antropomórfica. Cuando en los textos se afirma que dios es el mayor entre los dioses y los hombres, no debería interpretarse literalmente el plural referido a los dioses. De todos modos existen otros pasajes en donde Jenófanes habla de los dioses (plural) tal vez en una concesión a la terminología popular, sin que ello signifique adhesión a cierto monoteísmo.
3. Jenófanes afirma que dios es uno y no semejante a los hombres ni en cuerpo ni en pensamiento. Esta afirmación parece implicar que dios debía tener cuerpo (aunque distinto al humano). Que debía tener cuerpo se deduce también de que, el dios de Jenofánes es un ser que ve y que oye.

solReflexión personal

En los tiempos que corren actualmente seguimos en la misma cuerda floja religiosa que en la antigua Grecia. Hoy hay otra clase de politeísmo y no me refiero a que cada religión tenga un predicador, un profeta o un dios, con sus elencos de santos, ángeles y vírgenes en sus diferentes advocaciones. Me refiero, concretamente, a  que la sociedad se mueve sobre arenas movedizas,  un barco que hace aguas por todas partes, también en el nivel interior, en la esfera más íntima y personal. Todo esto se refleja en nuestro entorno, donde vivimos: violencia, crímenes, robos, fracturas sociales, pérdida de valores (educación, ética, perdón, respeto, deshumanización).

La angustia es comprender que nos falta algo en nuestro interior y no sabemos lo que es. Miramos dentro de nosotros y hay un pozo sin fondo que pensamos  llenar con cosas materiales muy deseadas pero que, una vez conseguido, vemos como el fondo del pozo se ha agrandado más y sigue pues, medio vacío. Éste es el hombre, según creo yo que pensaba Jenófanes. Al final de los días, el tiempo  será tan implacable como un fuerte oleaje que se lleva a los hombres y las civilizaciones. ¿Y nuestros pequeños «dioses» que nos rodean diariamente? Los dioses que creamos nosotros mismos tienen el mismo vacío que un pozo sin fondo. Incluso sufren más que nosotros: artistas, cantantes, futbolistas, políticos, religiosos, modelos…La sociedad crea alrededor de ellos un banco de niebla de ilusiones efímeras. Jenófanes pensaba que los dioses no crearon al hombre, más bien fueron los hombres quienes crearon a los dioses. El dios de Jenófanes era el ser humano, como lo era también para Sócrates, Platón y Aristóteles.

Jenófanes denunciaba que los dioses cometían adulterios, robaban, engañaban unos a otros, eran inmorales, caprichosos, crueles, al igual que los humanos. ¿Cómo pueden en verdad ser dioses? ¿Cómo podemos seguir creyendo en nuestros «dioses»? La idea central de Jenófanes era la creencia de una única divinidad para todos, abstracta y más justa. ¿Qué piensas tú?

 

Obra recomendada: Los filósofos presocráticos (GRANDES OBRAS CULTUR)

Enlaces recomendados de Animasmundi sobre la misma temática:

Los filósofos presocráticos

El alma en Epiménides

Empédocles

Epiménides

Pitágoras

Metempsicosis

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La Esperanza, ¿es un bien o un mal?

Pandora

Pandora

(…) Yo le hice pecar. Yo le hice desear ser más, por mi culpa tuvo esperanza.
Interesado por este asunto, pregunté:
¿Pero no es siempre la esperanza un bien, incluso en este caso y por breve que sea?
No es en mi opinión un bien la esperanza, muchacho, sino un mal y el peor de todo. Cuando Pandora cerró su caja, de la que escapaban todos los males, y la cerró a tiempo sólo al irse a escapar la esperanza, la divina esperanza, guardó en reserva el mal más terrible de todo, el incurable. La incurable esperanza humana de que un día seremos felices, o de que una soleada tarde de primavera, aromada por un lilo de flores blancas en torno a las cuales danzan las abejas, sea colmada alguna vez.

Yo no tengo esperanza, Redkins, porque aún reconociendo que es un bien, es un bien que daña mi instalación en la vida. A mi edad- Declaré solemnemente parándome en medio de la noche- ­ esperanza se reduce a energía vital, a gana de vivir. Y la gana de vivir parece un instante eterno que se colma instante tras instante según va produciéndose.
 

Lo que yo quise decir entonces (y que ahora, melancólico, veo con más claridad) fue que como consecuencia de mi juventud, yo hacía aquellos años un elogio ronsardiano de la vida, del disfrutar cada momento por sí mismo y no, como los viejos entonces, como yo mismo ahora, maldisfrutar de este ahora en aras de un presunto mañana mejor. O, sencillamente, dejarme arrastrar por la incurable vertiginosidad del tiempo y no ser capaz de pararme en medio de este ahora mismo y ahí plantarme con tenacidad heróica.
 
Así es como yo vivía la esperanza entonces, pero eso no se llama esperanza, ese sentimiento de presencia o, como mucho, de espera. Tener esperanza de un bien me desasosiega, me inquieta, me impide disfrutar del bien que ahora mismo tengo entre manos, por eso, de joven, el lugarteniente Aloof nunca llevó reloj. (…)

Ha caído en mis manos el libro de Álvaro Pombo: La previa muerte del lugarteniente Aloof. El texto que hemos leído anteriormente me invita a reflexionar y a compartir con vosotros el siguiente debate: ¿es la esperanza un bien o un mal?

Según Hesíodo (Los Trabajos y los Días), Zeus ordena a Hefesto fabricar a la mujer, “digna de amar”, una mujer que va a enamorar locamente a los hombres. Cada uno de los dioses le dan un talento, una gracia, un atractivo: Atenea le enseña el arte del tejido, Afrodita le brinda la belleza absoluta y el don de suscitar el deseo “que hace sufrir” y provoca “los problemas que os dejan destrozados”. Dicho de otro modo, Pandora será la seducción hecha mujer; Hermes le pone un “corazón de perra y modales disimulados”: es decir, que Pandora querrá siempre, como dice Hesíodo, “bastante más”; esto es lo que significa el “corazón de perra”. Será insaciable en todos los planos: comida, dinero, regalos, siempre necesita más, pero también, claro está, en materia sexual, su apetito tampoco tiene límite. En cuanto a sus “modales disimulados”, significa que puede seducir a cualquiera, porque se le dan bien todos los argumentos, todas las argucias y todas las mentiras más deliciosas.
Zeus pretende que los hombres amen su propia desgracia. Además, regalará una extraña tinaja (“la caja de Pandora”) en la cual Zeus se ha ocupado de meter todos los males, todas las desgracias y todos los sufrimientos que se abatirán sobre la humanidad. Sólo la esperanza quedará encerrada en el fondo de este recipiente funesto. Entonces, Pandora fue enviada como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, que seducido por su encanto la tomó por esposa, desoyendo los prudentes consejos de su hermano, que le había prevenido contra los regalos de los dioses. En su casa Epimeteo guardaba dicha “caja” que había prohibido tocar a su esposa. Pandora, demasiada curiosa, la abrió en cuanto tuvo oportunidad y todos los males del género humano que allí estaban encerrados escaparon y se extendieron por el mundo. Pandora consiguió cerrar la caja, pero demasiado tarde: sólo quedó la Esperanza (la Eris, para los griegos), tan engañosa a menudo para los mortales. Según otra versión, la caja encerraba todos los bienes que estaban destinados a los hombres, que de este modo los perdieron. Del mismo modo, como la Eva bíblica, el mito de Pandora presenta a la mujer como la responsable de todas las miserias humanas.
Por lo tanto, podemos interpretar de dos maneras el debate aquí presente. En primera lugar podemos pensar que los humanos no tendrán ni siquiera una esperanza a la que aferrarse porque esta última no ha salido de la caja. También podemos comprender que sí les queda la esperanza, pero que no es ningún favor que Zeus les haya concedido. Para los griegos, la esperanza no es un regalo. Más bien es una desgracia, una tensión negativa, ya que esperar es estar siempre en falta de algo, es desear lo que no se tiene y, en consecuencia, estar en cierto modo insatisfecho y ser desgraciado. Cuando se espera sanar es que se está enfermo; cuando se espera un trabajo es que no se tiene, cuando se espera ser rico es que se es pobre, de manera que la esperanza es mucho más un mal que un bien.

Para ahondar más en el tema, analicemos el punto de vista de Hesíodo:

¿Cómo concibe Hesíodo la esperanza: como esperanza de bienes o de males?

La interpretación genérica es que lo era de bienes. Así, Hesíodo querría explicar que en el mundo, junto con los males escapados de la tinaja, hay bienes y alegrías, que pueden prevalecer sobre los primeros si el hombre obra realmente. En suma, que aún quedaría una esperanza, esperanza de bienes. Bajo esta premisa, si admitimos que la esperanza de la tinaja son de bienes, y no de males, debemos tratar de precisar si ella misma es un bien o un mal. En mi opinión, la esperanza tiene dos caras: a veces, aparece concebida en términos positivos; otras, en términos negativos. Todo depende de la actitud que adopte el hombre ante la adversidad. Así pues, puede realizarse como un bien, la buena esperanza, cuando da fuerzas al hombre para seguir luchando en una situación de infortunio. Por el contrario, puede ser un mal, la vana esperanza, cuando lleva al hombre a holgazanear, confiado en que las cosas, independientemente de su actuación, mejorarán. En efecto, en Trabajos y días, Hesíodo nos habla de la vana esperanza, propia del holgazán, que por su imprevisión se ve necesitado de sustento y sin suficiente alimento; como la Eris amarga, esta vana esperanza aparta del trabajo. Pero también hace mención de la buena esperanza. Hesíodo, sin embargo, vive en un mundo donde prevalece la injusticia y tiene la firme esperanza de que Zeus no permitirá esta situación y que, gracias al trabajo, acabarán triunfando el bien y la justicia sobre los males que se dispersaron fuera de la tinaja, representándose como la Eris buena, esta esperanza conduce al trabajo.
En definitiva, la esperanza que quedó retenida en la vasija debió de ser concebida por Hesíodo en términos positivos, de acuerdo con la mención anterior, en la idea de que sería el único instrumento que le queda al hombre para defenderse de los males de los que repletos están la tierra y el mar, aquello que le incita a seguir luchando, con la confianza puesta en que Zeus no permitirá que la situación lamentable en que vive continúe por mucho tiempo.
Pero si la esperanza es un bien, su presencia en la tinaja en compañía de los males parece incoherente. La cuestión es saber si realmente es incoherente o si lo es sólo en apariencia. Por mi parte, es incongruente que en una tinaja en la que había males tuviese cabida un bien. Ahora bien, hay una segunda contradicción: saber si la esperanza es algo reservado al hombre o, por el contrario, algo que le es negado. Una cuestión que está íntimamente relacionada con la función de la tinaja. También, podemos defender que la tinaja presenta una doble función: cuando contiene un mal sirve como prisión, mientras que, por el contrario, cuando es el recipiente de un bien sirve como despensa, teniendo entonces la aplicación habitual de las tinajas de las culturas primitivas. La razón de que aquí la misma tinaja presente las dos funciones tiene su explicación en un relato tradicional sobre el origen de los males acuñado por las antiguas religiones.

No sería la primera vez que se presente el mismo tema; nos referimos al pellejo de buey que Eolo entregó a Ulises (La Odisea, Libro X). En él estaban encerrados y atados los vientos que, caso de escapar y soplar, impedirían la llegada de Ulises a Ítaca. En este relato, cuando el héroe estaba cerca de su hogar, sus compañeros, aprovechando que Ulises dormía, desataron el odre y todos los vientos se precipitaron fuera, acarreándoles la desgracia. Pues bien, como en la narración homérica, la tinaja hesiódica contiene algo que no debe dejarse escapar, pues las consecuencias de esta acción habrían de ser funestas. Pero en ambas ocasiones se abre el recipiente y escapa el contenido para desgracia de Ulises y sus compañeros, en un caso, y para la perdición de los hombres, en el otro. Éste sería probablemente el sentido de la historia primitiva. En el caso de Hesíodo, le añade un nuevo elemento: la esperanza. Un bien, que, al quedar encerrado en la tinaja, está a disposición del hombre y recurre a él en caso de necesidad. Sólo al añadir Hesíodo este nuevo elemento adquiere la tinaja esa doble función y se produce la citada incongruencia en el relato.
Y para ustedes, ¿la esperanza es un bien o un mal?

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La Teogonía

nacimiento del olimpoLa teogonía griega, según el poeta Hesíodo, es ante todo el relato del nacimiento de “toda la raza de los eternos Inmortales” y de su descendencia, pero aparece también como la epopeya de los combates que enfrentaron a las diferentes generaciones de las divinidades por la conquista del poder, pues los dioses, al ser inmortales, sólo pueden sucumbir a la violencia de otros dioses más fuertes que ellos. La historia de estos cambios de reinado conduce al poeta a enumerar las tres generaciones de Urano, luego la de Crono y por último la de los Olímpicos, a cuya cabeza se sitúa Zeus. El poeta exalta la potencia soberana del señor del Olimpo, el último que conquistó el poder y reina todavía sobre los dioses y sobre los hombres.

La teogonía, ciñéndonos al sentido literal de la palabra, debería ser únicamente el relato del “nacimiento de los dioses”. Sin embargo, en Hesíodo, la teogonía se abre a una cosmogonía (“nacimiento del Universo organizado”), ya que relata primero el nacimiento de las primeras divinidades (personificaciones de elementos), luego el de los primeros dioses y la tarea emprendida por estos para organizar el mundo y poder finalmente reinar en el Olimpo.

La teogonía comienza por tanto, relatando el nacimiento del universo. En los orígenes del mundo existía el Caos, la vida indiferenciada, un abismo sin fondo donde erraban los elementos sin norte ni dirección. Más tarde aparecieron Gea, la Tierra, elemento de estabilidad, la Madre Universal que se enfrenta al estado de confusión de Caos y engendrará todo lo que existe y Eros, el Amor, el principio creador de la vida. Caos engendró de sí mismo a dos entidades contrarias, Érebo (las tinieblas) y Nicte (la noche), que a su vez engendraron sus opuestos y complementarios:  Éter y Hémera (la Luz del día). El Día y la Noche se unieron para formar el Tiempo; Érebo y Éter forman una pareja de opuestos, el negro y el blanco. Gea, por su parte, hizo nacer de sí misma, sin intervención de principio masculino alguno, lo que todavía faltaba en el Universo. Trajo primero al mundo a Urano, el Cielo, “igual a sí misma”, para que la cubriera y fecundase, envolviéndola por entero. La pareja Cielo-Tierra, por fin constituida, organiza el mundo en un Cosmos simétrico y equilibrado. Luego, Gea engendra de sí misma a las montañas y a su contrario líquido, Ponto, el elemento marino.

Aquí termina la primera parte de la cosmogonía, una vez que han aparecido todos los elementos primordiales del Cosmos: la Tierra y el Cielo.

En lo sucesivo, Gea ya no engendrará de sí misma, sino que será fecundada por elementos masculinos. Se une a su hijo Urano y concibe a los Titanes y las Titánides (los primeros dioses que no son meras personificaciones de los elementos), así como a los tres cíclopes y a los tres hecatonquiros (gigantes de cien brazos), seres violentos y primitivos. Ninguno de estos hijos, sin embargo, consigue ver la luz del día porque su padre, Urano, tendido sobre Gea en un incesante acto de procreación, no les deja salir del vientre de su madre. El nacimiento de los dioses del Universo ha quedado interrumpido por la potencia sexual desordenada y excesiva de Urano. Gea crea entonces el metal y con él, fabrica una hoz que entrega a su último hijo, Crono, para que la libere del peso de su incansable esposo. Crono corta entonces los testículos de su padre. Sobre las aguas de Ponto caen gotas de semen que fecundan su espuma, engendrando a Afrodita; sobre la Tierra caen gotas de sangre, de las que nacen las Erinias y las ninfas de los árboles. Gea, esta vez unida a Ponto, trae al mundo a Nereo, padre de las nereidas y a varios monstruos marinos.

La castración de Urano significó también una ruptura en el Universo: el Cielo se separó definitivamente de la Tierra y se fijó en la cima del Cosmos. Este acontecimiento marcó el fin de la primera generación divina pero permitió que el mundo se poblara con los hijos nacidos de ambos. Sin embargo, en el nuevo mundo así establecido, aparecerán fuerzas nuevas: la violencia y el odio (simbolizados por el acto castrador de Crono y por el nacimiento de las Erinias, divinidades de la venganza) pero también el amor con el nacimiento de Afrodita.

La segunda generación, la de los Titanes, será a partir de entonces la dueña del mundo, con Crono como cabeza suprema. Algunos titanes y titánides se unen entre sí: Océano y Tetis engendran los ríos y manantiales; Hiparión y Tía a Helio, Selene y Eos; Ceo y Febe a dos hijas, Leto y Asteria. La pareja más importante será la que formen Crono y Rea, que, tendrán la siguiente descendencia: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus. Pero Crono suprime a su descendencia, como hiciera su padre Urano, devorando a sus hijos uno a uno apenas nacen, por temor a que uno de ellos le arrebate el poder.

Desde el acto sacrílego que Crono cometió contra su padre, la teogonía aparece marcada por la ley del Talión. El dominio de Crono, establecido por la fuerza, arrastrará a este al inevitable engranaje que establece que toda falta va seguida de su castigo: su poder puede serle arrebatado como él lo hizo. Zeus, el único hijo que Crono no había llegado a suprimir gracias a un engaño de Rea, que le había dado una piedra envuelta en pañales para que la devorara en lugar del niño, crecerá en la isla de Creta y, ya adulto, se rebelará contra su padre y le destronará después de una larga guerra.

El reinado de Zeus y de sus hermanos y hermanas significa el dominio de la tercera generación de los dioses, los Olímpicos. El orden del mundo queda establecido en lo sucesivo. La supremacía de Zeus es soberana pues, a diferencia de su padre, ha basado su poderío en la justicia y en el derecho. Reparte honores y los poderes con sus hermanos Hades, que reinará en los infiernos, y Poseidón, a quien corresponderá el reino del mar.

Para terminar, esta teogonía va seguida en Hesíodo de una hérôogonia, catálogo de semidioses nacidos de un dios y una mortal o de una diosa y un mortal. De las uniones de los dioses entre sí nacerán a continuación muchas divinidades, pero estos nacimientos suceden ya en un mundo organizado que no tiene, por tanto, una relación directa con la teogonía.

Temas relacionados con la misma temática en animasmundi: Mitos sobre el origen del cosmos y los dioses

Referencia bibliográfica recomendada:013. Obras y fragmentos. Teogonía. Trabajos y Días. Escudo. Fragmentos. Certamen. (BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS)

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