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Las Arréforas

Arréforas (Imagen: Wikipedia)

No se entiende la religión griega sin un ritual que sirva para organizar a la comunidad dentro de un espacio o para conectar las relaciones con los dioses. De esta manera, la permanencia en la tradición no se perdía. La sociedad griega se levantaba sobre unos cimientos religiosos bien estructurados y así estrechaban lazos con el universo que le rodeaba. Bajo el prisma griego, lo religioso iba íntimamente mezclado con cada una de las etapas de la vida y el establecimiento de los diferentes ritos se proyectaba en todas las partes con la intervención de la divinidad. Por otra parte, cualquier incumplimiento en la práctica ritual despertaba la cólera divina que recaía sobre el hombre o cualquier modificación debía ser sancionada. La escrupulosidad de los ritos, su observación y sus leyes nos la encontramos atestiguada en época muy remota, grabada en piedras y colocada a las puertas de los templos y en los lugares públicos. Este fenómeno acompañaba el levantamiento de la ciudad-estado al principio del siglo VIII a.C., y era una marca original del fenómeno religioso. De esta forma, los rituales estaban ya constituidos y organizados, como el ofrecimiento de las primicias o las libaciones, las ofrendas florales y los cánticos.

Otro punto a destacar dentro del marco de lo religioso era la línea que separaba el mundo sagrado del profano.

El mundo sagrado está ligado al mundo sensible, como bien describe R. Caillois[1]:  “es la categoría sobre la que descansa la actitud religiosa, la que le da su carácter específico, la que impone al fiel un particular sentimiento de respeto que inmuniza su fe contra el espíritu de libre examen, la sustrae a la polémica y la coloca fuera y más allá de la razón.

Constituye la idea-madre de la religión —escribe H. Hubert—. Los mitos y los dogmas analizan a su modo su contenido, los ritos utilizan sus propiedades, de ella procede la moralidad religiosa, los sacerdocios la incorporan, los santuarios, lugares sagrados y monumentos religiosos la fijan en la tierra y la enraízan. La religión es la administración de lo sagrado”.

Observamos, por lo tanto, que la importancia de lo sagrado vivificaba las diferentes etapas de la vida religiosa y era la única vía de contacto directo del hombre y el mundo sacro.

EL RITO Y LO SAGRADO EN EL MUNDO ATENIENSE

Atenas está impregnada de ritos, cargada de sacralidad desde los tiempos arcaicos. Es un lugar privilegiado donde lo sagrado no se desliga de sus ritos. Citaremos un ejemplo muy relevante.

ARRÉFORAS

El término significa literalmente «portadoras de las cosas que no se pueden mencionar[2]«. Las niñas atenienses de entre siete y once años hacían las funciones de sirvientes de Atenea. Vivían durante el año en la Acrópolis en una casa (Arreforión) que estaba destinada para su función. Siguiendo la lectura de Pausanias: “Éstas llevan durante cierto tiempo un determinado modo de vida junto a la diosa; pero al aproximarse la fiesta ejecutan de noche los siguientes ritos: cargan sobre la cabeza lo que la sacerdotisa de Atenea les da para llevar, sin saber ni siquiera ella qué es lo que les da y sin saberlo tampoco las que lo llevan. Hay en la ciudad un recinto sagrado de la llamada Afrodita en los Jardines, no muy lejos de allí, y lo atraviesa un sendero natural que desciende bajo tierra; por éste bajan las doncellas. Abajo dejan lo que han traído, reciben otra cosa y se la llevan, encubierta como está. Luego se despide a las doncellas, y en su lugar llevan a otras a la Acrópolis[3]”.

Uno de los trabajos previos que tenían que realizar las doncellas era tejer (9 meses antes) el peplo que en las Panateneas se le entregaba a Atenea, momento sagrado para el ciudadano ateniense. Cabe destacar que en el peplo de Atenea estaba tejida la Gigantomaquia, una expresión del triunfo del orden, del triunfo de Atenea sobre la rebelión y el caos. En la elaboración del vestido participaban el mayor número posible de mujeres atenienses, pero el solemne comienzo incumbía a la sacerdotisa de Atenea y a las dos arréforas. Después de culminar el lujoso y sagrado peplo las Arréforas debían despojarse de su túnica blanca y entregar sus adornos de oro a la diosa.

Las Arréforas pertenecían a las familias más ilustres del Ática y llevaban en cestas, durante la procesión de las Panateneas, los utensilios necesarios para el ritual, de carácter mágico, relacionado posiblemente con la fertilidad. De hecho, para la celebración de estas fiestas vinculadas a la magia agrícola se escogían niñas jóvenes, vírgenes, porque su pureza aseguraba el éxito de unas labores (al control de las fuerzas de la naturaleza) que para el sentir griego eran mágicas.

La tradición de las Arréforas guardaba una similitud con el tradicional y longevo mito de las hijas de Cécrope[4]. Cécrope tuvo tres hijas, Aglauro, Herse y Pándroso. Según el mito original Cécrope, el hijo de la tierra, mitad hombre y mitad serpiente, es, en todas las genealogías áticas, el rey absolutamente primero del Ática; en la intrahistoria, es lo que había antes del primer hombre. Los hechos del culto y el mito se iluminan mutuamente, pues las hijas de Cécropes fueron las primeras portadoras de los cestos, con el mandamiento de no abrirlos jamás (cestos sagrados). Pero Aglauro y Herse abrieron el cesto sagrado y vieron al niño Erictonio[5] y una serpiente. Las doncellas huyen presas del terror,  perseguidas por una serpiente y encuentran la muerte arrojándose por la Acrópolis. El recorrido que hacen las hijas de Cécropes es el que hacen las Arréforas en la Atenas Clásica. Pándroso es la única que permanece en el recinto sagrado, junto al olivo sagrado, simbolizando así el respeto a la diosa.

Para otros autores. el mito originario consistiría en un rito de iniciación, una especie de consagración de la juventud. Los ritos de iniciación eran las ceremonias centrales de la ciudad y las vivencias decisivas del individuo más íntimas y personales, puesto que en ellos se cumplían nada menos que la renovación de la comunidad.

En suma, en el rito de las Arréforas se dan tres eslabones importantes: primero, una separación de la vida anterior (viviendo un año en el Arreforión); segundo, la vida aislada, en comunión con la diosa virgen Atenea; y tercero, la reintegración en la comunidad como persona adulta. En el caso de la iniciación femenina que nos presenta este ritual, se integran necesariamente dos tareas o trabajos: por una parte, la joven aprendía las labores propias de la mujer de la época (hilar y tejer); y, por otra parte, la tarea de ser esposa y madre.

Tanto en la versión de un rito de iniciación como aquella vinculada a la magia agrícola. el mundo griego direccionaba a la familia, al linaje, el estado, la religión y la vida cotidiana, así como las celebraciones o el cultivo de los campos y el cuidado de la casa: todo se reconducía a un Orden cósmico y en ese Orden (Kosmos), el hombre vivía como miembro de una comunidad, de una estirpe que se perpetuaba a través del orden de las generaciones que en Grecia se expresa en el mito de Cécrope y que encontraron su expresión en las Arréforas o en las Panateneas en el periodo clásico.

Y, para terminar, hay que subrayar que la presencia de la mujer en la antigua Grecia era muy activa y representativa en la comunidad religiosa y en la tradición mítica de la ciudad. Los elementos femeninos eran notables y de capital importancia para conseguir el equilibrio deseado dentro de la pólis.

Para ampliar más información:

Burkert, W. (2011) El origen salvaje. Ritos de sacrificios y mito entre los griegos. Ed. Acantilado.

Caillois, R. (2014). El hombre y lo sagrado. FONDO CULTURA ECONOMICA; Tercera edición (3 noviembre 2014).

Grimal, P. (1989). Diccionario de Mitología griega y romana. Ediciones Paidos.


[1] El hombre y lo sagrado (2014)

[2] https://www.tesaurohistoriaymitologia.com/es/57205-arreforas

[3] Pausanias (1,27,3)

[4] Según narra el mito, Erictonio fue el sucesor de Cécrope como rey de Atenas y el dios Hefesto le dio la vida cuando en su intento de unirse con Atenea ésta lo rechaza y en la lucha se derrama su semilla que cae y fecunda a Gea (la Tierra). Al nacer Erictonio (nacido de la tierra) Atenea lo recoge y se convierte en su protectora. Lo esconde en una cesta, confiando su custodia a Aglauro, Herse y Pándroso, las tres hijas del rey Cécrope, con el encargo de que no la abran. Las Cecrópidas, incumpliendo el mandato de la diosa, descubren en la cesta a un niño con la parte inferior de su cuerpo en forma de serpiente. En la versión del mito narrada por Ovidio es Aglauro la que levanta la tapa del canasto, que en esta obra se identifca con la mujer que lleva un vestido dorado. Posteriormente, enloquecidas ante este descubrimiento o por la cólera de Atenea, corren hasta precipitarse desde lo alto de la Acrópolis ateniense.

[5] Erecteo/ Erictonio, nacido, según Apolodoro, del semen que derramó Hefesto a la tierra del Ática al intentar violar a Atenea. Volviendo a las hijas de Cécrope, el primer rey, la tradición suele coincidir en que, tras ser asignadas por Atenea al cuidado del joven Erecteo/Erictonio. Aglauro y Herse desobedecieron su mandato de no mirar en la cesta en la que había depositado al niño. Acto seguido, ambas enloquecieron (no se sabe si por temor a la furia de Atenea o por la visión de un niño mitad humano, mitad serpiente, como Cécrope) y se suicidaron desde la Acrópolis.

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El declive de Atenas en el periodo helenístico

Tras la muerte repentina de Alejandro Magno (Junio de 323 a. C., Babilonia), la estructura originaria del ideario griego no resistió el impacto de tantas corrientes nuevas. Con la propagación del mundo helenístico desde la cuenca mediterránea occidental hasta el Asia central, el ciudadano griego se convertía en una especie de tarima flotante en medio del océano, perdido y sin rumbo, quedando expuestos a las nuevas fuerzas que se imponían con contundencia y rapidez. De estas fuerzas dominantes, caben destacar los nuevos flujos políticos y, sobre todo, las corrientes religiosas orientales hacia Occidente. Es cierto que estas nuevas oleadas enriquecieron la cultura griega o viceversa, sin embargo, el núcleo principal de la polis perdería fuerza, protagonismo y carácter originario. La producción artística, el pensamiento reflexivo y la identidad propia del ciudadano que pertenecía a una ciudad-Estado (polis) se desintegrarían completamente a merced de un cosmopolitismo sin precedentes. La trituradora de este cosmopolitismo daría origen a la ruptura del antiguo orden de estas pequeñas ciudades y  los siglos venideros de constantes agitaciones políticas y sociales llevarían al ciudadano a una profunda desorientación, a una confusión y también a un vacío interior. De esta manera, el destino personal de un ciudadano estaría determinado por las nuevas fuerzas dominantes que a su vez eran impersonales y que no representaban la identidad originaria del pueblo griego. En síntesis, la sociedad griega perdería el rumbo de su propia vida y de los valores tradicionales que les encumbraron con brillantez durante el periodo clásico.

Por lo  que concierne al ámbito filosófico, también daría un giro radical intentando frenar el caos, pero eran corrientes más dogmáticas y sustentadas en la ética y lo moral, dejando a un lado la pasión por comprender el mundo en una esfera más elevada y espiritual y buscando una vía que le proporcionara cierta paz interior y felicidad externa ante un mundo caótico e imprevisible. No obstante, el estoicismo se caracterizaba por tener una visión más elevada y una templanza moral que dejarían su marca más profunda en el mundo romano de Marco Aurelio, Séneca y Epícteto. La figura estoica podía conseguir la felicidad si conectaba su mundo interior con la armonía y la sabiduría proyectada en la razón universal (Logos) que ordenaba todas las cosas; por el contrario, su oponente más directo, el epicureísmo, afirmaba que la humanidad debía superar sus supersticiones y el temor de los dioses populares porque eran las causantes de la miseria humana. Según sus criterios, el mejor modo de lograr la felicidad era retirarse del ajetreo del mundo y llevar una vida tranquila, sosegada y en compañía de un círculo de amigos de confianza. Según sus juicios no temían a la muerte porque era la extinción de la conciencia y detrás de la muerte no habría juicio final ni más sufrimientos. Ambas filosofías reflejarían precisamente dos polos opuestos de la vida cotidiana del griego. Este movimiento filosófico pendular haría que se crease un horizonte de miedo, de incertidumbre y de pesimismo.

Tenemos que tener en cuenta que Atenas, antes del helenismo, era un espacio común para el ciudadano participativo, permeable, libre, con un vínculo muy estrecho entre los ciudadanos por ser ellos, precisamente, los dueños de su propio destino y para que pudieran darse la justicia y la igualdad que no se daba fuera de su ciudad. Su última finalidad era formar, gestionar y defender unas ideas en común en el marco de la política, de la religión, de la paideia (la educación griega por excelencia) y de la filosofía. Así, la polis representaría un lugar donde el ciudadano se sentía identificado y orgulloso de sus valores e instituciones definidas y con una estructura sólida que hacían de la polis  un lugar seguro.

En efecto, el concepto de ciudadano tenía sentido dentro de la ciudad-Estado o polis porque su función en la política o en la religión era activa, dinámica y muy representativa formando un tipo de ciudad virtuosa para la ciudadanía. Aristóteles definía al ciudadano como “aquel que comparte en común la potestad de gobernar y juzgar”. Tras la eclosión del helenismo y de la desintegración de las ciudades-Estados griegas,  el ciudadano perdería no solamente todas aquellas coberturas que le hacían ser un ciudadano vinculante a la polis sino también caería en un vacío interior que nunca se volvería a llenar. Tras la muerte inesperada de Alejandro Magno, el hombre griego pasaría a ser un ciudadano de segunda clase, pasivo e inane. Por ejemplo, la política dejaría de ser participativa para el ciudadano y la gestión de la ciudad fue menguando paulatinamente. En otras palabras, la política dejaría de ser la portadora de la soberanía de la ciudanía. Esto acabaría tumbando al ciudadano griego definitivamente. Asimismo, con la muerte de Alejandro Magno surgiría toda clase de inestabilidad económica y social, pero, sobre todo, la dificultad de organizar, administrar e integrar el legado de un imperio tan grande. Al no existir un poder real para la sucesión de Alejandro Magno, los generales macedonios (conocidos como diádocos) llevaron una guerra interna por el poder imperial, hasta que se fundaron varios Estados independientes. Por ejemplo, Macedonia fue controlada por la dinastía antigónida y tenía bajo su dominio a los atenienses. De esta manera, Atenas perdería poder y quedaría bajo control de Macedonia.

No obstante, el periodo helenístico no fue un túnel de oscuridad: se preservaron los estudios de Homero a Aristóteles; se fueron compilando las grandes obras maestras y editadas, nacería así la erudición humanística; a su vez, se abrieron camino la crítica textual y literaria. Cabe destacar la biblioteca de Alejandría, editándose la traducción griega de la Biblia hebrea. Paralelamente a las agitaciones políticas y a una reorganización de los estados, Atenas seguiría con sus tradiciones académicas, se ampliaría la educación pública y los gimnasios y los teatros estaban llenos de vida. No podemos olvidarnos que el arte helenista florecía con entusiasmo y en el campo de las ciencias destacarían figuras tan importantes con contribuciones originales como, por ejemplo, el físico y matemático Arquímedes, el astrónomo Hiparco, el geógrafo Estrabón, el médico Galeno y el astrónomo Ptolomeo. En el área filosófica, el Neoplatonismo trataría de ser el faro sobre el abismo helenista entre las filosofías racionales y las religiones mistéricas. Con Plotino, se alcanzaría un punto máximo de misticismo suprarracional, más religioso, dejando latente el carácter de una nueva época, con otra mentalidad diferente, rompiendo los moldes de épocas anteriores. Y como no, en el campo del arte destacan representaciones de ancianos, niños, Venus y de la  mitología. El tema religioso disminuye. La desnudez es muy representativa en el arte helenístico  (inconcebible en épocas anteriores que los dioses y las diosas estén desnudos).

Afrodita agachada. Autor:  Doidalsas de Bitinia. Periodo helenístico S. III. Museo Nacional Romano.

El declive griego alcanzaría su punto de máxima degradación en tiempos de la conquista romana de Grecia, en el siglo II a.C., aprovechando la decadencia helenística.  Pero  todo proceso de decadencia llevaría su tiempo de maduración de manera lenta. Es cierto que hubo mucha riqueza en el periodo helenístico, variada y artística, pero en el núcleo de la sociedad ateniense apenas había fuerza y soporte estable por tantas contradicciones en sus poros más internos.  Es muy complejo y difícil señalar la fecha fatídica donde Atenas dejó de ser Atenas, en qué lugar comenzó su caída al abismo. De manera paulatina los órganos vitales, sus asambleas, sus tribunales y su ejército dejaron de funcionar, desapareciendo esa entidad viva que fue la ciudad de Atenas. Según que historiadores consultemos, para algunos serían cuando los atenienses sucumbieron en la batalla de Queronea ante Filipo (339-338 a. C.), o cuando Atenas cayó ante Esparta (415 al 413 a. C.). Es muy difícil de ajustar una fecha concreta para el comienzo de este declive, pero si se puede decir que fue una larga decadencia, de hundimiento, de crisis económicas, de guerras perdidas…

Lo que si podemos destacar es que el individuo griego antes del helenismo siempre había estado conectado con la ciudad e identificado con ella porque se había criado bajo el amparo de unas leyes que le habían permitido educarse y vivir cívicamente y el modelo de ciudad era un sello distintivo y único que se caracterizaba por ser una comunidad de bienestar social. Arrancarle de su ciudad suponía un golpe moral muy bajo. De esta manera, no nos extrañe que se aplicara una ley (508 a.C.) muy severa para el ciudadano ateniense: el ostracismo. El ostracismo para el ateniense era abandonar temporalmente su ciudad obligado por la propia democracia ateniense. El condenado era desterrado diez años de sus raíces familiares y de su identidad como ciudadano. Tras abandonar la polis, el ciudadano no era nadie, perdía todos sus privilegios y esto para el griego suponía la peor condena política y social por abusar, por ejemplo, del poder público o desviarse de las tradiciones religiosas de su ciudad. En definitiva, dejaba ser ciudadano ateniense, dejaba de existir.

Por esta razón era muy importante formar parte de una comunidad, de un núcleo social y participar a su vez de sus diferentes estratos políticos, sociales y religiosos. Por eso la condena al ostracismo anulaba al ciudadano de la polis y esto le llevaba al olvido.

El periodo helenístico se asemeja mucho al de nuestra época actual, entre otras cosas, por su globalización y universalismo, pues Alejandro Magno quiso imponer un mundo universal y abierto para todos, borrando para ello el concepto clásico de la polis griega. Pero las transformaciones de las polis griegas en grandes ciudades cosmopolitas terminaron por desnaturalizar las polis clásicas de Grecia. Indudablemente, con el nuevo marco político se impondría conceptos nuevos difícilmente de asimilar para el ciudadano griego. En lo que atañe a la religión tradicional y popular (el plato principal para el griego), se fusionaría con otras religiones extranjeras. Recordemos que a Sócrates (399 a.C.) se le acusó de no creer en los dioses griegos y de que estaba introduciendo otros nuevos. Esa idea le llevó al filósofo a la condena de muerte. Paradójicamente, medio siglo más tarde de su muerte los cultos egipcios y orientales penetraron sin ningún obstáculo en Atenas. Los cultos extraños empañaron la vida social del ateniense y los cultos sagrados estaban a merced de las nuevas corrientes políticas. En otras palabras, la religión se volvió más individual y con menos fervor nacionalista. La polis se debilitaría con esta nueva orientación religiosa, con una mentalidad más heterogénea. El ciudadano ateniense veía con recelo las nuevas corrientes religiosas y con sus panteones desnacionalizados. Detrás de la religión, el poder político, que al principio era autónomo, iría perdiendo funciones y cada vez se limitaría su autonomía y control, debilitando con ello sus rasgos más visibles y representativos de la polis tradicional.

Con la disolución de la polis , lógicamente, hay un proceso político que también va erosionando las capas morales y sociales. Las diversas crisis, como vamos señalando en párrafos anteriores, no se dan de repente. La decadencia seguiría su curso lentamente en las diferentes esferas de la sociedad. Podemos destacar que la clase media (artesanos, comerciantes..) se iría empobreciendo, las numerosas guerras que sucedían aportaban más esclavos y con ello la caída de los salarios más bajos. Las diferencias entre pobres y ricos aumentarían y las riquezas se concentrarían en unos pocos afortunados. Atenas se hundiría progresivamente y a la vez se sentiría impotente para contrarrestar la miseria que iba en aumento. En siglos anteriores, uno de los remedios al colapso económico era la emigración para buscar sustento y abrir nuevas rutas de comercialización. Gracias a las riquezas que generaban las nuevas colonias y el desarrollo económico del contacto con otras culturas, el mundo griego entraría en una edad dorada; pero la polis, durante el periodo helenístico, dejaría de tener estas competencias y no tenía autonomía para emprender nuevos horizontes en otras tierras con la nueva implantación política. La emigración pasaría bajo control de Alejandro Magno y sus sucesores. La ciudad se convertía en una especie de cárcel que bloquearían a los aventureros en la época helenística. Este bloqueo comercial traería daños colaterales como el ascenso de la piratería y el bandolerismo. En el tramo final del periodo helenístico, el puerto ateniense del Pireo dejaría de ser enclave estratégico para el comercio marítimo y en las zonas rurales, el comercio también disminuiría cuando dejó de existir las cleruquías (reparto de tierras a ciudadanos pobres). Como no puede ser de otra manera, el resultado fue la proliferación de mercenarios, como vía de escape a la pobreza. La pobreza también sería motivo del descenso de la natalidad. Este efecto dominó terminaría con la ciudad de Atenas que sucumbiría como organismo político, debido en parte al surgimiento de un nuevo concepto de ciudad cosmopolita, universal y globalizada. Asimismo, las nuevas corrientes religiosas borrarían las tradiciones y los fundamentos divinos de la polis. Y, por último (y no menos importante), con los bárbaros incorporados a la cultura helénica, se contribuiría al desplazamiento en la fe popular de los dioses helénicos a favor de otros dioses. Por ejemplo, Ptolomeo I introduciría el desarrollo del culto a Sarapis, mezclando rasgos griegos y egipcios que hacían un dios vinculante para ser reconocidos por los dos estamentos del reino.

La religión griega dejaría de ser un conjunto de prácticas y creencias que tuvo sus inicios hacia finales del siglo VIII a.C., una de las representaciones de organización política-religiosa típicas del mundo griego: la ciudad, la polis. Una religión que se basaba en unos hábitos de pensamiento y unas estructuras intelectuales distintos de nuestro mundo actual. La polis era el eje central, el lugar que ocupaba todo el universo griego en la vida individual, social y política.

La polis, finalmente, perdería todos sus ritos originarios, sus mitos disminuirían y la antigua religión perdería adherencia en sus capas sociales más profundas. Los lugares más señalados y más importantes como la Academia, el Liceo, el Ágora también pasarían a un segundo plano y con ello perderían visibilidad y popularidad, pues la erudición y la filosofía irían a parar a Alejandría y a Siracusa. Así, Atenas perdería fuelle filosófico porque la polis ya no representaría nada de sensibilidad y profundidad.

La cascada de empobrecimiento en cada una de las escalas políticas y sociales de Grecia no debería hacemos olvidar que Grecia  continuó siendo uno de los referentes culturales y con una economía muy avanzada, así podemos indicar que el sector agrícola con los viñedos, olivos, huertos, así como otros sectores pujantes como las canteras, minas, cerámicas y metalurgias fueron las bases de un motor económico que se resistía a los envites de los males que lo amenazaban como la pérdida de los mercados exteriores por la competencia, y la contracción del mercado interior por el irremediable empobrecimiento de las gentes.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LA ATENAS DE A FINALES DEL PERIODO HELENÍSTICO:

  • Atenas perdió el espíritu democrático: la monarquía helenística se apoyó en una aristocracia creada por el propio rey y desarrolló un carácter especialmente cosmopolita.
  •  La religión era una mezcla de la mitología griega, los dioses locales y las deidades orientales antiguas.
  • Atenas fue sustituida por Alejandría, Pérgamo y Antioquía, ciudades más modernas.
  • Empobrecimiento de la población. Salarios bajos. El campo se cultivaba poco; las exportaciones fueron el vino, el aceite y algunos productos de lujo, a precios irrisorios.
  • Se generó un aire intelectual, con representaciones teatrales, fiestas populares como las Dionisíacas o los Misterios eleusinos volvieron a brillar. A estos eventos acudían los reyes y gobernantes helenísticos de Asia y Egipto. Pero, indudablemente, nada que ver con los rituales y las creencias de antaño.
  • Las escuelas filosóficas seguían teniendo interés, siendo diversas y reflejando las inquietudes pesimistas y de incertidumbre del pueblo.

REFERENCIAS

Tarnas, R. La pasión de la mente occidental. Ed. Atalanta.

Rodríguez Neila, J. F. Las transformaciones del mundo helenístico. Enlace: aquí.

Leyra Pajón, I. La filosofía helenística. Fundación Juan March, Madrid. Enlace: aquí

Alvar Ezquerra, A. El periodo helenístico. Fundación Pastor. Enlace: aquí.

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Las «Dionisias rurales»

Autor: Javier Jara Herrero @JavierJaraH (Twitter, 24 diciembre de 2022)

La famosa Saturnalia romana no era la celebración más antigua del renacer de los días. El solsticio de invierno, naturalmente, ya se celebraba en la antigua Grecia con una festividad dedicada a Dioniso, deidad asociada al vino y a la fertilidad.

Coincidían con el mes griego de Posidonia, que podríamos identificar con la segunda mitad de diciembre y la primera de enero. Durante las Dionisias rurales tenían lugar grandes actos públicos y musicales, así como otras celebraciones privadas de los «misterios» dionisíacos.

Pero el evento más popular de esta festividad consistía en una procesión que comenzaba a las afueras de la ciudad. Ciudadanos de toda clase social dejaban de lado sus diferencias (hasta cierto punto) y se reunían en un entorno natural para conmemorar sus orígenes comunes.

Los congregados iban ataviados con máscaras que escondían su identidad y que favorecían un sano intercambio de sátiras y burlas antes de comenzar el desfile hacia la ciudad. No faltaban tampoco hombres y mujeres travestidos, lo que potenciaba la igualdad entre los participantes.

Durante la procesión, unos individuos (‘phallophoroi’ o ‘portadores de falos’) cargaban sobre sus hombros un carro con imágenes del dios Dioniso, estatuillas de madera que en su forma más antigua representaban un gigantesco poste fálico, coloreado de rojo y ricamente decorado.

Esta comitiva iba precedida por muchachas jóvenes con cestas, que anunciaban el paso del dios lanzando pétalos al aire. El broche de la procesión lo protagonizaban sátiros y mujeres con diversas ofrendas, particularmente hogazas de pan y jarras de agua, pero sobre todo de vino.

La celebración culminaba con las correspondientes ofrendas de alimentos y bebida en el templo consagrado al dios. Era el momento dejar paso a los placeres terrenales, que consistían en un lujoso banquete que, en algunas ocasiones, corría de parte del erario público.

En esta fase final no era extraño encontrar a las llamadas ‘ménades’, mujeres que representaban a las musas relacionadas con Dioniso y que se dejaban caer en el trance salvaje y orgiástico que se asociaba con este dios.

Pero lo más corriente era organizar concursos de baile y canto mientras los coros interpretaban composiciones poéticas. Con el paso del tiempo se incluyeron representaciones dramáticas, probablemente de las obras que habían alcanzado la fama durante ese año.

Las Dionisias rurales alcanzaron gran fama a mediados del siglo V a. C., momento en el que Aristófanes las plasma como telón de fondo de su obra ‘Los Acarnienses’.

Forman también parte de los festejos generales griegos conocidos simplemente como ‘Dionisias’, que contaban con otra celebración urbana (las ‘Grandes Dionisias’) en nuestro mes de marzo, en esta ocasión para celebrar el final del invierno y la calma en los mares navegables.

No es que falte el vino (junto con otras libaciones) en nuestra forma actual de celebrar estas fechas, pero quizá, solo por probar, podríamos honrar también las antiguas costumbres griegas un año de estos. Seguro que, al menos, será divertido y saldremos en los periódicos.

PARA MÁS INFORMACIÓN:

Bernabé, A. y Macías Otero, S. (eds.) 2020: Religión griega: una visión integradora. Madrid: Guillermo Escolar Ed.

Larson, J. 2016: Understanding Greek Religion. New York: Routledge.

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Odiseo: ¡Presente!

En la Ilíada Odiseo aparece como un terrible guerrero (Canto X y XI) que en varias ocasiones convence a las tropas griegas para que no abandonen la llanura (Canto II, XIV). Se le presenta también como un hábil diplomático que, aunque fracasa en su primera tentativa de apaciguar a Aquiles (Canto IX), furioso contra Agamenón porque este le había arrebatado a su cautiva Briseida, logra finalmente llevar a buen puerto la negociación que devolverá a Aquiles al campo de batalla (Canto XIX); anteriormente Ulises había conseguido que Agamenón restituyera a la cautiva Criseida a su padre sacerdote de Apolo (Canto I).

Sin embargo, Odiseo queda definitivamente consagrado en la Odisea. Todo el relato se organiza en torno a el, «el hombre de los mil recursos» (Canto I): es el ausente que busca a su hijo (II, III, IV) antes de que su presencia le sitúe en el centro del relato; narra sus propias aventuras a Alcínoo (Canto V a XII) y el lector asiste a su regreso de Ítaca y a su venganza (Canto XIII a XXIII). En todas las circunstancias el héroe se muestra «magnánimo», fiel a sus amigos y a su familia, sagaz y valeroso.
Esta misma imagen es la que refleja la pieza de Sófocles Áyax, que opone a un Odiseo prudente y comedido a un Áyax atacado por una locura asesina y descontrolada. En la pieza de Sófocles Filoctetes, Odiseo, entregado en cuerpo y alma a la causa griega, consigue con su astucia habitual que el último compañero de Heracles les entregue el arco y las flechas necesarias para la victoria griega. Sófocles trató la muerte del héroe en Ulises herido, de la que sólo se han conservado algunos fragmentos. En esta obra, Telégono, el hijo que Odiseo había tenido con Circe (XII), llega a Ítaca y mata a su padre ignorando su identidad.
En el siglo IV a. C. Aristóteles pone la Odisea (Poética, VIII, XVII) como modelo de relato organizado en torno a un tema único: Ulises. Platón, sin embargo, la condena como ficción (La República, III). Los estoicos proponen a Odiseo como ejemplo de buena conducta: es «el héroe paciente» por excelencia. Virgilio se inspira en la invocación de los muertos que hace Odiseo (Odisea, XI) para escribir el canto VI de la Eneida, donde se desarrolla el descenso al Hades de Eneas. Horacio celebra la templanza de Ulises (Epístolas, 1,7) y Séneca su prudencia (Cartas a Lucilo, XX, 123). Los libros XIII y XIV de las Metamorfosis de Ovidio presentan al elocuente Ulises vencedor de Áyax, la rabia de Polifemo, engañado por el héroe y los maleficios de Circe.

Cuando leemos la Odisea, Odiseo es un ejemplo de la conexión directa que tenía con su alma. Exploró sus propias virtudes (inteligencia, paciencia, creatividad, intuición, aceptación, humildad, entre otras cualidades) a través de veinte años que duró su periplo hasta alcanzar su hogar. Muchos avatares, sufrimientos, pérdidas de seres queridos y compañeros de guerra, incluso se vio abandonado por los dioses a seguir escalando a través de los escombros de todos sus torcidos sueños hasta que aprendió a distinguir entre lo que decía su mente y lo que decía su corazón. Odiseo aprendió a controlar las propias emociones para poder percibir la comunicación interna entre el cuerpo y el alma. Durante su regreso a Ítaca (su hogar), para encontrarse de nuevo con su mujer e hijo, el desafío diario que estaba sometido era extremo, agotador, imposible de superar. Sin embargo, el héroe nunca se acomodó en el asiento negativo de la vida y combatió con mente, cuerpo y alma todos los obstáculos terrenales, incluso, llegando a dominar su propia naturaleza interna.

Odiseo creció espiritualmente, nunca se sintió víctima, ni tampoco culpó a los demás. Se levantaba con cada golpe que recibía. Cambió de actitud, bajando al Hades (al mundo del infierno) para invertir su brújula interna, buscando el lado positivo de las cosas y rompiendo todas las ataduras que le mantenía ligado al sentimiento de victimismo logró imponer su luz espiritual ante la sombra oscura y fatalista que le acechaba en cada momento. Tras salir del Hades, siguió su recorrido con pies firmes, pero, sobre todo, conectado con la Realidad, aprendiendo las lecciones en su camino con sabiduría. La evolución eterna de Ulises es un fiel reflejo de este viaje humano que tenemos que recorrer.

En los tiempos actuales de nuestra sociedad, las huellas de Odiseo, Homero y de los héroes mitológicos aún perviven con nosotros hilvanando todas las virtudes del mundo griego. La paciente Penélope se ha inmortalizado en el techo de San Jerónimo (Iglesia de la Concepción de Granada) reflejando sus virtudes (inteligente, paciente, fiel, refinada…) en la esposa del Gran Capitán, doña María Manrique. Precisamente, de alusiones mitológicas está llena la cubierta de la iglesia, todo un recorrido histórico-literario para recordarnos los valores del Renacimiento español. En la iglesia de San Jerónimo, al Gran Capitán se le representa como un hombre virtuoso y con un historial rico en hazañas y proezas, por eso se destacan ocho figuras que guardan una correspondencia directa con él: Homero, Escipión, Marco Tulio Cicerón, Julio César, Pompeyo, y Aníbal, entre otros. Homero va relatando las hazañas de estos ingentes hombres para que sus recuerdos pervivan para siempre. Concretamente, en la imagen de abajo, Homero representa una cosmovisión amplia, clara, armoniosa y espiritual, mostrando la luz de todo lo que existe y sucede.

También destacamos las figuras relacionadas con las virtudes de la duquesa doña María Manrique, que son cuatro de origen bíblico y otras cuatro de origen mitológico. Las bíblicas son Judit, Ester, Débora y Abigail, representando la Fortaleza, la Templanza, la Justicia y la Prudencia.

En cuanto a las figuras de origen mitológico, son Artemisia, Alcestis, Penélope y Hersilia,  con las que la duquesa se identificaría por su entrega a sus respectivos esposos: Artemisia por haber encargado el gran Mausoleo para su esposo Mausolo, Alcestis por haber ofrecido su vida para salvar la de su marido, aunque en el último momento fuera salvada por Hércules, Penélope por su paciencia y fidelidad esperando tantos años el regreso de Odiseo y Hersilia por su fecundidad al haber dado un heredero a Rómulo.

Los relieves nos señalan temas tan evocadores sobre la vida y la muerte, el hombre y dios, la libertad, el destino, todo bajo la tela del relato mítico, sin dogmas ni credos religiosos.

Son evidentes muchas analogías entre el mundo de Odiseo y el Gran Capitán. Ambos son héroes épicos que adquieren su gloria en el campo de batalla. Otra característica que comparten es que los dos están por encima de los demás seres humanos. Otra seña de identidad muy común es que ambos están unidos por un cordón espiritual inquebrantable, moviéndose entre lo divino y lo humano, buscando el amparo celestial para acometer sus respectivas empresas.

En definitiva, presentamos dos mundos donde el mito es perenne en ambos lados de la historia; el mundo de que hablamos es un mundo trascendente de la vida más allá de lo cotidiano, más allá de lo mundano. Ambos héroes son referentes para recuperar la fuerza del mito en el mundo presente desde un punto de vista espiritual. Hay que distinguir el Ser del Devenir, salir de este desorden mundial. Odiseo, el Gran Gran Capitán, grandes leyendas por sus grandes gestas, nos aportan fuerza interior y a explorar los recovecos internos de nuestro Ser. Son referentes para romper las barreras de nuestros mundos interiores.

VÍNCULOS ODISEO/GRAN CAPITAN:

  • Desintegración de sus egos.
  • Cosmovisión de la vida trascendental y espiritual.
  • La espada como símbolo de equilibrio, fuerza, justicia.
  • Búsqueda de la verdad.
  • Honor, patria, respeto hacia lo sagrado.

Referencias:

http://aracelirldeloleoalcincel.blogspot.com/2019/07/el-monasterio-jeronimo-de-granadala.html

https://viajarconelarte.blogspot.com/2015/09/la-iglesia-del-monasterio-jeronimo-de.html

Imágenes:

Por cortesía de Sagrario Malagón.

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Aquiles

Estatua de Aquiles en Corfú, Grecia.

La lucha del hombre con el tiempo aparece de manera evidente en todas las manifestaciones del arte, de la literatura y de la religión en el mundo clásico. Pero es el mito la forma más eficaz de combatir la fugacidad y la caducidad de lo humano, pues el mito de por sí ya es una herramienta para no caer en el olvido.

Aquiles, por ejemplo, combate la fugacidad y la caducidad del hombre eligiendo la gloria eterna, imperecedera, pero pereciendo joven en el campo de batalla para permanecer con nosotros gracias a Mnemósine, la memoria. Tras la muerte de un héroe, por tradición, este recibía un culto exclusivo, pero no está en modo alguno a la altura de una divinidad. Tampoco es un ser humano pues ha sido capaz de romper las ligaduras que atan al ser humano con la esfera terrenal. En otras palabras, ha dejado de ser un hombre para convertirse en un héroe. La muerte le ha elevado a un estatus de figura religiosa que aún sigue activa en el mundo intangible. La polis puede solicitar su ayuda, se dirige a él, le invoca, cantando sus heroicidades, pero también recuerda sus sufrimientos. Posiblemente, dentro de la tradición católica, nos lleva a relacionar la figura del héroe con sus santos tras ser conferidos mártires y protectores locales, patronos de una ciudad, es decir, siendo figuras mediadoras entre el hombre y la divinidad. Sin embargo, hay diferencias entre ambos. Los santos, por un lado, aceptan el plan divino en buena parte por su sumisión a los designios de Dios, y hacen de puente para aquellos mortales que no han alcanzado la vida eterna. Ellos son los ungidos de Dios, paladines de virtudes morales e inquebrantable fe; por otro lado, los héroes incurren en horribles desmesuras (hybris), haciendo el bien y el mal, no se cuestionan la idea de la virtud y desde luego, se oponen a los designios de una divinidad, representada como caprichosa, hostil, envidiosa y que la mayoría de las veces son las grandes amenazas de muerte. Precisamente con la muerte que provoca la divinidad, el héroe finaliza su vida pero su heroicidad continúa eternamente y termina integrándose en el orden divino del mundo: estable, inmutable, sin ningún tipo de caos al que se había enfrentado a lo largo de su periplo como guerrero. De este modo, Aquiles se convierte en un legado lleno de relatos míticos y también en una figura de culto. Luego, los poetas de la antigüedad se encargan de inmortalizar sus hazañas post mortem.

Finalmente, el héroe pasa a tener un culto público con la participación activa de la ciudadanía, transformándose en un héroe cívico. La polis cristaliza el espíritu de dicho héroe, profundiza en sus hazañas conectándolo con los aspectos divinos y sensibles del mundo celeste. De esta manera, la ciudadanía se identificaba con sus dioses y con sus héroes, así también reconocía unos códigos cargados de valores que enraizaban el complejo mundo de su sociedad.

Aquiles, faro de inspiración para su pueblo Ftía (Tesalia) tuvo que elegir, según el oráculo, entre vivir una vida longeva, en familia pero anónima o bien ser Aquiles tal como lo conocemos hoy día. Aquiles comienza su leyenda justo cuando quiere formar parte de la gran lucha entre Occidente y Oriente, la Guerra de Troya, como lo fue en su días también las Guerras Médicas entre los griegos y los persas. Esta balanza entre Occidente y Oriente ha seguido después en la Era de Cristo con sus interminables guerras y continúa haciéndolo. Observar estos ciclos que se repiten nos lleva a recordar las historias y leyendas de los héroes de cualquier época (Aquiles, Ulises, Eneas, o no tan lejanas como el Cid, Pelayo, el Gran Capitán…).

Quizás tengamos que resaltar un mundo entero que tiene que ser revelado, un mundo que tiene que abrirse a la gloria de los grandes héroes y que forma parte de una historia que nos pertenece, en el sentido de una herencia que no podemos perder y mucho menos dejarnos pisotear y manipular.

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El orfismo, entre religión y filosofía

Los ritos mistéricos surgieron en la Grecia antigua como respuesta a las aspiraciones individuales que la religión olímpica no abarcaba. Estos tenían un carácter secreto, iniciático, voluntario, soteriológico y giraban más en torno al sujeto que a la divinidad. El orfismo contaba como profeta mítico a Orfeo, un héroe que habría vivido en torno al 1.200 a. C., y cuyo dominio prodigioso de la música, su participación en el viaje de los Argonautas y su incursión en el Más Allá en busca de Eurídice, hicieron de él la encarnación más acertada del mediador entre lo humano y lo divino. El profesor emérito de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, Alberto Berbabé, analiza los preceptos del culto órfico y refiere a las enseñanzas y mitos de su guía, presentándolos a través de fuentes textuales y artísticas de la época.

Os recomiendo la conferencia de Alberto Bernabé (Fundación March)

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La destrucción del mundo antiguo por el fanatismo religioso

Fuente Original: Silvia Colomé/ La Vanguardia

Las destrozadas estatuas de Palmira hablan de atrocidades. Sus mármoles ojos han visto con inmovilizado horror cómo hombres barbudos vestidos de negro se lanzaban contra ellas en nombre de una fe que no compartían. Y no hablamos de los recientes ataques de los yihadistas del ISIS, que también, sino de cristianos que los precedieron muchos siglos antes, cuando la nueva religión se imponía a golpes de fanatismo y de terror.

“Durante los siglos IV y V la Iglesia cristiana demolió, destrozó y fundió una cantidad de obras de arte simplemente asombrosa”, explica la historiadora y periodista cultural de The Times Cahterine Nixey, que acaba de publicar el libro La edad de la penumbra (Taurus) con el objetivo de aportar luz a uno de los episodios más oscuros de la historia: cómo el cristianismo triunfó aniquilando mucho más que la cultura clásica, imponiendo un nuevo modelo que premiaba la fe y condenaba el conocimiento.

“El cristianismo también contenía aspectos positivos en su ideología”, justifica la autora, “pero su triunfo armó con gran efecto la ignorancia y el fanatismo”, analiza. Algo que fue posible gracias a una “combinación de ley, retórica y violencia”. “A medida que transcurría el siglo IV, cualquiera que hiciera sacrificios a los antiguos dioses podría, según decía la ley, ser ejecutado”.

Con la ley a su favor, los pensadores cristianos atizaron la llama del terror. San Agustín, por ejemplo, exclamó: “¡Que toda superstición de paganos debe ser aniquilada es lo que Dios quiere, Dios ordena, Dios proclama!”. “Dijo que no era crueldad sino bondad vencer con varas a quienes tenían creencias incorrectas y al final la violencia fue terrible”, cuenta Nixey. “En la ciudad de Harran, las personas que no se convertieron fueron ejecutadas y sus extremidades, colgadas en la calle”, ejemplifica. “El pensamiento libre difícilmente puede sobrevivir en un mundo así”.

¡Qué toda superstición de paganos debe ser aniquilada es lo que Dios quiere, Dios ordena, Dios proclama!

Los intelectuales de la época quizás pecaron de condescendientes ignorando o menospreciando una religión que no valía la pena ni rebatir porque sus creencias no se basaban en experimentos u observaciones, pero que finalmente acabaría con la mismísima Academia de Atenas y sus filósofos. “Muchos pensadores veían como una estupidez la enseñanza cristiana y para ellos Jesús era un simple embaucador”, apunta Nixey.

Solo algunas voces como la de Celso en el 170 d.C. lanzó ataques contra esas creencias que consideraban irracionales, desde la supuesta virginidad de María a la doctrina de la resurrección. “Describió a los cristianos como estúpidos y al Antiguo Testamento como basura”, añade la historiadora. “¿Cómo puede ser inmortal un muerto?”, se preguntaba Celso sarcásticamente a la vez que también lanzaba fuego contra el mito de la creación. Cabe tener en cuenta que en aquella época ganaba peso entre las élites la teoría del atomismo de Demócrito que consideraba que el mundo había sido creado por la colisión y la combinación de átomos.

No fueron solo las piedras las que fueron atacadas, pronto todos tenían que ser cristianos o pagar un precio por ello.

Pero todo cambió por orden casi divina. Cuando el emperador Constantino, que proclamaba “un dios, un emperador”, legalizó el cristianismo abrió, quizás sin saberlo, la caja de Pandora. “No fueron solo las piedras las que fueron atacadas, pronto todos tenían que ser cristianos o pagar un precio por ello”. Los que han pasado a la historia con el epíteto de ‘paganos’ “fueron perseguidos de todas las maneras posibles: legal, financiera y físicamente”.

En cambio, los que empuñaban martillos y piedras “no fueron vistos como criminales”, al contrario “fueron elogiados y santificados”, aclara Nixey. “En la Galia, San Martín fue aplaudido por su habilidad para reducir templos antiguos a escombros”, explica.

El emperador Constantino.

El emperador Constantino

Los no cristianos “estaban horrorizados por estos matones barbudos y vestidos de negro que recorrían el campo destrozando con palos y barras de hierro”, cuenta Nixey. La desolación avanzaba a pasos gigantescos. “Sabemos exactamente lo que las personas cultas pensaban mientras veían tales actos de violencia porque nos han llegado sus palabras”, añade. Por ejemplo, un poeta escribió: “Somos hombres reducidos a cenizas. Porque todo se ha vuelto en nuestra contra”. Un filósofo inmortalizó desesperado: “Estamos siendo arrastrados por el torrente”.

Tal figura retórica no era para nada gratuita. En tan solo un siglo, los cristianos pasaron a ser del 10% al 90% de la población del imperio. Los números se invertieron gracias a “muchas personas que se convertieron felizmente al cristianismo”, pero también debido a la “violencia y a su hermana aún más eficiente, el miedo a la violencia”, argumenta Nixey.

Arte destrozado y personas silenciadas

La autora realiza un gran trabajo de recopilación de arte destrozando en La edad de la penumbra, detallando las grandes obras que perdió la humanidad a manos de la barbarie cristiana. No solo se derrumbaron las estatuas de la ciudad de Palmira, también cayeron las del Partenón de Atenas y se desfiguraron las imágenes del templo egipcio de Dendera, dedicado a la diosa Hathor.

El templo más hermoso del mundo, el Serapis de Alejandría, fue arrasado por orden del obispo Teófilo. Evidentemente, tampoco se salvó el Museion, el templo dedicado a las musas. La lista es interminable. “Este período presenció la mayor destrucción de arte que la historia humana haya visto jamás, desde Antioquía a España”, detalla la autora. Nixey también repasa las voces que fueron silenciadas, como la de la famosa matemática Hipatia de Alejandría, desollada viva “porque los cristianos creían que era una criatura satánica del infierno porque usaba símbolos matemáticos de apariencia demoníaca”.

Unas pocas décadas después, se lanzó una persecución contra los filósofos no cristianos de la ciudad. “Como era de esperar, la filosofía disminuyó precipitadamente”, ironiza a la vez que recuerda que una de las pérdidas más irreparables fue la destrucción “de todo lo que quedaba en la Gran Biblioteca de Alejandría”.

Hipatia de Alejandría
Hipatia de Alejandría 

El físico italiano Carlo Rovelli calificó que la pérdida de todas las obras del pensador griego Demócrito fue “la mayor tragedia intelectual derivada del colapso de la antigua civilización clásica”. El filósofo y matemático griego “dijo que no había necesidad de temer a los dioses porque el mundo está hecho de átomos, que todo lo que vemos y sentimos solo son átomos que se unen y se separan”, recuerda Nixey.

“En términos de cultura, nunca recuperaremos lo que se perdió”, resume la historiadora británica. Se estima que el 90% de toda la literatura clásica se desvaneció en los siglos posteriores a la cristianización. La famosa hoguera de las vanidades de Savonarola en el Renacimiento parece una broma insignificante al lado de la sabiduría que desapareció para siempre entre las llamas de los cristianos que pretendían enviar al infierno el conocimiento clásico.

Pero no todas las obras se redujeron a cenizas. Algunas se rasparon para aprovechar los caros pergaminos “con temas mas elevados”, ironiza Nixey. Así pues, Agustín escribió comentarios a los Salmos encima del único ejemplar que quedaba de Sobre la república de Cicerón. Otro ejemplo: una obra biográfica de Séneca desapareció para copiar un Antiguo Testamento.

“¿Qué pasaría si aún tuviéramos a Demócrito, a todos los Arquímides, a todos los Cicerón?”, se pregunta Nixey. “Para mí la mayor pérdida es algo más intangible: la forma en que hablamos y nos vemos a nosotros mismos”, valora. “Desde el cristianismo, el mundo se ha roto en líneas religiosas”.

Así pues, los vientos oprimidos del cristianismo golpearon sin piedad los fundamentos de la civilización conocida hasta entonces, cuya debilidad “era la pluralidad”, según la autora. El mundo clásico fue tambaleándose hasta desmenuzarse en el suelo hecho añicos. De sus restos, el Cristianismo construyó su nuevo mundo, levantando iglesias de los mármoles de los templos caídos. “La historia la escriben los vencedores, y la victoria cristiana fue absoluta”, concluye Nixey.

Para ampliar más información sobre la misma temática os remito a:

 

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Eco y Narciso

El pasado 28 de abril en el Teatro Auditorio Roquetas de Mar (Almería) la compañía teatral «Miseria y Hambre Producciones» representó el mito de “Eco y Narciso” de Pedro Calderón de la Barca. Calderón recoge una versión de “Eco y Narciso” narrada por Ovidio, dejando a la posteridad uno de sus dramas mitológicos más hermosos y sugestivos. En esta versión mitológica, Calderón reescribe el mito de una manera delicada, sensible y bella, manteniendo a su vez  la esencia del mito de Ovidio: la reflexión que trasciende de lo que somos y lo que reflejamos ser.

Sin la conjunción de los dioses olímpicos sobre el escenario, pues Calderón se centra en el triángulo Eco, Narciso y Liríope (madre de Narciso), el autor da un giro limpio y muestra, de manera magistral, cómo la apariencia oculta la verdadera esencia. No es casualidad la ausencia de Zeus y Hera, pues Calderón de la Barca poseía estudios religiosos (Teología y Derecho Canónico) y estos los reflejó por ejemplo, con su talento natural, en crear autos sacramentales, género teatral con una gran carga de simbologías teológicas. Pero es en el campo de la mitología cuando el autor saca a relucir dramas filosóficos o teológicos, a veces influido por el neoplatonismo. Calderón de la Barca le da mucho valor en sus obras al significado profundo de la luz y la oscuridad, la superficialidad y la interioridad;  la realidad y el espejismo; el  irrealismo de un mundo idealizado y opuesto a la esencia misma del ser.  El autor da un cambio de rumbo o de punto de vista al mito, pues los mitos, según su sentido oculto, tratan de dos temas: la causa primera de la vida (la metafísica) y el comportamiento sensato de la vida (lo ético). El autor destaca la línea de lo que es ético y moral, el sentido de la vida, lo que realmente es importante, eliminando aquellas barreras ilusorias y mentales que acaban engullendo al hombre con su peor fobia.

Hay que subrayar que sin la participación de Zeus y Hera el espectador observa que la culpa del trágico desenlace entre Eco y Narciso recae sobre Liríope, madre de Narciso. Es la madre, desde el día del nacimiento de su hijo Narciso, la que modela e influye directamente en la personalidad de Narciso. La tragedia se va mascando desde el comienzo de la obra, pues la relación madre-hijo es conflictiva e irreparable, pues la madre se enfrenta a un impulsivo, joven y enamorado Narciso. Es la propia Liríope la que arrastra a su hijo a conocer sus debilidades, sus temores, sus miedos, a encerrarse en una burbuja y vivir una vida irreal y carente de valores. Ese vacío interior de Narciso es el punto más álgido de la obra, pues Narciso acaba consumiéndose hasta que muere. Liríope queda marcada, pues es la responsable del proceso involutivo de Narciso. Desde la perspectiva de la obra de Ovidio, la esencia es la misma, sin embargo los protagonistas sobre el escenario son Zeus y principalmente Hera, pues es la diosa la que teje una maldición para que el amor de Eco y Narciso nunca llegue a fraguarse y  Eco terminase sus días consumida y extenuada por el dolor y la tristeza.  La relación de amor de Narciso y Eco es derrotada por fuerzas superiores a ellos, fuerzas cuya comprensión íntegra no está a su alcance, ni mucho menos se puede vencer por la pasión de ambos.
Hay que destacar que esta visión humana, ese desenlace trágico y abismal no desemboca en el total pesimismo, sino que conlleva la existencia de un orden y un equilibrio superior, pues los dioses son los garantes del orden del universo y por encima de ellos sólo los dominan el destino, pues el hado de Narciso ya estaba escrito desde el día de su nacimiento, pues el adivino Tiresias así lo predijo.

La muerte de Narciso es inevitable en ambas versiones, pero  con Calderón hay un ingrediente que cambia con respecto a Ovidio: el libre albedrío.  El arte español del Barroco, una de las más altas expresiones de nuestra historia cultural es un arte contrarreformista, y su máximo representante es Calderón. Pues bien, si hay un tema que sea importante para los teólogos en el siglo XVII es sin duda la cuestión del libre albedrío. La madre de Narciso, sabiendo lo que el adivino Tiresias le alertó (que tendría una larga vida si no se contemplaba a sí mismo) decidió señalar el camino de su hijo, según sus criterios como buena madre. Su elección y no la decisión de los caprichosos dioses, es lo que marca el trágico final de la obra.

El problema doctrinal era importantísimo en la época de Calderón, pues sostenía que Dios quería que todos los hombres se salvaran, y que a todos les dieran la gracia necesaria para conseguirlo, y el único camino era realizando buenas obras, usando correctamente la libertad que les ha sido dada. En síntesis, Ovidio presenta, por un lado, la predestinación, el destino como fuerza superior a los dioses y al hombre limitado y, por otro lado, Calderón expone el libre albedrío y la libertad.

Para concluir, debo subrayar, a todo esto, que, bajo la dirección de Miseria y Hambre y a su elenco de artistas, el trabajo es sobresaliente. Una obra con mucha enjundia y cargada de mensajes que hoy día están muy vigente en nuestras vidas.

 

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La sabiduría griega frente a la fe cristiana

San Pablo (El Greco)

El cristianismo, en sus comienzos, distaba de ser homogéneo, pues  sólo consistía en un conjunto de creencias y principios no bien trabados, sin un símbolo de fe definido ni unas escrituras canónicas. En otras palabras, en los primeros siglos de nuestra era concurrían unas interpretaciones religiosas y unos ritos casi tan numerosos como las comunidades cristianas existentes.

Cuando Pablo de Tarso, en el siglo I, anunció en el Areópago de Atenas  a los filósofos griegos al Dios desconocido, aprovechando que los antiguos griegos adoraban a una deidad que ellos llamaban Agnostos Theos, es decir, el dios desconocido, los atenienses y los forasteros allí presentes quisieron oír la nueva doctrina que postulaba Pablo de Tarso. Es cierto que en Atenas hubo un templo dedicado específicamente a este dios y muy a menudo que los atenienses prestaban juramento «en el nombre del dios desconocido», pero estaba muy lejos del pensamiento que iba a proponer Pablo de Tarso (Hch, 17, 13-34). Pablo de Tarso dio un discurso del que destacaremos los puntos más importantes:

  1. Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él. 
  2. Señor del cielo y de la tierra.
  3. Creó el linaje humano.
  4. Dios vive dentro de nosotros.
  5. Se juzgará al mundo según justicia divina.
  6. Resurrección del hombre entre los muertos.

Imaginemos el espíritu griego, aquel que se manifiesta en las tragedias de Sófocles, en el Partenón, en la obra de Homero frente al discurso de Pablo de Tarso. Tras terminar con la evangelización cristiana y el recital de los puntos enumerados en líneas anteriores, los griegos le plantearon a Pablo de Tarso varias cuestiones:

  1. ¿Por qué precisamente era ese momento histórico cuando Cristo viene a salvarlos?
  2. ¿Por qué fue elegido el pueblo judío? ( así como otras cuestiones relacionadas con el pecado del hombre, el fin del mundo y el rechazo, entre otras cosas, como la reencarnación) La explicación del pecado es muy ambigua. El griego común se preguntaba qué pasaba con los miles de años ya pasados , con las generaciones anteriores que habían pecado, si existía salvación para sus antecesores.
  3. ¿Por qué un Cristo, una virgen, unos santos, unos rituales con una iconografía determinada?
  4. ¿Por qué el hombre ha sido creado a partir del polvo, del barro, siendo el hombre un pecador y culpable que se tiene que postrar ante su creador?
  5. ¿Por qué ese mensaje de continua sumisión y a la vez gratitud infinita, aunque se sufra cualquier penalidad, así como el temor a que todo podía ser peor?
  6. ¿Por qué el mayor pecado es desobedecer a Dios?
  7. ¿Por qué pecamos si no se cree en Dios?

Como Werner Jaeger relata en su libro Cristianismo Primitivo y Paideia Griega,  la expansión de la religión y la cultura griega favoreció el surgimiento del cristianismo como religión universal. Sin embargo, la predicación evangelizadora de Pablo de Tarso no pudo satisfacer ninguna de las cuestiones que se planteaban los griegos y fracasó estrepitosamente en su primera aproximación al pueblo ateniense. Lo que no se imaginaba Pablo de Tarso, es que, muchos siglos después, el motor de la religión cristiana lo impulsaría la influencia de la civilización griega sobre el cristianismo, que las implicaciones filosóficas de las doctrinas cristianas son de origen griego, que hay elemento puramente griego en los libros bíblicos mismos, en especial en el Nuevo Testamento. En suma, en el producto final de la tradición cristiana,  la civilización griega ejerció una influencia profunda.

Hay que destacar que la pureza de la religiosidad griega y el espíritu griego auténtico están fuera de cualquier dogma religioso, de libros sagrados y de poderes eclesiásticos. Es cierto que el espíritu ateniense vibra en sintonía con Atenea, protectora de Atenas, pero el manifiesto espiritual del ateniense no tenía nada que ver con las palabras evangelizadoras de Pablo de Tarso sobre Cristo.

Atenea

“Virgen venerable – dice el himno homérico -, tú eres la única guardiana de las ciudades”. Atenea es la patrona de los pueblos que piensan libremente y que aceptan la idea divina sin vanas angustias. Para el griego,  Atenea es la hija del pensamiento divino. “Cuando nace – dice el himno homérico en su honor-, el vasto Olimpo se estremece y la tierra se llena de clamores, el mar bravío infla sus olas profundas, el hijo de Hiperión detiene durante largo tiempo sus rápidos corceles”. Ante ella, en efecto, todo el cimiento de las religiones se desquicia. Atenea, diosa de todas las diosas, no exige ni lágrimas ni estremecimientos, ni tinieblas. Sus mandamientos son consejos, máximas que simplifican el camino del hombre para conseguir encender la luz de la sabiduría interna. Atenea recomienda y ensalza el trabajo, la pureza, la energía, la meditación y la equidad.

Si repasamos la influencia de Atenea a través de nuestra historia destacaría, sin ninguna duda, a Esquilo en la Euménides, pues sintetiza los valores del pueblo ateniense:

«Cuanto sea nobles y leales victorias; y que la tierra y el cielo, y el mar con sus aguas, y los vientos con sus blandas corrientes, y el sol con sus claros rayos traigan sobre este suelo toda suerte de bienes. Que la tierra abunde en frutos y rebaños; que vivan los ciudadanos en prosperidad, jamás derribada a los golpes del tiempo; que se logren y florezcan los tiernos retoños infantiles. Pero a los impíos ya puedes exterminarlos con más furor que nunca. Yo amo a los hombres como el hortelano a las plantas, y quiero que la semilla de los buenos no se dañe con la mala hierba de los malos.» Bienes pedidos por Atenea para el pueblo ateniense.

En su diálogo Crátilo, el filósofo griego Platón da la etimología del nombre de Atenea, a partir del punto de vista de los antiguos atenienses:

Éste, amigo mío, tiene más peso. Ahora bien, parece que los antiguos tenían sobre Atenea la misma idea que los actuales entendidos en Homero. Y es que la mayoría de estos, cuando comentan al poeta, dicen que Atenea es la responsable de la inteligencia (nous) misma y del pensamiento (dianoia). Conque el que puso los nombres pensaba, según parece, algo similar sobre ella; y, lo que es más importante, queriendo designar la «inteligencia de dios» (theoû nóēsis), dice –más o menos— que ella es la «inteligencia divina».

Enrique Gómez, escritor guatemalteco, describe en La Grecia eterna la figura de Atenea, diosa entre las diosas:

«Entre todas las divinidades, realmente ésta es única. Es la Idea, es la Abstracción, es la Conciencia, es la Armonía. Los hombres que la crean a su imagen y semejanza son seres sin vanos temores de tenebroso más allá. […] Las frentes que se inclinan ante ella son frentes libres de prejuicios oscuros […] »

El espíritu griego y su profunda religiosidad se condensa en las palabras de Ernest Renan: «¡Oh, nobleza! ¡Oh, belleza simple y verdadera! ¡Oh, diosa, cuyo culto significa razón y juicio; tú, cuyo templo es un altar eterno de la conciencia!»

Si penetramos al pensamiento de Hegel, el filósofo traza perfectamente el aura de Atenea:

«Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, sino sólo reconocer: el mochuelo de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo.» Georg Hegel: Prefacio a Filosofía del Derecho, 1821.

Rafael Spínola, pensador y político, le hace un guiño a Atenea, diosa de la Sabiduría:

«Y nosotros, los que estamos tachados de carecer de creencias religiosas, sólo porque rompimos las ataduras de la superstición y amamos la Libertad, también tenemos nuestro Dios, pero tan puro, que no encontramos ningún símbolo que lo represente, sino que lo adoramos en su esencia misma, que es la SABIDURÍA.»

Continuando con la Sabiduría, tema principal del pensamiento griego, el poeta Rubén Darío ensalza las virtudes de la diosa:

«Dulce y reflexiva Sofía,
Dinámica y omnipresente,
Su luz a todo artista envía,
Al laborioso, al elocuente;
Y anima con su íntimo soplo
A los artífices del fuego,
Al que mueve regla o escoplo,
A la que borda, a la que hila.» Rubén Darío: Palas Athenea, 1915, p. 5.

En síntesis, el espíritu griego, esa esencia pura  que tenía sobre la vida, la muerte, el destino y Dios, fuera de los dogmas cristianos impuestos por Pablo de Tarso, ha sido loada por muchos autores desde los clásicos hasta los más actuales.

La esencia de la religiosidad griega se puede resumir de la siguiente manera:

  • No nace de ninguna forma de temor.
  • No teme a la muerte.
  • No teme a Dios. Su Dios no es un dios castigador.
  • No cree que Dios concibiera el mundo.
  • Para el griego el mundo era antes un orden fuera del tiempo: hombres y dioses tienen su sede, su camino y su misión.
  • Creen en una eterna alternancia de mundos que nacen y desaparecen, en “reiterados crepúsculos de los dioses”, ej.: cataclismos, catástrofe cósmica.
  • No creen en el juicio final, ni en el advenimiento de un reino de dios…
  • No han sido creado por Dios, ni a la voluntad de un creador.
  • El origen del hombre, al igual que el Cosmos, es por  Manifestación del Principio Supremo de emanación. (Para ampliar más información: el emanantismo. )
  • No está sumiso a Dios.
  • La religiosidad griega no es servidumbre.
  • Dios se concibe como la Suprema Razón que se manifiesta en el Orden del Mundo, un vínculo Dios-Hombre, Idea esencia del mundo griego, siendo una común racionalidad. No dudaban de una Realidad Superior que les era evidente.
  • Los griegos buscaban la sabiduría, los judeocristianos buscan ansiosamente las revelaciones y la obediencia para llegar a Dios.
  • El griego confía en  una comunidad que abarca a hombres y dioses, la Polis de Atenas. Los dioses, como el hombre, han de encontrar el origen de su existencia en la Manifestación (por emanación) del Principio Supremo. Héroes como Teseo (Rey sacro de Atenas) y Ulises (Rey sacro de Ítaca) representan el guerrero espiritual, restaurando, equilibrando y armonizando el microcosmos que hay dentro de ellos, así forman parte del entramado mundo suprasensible del macrocosmos. La enseñanza de ambos héroes es  superar cualquier tipo de barrera que suponga un obstáculo para el recorrido iniciático que lleve a la Gran Liberación y de volver a nuestra génesis primera: incondicionada, eterna, divina…
  • La unión de los dioses en torno a una ciudad en los momentos críticos debía responder a la unión de los hombres, unión en la que la fuerza y la eficacia simbólica se expresaban en momentos como las Panateneas. Tanto en las Panateneas en Atenas y las Jacintias en Esparta, por poner el ejemplo de las fiestas más fastuosas de dos ciudades, es la manera de volver a renovar el pacto que une a la ciudad con sus dioses y que garantiza el orden y la prosperidad.
  • La cultura griega que precede a la era cristiana no tiene como ideal la santidad, sino la armonía tanto espiritual como corporal: el justo medio. En la medida en que los deseos espirituales y los deseos corporales corresponden a un deseo natural, ambos son conciliables; sin embargo, la exaltación y la pasión de Cristo los hace contradictorios.
  • Los griegos no se definieron a sí mismo como politeístas. La palabra politeísta la inventó Filón de Alejandría, filósofo cuya religión de origen fue judía… Una religión politeísta se caracteriza por la pluralidad de fuerzas divinas y de cultos. La diversidad de dioses no es contradictoria con la idea de unidad de lo divino. El politeísmo se parece al sistema de la “muñecas rusas”.
  • El griego honraban a una divinidad con respeto, educación, rezan de pie con la mirada dirigida al cielo, brazos extendidos: «A Palas Atena, ilustre diosa, comienzo a cantar, la de ojos de lechuza, rica en industrias, que un indómito corazón posee, doncella venerable, que la ciudad protege, valerosa, Tritogenia, a la que solo engendró el industrioso Zeus en su santa cabeza, de belicosas armas dotada, doradas, resplandecientes.» 28º Himno Homérico, c. s. VII a. C.
  • La religiosidad griega, de base indoeuropea, es la religiosidad de nuestro mundo y una de sus semillas más características es que no conocían el sentimiento del pecado, no se sentían víctima, para ellos no existía el miedo ni el sufrimiento, ni la mortificación para elevarse ante Dios.
  • El tema del alma es universal, pero es una célebre desconocida en nuestra sociedad. En veintiún siglos que llevamos las religiones nos hablan de Dios pero se les ha pasado un detalle muy grave: enseñarnos a hablar con Dios y entrar en comunión con nuestra alma. No importan sus mil nombres: Yavé, Padre, Tao, Zeus, Olorum. Lo más importante es conectar con nuestra fuente originaria y unirnos a su presencia. A  Pablo de Tarso se le pasó revisar las fuentes originarias del hombre griego que empezaba a hablar de dioses y estrechar un lazo de conexión íntima donde se identificaba profundamente con el el Ser Supremo y nunca dejaba en el olvido la existencia de la trascendencia. Por ejemplo, los dorios ejercían un tipo de espiritualidad Solar, pues para ellos la búsqueda de la Trascendencia no era ajena ellos. El pueblo griego conocía, gracias a sus ancestros, la Iniciación Espiritual, como era el caso de los Misterios Mayores de Eleusis, la mística de Samotracia, los misterios de Delfos, con una notable influencia de la escuela pitagórica, cuyos misterios constituyeron una de las más prestigiosas iniciaciones en la antigüedad.
  • El hombre griego quiere honrar a la Divinidad manteniéndose en medio de la fatalidad de la vida humana. Honraban la divinidad que hay en él.

Para concluir, citaré un poema de  Ricardo Reis que resume muy bien el espíritu griego:

Vosotros que, creyentes en Cristos y Marías,
turbáis de mi fuente el agua clara
sólo para decirme
que hay aguas más alegres
bañando prados con mejores horas.
¿De las otras regiones para que hablarme
si estas aguas y praderas
son de aquí y me agradan?

Esta realidad los dioses dieron
y para bien real la dieron externa.
¿Que serán mis sueños
más que la obra de los dioses?
Dejadme la Realidad del momento
Y mis dioses tranquilos e inmediatos
que no moran en lo Incierto
sino en los campos y ríos.
Dejad ir mi vida paganamente
acompañada por avenas tenues
con que los juncos de los márgenes
se confiesan de Pan.
Vivid vuestros sueños y déjame
el altar natural donde es mi culto
y la visible presencia
de mis cercanos dioses.
Inútiles procos de lo mejor de la vida,
dejad la vida a los creyentes más antiguos
que Cristo y a su cruz
y María llorando.
Deméter, dueña de los campos, me consuela
Y Apolo y Venus, y Urano antiguo
Y los truenos, con la ventaja
de ir de la mano de Júpiter.

Para saber más:

Jaeger, Werner. Cristianismo primitivo y paideia griega. 

Filosofía griega y cristianismo

Pablo en Atenas

Religiosidad Nórdica

El Emanatismo (Eduard Alcántara)

Enlaces de interés:

Filosofía versus cristianismo

El origen de las religiones

La destrucción de la cultura griega por el fanatismo religioso

 

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La mujer griega en la religión

A las mujeres de la Grecia clásica se les negaba toda función política y jurídica, pues se daba por sentado que estas funciones la asumían los varones. Su papel estaba focalizado en el terreno doméstico, dentro de la casa. Sin embargo, en el terreno de lo religioso desempeñaron importantes cometidos que eran percibidos como decisivos a los ojos del conjunto de la comunidad.

Algunos ejemplos son:

  • Las jóvenes solteras servían como portadoras de cestas en las procesiones de las festividades. Por ejemplo, la procesión de las Panateneas.
  • Las mujeres adultas actuaban como sacerdotisas ante el altar de una divinidad y presidían el sacrificio de animales a los dioses. Por ejemplo, Cidipe, sacerdotisa de Hera.
  • Las mujeres casadas llevaban a cabo rituales secretos en los que no podían participar los hombres, ceremonias importantes para obtener la bendición de los dioses sobre los campos y las cosechas. Se creía que las mujeres tenían una relación íntima y especial con la fertilidad de la tierra, que en definitiva estaba representada por la diosa Gea.
  • Las mujeres también se involucraron en la adoración de divinidades “nuevas” como Adonis, que en el periodo clásico no formaban parte de la estructura formal de la ciudad. Era un rito privado fuera del calendario religioso oficial. Adonis es una divinidad oriental que nunca fue del todo aceptaba en el panteón griego. Cuenta el mito que Afrodita, la diosa del amor, se enamoró perdidamente del joven y hermoso Adonis, pero este pereció a manos de un jabalí mientras cazaba. En los últimos momentos de su vida, Afrodita lo tendió en un lecho hecho con lechugas.
  • Las mujeres de Dioniso. En Atenas, lejos de la presencia de los hombres, algunas mujeres se congregaban en un recinto cerrado y bailaban descalzas con desenfreno ante una efigie del dios Dioniso, con el pelo suelto. El hecho de ir descalzas o desmelenadas indican que han renunciado a su condición normal, sosegada, para adorar al dios en un estado de entusiasmo, que simboliza “tener el dios dentro de sí”
  • Profecías y profetisas: uno de los oficios femeninos más conocidos de la antigua Grecia era el de la pitia, la profetisa-sacerdotisa de Apolo en Delfos. Ostentaba la posición más prominente que podía ocupar una mujer en un cargo de tipo religioso en la Grecia clásica.
  • La religión en el ámbito doméstico: una de las tareas particulares de las mujeres consistía en hacer pastelillos para los sacrificios rituales. También, se encargaban de las estatuas, que eran cuidadosamente lavadas por mujeres (las únicas que podían ver a la diosa “desnuda” sin vestido de culto) y se les daba un nuevo atuendo para llevar. Un ejemplo claro sería la “ceremonia de aseo” en ella, las mujeres tejían  cada año un nuevo vestido para Atenea (Jenofonte, Helénicas, 1.4.12).
  • Sacrificios: las mujeres jóvenes estaban presentes en los sacrificios, incluso antes del matrimonio, pero además también lo estaban las sacerdotisas, que conducían el propio acto. Cuando el hacha golpeaba a la víctima, las mujeres entonaban un llanto ritual para llamar la atención de los dioses sobre aquello que se les ofrendaba. La presencia de mujeres eran tan importante en los rituales públicos que estas debían asistir tan pronto como fuera posible después de haber dado a luz o incluso inmediatamente después de haberse librado de la contaminación que suponía la participación en un funeral.
  • Ofrendas a los dioses: muchas veces las mujeres expresaban su piedad a través de regalos que ofrecían a los dioses. La más antigua de las dedicaciones conocidas entre las realizadas por mujeres es la de Nicandra de Naxos, quien en torno al 650 a.C. ofreció una estatua de Artemisa de gran tamaño en el templo de esta diosa en la isla de Delos, y en ella inscribió su propio nombre.
  • Rituales funerarios: las mujeres eran quienes preparaban el cuerpo del difunto, lo lavaban, lo vestían y lo dejaban listo para llevarlo hasta la carreta que lo conduciría hasta el cementerio. Es común ver a las mujeres golpeándose la cabeza, tirándose del pelo o arañándose las mejillas hasta sangrar. Los varones se lamentaban en silencio, sin mostrar emociones, de pie en torno al cadáver, levantando las manos en un silencioso gesto de respeto. Son famosas las plañideras: mujeres enérgicas con un exceso de luto. De hecho, en Atenas y Delfos decretaron leyes para prevenir estos hábitos excesivos en el luto femenino limitando los lamentos o prohibiendo lacerar sus mejillas.

Enlaces sobre la misma temática:

  1. Sacerdotisa griega
  2. Sibila, el don de la profecía
  3. Religión griega
  4. La iniciaciación en el culto
  5. Los Misterios
  6. El sacerdocio en la antigua Grecia
  7. Rituales funerarios
  8. La importancia de los rituales
  9. El rito griego
  10. El culto a los difuntos

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