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La fe en la inmortalidad

Campos Elíseos

El pensamiento homérico sobre el alma refleja la resignación y no el deseo del hombre, cuya existencia después de la muerte, se reduce a vagar como un alma en pena, existiendo sin duda, pero carente de todo sentido. Pero la cuestión es: ¿no existía ningún deseo de poder alcanzar otro tipo de vida más vivificante y estimulante a la hora de morir? En los poemas de Homero, la concepción del alma, después de la muerte, es la de no descansar siquiera de las extenuaciones de la vida (el alma de Sísifo, la de Tántalo, por mencionar algunos ejemplos que hemos comentado en este blog) pero tampoco sigue existiendo. Parece que el reino del Hades no ofrece una luz de esperanza, aunque sea una llamita tenue y ligera. El Hades es el fin para el hombre, cerrando así cualquier vestigio de luz y esperanza.

La única vía de esperanza para eludir el lóbrego reino del Hades era que los dioses te enviaran a los Campos Elíseos, un lugar donde la luz es eterna, nunca hay nieve, ni largo invierno, ni vientos ni lluvias, acompañado de una paz inquebrantable y eterna.

Según la creencia más popular, un dios podía, de repente, sustraer a un mortal protegido suyo y llevárselo a la eternidad, bien sea a los Campos Elíseos o al Olimpo. De manera arbitraria, en algunos casos, y otras por parentesco directo con el dios, el mortal pasaría a ser inmortal.

En la Odisea (Canto IV. 560) Proteo, que tenía el don de leer el porvenir, le profetisa a Menelao que los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos y le enfatiza que es un lugar donde los hombres viven dichosos. Proteo le hace ver que, cuando llegue su hora, no acabará su vida, dice de él el poema; en otras palabras, Menelao no tendrá que morir para ir a los Campos Elíseos pues irá vivo y tampoco le arrebatará la muerte una vez alcanzado los Campos Elíseos. Entendemos que el alma de Menelao (Psique) no tiene que separarse de su cuerpo ni ser sepultado. Por lo tanto, los Campos Elíseos es un lugar inasequible para los demás mortales, solamente para algunos privilegiados: a Menelao le garantizan un lugar especial de bienaventuranza e inmortalidad. La inmortalidad de los dioses tiene además otros disfrutes como el néctar y la ambrosía. Así pues, el hombre que se alimente de estos divinos regalos se convierte en dios, en inmortal. En suma, Menelao es transportado vivo a la eterna vida gozosa y plena de felicidad, a un lugar especial.

Zeus, dios soberano.

¿Es la virtud y el mérito los que dan derecho a la futura bienaventuranza? En los poemas homéricos no hay el menor rastro de que sea así. Menelao no se distingue especialmente por ninguna virtud concreta, será transportado a los Campos Elíseos simplemente porque su matrimonio con Helena lo hace yerno de Zeus, tal como lo anuncia Proteo; en la otra cara de la moneda nos encontramos a Aquiles hundido y desolado en el reino de las sombras en el Libro XI de la Odisea:

No me consueles de la muerte, ilustre Ulises. Preferiría estar en la tierra y servir a un hombre pobre, sin muchos medios de vida, que ser el señor de todos los consumidos.

Esquema de dos mundos opuestos:

Aquiles

Tártaro, la muerte, separación de la psique del cuerpo, desolado, hundido, una sombra vagando. Aquiles es virtuoso, como guerrero y persona.

Menelao

En los Campos Elíseos, permanencia de la psique en el cuerpo, la evitación de la muerte, un privilegio. La virtud no es su fuerte.

Hay que precisar que aquellos inmortales que terminen su vida en los Campos Elíseos llevan una vida consciente interminable, eterna, pero no se les confiere ningún poder divino, ni salir más allá de los confines de la tierra.

Por otro lado, en el ámbito religioso, los héroes de la epopeya homérica no están a la altura de los dioses. Es decir, en la época homérica no hay indicios de que se realicen rituales en honor a Menelao o a Heracles para que sean los intermediarios entre los dioses y los hombres, sino que son fuerzas divinas de pleno derecho que tienen un trato de culto propio, unos santuarios florecientes y, por supuesto, detrás, una mitología indeleble e inquebrantable. Es muy común que, casi siempre, cada héroe es conocido solamente en su territorio, excepto Heracles que traspasó fronteras.

Pero, entonces, ¿qué virtudes tiene que tener un héroe para terminar su vida en los Campos Elíseos? Probablemente, en el caso de Menelao, fuera más un anhelo del espíritu poético de Homero que una necesidad de orden religioso, incluso dicha decisión iba más allá de una creencia popular. Es decir, sólo se subraya el deseo poético, apoyándose en la libertad de la poesía. Lo que sí podemos estar seguro es que el culto religioso no tuvo un peso influyente en la decisión de mandar a Menelao a los Campos Elíseos, sino más bien Homero intenta revelarnos el tema del tránsito hacia la eternidad.

Igualmente, hay otros casos en el que los dioses se llevan a los mortales a la morada de los dioses, al Olimpo, como un regalo exclusivo, que puede ser un don especial que los dioses aprecian y quieren compartir. En este caso, destacamos la figura de Ganímedes.

Ganímedes, el más bello de los mortales, de quien se dice que fue arrebatado por los dioses para ser transportado al Olimpo y vivir allí eternamente, como copero de Zeus. Fue el propio Zeus quien, transformado en águila, se lo llevó por los aires hasta el Olimpo. El rapto de Ganímedes ha sido una fecunda fuente de inspiración para la literatura griega y romana desde Homero (Ilíada V, 265; XX, 232) hasta Ovidio (Metamorfosis, X, 155).

¿Por qué la leyenda de Ganímedes tuvo tanta repercusión en aquella época? En mi opinión, la creencia según la cual un dios o una diosa podía, de repente, despojar a un mortal de su vida sin ser visto por nadie, como es el caso de la joven Core (conocida como Perséfone después de que Plutón la raptara al Hades) o Ganímedes, servía para explicar las desapariciones de individuos que jamás regresaban a su hogar, por circunstancias imprevistas, o de soldados que desaparecían en combate. Imaginaos salir de casa a dar un paseo y desaparecer de la faz de la tierra. ¿Qué impacto tendría en su familia? Era pues una justificación, de carácter divino, para exponer las desapariciones en combate, los raptos, la fuga premeditada, etc. Sin embargo, según la creencia antigua, los raptos de Ganímedes y Orión reflejarían los astros que se observan en los fenómenos del cielo y que debían ser explicados. En estas leyendas cabe destacar que a los fenómenos celestes se les consideraban seres animados y dotados de alma como a los hombres. El significado de estos mitos refleja que si los dioses elevan a Orión a su reino, cualquier mortal puede llegar a gozar de la misma suerte, contando con el favor de un dios. En el caso de Perséfone, después de ser raptada por Hades, Zeus, como intermediario, estableció que Perséfone volvería con su madre, Deméter, llegando con ella la primavera y volvería a descender al mundo de las tinieblas al llegar la época de la siembra.

En síntesis, la inmortalidad ofrece más ventajas que desventajas. Sin embargo, escudriñando los poemas de Homero, hay que ver la inmortalidad desde otra óptica. En la Odisea (Canto V. 209) la ninfa Calipso, enamorada de Ulises, le ofrece la inmortalidad siempre y cuando renuncie a su identidad. La reflexión de Ulises es la siguiente: si olvida quién es, también olvidará adónde va y nunca alcanzará su logro espiritual. Supongamos que Ulises aceptase la oferta de Calipso, si cediese a la tentación de ser inmortal, dejaría en ese instante de ser un hombre, no sólo porque se convertiría en un dios sino porque eso le llevaría al exilio, renunciando para siempre a vivir con los suyos, por lo que perdería su propia identidad. Con más rotundidad, al aceptar la inmortalidad, Ulises dejaría de ser Ulises y ya no sería el Ulises que todos conocemos: rey de Ítaca, marido de Penélope, hijo de Laertes…

El propio Zeus nos hace entender que Ulises es el más sabio de todos los humanos; Atenea es su escudo protector (Odisea, Canto V. 7). Ambos ven que su principal destino es comportarse en la tierra como el representante de los dioses a nivel del Gran Todo. Aunque Ulises es mortal, es un Zeus pequeño al igual que Ítaca es un mundo pequeño y el objetivo de su periplo en la Odisea se le hace tortuoso, retorcido, doloroso, con muchas pérdidas alrededor suya. Pero Ulises continúa hacia delante y declina la inmortalidad que le ofrece Calipso. Su único anhelo es hacer que la justicia reine por las buenas o por las malas, si hace falta y alcanzar la armonía, su destino. Por eso Zeus no permanecerá insensible a este proyecto que le recuerda al suyo, cuando tuvo que reestablecer el orden dentro del caos inicial que había en el universo (Teogonía). Ulises, por fin, después de diez años preso en la isla de Calipso, y gracias a la intervención de Atenea, pudo seguir el impulso de su espíritu.

Ahora sabemos de dónde viene y adónde va Ulises: del caos al cosmos pero a su nivel, que es humano, pero que a su vez refleja el orden cósmico. Es un itinerario de sabiduría pero a su vez un camino tortuoso, polvoriento, de mucho sufrimiento, cuyo fin, sin embargo, es el de alcanzar la sabiduría aceptando la condición de mortal que es la de todo ser humano.

Ulises

Ulises nos enseña la lección más importante: la inmortalidad es para los dioses no para los humanos y no es lo que uno debe buscar desesperadamente en esta vida. En síntesis, las líneas maestras que Ulises nos enseña son:

  1. Es muy importante pertenecer a una comunidad armoniosa, a una patria (un cosmos).

  2. Dar la espalda a nuestra naturaleza y arrancar nuestras raíces que están conectadas con los verdaderos valores e hilvanadas a nuestras tradiciones ancestrales es desviarnos de los propósitos del cosmos y, por lo tanto, representa la peor forma de despersonalización que pueda conocerse en la vida. No podemos caer en el olvido. Ulises tiene que luchar para no bajar al destierro, al olvido y, por encima de todo, su único fin es alinearse con su verdadero Yo, aquél que perdió cuando lo arrancaron de su patria.

  3. La guerra de Troya, fiel reflejo de nuestro mundo actual, es una máquina de engullir a miles de jóvenes, un desarraigo sin igual para unos soldados llevados a la fuerza lejos de sus hogares, lejos de toda civilización, de toda dicha, lanzados a un universo que no tiene nada que ver con la vida en armonía y equilibrio. Esta visión es muy importante para entender el universo como parte elemental de nosotros. Hoy día, nos están arrancando nuestras raíces, el desorden y el caos son esos grandes agujeros negros de nuestras vidas.

  4. Más allá de su dimensión casi iniciática en el plano humano, incluso de los aspectos cosmológicos, esta concepción de la búsqueda de la armonía, una reconciliación con el cosmos, posee también una dimensión metafísica que guarda relación con el tema de la muerte. Para los griegos, lo que caracteriza a la muerte es la pérdida de la entidad. Aquí la muerte no sería física: Ulises nos alienta a que jamás dejemos de ser personas trascendentales para convertirnos en zombis de la sociedad, sombras carentes de identidad, en masas ignorantes que abandonan su verdadera patria, para terminar siendo anónimos, luces y sombras que parpadean sin brillo llevando consigo la pérdida de nuestra individualidad.

  5. Ulises busca la inmortalidad en la sabiduría. Se sacude de todas las irrealidades, de sueños utópicos y de fluctuaciones inestables que va sorteando a su paso.

 

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El suicidio de Áyax

escultura-del-ayax-el-grande-heroe-de-la-mitologia-griega-373001-MLM20253308450_022015-OÁyax Telamón o Áyax el Grande es, para mí, uno de los héroes más vibrantes de la épica griega. Al ser un personaje admirado y a la vez odiado, nadie duda de su talento innato en el manejo de las armas y con un espíritu luchador e incansable, destaca entre las filas griegas, tras Aquiles, sin dejar a nadie indiferente. Para bien o para mal,  Áyax ha llegado a nuestros días. Sin duda fue la eficacia de Áyax en el combate lo que motivó que unos fabricantes de detergentes domésticos bautizaran con el nombre del héroe a uno de sus productos, el Áyax, destinado a luchar…contra la suciedad. También, un equipo de fútbol holandés laureado  a nivel internacional, el Áyax de Ámsterdam, presume de llevar en su escudo su imagen. Sin embargo, ahondando en la personalidad de Áyax, uno descubre que muchos autores terminan desprestigiando al héroe de Salamina y por esta razón, estoy de acuerdo con la obra trágica de Sófocles, Áyax,  donde el autor ofrece una salida al héroe cuyo resultado final es impecable. Dicha tragedia resulta muy interesante, porque, sin omitir los defectos del héroe y sus graves acciones, Sófocles consigue redimirlo.

Para aquellos que desconocen la historia de Áyax, al morir Aquiles, víctima de la flecha lanzada por Paris y guiada por Apolo, fue el propio Áyax el que, junto a Ulises, recogió su cuerpo y sus armas del campo de batalla. Como era costumbre, tras el funeral,  ambos héroes convocaron una asamblea de jefes para reclamar como recompensa la preciada armadura de Aquiles, la cual había sido forjada personalmente por el dios Hefesto. Las armas, finalmente, son adjudicadas a Ulises. Áyax se creía merecedor de tal premio y se sintió deshonrado por sus compañeros de armas. Áyax, con todo su odio y rencor de su alma, entró en una locura descontrolada. En su delirio, trama matar a sus propios compañeros de batalla y a Ulises. Sin embargo, gracias a la intervención divina de Atenea, la protectora de Ulises, Áyax confunde un rebaño de ovejas con sus compañeros y mata a todos los animales. Cuando Áyax despertó de su locura, vio que había deshonrado su espada de guerrero con sangre de animales y decidió quitarse la vida antes que vivir en la vergüenza y la indignidad de un guerrero de su linaje. Para ello utilizó la espada de Héctor, que éste le había entregado como una ofrenda de honor tras su primer duelo.

El suicidio en la antigua Grecia se consideraba una muerte maldita, pues no permite que el alma encuentre su remanso de paz, considerándose una muerte impura. Curiosamente, Áyax es el único guerrero de la guerra de Troya que se suicida. En la sociedad griega, los hombres mueren en el campo de batalla cumpliendo el ideal de civismo. La ciudad les concede un hermoso sepulcro y una elogiosa oración fúnebre con varios días de rituales. En la tragedia griega el suicidio se ve no como un “acto heroico” sino una “solución trágica” que la moral reprueba. Aristóteles afirma que “una especie de deshonor acompaña al suicida, que es mirado como culpable para con la sociedad” y define el morir por mano propia como un acto injusto que la ley no permite y un deshonor que acompaña al que se mata. La situación es delicada. Los jefes griegos discutieron qué hacer con el cadáver del héroe. El hermanastro de Áyax, Teucro, deseaba sepultarlo pero Agamenón y Menelao decidieron que no se debía enterrar, dejando su cuerpo expuesto para que lo buitres acabaran con él. No obstante, Ulises, sintiéndose en parte responsable de su muerte, actuó a favor del fallecido y convenció a sus compañeros para que permitiera los actos fúnebres. Y así fue enterrado, en vez de incinerarlo como era la costumbre. Ulises conmovido, depositó sobre su tumba las armas de Aquiles.

Sin embargo, la traición pesa sobre el héroe sin justificación alguna. La traición se consideraba uno de los peores delitos en Atenas, un delito que merecía las más severas sanciones. Más concretamente podemos decir que la ley para los traidores que encontramos recogida en Jenofonte (Helénicas 1.7.22) era la misma que existía para los ladrones de las propiedades sagradas y probablemente era así porque la comisión de estos dos delitos recibía el mismo castigo, a saber, la prohibición de ser enterrados en el Ática; o, en el caso de la traición, en el territorio al que se había traicionado y la confiscación de los bienes. En este caso, Áyax no había sido castigado por su traición de intentar matar a sus compañeros, ya que se suicidó antes de ser juzgado.

Áyax preparando su suicidio. Reproducción de un ánfora de figuras negras pintada por Exequias (530 – 525 a. C.).

¿Por qué se suicida Áyax? Es la cuestión que siempre me ha hecho reflexionar. No me vale con el último enfrentamiento entre Ulises y Áyax por la disputa de las armas de Aquiles.  Por eso, hay que amplificar el campo de visión más allá de aquel funesto episodio y realizar un análisis con más recorrido y de manera exhaustiva sobre la vida de Áyax.

Hay varios momentos en la vida de Áyax que se deberían tener en cuenta para entender de qué manera llega el héroe de Salamina al suicidio:

  1. Antes de la guerra de Troya, el padre de Áyax, Rey de Salamina, le recomienda que luche con sus armas, pero también con la ayuda de los dioses. Áyax le responde, con arrogancia, que tan sólo los cobardes ganan la victoria con el auxilio de los dioses.
  2. Atenea quiso alentar al héroe de algunos peligros, pero lo desechó con insolencia, diciéndole que no se mezclase en su conducta de la cual daría buena cuenta, y que reservase sus favores para sus compañeros de batalla.
  3. En otra ocasión, rehusó el ofrecimiento que la propia Atenea le hizo para proteger su carro.
  4. Ayáx borró de su escudo el búho, ave favorita de Atenea, temiendo que esta imagen fuese tomada como un acto de respeto hacia ella y, por consecuencia, como una prueba de desconfianza en su propio valor.

No cabe duda de que Áyax es un príncipe valiente e intrépido que prestó grandes servicios a los griegos; pero de un carácter temperamental y al mismo tiempo cruel. Es de destacar que se valió de su fuerza humana más que de la divina y que nunca fue herido en combate, pero el mundo moral de Áyax es desastroso. En una sociedad en la cual la religión, el respeto a los dioses y  los rituales eran una parte indisociable de la moral griega, Áyax decide rebasar las líneas rojas de la moral griega poniendo la unidad social a la que pertenece en peligro, como fue el caso de la disputa de las armas de Aquiles. La sociedad ateniense acogía en su seno, sin problemas, la incredulidad, quizá con la única condición de que no diera lugar a gestos de impiedad, pero los actos de Áyax van más allá de la incredulidad, por lo que el héroe está siempre bajo amenaza de los dioses, especialmente de Atenea.

Igualmente, no hay que olvidar que la base fundamental de la sociedad griega es que a los dioses se les tiene que respetar ya que son impredecibles y, a la vez, te hace ver que el ser humano vive en un mundo hecho de fuerzas extrañas, de fenómenos sobrenaturales que te afectan para bien y para mal. Cabe recordar que la Ilíada comienza con un alejamiento del hombre de los dioses y las consecuencias son nefastas:

¿Qué dios sembró entre ellos la discordia? El hijo de Zeus y Leto (Ilíada, 8-9)

En dicho pasaje, Agamenón había ofendido al sacerdote de Apolo y como  consecuencia de las oraciones del sacerdote, Apolo mandó una plaga contra el ejército de Agamenón.

Recordemos que Áyax desoye las palabras sabias de su padre, Rey de Salamina, sobre el culto y respeto que hay que ofrecer a los dioses. Pero más allá de no atender las palabras de su padre, la actitud del héroe con los dioses no era la más adecuada, en concreto con Atenea, con la que siempre tuvo un pulso beligerante. La condición moral de Áyax va desgastándose  hasta llegar a su último episodio cuando se disputan las armas de Aquiles y Áyax es el perdedor. Para mí, Áyax fue merecedor de llevar las armas de Aquiles, porque estaba más ligado a él que Ulises, además de ser un héroe que se entregó a la batalla sin miramientos. Pero las circunstancias que rodearon a la disputa de las armas favorecieron a Ulises.

Recordemos también que Áyax es el único guerrero de Troya que rechaza a los dioses y el único que acaba suicidándose. La pregunta es la siguiente: ¿los dioses te garantizan la protección y la gloria en el campo de batalla? Indudablemente no. De hecho, el Olimpo de los dioses se divide en la guerra de Troya, defendiendo a troyanos y griegos y, como en cualquier guerra, siempre hay muerte, dolor, enfermedad y sufrimiento en ambos lados. Pero es curioso que Áyax sea el único que se postula en contra de los dioses y el único que corta el hilo de su muerte con el suicidio.

Por otra parte, en la Ilíada, en mi opinión, los hombres no son considerados libres, sino personas incrustadas en un tejido social rígido e inflexible, que no se cuestionan en absoluto las normas sociales que les envuelven. Es decir, el único punto de referencia que tienen es la sociedad en la que viven. Aceptan y viven sus vidas por muy grande que sean sus sufrimientos. A la vez, el hombre homérico, sobre todo en la Ilíada, carece de interioridad. Sin embargo, son muy expresivos, no esconden nada, por lo que es totalmente conocido, no tienen secretos, hablan y actúan tal como son, diríamos que es un campo de fuerzas al descubierto con todas sus pasiones incontroladas, un volcán en plena erupción sin dejar nada en su interior. Áyax carece de dicha interioridad pero a su vez tampoco se preocupa de cultivar los valores morales de su época por lo que su laberinto interior le lleva al suicidio. No tiene otra vía de escape, porque de otra manera habría pedido redimirse a sus compañeros, o bien buscar la complacencia de los dioses para encontrar otra salida distinta al suicidio.  Sin embargo, en la Odisea, con Ulises como protagonista, aparecen una clase de individuos con un desarrollo personal más evolucionado y con una interioridad mucho más profunda. De este modo, Áyax representa la parte incompleta del ser, infringiendo los valores de su sociedad incesantemente y no aprendiendo de  las oportunidades que le va surgiendo en cada episodio de su vida; Ulises sería la parte completa del ser que termina por culminar su camino espiritual, personal y psicológico. En suma,  son dos héroes con un desarrollo interior distinto y con unos resultados antagónicos visibles y palpables. Pongamos un ejemplo que refuerce mis palabras, cuando Ulises desciende al Hades y se encuentra con Áyax, en el Canto XI de la Odisea:

tartaro

El Hades

Las demás almas de los difuntos estaban entristecidas y cada una preguntaba por sus cuitas. Sólo el alma de Áyax, el hijo de Telamón, se mantenía apartada a lo lejos, airada por causa de la victoria en la que lo vencí contendiendo en el juicio sobre las armas de Aquiles, junto a las naves. Lo estableció la venerable madre y fueron jueces los hijos de los troyanos y Palas Atenea. ¡Ojalá no hubiera vencido yo en tal certamen! Pues por causa de estas armas la tierra ocultó a un hombre como Áyax, el más excelente de los dánaos en hermosura y gestas después del irreprochable hijo de Peleo.

Ulises se acerca a Áyax:

Áyax, hijo del irreprochable Telamón. ¿Ni siquiera muerto vas a olvidar tu cólera contra mí por causa de las armas nefastas? Los dioses proporcionaron a los argivos aquella ceguera, pues pereciste siendo tamaño baluarte para los aqueos. Los aqueos nos dolemos por tu muerte igual que por la vida del hijo de Peleo. Y ningún otro es responsable, sino Zeus, que odiaba al ejército de los belicosos dánaos y a ti te impuso la muerte. Ven aquí, soberano, para escuchar nuestra palabra y nuestras explicaciones. Y domina tu ira y tu generoso ánimo. Así dije, pero no me respondió.

 Como hemos observado, Áyax y Ulises son dos polos opuestos en carácter, temperamento y actitud no sólo durante la vida sino que, después de su muerte, Áyax continúa con su egoísmo, su soberbia y falta de perdón. A su vez, está tocado por la hybris, un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. La ausencia de la hybris  determina una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’. En una sociedad tan jerarquizada como la griega, Áyax no se da cuenta conscientemente de su lugar en el universo y de los múltiples elementos que dominan su entorno social, muy ligado a los dioses y a las fuerzas de la naturaleza, de ahí su voluntad propia de suicidarse.

Por otra parte, justo antes del suicidio y continuando con el argumento de la obra de Sófocles, Áyax invoca a varios dioses: a Zeus para que llame a su hermano Teucro e impida que su cadáver sea profanado; a Hermes, para que lo conduzca a las mansiones infernales; a las Erinias (la Venganza), para que atormenten a los griegos; al Sol, para que lleve sus noticias a Salamina (patria de Áyax); a la Muerte, para que venga a recibirle. Y enviando un último adiós a Salamina, a Atenas, a las fuentes, ríos y llanuras de Troya, se da la muerte echándose sobre su espada.

La obra de Sófocles termina con un  Áyax como un buen soldado y, sobre todo, como un soldado siempre al servicio de su ejército, arriesgando su vida en todo momento ante las necesidades de éste. Nunca temió arriesgar su vida en la defensa de los suyos. Y es esto finalmente lo que Sófocles enfatiza y lo que permite que Áyax pueda seguir siendo considerado un gran héroe en la Atenas del s. V a. C.

Como dato curioso y según la mitología, tras la muerte del héroe brotó una flor de jacinto en el punto donde cayó su sangre cuyos pétalos llevaban marcadas las dos primeras letras del nombre de Áyax (AY) como si fueran un lamento. En su nombre se celebraban en Salamina las fiestas Aiantes.

Obras de Referencias:

  1. Los mitos griegos (Ariel)
  2. Diccionario de mitología griega y romana (Lexicon)
  3. Diccionario abreviado de literatura clásica (El Libro De Bolsillo – Granbolsillo)
  4. La iliada, naturaleza y cultura (B. NUEVA CULTURA)
  5. El Mundo Trágico De Sófocles (B. ESTUDIOS CLÁSICOS)
  6. Áyax. Las Traquinias. Antígona. Edipo Rey (El Libro De Bolsillo – Clásicos De Grecia Y Roma)
  7. Ilíada – Odisea

 

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