Según algunas tradiciones, Tántalo traicionó la confianza de los dioses difundiendo ciertos secretos a los que había tenido acceso en el Olimpo, llegando incluso a robar el néctar y la ambrosía de los dioses para dárselos a los hombres. También se le presenta como perjuro por negar haber recibido de Zeus el perro de oro que este le había confiado y que Zeus conservaba desde su infancia.
Pero el peor de sus crímenes fue haber ofrecido a los dioses un banquete en el que les sirvió la carne de su propio hijo Pélope, a quien había descuartizado y guisado, para probar la omniscencia de los dioses. Los dioses descubrieron inmediatamente la naturaleza del manjar que se les ofrecía y lo rechazaron horrorizados. Todos excepto Deméter, que devoró hambrienta un hombro del desdichado joven sin darse cuenta de nada. Los dioses resucitaron a Pélope y reemplazaron su desaparecido hombro por otro de marfil. El padre impío fue castigado a sufrir hambre y sed eternas. En lo más profundo del Tártaro quedó Tántalo. Así lo vio Ulises (Canto XI, la Odisea) cuando descendió al inframundo:
Vi a Tántalo, que soportaba pesados dolores, en pie dentro del lago; éste llegaba a su mentón, pero se le veía siempre sediento y no podía tomar agua para beber, pues cuantas veces se inclinaba el anciano para hacerlo, otras tantas desaparecía el agua absorbida y a sus pies aparecía negra la tierra, pues una divinidad la secaba. También había altos árboles que dejaban caer su fruto desde lo alto perales, manzanos de hermoso fruto, dulces higueras y verdeantes olivos , pero cuando el anciano intentaba asirlas con sus manos, el viento las impulsaba hacia las oscuras nubes.
Es muy llamativo que el sacrilegio de Tántalo pesará sobre toda su descendencia. Su hija Níobe, cuyos hijos morirían bajo las flechas de Artemisa y Apolo, ha quedado como el símbolo del dolor materno inconsolable.
También, el monstruoso festín se reproduciría generaciones después, cuando Atreo, hijo de Pélope, hizo comer a su hermano Tiestes la carne de sus tres hijos. La fatal herencia se transmitiría marcando sangrientamente el destino de la familia de Agamenón, hijo de Atreo, materia trágica de la que Esquilo extraerá su trilogía la Orestíada.
Símbolo del mito
En primer lugar, por lo que respecta a la cultura griega, en este mito se observa un rotundo rechazo del politeísmo a los sacrificios humanos pero hay mucho más…
¿Alguien sabe lo que estamos buscando? La expresión suplicio de Tántalo evoca una situación en la que se está muy cerca de lo que se ansía sin poder jamás alcanzarlo. Quizás, lo que se desea no es lo adecuado para nosotros, pero seguimos afanosamente intentándolo hasta acabar con nuestras fuerzas. ¿Resistimos o cambiamos de sentido? Nos hemos obsesionado por un objeto, por un sueño, por una meta, pero tal vez detrás de todo esto haya un espacio vacío, una estampa desierta, envuelto en un papel de regalo. ¿Nos atrapa el papel de regalo o el vacío que hay dentro de él?
¿Para qué vivimos? Anhelamos cosas materiales todos los días. Una vez logradas, continuamos con el deseo de tener más, de poseer más riquezas y comodidades. No tenemos límites, y nuestro apetito interior siempre acaba declinándose hacia la corriente materialista para acabar rompiéndo nuestro interior.
Este mito lo llevamos muy arraigado en nosotros, preso de nuestros deseos inferiores, de nuestros «apetitos» carnales que jamás cesan de irrumpir en nuestras vidas diarias.
¿Crees que la vida te hace siempre lo mismo al igual que a Tántalo? Pues estás en lo cierto, siempre te hará lo mismo, mientras tú seas siempre el mismo. Lo que la vida le hace a cada uno, depende de lo que cada uno es. Si quieres algo distinto de la vida, tendrás que empezar por transformarte a ti mismo en algo diferente.
¿Alguien quiere seguir soportando el suplicio de Tántalo?
Obras de referencias recomendadas: Gran libro de la mitologia griega, el
Para ampliar más información os recomiendo el siguiente enlace: la hybris; Sísifo; Belerofontes
Dichoso puedes, Tántalo, llamarte,
tú, que, en los reinos vanos, cada día,
delgada sombra, desangrada y fría,
ves, de tu misma sed, martirizarte.
Bien puedes en tus penas alegrarte
(si es capaz aquel pueblo de alegría),
pues que tiene -hallarás- la pena mía
del reino de la noche mayor parte.
Que si a ti de la sed el mal eterno
te atormenta, y mirando l’agua helada,
te huye, si la llama tu suspiro,
yo, ausente, venzo en penas al infierno;
pues tú tocas y ves la prenda amada;
yo, ardiendo, ni la toco ni la miro.
D. Francisco de Quevedo Villegas
Dios y la aprehensión de la falta están en la física cuántica, están en la música, están en el amor, donde la veneración por la ciencia se vuelve mística, donde la música se hace redención. Están en el amor, el amor que ponemos para alcanzar algo. Dios está en la discilplina, en la aceptación de la falta, en ver el hachazo que tenemos y abrazarnos.
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