Archivo mensual: marzo 2023

Las Arréforas

Arréforas (Imagen: Wikipedia)

No se entiende la religión griega sin un ritual que sirva para organizar a la comunidad dentro de un espacio o para conectar las relaciones con los dioses. De esta manera, la permanencia en la tradición no se perdía. La sociedad griega se levantaba sobre unos cimientos religiosos bien estructurados y así estrechaban lazos con el universo que le rodeaba. Bajo el prisma griego, lo religioso iba íntimamente mezclado con cada una de las etapas de la vida y el establecimiento de los diferentes ritos se proyectaba en todas las partes con la intervención de la divinidad. Por otra parte, cualquier incumplimiento en la práctica ritual despertaba la cólera divina que recaía sobre el hombre o cualquier modificación debía ser sancionada. La escrupulosidad de los ritos, su observación y sus leyes nos la encontramos atestiguada en época muy remota, grabada en piedras y colocada a las puertas de los templos y en los lugares públicos. Este fenómeno acompañaba el levantamiento de la ciudad-estado al principio del siglo VIII a.C., y era una marca original del fenómeno religioso. De esta forma, los rituales estaban ya constituidos y organizados, como el ofrecimiento de las primicias o las libaciones, las ofrendas florales y los cánticos.

Otro punto a destacar dentro del marco de lo religioso era la línea que separaba el mundo sagrado del profano.

El mundo sagrado está ligado al mundo sensible, como bien describe R. Caillois[1]:  “es la categoría sobre la que descansa la actitud religiosa, la que le da su carácter específico, la que impone al fiel un particular sentimiento de respeto que inmuniza su fe contra el espíritu de libre examen, la sustrae a la polémica y la coloca fuera y más allá de la razón.

Constituye la idea-madre de la religión —escribe H. Hubert—. Los mitos y los dogmas analizan a su modo su contenido, los ritos utilizan sus propiedades, de ella procede la moralidad religiosa, los sacerdocios la incorporan, los santuarios, lugares sagrados y monumentos religiosos la fijan en la tierra y la enraízan. La religión es la administración de lo sagrado”.

Observamos, por lo tanto, que la importancia de lo sagrado vivificaba las diferentes etapas de la vida religiosa y era la única vía de contacto directo del hombre y el mundo sacro.

EL RITO Y LO SAGRADO EN EL MUNDO ATENIENSE

Atenas está impregnada de ritos, cargada de sacralidad desde los tiempos arcaicos. Es un lugar privilegiado donde lo sagrado no se desliga de sus ritos. Citaremos un ejemplo muy relevante.

ARRÉFORAS

El término significa literalmente «portadoras de las cosas que no se pueden mencionar[2]«. Las niñas atenienses de entre siete y once años hacían las funciones de sirvientes de Atenea. Vivían durante el año en la Acrópolis en una casa (Arreforión) que estaba destinada para su función. Siguiendo la lectura de Pausanias: “Éstas llevan durante cierto tiempo un determinado modo de vida junto a la diosa; pero al aproximarse la fiesta ejecutan de noche los siguientes ritos: cargan sobre la cabeza lo que la sacerdotisa de Atenea les da para llevar, sin saber ni siquiera ella qué es lo que les da y sin saberlo tampoco las que lo llevan. Hay en la ciudad un recinto sagrado de la llamada Afrodita en los Jardines, no muy lejos de allí, y lo atraviesa un sendero natural que desciende bajo tierra; por éste bajan las doncellas. Abajo dejan lo que han traído, reciben otra cosa y se la llevan, encubierta como está. Luego se despide a las doncellas, y en su lugar llevan a otras a la Acrópolis[3]”.

Uno de los trabajos previos que tenían que realizar las doncellas era tejer (9 meses antes) el peplo que en las Panateneas se le entregaba a Atenea, momento sagrado para el ciudadano ateniense. Cabe destacar que en el peplo de Atenea estaba tejida la Gigantomaquia, una expresión del triunfo del orden, del triunfo de Atenea sobre la rebelión y el caos. En la elaboración del vestido participaban el mayor número posible de mujeres atenienses, pero el solemne comienzo incumbía a la sacerdotisa de Atenea y a las dos arréforas. Después de culminar el lujoso y sagrado peplo las Arréforas debían despojarse de su túnica blanca y entregar sus adornos de oro a la diosa.

Las Arréforas pertenecían a las familias más ilustres del Ática y llevaban en cestas, durante la procesión de las Panateneas, los utensilios necesarios para el ritual, de carácter mágico, relacionado posiblemente con la fertilidad. De hecho, para la celebración de estas fiestas vinculadas a la magia agrícola se escogían niñas jóvenes, vírgenes, porque su pureza aseguraba el éxito de unas labores (al control de las fuerzas de la naturaleza) que para el sentir griego eran mágicas.

La tradición de las Arréforas guardaba una similitud con el tradicional y longevo mito de las hijas de Cécrope[4]. Cécrope tuvo tres hijas, Aglauro, Herse y Pándroso. Según el mito original Cécrope, el hijo de la tierra, mitad hombre y mitad serpiente, es, en todas las genealogías áticas, el rey absolutamente primero del Ática; en la intrahistoria, es lo que había antes del primer hombre. Los hechos del culto y el mito se iluminan mutuamente, pues las hijas de Cécropes fueron las primeras portadoras de los cestos, con el mandamiento de no abrirlos jamás (cestos sagrados). Pero Aglauro y Herse abrieron el cesto sagrado y vieron al niño Erictonio[5] y una serpiente. Las doncellas huyen presas del terror,  perseguidas por una serpiente y encuentran la muerte arrojándose por la Acrópolis. El recorrido que hacen las hijas de Cécropes es el que hacen las Arréforas en la Atenas Clásica. Pándroso es la única que permanece en el recinto sagrado, junto al olivo sagrado, simbolizando así el respeto a la diosa.

Para otros autores. el mito originario consistiría en un rito de iniciación, una especie de consagración de la juventud. Los ritos de iniciación eran las ceremonias centrales de la ciudad y las vivencias decisivas del individuo más íntimas y personales, puesto que en ellos se cumplían nada menos que la renovación de la comunidad.

En suma, en el rito de las Arréforas se dan tres eslabones importantes: primero, una separación de la vida anterior (viviendo un año en el Arreforión); segundo, la vida aislada, en comunión con la diosa virgen Atenea; y tercero, la reintegración en la comunidad como persona adulta. En el caso de la iniciación femenina que nos presenta este ritual, se integran necesariamente dos tareas o trabajos: por una parte, la joven aprendía las labores propias de la mujer de la época (hilar y tejer); y, por otra parte, la tarea de ser esposa y madre.

Tanto en la versión de un rito de iniciación como aquella vinculada a la magia agrícola. el mundo griego direccionaba a la familia, al linaje, el estado, la religión y la vida cotidiana, así como las celebraciones o el cultivo de los campos y el cuidado de la casa: todo se reconducía a un Orden cósmico y en ese Orden (Kosmos), el hombre vivía como miembro de una comunidad, de una estirpe que se perpetuaba a través del orden de las generaciones que en Grecia se expresa en el mito de Cécrope y que encontraron su expresión en las Arréforas o en las Panateneas en el periodo clásico.

Y, para terminar, hay que subrayar que la presencia de la mujer en la antigua Grecia era muy activa y representativa en la comunidad religiosa y en la tradición mítica de la ciudad. Los elementos femeninos eran notables y de capital importancia para conseguir el equilibrio deseado dentro de la pólis.

Para ampliar más información:

Burkert, W. (2011) El origen salvaje. Ritos de sacrificios y mito entre los griegos. Ed. Acantilado.

Caillois, R. (2014). El hombre y lo sagrado. FONDO CULTURA ECONOMICA; Tercera edición (3 noviembre 2014).

Grimal, P. (1989). Diccionario de Mitología griega y romana. Ediciones Paidos.


[1] El hombre y lo sagrado (2014)

[2] https://www.tesaurohistoriaymitologia.com/es/57205-arreforas

[3] Pausanias (1,27,3)

[4] Según narra el mito, Erictonio fue el sucesor de Cécrope como rey de Atenas y el dios Hefesto le dio la vida cuando en su intento de unirse con Atenea ésta lo rechaza y en la lucha se derrama su semilla que cae y fecunda a Gea (la Tierra). Al nacer Erictonio (nacido de la tierra) Atenea lo recoge y se convierte en su protectora. Lo esconde en una cesta, confiando su custodia a Aglauro, Herse y Pándroso, las tres hijas del rey Cécrope, con el encargo de que no la abran. Las Cecrópidas, incumpliendo el mandato de la diosa, descubren en la cesta a un niño con la parte inferior de su cuerpo en forma de serpiente. En la versión del mito narrada por Ovidio es Aglauro la que levanta la tapa del canasto, que en esta obra se identifca con la mujer que lleva un vestido dorado. Posteriormente, enloquecidas ante este descubrimiento o por la cólera de Atenea, corren hasta precipitarse desde lo alto de la Acrópolis ateniense.

[5] Erecteo/ Erictonio, nacido, según Apolodoro, del semen que derramó Hefesto a la tierra del Ática al intentar violar a Atenea. Volviendo a las hijas de Cécrope, el primer rey, la tradición suele coincidir en que, tras ser asignadas por Atenea al cuidado del joven Erecteo/Erictonio. Aglauro y Herse desobedecieron su mandato de no mirar en la cesta en la que había depositado al niño. Acto seguido, ambas enloquecieron (no se sabe si por temor a la furia de Atenea o por la visión de un niño mitad humano, mitad serpiente, como Cécrope) y se suicidaron desde la Acrópolis.

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