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Aquiles

Estatua de Aquiles en Corfú, Grecia.

La lucha del hombre con el tiempo aparece de manera evidente en todas las manifestaciones del arte, de la literatura y de la religión en el mundo clásico. Pero es el mito la forma más eficaz de combatir la fugacidad y la caducidad de lo humano, pues el mito de por sí ya es una herramienta para no caer en el olvido.

Aquiles, por ejemplo, combate la fugacidad y la caducidad del hombre eligiendo la gloria eterna, imperecedera, pero pereciendo joven en el campo de batalla para permanecer con nosotros gracias a Mnemósine, la memoria. Tras la muerte de un héroe, por tradición, este recibía un culto exclusivo, pero no está en modo alguno a la altura de una divinidad. Tampoco es un ser humano pues ha sido capaz de romper las ligaduras que atan al ser humano con la esfera terrenal. En otras palabras, ha dejado de ser un hombre para convertirse en un héroe. La muerte le ha elevado a un estatus de figura religiosa que aún sigue activa en el mundo intangible. La polis puede solicitar su ayuda, se dirige a él, le invoca, cantando sus heroicidades, pero también recuerda sus sufrimientos. Posiblemente, dentro de la tradición católica, nos lleva a relacionar la figura del héroe con sus santos tras ser conferidos mártires y protectores locales, patronos de una ciudad, es decir, siendo figuras mediadoras entre el hombre y la divinidad. Sin embargo, hay diferencias entre ambos. Los santos, por un lado, aceptan el plan divino en buena parte por su sumisión a los designios de Dios, y hacen de puente para aquellos mortales que no han alcanzado la vida eterna. Ellos son los ungidos de Dios, paladines de virtudes morales e inquebrantable fe; por otro lado, los héroes incurren en horribles desmesuras (hybris), haciendo el bien y el mal, no se cuestionan la idea de la virtud y desde luego, se oponen a los designios de una divinidad, representada como caprichosa, hostil, envidiosa y que la mayoría de las veces son las grandes amenazas de muerte. Precisamente con la muerte que provoca la divinidad, el héroe finaliza su vida pero su heroicidad continúa eternamente y termina integrándose en el orden divino del mundo: estable, inmutable, sin ningún tipo de caos al que se había enfrentado a lo largo de su periplo como guerrero. De este modo, Aquiles se convierte en un legado lleno de relatos míticos y también en una figura de culto. Luego, los poetas de la antigüedad se encargan de inmortalizar sus hazañas post mortem.

Finalmente, el héroe pasa a tener un culto público con la participación activa de la ciudadanía, transformándose en un héroe cívico. La polis cristaliza el espíritu de dicho héroe, profundiza en sus hazañas conectándolo con los aspectos divinos y sensibles del mundo celeste. De esta manera, la ciudadanía se identificaba con sus dioses y con sus héroes, así también reconocía unos códigos cargados de valores que enraizaban el complejo mundo de su sociedad.

Aquiles, faro de inspiración para su pueblo Ftía (Tesalia) tuvo que elegir, según el oráculo, entre vivir una vida longeva, en familia pero anónima o bien ser Aquiles tal como lo conocemos hoy día. Aquiles comienza su leyenda justo cuando quiere formar parte de la gran lucha entre Occidente y Oriente, la Guerra de Troya, como lo fue en su días también las Guerras Médicas entre los griegos y los persas. Esta balanza entre Occidente y Oriente ha seguido después en la Era de Cristo con sus interminables guerras y continúa haciéndolo. Observar estos ciclos que se repiten nos lleva a recordar las historias y leyendas de los héroes de cualquier época (Aquiles, Ulises, Eneas, o no tan lejanas como el Cid, Pelayo, el Gran Capitán…).

Quizás tengamos que resaltar un mundo entero que tiene que ser revelado, un mundo que tiene que abrirse a la gloria de los grandes héroes y que forma parte de una historia que nos pertenece, en el sentido de una herencia que no podemos perder y mucho menos dejarnos pisotear y manipular.

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La concepción del alma en el pensamiento homérico

El río Estigia (Imagen: Wikipedia)

El pensamiento homérico sobre el alma reflejaba la resignación y no el deseo del hombre, cuya existencia después de la muerte se reducía a vagar como un alma en pena, existiendo sin duda, pero carente de todo sentido.

 En los poemas de Homero, la concepción del alma después de la muerte es la de no descansar de los oleajes de la vida.

 Odiseo refleja en el célebre Canto XI de la Odisea el sufrimiento de Sísifo:

Vi de igual modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos, empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte, pero, cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa hacía retroceder la insolente piedra que caía rodando a la llanura. Tornaba entonces a empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza.

También describe el tormento de Tántalo:

Vi a si mismo a Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con la intención de beber, otras tantas desaparecían el agua absorbida por la tierra; la cual se mostraba negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Encima de él colgaban las frutas de altos árboles (…) y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes.

Parece que el reino del Hades no ofrecía una luz de esperanza, aunque sea una llamita tenue y ligera. El Hades es el fin para el hombre, cerrando así cualquier vestigio de luz y esperanza.

La única vía de esperanza para eludir el lóbrego reino del Hades era que los dioses enviaran a los héroes a los Campos Elíseos, un lugar donde la luz es eterna, nunca hay nieve, ni largo invierno, ni vientos ni lluvias, acompañado de una paz inquebrantable y eterna.

Según la creencia más popular, un dios podía, de repente, sustraer a un mortal protegido suyo y llevárselo a la eternidad, bien sea a los Campos Elíseos o al Olimpo. De manera arbitraria en algunos casos y otras por parentesco directo con el dios, el mortal pasaría a ser inmortal.

En la Odisea (Canto IV) Proteo, que tenía el don de leer el porvenir, le profetisa a Menelao

Oh Menelao, alumno de Zeus, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamanto – allí se vive dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los hombres más frescuras ­-, porque siento Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Zeus.

Entendemos que el alma de Menelao (Psique) no tenía que separarse de su cuerpo ni ser sepultada. Por lo tanto, los Campos Elíseos era un lugar inasequible para los demás mortales, solamente para algunos privilegiados: a Menelao le garantiza un lugar especial de bienaventuranza e inmortalidad. La inmortalidad de los dioses tenía además otros disfrutes como el néctar y la ambrosía. Así pues, el hombre que se alimentaba de estos divinos regalos se convertía en dios, en inmortal. En suma, Menelao fue transportado vivo a la eterna vida gozosa y plena de felicidad, a un lugar especial.

En la otra cara de la moneda nos encontramos a Aquiles hundido y desolado en el reino de las sombras en el Libro XI de la Odisea así lo narra:

No me consueles de la muerte, ilustre Ulises. Preferiría estar en la tierra y servir a un hombre pobre, sin muchos medios de vida, que ser el señor de todos los consumidos.

Por otro lado, en el ámbito religioso, los héroes de la epopeya homérica no están a la altura de los dioses. Es decir, en la época homérica no hay indicios de que se realizaran rituales en honor a Menelao o a Heracles para que fueran los intermediarios entre los dioses y los hombres, sino que pasarían a ser fuerzas divinas de pleno derecho que tenían un trato de culto propio, unos santuarios cargados de pomposidad en su lugar de origen, y, por supuesto, detrás un mito indeleble e inquebrantable. Era muy común que, casi siempre, cada héroe fuera conocido solamente en su territorio, excepto Heracles que traspasó fronteras. Curiosamente, el caso de Hércules es muy peculiar porque Odiseo lo ve en el Hades de la siguiente manera:

Vi después al fornido Hércules o, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Juno, la de las áureas sandalias.

Odiseo se refiere a la “imagen” de Hércules como un término llamado “eidolon”. Heracles, cuyo eidôlon fue visto por Ulises en los infiernos, vivía al mismo tiempo entre los dioses inmortales.

Nos referimos con eidôlon a una imagen con idéntico aspecto al de una persona, pero que no siempre está relacionado con el alma de un difunto, ya que también se menciona dicho término para moldear el doble de una persona. Un ejemplo de esta peculiaridad característica la observamos cuando Apolo aleja a Eneas del templo para que fuera curado de sus heridas tras su lucha con Diomedes: y fabricó un eidôlon a imagen y semejanza de Eneas (Ilíada, V).

En definitiva, las descripciones del eidôlon sugieren que los griegos creían que el alma del muerto tenía también la apariencia del ser vivo y describían las acciones físicas de las almas de los muertos de dos formas contradictorias: por un lado, pensaban que las almas de los muertos se movían y hablaban como un ser vivo; y, por otro lado, que las almas de los muertos no podían hablar o moverse y en su lugar chillaban y revoleteaban de un lado a otro.  Por lo tanto, podemos expresar que la representación material del alma es el eidôlon, el doble de la persona.

Bibliografía:

Bremmer, J. N. «El concepto del alma en la antigua Grecia». Ediciones Siruela (2012).

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El espíritu Tradicional en la Mitología griega

Descubrir el templo de Poseidón, en el cabo Sunio
Templo de Poseidón en el Cabo de Sunion.

Para comprender el espíritu tradicional debemos tener muy presente un axioma irrefutable sobre el Principio de las dos Naturalezas: hay un orden físico y otro metafísico. Llamamos orden físico al mundo tangible, visible (a través de los cinco sentidos), al devenir que arrastra al hombre a un mundo sin rumbo y sin sentido. Nos referimos al mundo metafísico cuando hablamos del mundo invisible y, más allá del mismo, la esfera intangible.

Un ejemplo que ilustra lo que describimos en líneas anteriores es en la arcaica civilización minoica: el soberano rey Minos servía de puente, en otras palabras, hacía de constructor entre los dos mundos (físico-metafísico) y ejercía su poder sobre ambos, como Rey y Sacerdote por voluntad y protección de Poseidón y, a su vez, era hijo de Zeus. De este modo, las leyes divinas se promulgaban de manera exactas, justas y equitativas y se aplicaban en el reino, respondiendo a la verdad, ya que el propio Minos hablaba en nombre no de su propia persona (mortal y efímera) sino de toda la integridad de una persona completa que sabía perfectamente conjugar los dos mundos. Por esta razón, era comprensible la sangre de una descendencia divina (Zeus) y otra mortal (Europa). Según el emanacionismo, de su madre heredaría el Atman; de Zeus el linaje divino, en otras palabras, el soberano rey Minos tenía una descendencia no sólo de sangre sino de espíritu. Si se perdiera esta descendencia espiritual y nobleza se convertían en términos vacíos, un puente que no conectaría con ambos mundos. Esta base procedía de la Tradición Oculta que puso su peso y su fuerza en mantener el linaje o sucesión de Reyes sagrados, formando con ello un eje de luz perenne y de eternidad en el tiempo.

Tras la ruptura con la Tradición y con ese puente sagrado y, al sucederse mortales sin linajes divinos en el cargo del rey soberano, se empezaron a formar una política de tiranos, déspotas y de séquitos que abusaban no solamente del poder, sino de tergiversar las leyes divinas y de romper con una tradición sacra. Aquí se explica, por ejemplo, el largo y decadente proceso del hombre, debido a esta fractura con los dioses, reflejado de manera brillante en las cuatro edades. Precisamente, Hesíodo detalla el proceso de caída por el cual el hombre va atravesando desde la Edad de Oro hasta del Hierro, un ciclo descendente por el que el hombre apartaría de su mundo físico las fuerzas sutiles o numens. Sin embargo, Hesíodo destaca los llamados Ciclos Heroicos donde las castas de los valientes guerreros (Aquiles, Agamenón, Heracles, Teseo, entre otros) superan su simple condición mortal para conectar con lo Trascendente. Así, por ejemplo, en el mito de Heracles, con sus doce trabajos, termina por equilibrar su Yo inferior con el mundo celeste.

Por otra parte, en la Tradición también nos menciona el primer Principio o Elemento, el del fuego, como componente del universo, oculto e invisible pero presente en la naturaleza que nos rodea, como vaina luminosa que nos envuelve.  Este agente invisible se llama Agni y ya aparece en los antiguos Rishis de la India, es decir, en aquellos antiguos sabios de la antigüedad védica que adoraban dicho elemento realizando rituales muy solemnes para sus guerreros. Heráclito, por ejemplo, expresaba que: “El fuego es el elemento generador y de sus transformaciones, tanto si se rarifica como si se condensa, nacen todas las cosas (…)”

En la mitología, Aquiles es el héroe que vacila entre tener una vida tranquila, larga y hogareña o la vida inmortal, pero que finalmente elige perder la vida en el campo de batalla antes de haberla vivido plenamente y yacer sobre su lecho de muerte.

Aquiles es hijo de un mortal, Peleo (descendiente de Zeus), y de una nereida, Tetis, ninfa del mar. Tetis, quiso que ninguno de sus hijos fuera mortal al igual que su padre. Para ello, sometió al pequeño Aquiles a un ritual con la acción del fuego con la finalidad de purificar el componente mortal que Aquiles había heredado de su padre Peleo. Pero este consiguió arrancarle a tiempo de las llamas, aunque el talón derecho del niño quedó dañado por el fuego. Más adelante, el centauro Quirón repararía el daño causado por el ritual de Tetis reemplazando el hueso quemado por el de un gigante célebre por su velocidad, cualidad que se reconocería mucho después, pues a Aquiles se le conocería como “el de los pies ligeros”. Parece ser que Aquiles tenía un don para correr a una velocidad excepcional, pero con el talón como único punto vulnerable.  Otra versión relata que Tetis sumergió a Aquiles en las mágicas aguas del río Éstige, que tenían la propiedad de convertirlo en invulnerable, pero sumergió el cuerpo entero excepto el talón derecho. Ambas versiones toman el agua o el fuego como elementos purificadores. El fuego, a condesarse, se vaporiza, y este vapor toma consistencia y se convierte en agua que retorna a la tierra.

Está claro que el hombre (sea cual sea la civilización que consultemos), en los tiempos de la Edad de Oro, había gozado de una conexión instintiva con las fuerzas íntimas y ocultas de la naturaleza, así como de las energías cósmicas, que percibía directamente en la vida de los elementos (fuego, agua, aire, tierra), o a través de una comunión inmediata y directa con el principio que está en el origen de las cosas. Durante la Edad de Oro destacamos la raza aria (descendientes directos de la rama atlante) que se había establecido en las cordilleras del Himalaya. Dicha raza emigró formando los pueblos indoeuropeos que se extendieron por Irlanda, Inglaterra, el norte de Francia, Escandinavia; mientras que por el sur dieron a los arios de la India, además de los sármatas, germanos, itálicos y, por supuesto, al pueblo dorio griego. Como principal ideario, los pueblos indoeuropeos transmitieron los misterios y las elevadas doctrinas esotéricas con lo que empezaría a evolucionar el pensamiento religioso indoeuropeo, ese espíritu glorioso que destaca Hans Friedrich Karl Günter en su ensayo Religiosidad Nórdica.

Siguiendo las pautas de Günter, la esencia de la religiosidad griega de carácter indoeuropeo se puede resumir de la siguiente manera:

  • No nace de ninguna forma de temor.
  • No teme a la muerte.
  • No teme a Dios. Su Dios no es un dios castigador.
  • No cree que Dios concibiera el mundo.
  • Para el griego el mundo era antes un orden fuera del tiempo: hombres y dioses tienen su sede, su camino y su misión.
  • Creen en una eterna alternancia de mundos que nacen y desaparecen, en “reiterados crepúsculos de los dioses”, por ejemplo, en cataclismos, catástrofe cósmica.
  • No creen en el juicio final, ni en el advenimiento de un reino de dios…
  • No han sido creado por Dios, ni a la voluntad de un creador.
  • El origen del hombre, al igual que el Cosmos, es por Manifestación del Principio Supremo de emanación. (Para ampliar más información: el emanantismo. )
  • No está sumiso a Dios.
  • La religiosidad griega no es servidumbre.
  • Dios se concibe como la Suprema Razón que se manifiesta en el Orden del Mundo, un vínculo Dios-Hombre, Idea esencia del mundo griego, siendo una común racionalidad. No dudaban de una Realidad Superior que les era evidente.
  • Los griegos buscaban la sabiduría.
  • El griego confía en una comunidad que abarca a hombres y dioses, la Polis de Atenas. Los dioses, como el hombre, han de encontrar el origen de su existencia en la Manifestación (por emanación) del Principio Supremo. Héroes como Teseo (Rey sacro de Atenas) y Ulises (Rey sacro de Ítaca) representan el guerrero espiritual, restaurando, equilibrando y armonizando el microcosmos que hay dentro de ellos, así forman parte del entramado mundo suprasensible del macrocosmos. La enseñanza de ambos héroes es superar cualquier tipo de barrera que suponga un obstáculo para el recorrido iniciático que lleve a la Gran Liberación y a volver a su génesis: incondicionada, eterna, divina…
  • La unión de los dioses en torno a una ciudad en los momentos críticos debía responder a la unión de los hombres, unión en la que la fuerza y la eficacia simbólica se expresaban en momentos como las Panateneas. Tanto las Panateneas en Atenas como las Jacintas en Esparta, por poner el ejemplo de las fiestas más fastuosas de dos ciudades referentes helénicas, es la manera de volver a renovar el pacto que une a la ciudad con sus dioses y que garantizaba el orden y la prosperidad.
  • El griego honraba a una divinidad con respeto, educación, rezaban de pie con la mirada dirigida al cielo, brazos extendidos: «A Palas Atena, ilustre diosa, comienzo a cantar, la de ojos de lechuza, rica en industrias, que un indómito corazón posee, doncella venerable, que la ciudad protege, valerosa, Tritogenia, a la que solo engendró el industrioso Zeus en su santa cabeza, de belicosas armas dotada, doradas, resplandecientes.» 28º Himno Homéricoc. s. VII a. C.
  • La religiosidad griega, de base indoeuropea, es la religiosidad de nuestro mundo y una de sus semillas más características es que no conocían el sentimiento del pecado, no se sentían víctima, para ellos no existía el miedo ni el sufrimiento, ni la mortificación para elevarse ante Dios.

Curiosamente, dentro de la cadena indoeuropea que se estableció en el Tíbet, destacamos a los rishis (sabios de la antigüedad védica), que consiguieron conservar y transmitir una parte de sus poderes espirituales originales a través de una disciplina que llamaron “yoga”, cuya base es unir la mente con la divinidad por medio de la práctica de la meditación y de la ascesis espiritual. Después, los brahamanes fueron herederos de los rishis y con Krishna, líder y asceta de los Himalayas, crearon e innovaron su religión, siendo Brahma Dios del universo, y Vishnú como el “Verbo”, segunda persona de la divinidad y Su manifestación invisible.

Con el paso de las siguientes edades o periodos, el hombre perdería las habilidades y facultades de la Edad de Oro, como, por ejemplo, el contacto directo con las potencias superiores. Aquel pensamiento tan elevado y trascendental de los brahmanes, refugiados y aislados en sus alejadas ermitas de los Himalayas, se distanciaba cada vez más del mundo del devenir y de los placeres terrenales. De aquí que el hombre abandonara aquella Vía tan rigurosa, estricta y ascética, por lo que hubo una separación entre el Hombre y Dios.

En la antigua Grecia, no obstante, consiguieron encauzar los recuerdos de aquella época dorada y es curioso que surgió un personaje que volvió a conectar con estas potestades superiores: Orfeo. Su nombre significa “el que cura con la luz”. Orfeo despertó de nuevo el sentido de la divinidad con su lira de siete cuerdas que el mismo talló y que después portó Apolo, que simboliza el saber vibrar en las siete notas fundamentales del universo, las cuales, corresponden a los siete planetas sagrados tradicionales y que también tienen una analogía con los siete chakras principales. La religión órfica irrumpió de manera gradual y paulatina en el siglo VI a.C. y Orfeo era su profeta.

La gran virtud de Orfeo, de origen tracio, era el de mantener con la naturaleza una relación especial, íntima y directa. Gracias a la sutileza, Orfeo era capaz de cautivar la esencia que otros no podían o no sabían captar. Así, Orfeo aparece como el mediador entre la naturaleza y el hombre, una especie de intérprete del lenguaje maravilloso de las cosas al lenguaje ordenado de la palabra y de la música que va en conexión directa con el universo. De esta manera, se pretendía trascender y superar la mediocridad de la vida humana y su pobre y efímero tránsito por el mundo. Indudablemente, Orfeo, tenía el don de la adivinación, pues el mismo instituyó los Misterios de Dionisio, versión órfica, y difundió su culto. Según los órficos, Dionisio, que representa el Yo cósmico, fue destrozado y despedazado por lo Titanes, pero gracias a Atenea se recompuso pues ésta le insufló de nuevo vida y se lo entregó a Zeus. Zeus fulminó a los Titanes con su rayo y de esas cenizas que caía sobre la tierra nacía la humanidad que había transgredido las leyes divinas y que debía redimirse. La humanidad llevaba por una parte esa parte titánica y por otra una parte divina, representada por Dionisio. El hombre, en efecto, tiene en sí latente el fuego (Agni) que debía encender, cuán una chispa se tratara, y vivir una vida espiritual en conexión con los dioses. Ulises, Heracles, Teseo, entre otros héroes, alcanzaron ese grado de conexión divina, gracias a la realización de unos trabajos esotéricos que debían de realizar en el plano terrenal para elevar sus almas, pasando de esta manera simbólica de ser hombre terrenal Dionisio a convertirse en el Dionisio divino, es decir, se da una transmutación de ser terrenal a ser espiritual. Por esta razón Orfeo está también ligado a una sociedad de guerreros, con sus ritos de iniciación, como bien atestiguan los pueblos indoeuropeos.

Todo aquel héroe que tenía contacto con Orfeo sabía que tenía ante sí una oportunidad para adquirir capacidades sobrehumanas. Orfeo acompaña a Jasón y a los argonautas en la búsqueda del vellocino de oro. En este relato, ya se observa que Orfeo escolta a estos héroes hacia el mundo de lo divino, marcándoles el camino de liberación de las almas y su ascenso final, tras los pertinentes ritos de purificación e iniciación y, por último, impulsándoles a la búsqueda de la sabiduría.

Asimismo, el mito del descenso de Dionisio al Hades para rescatar a su madre Sémele guarda una estrecha relación simbólica con la historia del descenso de Orfeo para recuperar a su esposa Eurídice. El mito en sí fue desarrollado bajo la visión órfica como paradigma mítico de la liberación del alma y la bendición que el propio Dioniso era capaz de conceder a sus devotos en el Hades.

Por lo tanto, en el orfismo, Dionisio es hijo de Zeus y Perséfone y tiene la capacidad de interceder ante ella para que sus iniciados reciban un destino feliz en el otro mundo.

En síntesis, las diferentes religiones esotéricas expuestas en párrafos anteriores tenían como objetivo fundamental el de exponer los principios de las leyes naturales del cosmos, la hoja de ruta esotérica que el hombre debía recorrer para alcanzar el despertar de la divinidad, hasta alcanzar la ascesis mística. Por medio de sus fundadores de religiones esas ascesis era posible alcanzarla gracias a un contacto directo.

Cabe destacar que, a pesar de la pluralidad de dioses y de profetas, todos parten de la misma fuente, ya que no existían tantas verdades diferentes, sino una sola verdad vista por distintos profetas y una pluralidad de dioses; la diversidad de dioses no es contradictoria con la idea de unidad de lo divino.

Esto nos hace entender que, gracias a una base esotérica manifiesta sin alterar sus principios, la evolución de un pueblo va también en conformidad con ella.

Las religiones esotéricas se caracterizaban por su espiritualidad superior dejando a un lado lo pagano. Bajo este prisma, son consideradas religiones de salvación. En Eleusis, presentaban un abanico de ceremonias y representaciones dramáticas en las que Deméter jugaba un rol fundamental, mientras que su hija Perséfone representaba a un testigo mudo. Los devotos eran cautivados y abstraídos por la magia del entorno y su musicalidad, que despertaba los invisibles e insondables recovecos de los iniciados, donde reconocían en Perséfone el símbolo de su alma inmortal. Había dos dones que Deméter concedía: el trigo como sustento de la vida, y los misterios que guardaban la promesa de una vida mejor, más allá del plano terrenal.

En Delfos, a Dionisio se le rendía un culto extático donde el iniciado sentía interiormente una mutación de la consciencia que hacía cambiar de manera radical la percepción que tenía sobre el mundo y sobre sí mismo. A través de un trance, se dejaba poseer por el espíritu de Dionisio, una energía más poderosa e infinita. No se trataba de perder conciencia, sino de dejar que hablara la locura original, sagrada, que había dentro de uno mismo. Lo más probable y siguiendo las tragedias de los clásicos, es que los iniciados perdieran la noción del tiempo y sustrayeran cualquier sentido relacionado con la vista, el oído y las palabras. Seguramente el gran escenario para la liberación del alma sería el Monte Parnaso que lo verían como un reflejo del cosmos y el iniciado se sentía conectado con él a través de su alma. Al perder esa concepción de espacio, tampoco se tendría la concepción del tiempo, pues el objetivo final era ser el fenómeno de la naturaleza que está por nacer dentro de ti. Cada gesto, cada baile, cada acción serían perfectos. No existía margen de error, no había un plan premeditado ni intención. Dionisio representaba en ese momento infinito la acción pura en el eterno presente. En Las Bacantes de Eurípides expresa (73-151):

“Feliz el iniciado dichosamente en los misterios de los dioses que consagra su vida y ofrece su alma como compañera del tíaso del dios, bailando en los montes como bacantes en santas purificaciones (…) Mana de la tierra leche, mana vino, mana el néctar de las abejas. Se respira un aroma parecido al incienso de Siria cuando Baco alza en lo alto la llama roja de la antorcha de pino a la carrera con su fuego, dejando al aire sus rizos delicados y con danzas y alaridos conmueve a las delirantes mujeres bramando con gritos de evohé”.

Gracias al estado de delirio de la posesión divina, los devotos podían obrar todo tipo de prodigios en sus danzas y cánticos en el monte, entre ritos de caza y muerte de un animal, así como otros “milagros” dionisiacos, relacionados con los dominios del dios (vegetación, la vid…).

Para concluir, aunque el nombre de Dioniso no tenga una raíz indoeuropea, sí que tiene un influjo oriental y algunos autores vinculan al dios con la India aunque residualmente se ha perdido la línea continua de unos cultos arcaicos que enlazarían perfectamente con el mediterráneo abarcando la India a través de Oriente Medio y Persia. Su trasunto indio sería Shiva. Shiva correspondería al principio destructor que conformaría la trinidad hindú siendo Brahma el principio creador y Vishnú, el principio conservador. Shiva, al igual que Dioniso, representaría no solamente el principio destructor, sino también simbolizaría el falo, como expresión de fecundador. También se le representa como el señor de la danza cósmica. Después, los pueblos arios le dieron un lugar en sus rituales y lo relacionaron como el protector de la naturaleza y de los animales bajo el nombre de Pashupati. A Shiva se le reconocen los siguientes rasgos, muy afines a Dioniso: la vid, la fertilidad de la tierra, el señor de los animales, la invocación para la danza o el teatro, conectado con las fuerzas descontroladas, oscila entra la vida (fiestas, orgías nocturnas) y la muerte. De una manera gradual, las huellas del Shivaísmo se integraron en el Brahmanismo védico, transformándolo profundamente, de ahí la dificultad de conectar con sus orígenes. Del mismo modo pasa con Dionisio, su procedencia es ambigua y su culto permaneció subyacente a la ola de invasiones y guerras. De todas formas, si debemos pensar que el Dionisio arcaico hubiera sido la misma divinidad que el Shiva de la religión védica, nos encontraríamos divinidades «idénticas» en religiones diferentes, y esta posibilidad es también muy válida para conectar las religiones occidentales y orientales.

Bibliografía

Burkert, W. Cultos mistéricos antiguos. Ed. Trotta.

Capelle, W. Historia de la Filosofía Griega. Ed. Gredos

Bernabé, A. Orfeo y la tradición órfica. Akal Universitaria. Serie Religiones y mitos.

Günter, H. Religiosidad nórdica. Ed. EAS.

Montes, A. Repensar a Heráclito. Ed. Trotta.

Grimal, P. Diccionario de mitología griega y romana. Ed. Paidos.

Bhagavad Gita: el canto del Señor. Círculo de Lectores.

ENLACES DE INTERÉS:

El Emanacionismo

Dionisos y Shiva

Este artículo fue traducido al francés el 20 de abril de 2021 en: EURO-SYNERGIES

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Crítica sobre «Troya: La caída de una ciudad»

La serie “Troya: La caída de una ciudad” ha sido una de las apuestas que Netflix ha ofrecido en su plataforma para sus clientes. El proyecto ha sido producido por la prestigiosa cadena inglesa BBC con 8 episodios que gira en torno a la figura de Paris, que descubre su verdadera identidad, a Helena de Esparta y a la caída de Troya.

La serie es una estafa, una sarta de mentiras con un producto de calidad pésimo y de mal gusto. Una serie que deja insatisfechos a los amantes de la cultura griega y en estado de shock a los lectores de Homero. No se la recomiendo a nadie. Para los más puristas, ni intenten de visionarla, pues vuestra sangre ardería en el Tártaro.

Para empezar, han buscado una épica y una presentación con un presupuesto bajísimo, comparado con “Juego de Tronos”, “Roma”, “Vikingos”, entre otras. Por lo tanto, se parte de un presupuesto de segunda línea. Después, no han sido fieles a los textos homéricos, pecando de inexactitudes y de falta de rigor en su presentación. Han envasado la Ilíada con la tendencia modernista de hoy día. Es una serie que está al mismo nivel que la basura cinematográfica de “Troya”, la película de Brad Pitt. En esa película, la figura de Aquiles está tergiversada y manipulada intencionadamente, fiel a los principios de inmundicia de la meca de Hollywood.

Destaquemos los gravísimos errores de la serie:

  • Zeus, Aquiles, Patroclo, Néstor y Eneas son de raza negra. Han “maquillado” a los dioses y héroes y lo han globalizado para que encajen en nuestra sociedad. Lógicamente no me refiero que moleste por temas raciales, sino por las imprecisiones culturales, raciales y mitológicas que suponen estas diversificaciones. Entiendo que hay que vender la serie, a nivel internacional, pero han tocado la “tecla” incorrecta.
  • La homosexualidad de Aquiles y Patroclo, un clásico que empezó en el cine y eso vende mucho, muchísimo. Pero esta vez, en los tiempos modernos que vivimos, han añadido un nuevo elemento, acorde a la tendencia actual: hacer un trío en una playa exótica con Briseida, la esclava de Aquiles. ¿Dónde está entonces la homosexualidad de ambos? Después de que un oráculo obligara a Agamenón a renunciar a Criseida, el rey ordenó a sus heraldos que tomasen a Briseida, esclava de Aquiles como compensación. Aquiles se ofendió por este embargo y, como resultado, se retiró de la batalla, a la que no regresaría hasta la muerte de Patroclo. En cuanto a la orientación sexual, en la obra homérica no existe ninguna mención homosexual entre Aquiles y Patroclo de manera directa, clara y concisa. Los dos héroes tienen una amistad profunda y extremadamente significativa, pero la evidencia de un elemento romántico o sexual es equívoca. La Ilíada describe a ambos héroes como «compañeros de guerra» no sexuales. En el canto IX de la Iliada se presenta a Aquiles y Patroclo durmiendo cada uno con una mujer, Aquiles con Diomeda y Patroclo con Ifis, mujer que, por cierto, el propio Aquiles entregó a Patroclo. ¿Dónde está la homosexualidad?
  • La falta del retrato de cada personaje. No te identificas con ellos, no están bien trabajado a nivel psicológico. Se salva Ulises y el padre de Héctor, Príamo. Es horrible la interpretación de Helena, sin palabras. En general, la interpretación es cutre y no empatizas con ningún personaje.
  • El guion es de segunda mano, una versión para los tiempos decadentes que estamos atravesando, un instrumento desafinado y mal compuesto.
  • Por falta de presupuesto la puesta de escena de los dioses es secundaria, sin actuar de manera directa con los héroes. La relación héroe-dioses es fría, distante y sin aliciente alguno. En la obra homérica la presencia de los dioses es opuesta a la de la serie.
  • Las batallas no son espectaculares, por la falta de presupuesto mencionada anteriormente.
  • La química es inexistente entre Paris y Helena, esa frialdad no se entiende, pero bueno, es normal no se han leído las fuentes originales para crear la serie.

La serie en sí es un castigo para los amantes de la cultura griega, sin tensión, con una dirección a nivel de aficionados, una coctelera llena de mentiras y manipulaciones. Se puede realizar una serie de bajo presupuesto, pero lo más fiel posible. Han sido ocho episodios insoportables, ocho episodios manipulando los textos homéricos.

Desmintiendo los mitos que salen en la serie:

  1. En la serie cuenta que fue Aquiles quien perpetra el asalto a la ciudad de Troya, disfrazado, para hablar con Helena y tejer un plan de conquista en caso de que ella no regrese a Esparta. En las fuentes originales, es Ulises el que se disfraza de mendigo para adentrarse en Troya.
  2. Eetión, padre de Andrómaca, muere a manos de Aquiles, pero los troyanos le hacen una ridícula exequias funeraria con el sacrificio de…¡un caballo! El rito funerario a nivel patriarcal estaba lleno de excesos, no escatimaban en gastos y en sacrificios. Pero, de todas formas, el mito es falso porque en realidad, Aquiles mata a Eetio y es el propio Aquiles quien lo entierra por temor religioso.
  3. Pándaro es un personaje de ficción que sale en la serie, como otros muchos. No voy a entrar en detalles de los múltiples personajes de ficción que no están en el mundo homérico. Otros personajes inventados por la serie: Telémono y Atio. Por lo tanto, todo lo que se relata de la historia de ambos, conectado al ciclo troyano, y relacionado con los episodios de la serie es mentira, lógicamente.
  4. Paris muere en el campo de batalla, pero en la serie muere en sus aposentos a mano de Menelao, bajo la indiferencia y fría mirada de su esposa Helena. El personaje de Paris lo presentan como débil, inseguro, temeroso y propenso al suicidio. Otro invento más de la BBC.
  5. Helena vuelve con Menelao. Abre las puertas de Troya y casi siempre juega a dos bandas en la serie, para darle más emoción e impulso a la trama. La interpretación de Helena es horrible y no es fiel al mito, pues Helena, al morir Paris en el campo de batalla, se casa de nuevo con un hermano de Paris (Deífobo) y lo mata delante de Menelao, por eso, Menelao la perdona.
  6. En cuanto al nacimiento de Alejandro fue Andrómaca, su madre, la que tuvo el sueño revelador de la maldición de su hijo y no Casandra.
  7. La puesta de escena de los dioses es ridícula, distante, sin conexión directa con los héroes de cada bando. En la serie, el mito de la famosa manzana de la discordia es ridículo, una parodia absurda y fuera de lugar. En general, la participación de los dioses nunca es relevante. ¿Qué puede pensar Homero de la serie? Vergüenza. ¿Qué pueden pensar los héroes de la serie? Pensarán que cuando pasen mil años por delante, ellos seguirán reinando las constelaciones y que nadie hablará de esta serie ni de nosotros.
  8. La serie enfoca con luz propia a las amazonas. Destacan con un papel en la serie. Es cierto que en la obra homérica la mencionan, pero no tienen un papel vital como en la serie. Es verdad que cuenta la leyenda que Aquiles tuvo un combate directo con Pentesilea, reina amazona. Pero de este combate, en la obra de Homero no hay rastro alguno. No es una invención de la serie, pues dicho combate se menciona en un poema perdido titulado “Etiópida”, narrando la breve participación de las amazonas en la guerra de Troya, casi un siglo después de la obra homérica. Sobre Etiópida: pinchar aquí.

Aquiles, junto a Zeus. Fuente: hipertextual.com

Vamos a tratar el tema racial con sumo interés, pues he visto en muchos foros que es el tema más conflictivo.

¿Por qué Zeus no puede ser negro? ¿Por qué los héroes de Homero no son negros?

Los rasgos fundamentales de la religiosidad griega fueron propios de todos los pueblos de lengua indoeuropea que nos proporcionaron un arquetipo de su espiritualidad. Si nos remontásemos a Zeus como figura indoeuropea, como el “Padre Celeste”, afortunadamente, podemos encontrar rasgos que nos permiten remontarnos más profundamente al mundo griego, zambullirnos en lo más profundo para alcanzar una originaria religiosidad con sello indoeuropeo. Concretamente, en Grecia, es posible identificar aquellos elementos y atributos espirituales necesarios para comprender la religiosidad indoeuropea en sus picos más elevados. Gracias al pueblo griego se refleja en aguas puras y cristalinas unos de nuestros legados más hermoso, donde podemos contemplar con orgullo y alegría el espíritu primigenio impregnado en sus expresiones más puras.

El estudio sobre la religión micénica (aprox. 1580-1150 a.C.) se basa casi por completo en las excavaciones e investigaciones arqueológicas. Bajo esos resultados, la comunidad científica llegó a la conclusión de que había afinidad entre la religión micénica y la cretense.

Si nos basamos en las tabillas halladas en Pilos, se leen los nombres de los dioses, bien conocidos por nosotros, de la religión posterior de los griegos: Zeus, Hera, Poseidón, Ares, entre otros. La conclusión fue que, a pesar de que el panteón de los dioses del Olimpo no comenzó a crearse en la época micénica, sí existió los primeros vestigios de una estirpe de dioses destacando la presencia de nombres divinos de origen indoeuropeo en el mundo micénico, poniendo de manifiesto que la religión micénica no provenía completamente de la minóica o cretense, aunque sí compartían algunos rasgos comunes. Por lo tanto, el sincretismo de elementos indoeuropeos y micénicos lo tenemos bien atestiguado en algún caso como es el del culto de la Madre Tierra, o el culto a Zeus, con un nombre de claro linaje indoeuropeo y no de procedencia africana.

Otros rasgos fundamentales de dicha semilla indoeuropea de la que Homero es un perfecto canalizador de tradiciones, son las relaciones entre hombres y dioses, pues éstas no eran relaciones incompatibles y dioses y hombres no estaban tan alejados. Como ya sabemos, los dioses son superiores e inmortales, y los hombres de estirpes selectas (Aquiles, Agamenón, Heracles, entre otros) pueden vanagloriarse por su linaje de una afinidad con los dioses. ¿Y por qué esa conexión hombre-dios tan estrecha en el mundo griego? Se basa, fundamentalmente, en que ambos están ligados a los mismos valores, a la verdad y a la virtud, tal como Platón expresa reiteradamente en sus Leyes (X, 889).  Por otra parte, tenemos que destacar que los griegos tuvieron siempre clara la finitud del hombre ante la infinitud de la divinidad, así como la relación de dependencia de los hombres con los seres divinos. Un ejemplo sería el oráculo “Conócete a ti mismo”, inscrito en Delfos, en el Templo de Apolo. O como bien destaca Píndaro en la quinta Oda Ístmica: “no intentes nunca llegar a ser Zeus”. En la serie hay un vacío entre el héroe y los dioses, fiel reflejo de la actual sociedad que ha dado la espalda a lo Sagrado, a lo meramente espiritual.

Del pueblo griego emanaba siempre la herencia de aquellos siglos de historia de cada uno de los pueblos que representaba la gran Hélade, en la que el alma indoeuropea se expresaba en toda su magnitud, queriendo con ello conservar unas tradiciones rica y pura. Un ejemplo ilustrativo sería la nobleza que se plasma en la Procesión de las Panateneas del friso del Partenón. Así, para aprehender la mentalidad originaria de la religión griega era muy necesario inmortalizar sobre el friso del Partenón las tradiciones más arraigadas de un pueblo con sello indoeuropeo, de aquellos verdaderos helenos, llegados desde Europa Central durante el Neolítico y la Edad del Bronce. En otras palabras, desde Homero, Hesíodo, pasando por Píndaro, sin olvidarnos de Esquilo y Sófocles tenían presentes la religiosidad de sus antepasados con el único fin de aprehender el sentido de la vida religiosa indoeuropea.

En los foros en los que se debate sobre el tema racial, he visto que han incluido a los etíopes como claro ejemplo de que hubo héroes de raza negra y que, de algún modo, de ahí se explica la hipótesis de la mezcolanza de raza negra con los aqueos, de esta manera se justifica que la serie no haya visto agravio alguno en destacar a Aquiles o a Patroclo como de raza negra. En primer lugar, la raza negra no componía los pueblos que representaban la gran Hélade, tal como he desarrollado en líneas anteriores, por lo tanto, los dioses no eran negros ni tampoco se mezclaban culturas y etnias de otros pueblos durante la época homérica. En segundo lugar, resulta difícil situar a Etiopía en un enclave geográfico debido a las contradicciones de los textos griegos antiguos, existiendo diversas interpretaciones de donde se hallaba realmente Etiopía según que texto se consulte. Para unos autores Etiopía estaba en Israel, para otros en el Alto Nilo. Así que no podemos divagar con este tipo de inexactitudes. Por otra parte, hay una mención de un rey de Etiopía, Memnón, que cuenta que se alió con los troyanos para la defensa de Troya y que murió a manos de Aquiles, pero dicha muerte se relata en la Etiópida, escrito después de la Ilíada. En la serie, lógicamente, Memnón no aparece, pues es más fácil hablar de  Aquiles, Patroclo, Ulises que de Memnón, personaje menos conocido.

Para cerrar el debate, destaco una célebre frase de Miguel de Cervantes: La historia, testigo de lo pasado, es cosa sagrada, porque ha de ser verdadera.

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La fe en la inmortalidad

Campos Elíseos

El pensamiento homérico sobre el alma refleja la resignación y no el deseo del hombre, cuya existencia después de la muerte, se reduce a vagar como un alma en pena, existiendo sin duda, pero carente de todo sentido. Pero la cuestión es: ¿no existía ningún deseo de poder alcanzar otro tipo de vida más vivificante y estimulante a la hora de morir? En los poemas de Homero, la concepción del alma, después de la muerte, es la de no descansar siquiera de las extenuaciones de la vida (el alma de Sísifo, la de Tántalo, por mencionar algunos ejemplos que hemos comentado en este blog) pero tampoco sigue existiendo. Parece que el reino del Hades no ofrece una luz de esperanza, aunque sea una llamita tenue y ligera. El Hades es el fin para el hombre, cerrando así cualquier vestigio de luz y esperanza.

La única vía de esperanza para eludir el lóbrego reino del Hades era que los dioses te enviaran a los Campos Elíseos, un lugar donde la luz es eterna, nunca hay nieve, ni largo invierno, ni vientos ni lluvias, acompañado de una paz inquebrantable y eterna.

Según la creencia más popular, un dios podía, de repente, sustraer a un mortal protegido suyo y llevárselo a la eternidad, bien sea a los Campos Elíseos o al Olimpo. De manera arbitraria, en algunos casos, y otras por parentesco directo con el dios, el mortal pasaría a ser inmortal.

En la Odisea (Canto IV. 560) Proteo, que tenía el don de leer el porvenir, le profetisa a Menelao que los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos y le enfatiza que es un lugar donde los hombres viven dichosos. Proteo le hace ver que, cuando llegue su hora, no acabará su vida, dice de él el poema; en otras palabras, Menelao no tendrá que morir para ir a los Campos Elíseos pues irá vivo y tampoco le arrebatará la muerte una vez alcanzado los Campos Elíseos. Entendemos que el alma de Menelao (Psique) no tiene que separarse de su cuerpo ni ser sepultado. Por lo tanto, los Campos Elíseos es un lugar inasequible para los demás mortales, solamente para algunos privilegiados: a Menelao le garantizan un lugar especial de bienaventuranza e inmortalidad. La inmortalidad de los dioses tiene además otros disfrutes como el néctar y la ambrosía. Así pues, el hombre que se alimente de estos divinos regalos se convierte en dios, en inmortal. En suma, Menelao es transportado vivo a la eterna vida gozosa y plena de felicidad, a un lugar especial.

Zeus, dios soberano.

¿Es la virtud y el mérito los que dan derecho a la futura bienaventuranza? En los poemas homéricos no hay el menor rastro de que sea así. Menelao no se distingue especialmente por ninguna virtud concreta, será transportado a los Campos Elíseos simplemente porque su matrimonio con Helena lo hace yerno de Zeus, tal como lo anuncia Proteo; en la otra cara de la moneda nos encontramos a Aquiles hundido y desolado en el reino de las sombras en el Libro XI de la Odisea:

No me consueles de la muerte, ilustre Ulises. Preferiría estar en la tierra y servir a un hombre pobre, sin muchos medios de vida, que ser el señor de todos los consumidos.

Esquema de dos mundos opuestos:

Aquiles

Tártaro, la muerte, separación de la psique del cuerpo, desolado, hundido, una sombra vagando. Aquiles es virtuoso, como guerrero y persona.

Menelao

En los Campos Elíseos, permanencia de la psique en el cuerpo, la evitación de la muerte, un privilegio. La virtud no es su fuerte.

Hay que precisar que aquellos inmortales que terminen su vida en los Campos Elíseos llevan una vida consciente interminable, eterna, pero no se les confiere ningún poder divino, ni salir más allá de los confines de la tierra.

Por otro lado, en el ámbito religioso, los héroes de la epopeya homérica no están a la altura de los dioses. Es decir, en la época homérica no hay indicios de que se realicen rituales en honor a Menelao o a Heracles para que sean los intermediarios entre los dioses y los hombres, sino que son fuerzas divinas de pleno derecho que tienen un trato de culto propio, unos santuarios florecientes y, por supuesto, detrás, una mitología indeleble e inquebrantable. Es muy común que, casi siempre, cada héroe es conocido solamente en su territorio, excepto Heracles que traspasó fronteras.

Pero, entonces, ¿qué virtudes tiene que tener un héroe para terminar su vida en los Campos Elíseos? Probablemente, en el caso de Menelao, fuera más un anhelo del espíritu poético de Homero que una necesidad de orden religioso, incluso dicha decisión iba más allá de una creencia popular. Es decir, sólo se subraya el deseo poético, apoyándose en la libertad de la poesía. Lo que sí podemos estar seguro es que el culto religioso no tuvo un peso influyente en la decisión de mandar a Menelao a los Campos Elíseos, sino más bien Homero intenta revelarnos el tema del tránsito hacia la eternidad.

Igualmente, hay otros casos en el que los dioses se llevan a los mortales a la morada de los dioses, al Olimpo, como un regalo exclusivo, que puede ser un don especial que los dioses aprecian y quieren compartir. En este caso, destacamos la figura de Ganímedes.

Ganímedes, el más bello de los mortales, de quien se dice que fue arrebatado por los dioses para ser transportado al Olimpo y vivir allí eternamente, como copero de Zeus. Fue el propio Zeus quien, transformado en águila, se lo llevó por los aires hasta el Olimpo. El rapto de Ganímedes ha sido una fecunda fuente de inspiración para la literatura griega y romana desde Homero (Ilíada V, 265; XX, 232) hasta Ovidio (Metamorfosis, X, 155).

¿Por qué la leyenda de Ganímedes tuvo tanta repercusión en aquella época? En mi opinión, la creencia según la cual un dios o una diosa podía, de repente, despojar a un mortal de su vida sin ser visto por nadie, como es el caso de la joven Core (conocida como Perséfone después de que Plutón la raptara al Hades) o Ganímedes, servía para explicar las desapariciones de individuos que jamás regresaban a su hogar, por circunstancias imprevistas, o de soldados que desaparecían en combate. Imaginaos salir de casa a dar un paseo y desaparecer de la faz de la tierra. ¿Qué impacto tendría en su familia? Era pues una justificación, de carácter divino, para exponer las desapariciones en combate, los raptos, la fuga premeditada, etc. Sin embargo, según la creencia antigua, los raptos de Ganímedes y Orión reflejarían los astros que se observan en los fenómenos del cielo y que debían ser explicados. En estas leyendas cabe destacar que a los fenómenos celestes se les consideraban seres animados y dotados de alma como a los hombres. El significado de estos mitos refleja que si los dioses elevan a Orión a su reino, cualquier mortal puede llegar a gozar de la misma suerte, contando con el favor de un dios. En el caso de Perséfone, después de ser raptada por Hades, Zeus, como intermediario, estableció que Perséfone volvería con su madre, Deméter, llegando con ella la primavera y volvería a descender al mundo de las tinieblas al llegar la época de la siembra.

En síntesis, la inmortalidad ofrece más ventajas que desventajas. Sin embargo, escudriñando los poemas de Homero, hay que ver la inmortalidad desde otra óptica. En la Odisea (Canto V. 209) la ninfa Calipso, enamorada de Ulises, le ofrece la inmortalidad siempre y cuando renuncie a su identidad. La reflexión de Ulises es la siguiente: si olvida quién es, también olvidará adónde va y nunca alcanzará su logro espiritual. Supongamos que Ulises aceptase la oferta de Calipso, si cediese a la tentación de ser inmortal, dejaría en ese instante de ser un hombre, no sólo porque se convertiría en un dios sino porque eso le llevaría al exilio, renunciando para siempre a vivir con los suyos, por lo que perdería su propia identidad. Con más rotundidad, al aceptar la inmortalidad, Ulises dejaría de ser Ulises y ya no sería el Ulises que todos conocemos: rey de Ítaca, marido de Penélope, hijo de Laertes…

El propio Zeus nos hace entender que Ulises es el más sabio de todos los humanos; Atenea es su escudo protector (Odisea, Canto V. 7). Ambos ven que su principal destino es comportarse en la tierra como el representante de los dioses a nivel del Gran Todo. Aunque Ulises es mortal, es un Zeus pequeño al igual que Ítaca es un mundo pequeño y el objetivo de su periplo en la Odisea se le hace tortuoso, retorcido, doloroso, con muchas pérdidas alrededor suya. Pero Ulises continúa hacia delante y declina la inmortalidad que le ofrece Calipso. Su único anhelo es hacer que la justicia reine por las buenas o por las malas, si hace falta y alcanzar la armonía, su destino. Por eso Zeus no permanecerá insensible a este proyecto que le recuerda al suyo, cuando tuvo que reestablecer el orden dentro del caos inicial que había en el universo (Teogonía). Ulises, por fin, después de diez años preso en la isla de Calipso, y gracias a la intervención de Atenea, pudo seguir el impulso de su espíritu.

Ahora sabemos de dónde viene y adónde va Ulises: del caos al cosmos pero a su nivel, que es humano, pero que a su vez refleja el orden cósmico. Es un itinerario de sabiduría pero a su vez un camino tortuoso, polvoriento, de mucho sufrimiento, cuyo fin, sin embargo, es el de alcanzar la sabiduría aceptando la condición de mortal que es la de todo ser humano.

Ulises

Ulises nos enseña la lección más importante: la inmortalidad es para los dioses no para los humanos y no es lo que uno debe buscar desesperadamente en esta vida. En síntesis, las líneas maestras que Ulises nos enseña son:

  1. Es muy importante pertenecer a una comunidad armoniosa, a una patria (un cosmos).

  2. Dar la espalda a nuestra naturaleza y arrancar nuestras raíces que están conectadas con los verdaderos valores e hilvanadas a nuestras tradiciones ancestrales es desviarnos de los propósitos del cosmos y, por lo tanto, representa la peor forma de despersonalización que pueda conocerse en la vida. No podemos caer en el olvido. Ulises tiene que luchar para no bajar al destierro, al olvido y, por encima de todo, su único fin es alinearse con su verdadero Yo, aquél que perdió cuando lo arrancaron de su patria.

  3. La guerra de Troya, fiel reflejo de nuestro mundo actual, es una máquina de engullir a miles de jóvenes, un desarraigo sin igual para unos soldados llevados a la fuerza lejos de sus hogares, lejos de toda civilización, de toda dicha, lanzados a un universo que no tiene nada que ver con la vida en armonía y equilibrio. Esta visión es muy importante para entender el universo como parte elemental de nosotros. Hoy día, nos están arrancando nuestras raíces, el desorden y el caos son esos grandes agujeros negros de nuestras vidas.

  4. Más allá de su dimensión casi iniciática en el plano humano, incluso de los aspectos cosmológicos, esta concepción de la búsqueda de la armonía, una reconciliación con el cosmos, posee también una dimensión metafísica que guarda relación con el tema de la muerte. Para los griegos, lo que caracteriza a la muerte es la pérdida de la entidad. Aquí la muerte no sería física: Ulises nos alienta a que jamás dejemos de ser personas trascendentales para convertirnos en zombis de la sociedad, sombras carentes de identidad, en masas ignorantes que abandonan su verdadera patria, para terminar siendo anónimos, luces y sombras que parpadean sin brillo llevando consigo la pérdida de nuestra individualidad.

  5. Ulises busca la inmortalidad en la sabiduría. Se sacude de todas las irrealidades, de sueños utópicos y de fluctuaciones inestables que va sorteando a su paso.

 

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El suicidio de Áyax

escultura-del-ayax-el-grande-heroe-de-la-mitologia-griega-373001-MLM20253308450_022015-OÁyax Telamón o Áyax el Grande es, para mí, uno de los héroes más vibrantes de la épica griega. Al ser un personaje admirado y a la vez odiado, nadie duda de su talento innato en el manejo de las armas y con un espíritu luchador e incansable, destaca entre las filas griegas, tras Aquiles, sin dejar a nadie indiferente. Para bien o para mal,  Áyax ha llegado a nuestros días. Sin duda fue la eficacia de Áyax en el combate lo que motivó que unos fabricantes de detergentes domésticos bautizaran con el nombre del héroe a uno de sus productos, el Áyax, destinado a luchar…contra la suciedad. También, un equipo de fútbol holandés laureado  a nivel internacional, el Áyax de Ámsterdam, presume de llevar en su escudo su imagen. Sin embargo, ahondando en la personalidad de Áyax, uno descubre que muchos autores terminan desprestigiando al héroe de Salamina y por esta razón, estoy de acuerdo con la obra trágica de Sófocles, Áyax,  donde el autor ofrece una salida al héroe cuyo resultado final es impecable. Dicha tragedia resulta muy interesante, porque, sin omitir los defectos del héroe y sus graves acciones, Sófocles consigue redimirlo.

Para aquellos que desconocen la historia de Áyax, al morir Aquiles, víctima de la flecha lanzada por Paris y guiada por Apolo, fue el propio Áyax el que, junto a Ulises, recogió su cuerpo y sus armas del campo de batalla. Como era costumbre, tras el funeral,  ambos héroes convocaron una asamblea de jefes para reclamar como recompensa la preciada armadura de Aquiles, la cual había sido forjada personalmente por el dios Hefesto. Las armas, finalmente, son adjudicadas a Ulises. Áyax se creía merecedor de tal premio y se sintió deshonrado por sus compañeros de armas. Áyax, con todo su odio y rencor de su alma, entró en una locura descontrolada. En su delirio, trama matar a sus propios compañeros de batalla y a Ulises. Sin embargo, gracias a la intervención divina de Atenea, la protectora de Ulises, Áyax confunde un rebaño de ovejas con sus compañeros y mata a todos los animales. Cuando Áyax despertó de su locura, vio que había deshonrado su espada de guerrero con sangre de animales y decidió quitarse la vida antes que vivir en la vergüenza y la indignidad de un guerrero de su linaje. Para ello utilizó la espada de Héctor, que éste le había entregado como una ofrenda de honor tras su primer duelo.

El suicidio en la antigua Grecia se consideraba una muerte maldita, pues no permite que el alma encuentre su remanso de paz, considerándose una muerte impura. Curiosamente, Áyax es el único guerrero de la guerra de Troya que se suicida. En la sociedad griega, los hombres mueren en el campo de batalla cumpliendo el ideal de civismo. La ciudad les concede un hermoso sepulcro y una elogiosa oración fúnebre con varios días de rituales. En la tragedia griega el suicidio se ve no como un “acto heroico” sino una “solución trágica” que la moral reprueba. Aristóteles afirma que “una especie de deshonor acompaña al suicida, que es mirado como culpable para con la sociedad” y define el morir por mano propia como un acto injusto que la ley no permite y un deshonor que acompaña al que se mata. La situación es delicada. Los jefes griegos discutieron qué hacer con el cadáver del héroe. El hermanastro de Áyax, Teucro, deseaba sepultarlo pero Agamenón y Menelao decidieron que no se debía enterrar, dejando su cuerpo expuesto para que lo buitres acabaran con él. No obstante, Ulises, sintiéndose en parte responsable de su muerte, actuó a favor del fallecido y convenció a sus compañeros para que permitiera los actos fúnebres. Y así fue enterrado, en vez de incinerarlo como era la costumbre. Ulises conmovido, depositó sobre su tumba las armas de Aquiles.

Sin embargo, la traición pesa sobre el héroe sin justificación alguna. La traición se consideraba uno de los peores delitos en Atenas, un delito que merecía las más severas sanciones. Más concretamente podemos decir que la ley para los traidores que encontramos recogida en Jenofonte (Helénicas 1.7.22) era la misma que existía para los ladrones de las propiedades sagradas y probablemente era así porque la comisión de estos dos delitos recibía el mismo castigo, a saber, la prohibición de ser enterrados en el Ática; o, en el caso de la traición, en el territorio al que se había traicionado y la confiscación de los bienes. En este caso, Áyax no había sido castigado por su traición de intentar matar a sus compañeros, ya que se suicidó antes de ser juzgado.

Áyax preparando su suicidio. Reproducción de un ánfora de figuras negras pintada por Exequias (530 – 525 a. C.).

¿Por qué se suicida Áyax? Es la cuestión que siempre me ha hecho reflexionar. No me vale con el último enfrentamiento entre Ulises y Áyax por la disputa de las armas de Aquiles.  Por eso, hay que amplificar el campo de visión más allá de aquel funesto episodio y realizar un análisis con más recorrido y de manera exhaustiva sobre la vida de Áyax.

Hay varios momentos en la vida de Áyax que se deberían tener en cuenta para entender de qué manera llega el héroe de Salamina al suicidio:

  1. Antes de la guerra de Troya, el padre de Áyax, Rey de Salamina, le recomienda que luche con sus armas, pero también con la ayuda de los dioses. Áyax le responde, con arrogancia, que tan sólo los cobardes ganan la victoria con el auxilio de los dioses.
  2. Atenea quiso alentar al héroe de algunos peligros, pero lo desechó con insolencia, diciéndole que no se mezclase en su conducta de la cual daría buena cuenta, y que reservase sus favores para sus compañeros de batalla.
  3. En otra ocasión, rehusó el ofrecimiento que la propia Atenea le hizo para proteger su carro.
  4. Ayáx borró de su escudo el búho, ave favorita de Atenea, temiendo que esta imagen fuese tomada como un acto de respeto hacia ella y, por consecuencia, como una prueba de desconfianza en su propio valor.

No cabe duda de que Áyax es un príncipe valiente e intrépido que prestó grandes servicios a los griegos; pero de un carácter temperamental y al mismo tiempo cruel. Es de destacar que se valió de su fuerza humana más que de la divina y que nunca fue herido en combate, pero el mundo moral de Áyax es desastroso. En una sociedad en la cual la religión, el respeto a los dioses y  los rituales eran una parte indisociable de la moral griega, Áyax decide rebasar las líneas rojas de la moral griega poniendo la unidad social a la que pertenece en peligro, como fue el caso de la disputa de las armas de Aquiles. La sociedad ateniense acogía en su seno, sin problemas, la incredulidad, quizá con la única condición de que no diera lugar a gestos de impiedad, pero los actos de Áyax van más allá de la incredulidad, por lo que el héroe está siempre bajo amenaza de los dioses, especialmente de Atenea.

Igualmente, no hay que olvidar que la base fundamental de la sociedad griega es que a los dioses se les tiene que respetar ya que son impredecibles y, a la vez, te hace ver que el ser humano vive en un mundo hecho de fuerzas extrañas, de fenómenos sobrenaturales que te afectan para bien y para mal. Cabe recordar que la Ilíada comienza con un alejamiento del hombre de los dioses y las consecuencias son nefastas:

¿Qué dios sembró entre ellos la discordia? El hijo de Zeus y Leto (Ilíada, 8-9)

En dicho pasaje, Agamenón había ofendido al sacerdote de Apolo y como  consecuencia de las oraciones del sacerdote, Apolo mandó una plaga contra el ejército de Agamenón.

Recordemos que Áyax desoye las palabras sabias de su padre, Rey de Salamina, sobre el culto y respeto que hay que ofrecer a los dioses. Pero más allá de no atender las palabras de su padre, la actitud del héroe con los dioses no era la más adecuada, en concreto con Atenea, con la que siempre tuvo un pulso beligerante. La condición moral de Áyax va desgastándose  hasta llegar a su último episodio cuando se disputan las armas de Aquiles y Áyax es el perdedor. Para mí, Áyax fue merecedor de llevar las armas de Aquiles, porque estaba más ligado a él que Ulises, además de ser un héroe que se entregó a la batalla sin miramientos. Pero las circunstancias que rodearon a la disputa de las armas favorecieron a Ulises.

Recordemos también que Áyax es el único guerrero de Troya que rechaza a los dioses y el único que acaba suicidándose. La pregunta es la siguiente: ¿los dioses te garantizan la protección y la gloria en el campo de batalla? Indudablemente no. De hecho, el Olimpo de los dioses se divide en la guerra de Troya, defendiendo a troyanos y griegos y, como en cualquier guerra, siempre hay muerte, dolor, enfermedad y sufrimiento en ambos lados. Pero es curioso que Áyax sea el único que se postula en contra de los dioses y el único que corta el hilo de su muerte con el suicidio.

Por otra parte, en la Ilíada, en mi opinión, los hombres no son considerados libres, sino personas incrustadas en un tejido social rígido e inflexible, que no se cuestionan en absoluto las normas sociales que les envuelven. Es decir, el único punto de referencia que tienen es la sociedad en la que viven. Aceptan y viven sus vidas por muy grande que sean sus sufrimientos. A la vez, el hombre homérico, sobre todo en la Ilíada, carece de interioridad. Sin embargo, son muy expresivos, no esconden nada, por lo que es totalmente conocido, no tienen secretos, hablan y actúan tal como son, diríamos que es un campo de fuerzas al descubierto con todas sus pasiones incontroladas, un volcán en plena erupción sin dejar nada en su interior. Áyax carece de dicha interioridad pero a su vez tampoco se preocupa de cultivar los valores morales de su época por lo que su laberinto interior le lleva al suicidio. No tiene otra vía de escape, porque de otra manera habría pedido redimirse a sus compañeros, o bien buscar la complacencia de los dioses para encontrar otra salida distinta al suicidio.  Sin embargo, en la Odisea, con Ulises como protagonista, aparecen una clase de individuos con un desarrollo personal más evolucionado y con una interioridad mucho más profunda. De este modo, Áyax representa la parte incompleta del ser, infringiendo los valores de su sociedad incesantemente y no aprendiendo de  las oportunidades que le va surgiendo en cada episodio de su vida; Ulises sería la parte completa del ser que termina por culminar su camino espiritual, personal y psicológico. En suma,  son dos héroes con un desarrollo interior distinto y con unos resultados antagónicos visibles y palpables. Pongamos un ejemplo que refuerce mis palabras, cuando Ulises desciende al Hades y se encuentra con Áyax, en el Canto XI de la Odisea:

tartaro

El Hades

Las demás almas de los difuntos estaban entristecidas y cada una preguntaba por sus cuitas. Sólo el alma de Áyax, el hijo de Telamón, se mantenía apartada a lo lejos, airada por causa de la victoria en la que lo vencí contendiendo en el juicio sobre las armas de Aquiles, junto a las naves. Lo estableció la venerable madre y fueron jueces los hijos de los troyanos y Palas Atenea. ¡Ojalá no hubiera vencido yo en tal certamen! Pues por causa de estas armas la tierra ocultó a un hombre como Áyax, el más excelente de los dánaos en hermosura y gestas después del irreprochable hijo de Peleo.

Ulises se acerca a Áyax:

Áyax, hijo del irreprochable Telamón. ¿Ni siquiera muerto vas a olvidar tu cólera contra mí por causa de las armas nefastas? Los dioses proporcionaron a los argivos aquella ceguera, pues pereciste siendo tamaño baluarte para los aqueos. Los aqueos nos dolemos por tu muerte igual que por la vida del hijo de Peleo. Y ningún otro es responsable, sino Zeus, que odiaba al ejército de los belicosos dánaos y a ti te impuso la muerte. Ven aquí, soberano, para escuchar nuestra palabra y nuestras explicaciones. Y domina tu ira y tu generoso ánimo. Así dije, pero no me respondió.

 Como hemos observado, Áyax y Ulises son dos polos opuestos en carácter, temperamento y actitud no sólo durante la vida sino que, después de su muerte, Áyax continúa con su egoísmo, su soberbia y falta de perdón. A su vez, está tocado por la hybris, un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. La ausencia de la hybris  determina una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’. En una sociedad tan jerarquizada como la griega, Áyax no se da cuenta conscientemente de su lugar en el universo y de los múltiples elementos que dominan su entorno social, muy ligado a los dioses y a las fuerzas de la naturaleza, de ahí su voluntad propia de suicidarse.

Por otra parte, justo antes del suicidio y continuando con el argumento de la obra de Sófocles, Áyax invoca a varios dioses: a Zeus para que llame a su hermano Teucro e impida que su cadáver sea profanado; a Hermes, para que lo conduzca a las mansiones infernales; a las Erinias (la Venganza), para que atormenten a los griegos; al Sol, para que lleve sus noticias a Salamina (patria de Áyax); a la Muerte, para que venga a recibirle. Y enviando un último adiós a Salamina, a Atenas, a las fuentes, ríos y llanuras de Troya, se da la muerte echándose sobre su espada.

La obra de Sófocles termina con un  Áyax como un buen soldado y, sobre todo, como un soldado siempre al servicio de su ejército, arriesgando su vida en todo momento ante las necesidades de éste. Nunca temió arriesgar su vida en la defensa de los suyos. Y es esto finalmente lo que Sófocles enfatiza y lo que permite que Áyax pueda seguir siendo considerado un gran héroe en la Atenas del s. V a. C.

Como dato curioso y según la mitología, tras la muerte del héroe brotó una flor de jacinto en el punto donde cayó su sangre cuyos pétalos llevaban marcadas las dos primeras letras del nombre de Áyax (AY) como si fueran un lamento. En su nombre se celebraban en Salamina las fiestas Aiantes.

Obras de Referencias:

  1. Los mitos griegos (Ariel)
  2. Diccionario de mitología griega y romana (Lexicon)
  3. Diccionario abreviado de literatura clásica (El Libro De Bolsillo – Granbolsillo)
  4. La iliada, naturaleza y cultura (B. NUEVA CULTURA)
  5. El Mundo Trágico De Sófocles (B. ESTUDIOS CLÁSICOS)
  6. Áyax. Las Traquinias. Antígona. Edipo Rey (El Libro De Bolsillo – Clásicos De Grecia Y Roma)
  7. Ilíada – Odisea

 

Enlaces sobre la misma temática:

 

 

 

 

 

 

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Los caballos de Aquiles

Cuando vieron muerto a Patroclo,
que era tan valeroso, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;
sus naturalezas inmortales se indignaban
por esta obra de la muerte que contemplaban.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con las patas, y lloraban a Patroclo
al que sentían inanimado -destruido una
carne ahora mísera -su espíritu desaparecido indefenso
-sin aliento de vuelto
desde la vida a la gran Nada.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y apenóse. «En las bodas de Peleo»
dijo «no debí así irreflexivamente actuar;
¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos
desdichados! Qué buscabais allí abajo
entre la mísera humanidad que es juego del destino.
A vosotros que ni la muerte acecha, ni la vejez
efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos
os mezclaron los humanos». -Pero sus lágrimas
seguían derramando los dos nobles animales
por la desgracia sin fin de la muerte.

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Este poema pertenece al poeta griego Constantino Petrou Cavafis,  una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna. Analizaremos su poema, «Los caballos de Aquiles»

Aquiles vendando a Patroclo.  kílix de figuras rojas, v. 500 a. C., Staatliche Museen (Berlín)

Aquiles vendando a Patroclo. kílix de figuras rojas, v. 500 a. C., Staatliche Museen (Berlín)

Es muy importante destacar la amistad recíproca que unía  Patroclo con Aquiles . Patroclo participó junto a Aquiles en la guerra de Troya, donde llevó a cabo numerosas hazañas. En una de ellas, la más notable, cuando Aquiles se retiró del combate, Patroclo, al ver la situación crítica en que se encontraban los griegos, convenció a su amigo para que le prestase su armadura y le dejase combatir. Así armado, llevó a cabo una verdadera carnicería  entre las filas troyanas, que sólo acabó cuando Héctor, con ayuda de Apolo, consiguió darle muerte. Al conocer la muerte de su compañero de batalla, Aquiles se lanzó sin armas al combate, espantando con un terrible grito a los troyanos, que huyeron despavoridos. Aquiles, destrozado por la pérdida, rindió honras fúnebres a su amigo . La muerte de Patroclo aparece relatada en los cantos XVI a XXIII de la Ilíada.

En el poema de Cavafis confluyen varios temas interesantes para comentar: el destino y la muerte.

El destino es representado por las Moiras, las diosas que han estado trazando la senda que han de seguir los hombres a lo largo de sus vidas y gobiernan desde el comienzo de los tiempos el destino de la humanidad. Ni Zeus, dios de dioses, es capaz de escapar a sus designios. Con la muerte de Patroclo,  su libertad y la seguridad de ser dueño de su propio futuro no eran sino sombra que se diluían en el inevitable transcurrir del tiempo, pensando que el era  dueño de su vida y que su futuro dependía de sus decisiones libremente adoptadas, pero, de repente, la vida le enseña que no es así, que hay un guión previo y que ellos, de manera inconsciente, se ven sometidos a una estructura diseñada, escrita por la necesidad del destino para reestablecer un orden. Es curioso que Patroclo se esconda bajo la armadura de Aquiles para intimidar al enemigo, desempeñando un papel que no es el suyo. Probablemente, pensaría que la batalla estaría ganada llevando la armadura de su compañero, siendo Aquiles el más temible de todos los guerreros. Patroclo se dejó llevar por la desmesura (hybris) aludiendo a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. Sin embargo, en los animales nunca es posible la hybris, ya que les guía el instinto común a su especie y no existe el peligro de que no se hallen en su lugar. No nos podemos imaginar que un caballo se rebele contra su destino y decida ser el león de la selva. Al contrario, los hombres están dotados de un tipo de libertad, de una capacidad de exceso que sin duda los hacen más interesantes que los animales.

En cuanto al tema de la muerte, Homero traza un esquema muy sencillo sobre el pensamiento de la muerte y el destino del alma:

1) La muerte es el fin del hombre entero, aunque sobreviva el alma.

2) La muerte es la única certeza que posee el hombre sobre su futuro.

3) La sombra de la muerte se proyecta sobre el curso entero de la vida.

 

Obras de referencias:

 

 

 

 

 

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¿Qué es el eidôlon?

EDIOLON_animasmundiLa creencia más extendida entre los antiguos griegos era que al morir las almas de los seres humanos, como si de un humo o sombra se tratase, se desvanecían y se dirigían al Hades. Así se la conocía como la psiqué del individuo. En general, las almas (Psiqué) carecen de solidez y firmeza al estar desprovista de la vida. Sin embargo, también podemos encontrar que tras la muerte, el muerto se presenta no sólo como psiqué sino como eidôlon. Las descripciones del eidôlon sugieren que los griegos creían que el alma del muerto tenía también la apariencia del ser vivo y describían las acciones físicas de las almas de los muertos de dos formas contradictorias: por un lado, pensaban que las almas de los muertos se movían y hablaban como un ser vivo; y, por otro lado, que las almas de los muertos no podían hablar o moverse y en su lugar chillaban y revoleteaban de un lado a otro.  Por lo tanto, podemos expresar que la representación material del alma es el eidôlon, el doble de la persona.

Destacaremos varios ejemplos evidentes de eidôlon:

Patroclo se presenta a Aquiles en sueños, tras morir y no estar sepultado, y se quejaba de que las eidôla de los que habían muerto le impedían franquear las puertas del Hades (Ilíada, XXIII). Cuando Patroclo se dispone a partir, Aquiles intenta abrazarle sin éxito, pues la psiqué de Patroclo se desvanece entre chillidos. Aquiles se da cuenta de que se trataba de una psiqué y un eidôlon (Ilíada, XXIII). En este ejemplo, además, añadiría un punto importantísimo: no siempre el eidôlon se originaba tras el ingreso del difunto al Hades.

Ulises, durante su visita al Hades, también habla con el eidôlon de su amigo Elpenor (Odisea, XI). En este ejemplo, me llama la atención que Elpenor, al igual que Patroclo, está insepulto pero Elpenor ha descendido a la vida ultraterrena y representa al individuo, se le ve como un eidôlon y no como una vaga sombra, y a Patroclo, sin embargo, le niegan la entrada al Hades.

No hay que olvidar que Ulises le da de beber la sangre sacrificada de las ovejas a las almas presentes en el Hades, tal como indicó la maga Circe, como brebaje para que  recuperen vigor, consistencia, voz o memoria, entre otras cualidades. Así se aprecia en el pasaje del descenso de Ulises al Hades (Odisea, XI) cuando habla con su madre (no se espera a su madre en el Hades) y ésta reconoce a su hijo tras beber la sangre negra y le responde las intenciones de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco así como las razones de su muerte:

Ella permanece todavía en tu palacio con ánimo afligido, pues las noches se le consumen entre dolores y los días entre lágrimas. Nadie tiene todavía tu hermosa autoridad, sino que Telémaco cultiva tranquilamente tus campos y asiste a banquetes equitativos de los que está bien que se ocupe un administrador de justicia, pues todos le invitan.

Tu padre permanece en el campo, y nunca va a la ciudad, y no tiene sábanas en la cama ni cobertores ni colchas espléndidas, sino que en invierno duerme como los siervos en el suelo, cerca del hogar, y visten su cuerpo ropas de mala calidad, mas cuando llega el verano y el otoño … tiene por todas partes humildes lechos formados por hojas caídas, en la parte alta de su huerto fecundo en vides. Ahí yace doliéndose, y crece en su interior una gran aflicción añorando tu regreso, pues ya ha llegado a la molesta vejez.

En cuanto a mí, así he muerto y cumplido mi destino: no me mató Artemis, la certera cazadora, en mi palacio, acercándose con sus suaves dardos, ni me invadió enfermedad alguna de las que suelen consumir el ánimo con la odiosa podredumbre de los miembros, sino que mi nostalgia y mi preocupación por ti, brillante Odiseo, y tu bondad me privaron de mi dulce vida (..) ésta es la condición de los mortales cuando uno muere: los nervios ya no sujetan la carne ni los huesos, que la fuerza poderosa del fuego ardiente los consume tan pronto como el ánimo ha abandonado los blancos huesos, y el alma anda revoloteando como un sueño.

Por otra parte, me atrevería a enfatizar que el significado de eidôlon no siempre va asociado con el alma del difunto. Hay varios ejemplos, pero uno de ellos es cuando  Apolo aleja a Eneas del templo para que fuera curado de sus heridas tras su lucha con Diomedes: y fabricó un eidôlon a imagen y semejanza de Eneas (Ilíada, V).

De este ejemplo se observa que un eidôlon es un ser con idéntico aspecto al de una persona, pero que no siempre está relacionado con el alma de un difunto y se menciona, además, una mano divina para moldear el doble de esa persona.

Para finalizar, hay que recalcar otro ejemplo, el de Heracles, cuyo eidôlon fue visto por Ulises en los infiernos y, al mismo tiempo, vivía entre los dioses inmortales (Odisea, XI). Otra observación que destacar,  puesto que sería un caso inédito que dos almas se encontrasen en dos reinos de los muertos. Desconozco las razones de este insólito argumento y no voy a sacar conclusiones personales porque lo más probable es que acabara en un debate inconcluso.

Obra de referencia recomendada:

La Eneida
Iliada y odisea (estuche) (Historia (la Esfera))

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