El espíritu Tradicional en la Mitología griega

Descubrir el templo de Poseidón, en el cabo Sunio
Templo de Poseidón en el Cabo de Sunion.

Para comprender el espíritu tradicional debemos tener muy presente un axioma irrefutable sobre el Principio de las dos Naturalezas: hay un orden físico y otro metafísico. Llamamos orden físico al mundo tangible, visible (a través de los cinco sentidos), al devenir que arrastra al hombre a un mundo sin rumbo y sin sentido. Nos referimos al mundo metafísico cuando hablamos del mundo invisible y, más allá del mismo, la esfera intangible.

Un ejemplo que ilustra lo que describimos en líneas anteriores es en la arcaica civilización minoica: el soberano rey Minos servía de puente, en otras palabras, hacía de constructor entre los dos mundos (físico-metafísico) y ejercía su poder sobre ambos, como Rey y Sacerdote por voluntad y protección de Poseidón y, a su vez, era hijo de Zeus. De este modo, las leyes divinas se promulgaban de manera exactas, justas y equitativas y se aplicaban en el reino, respondiendo a la verdad, ya que el propio Minos hablaba en nombre no de su propia persona (mortal y efímera) sino de toda la integridad de una persona completa que sabía perfectamente conjugar los dos mundos. Por esta razón, era comprensible la sangre de una descendencia divina (Zeus) y otra mortal (Europa). Según el emanacionismo, de su madre heredaría el Atman; de Zeus el linaje divino, en otras palabras, el soberano rey Minos tenía una descendencia no sólo de sangre sino de espíritu. Si se perdiera esta descendencia espiritual y nobleza se convertían en términos vacíos, un puente que no conectaría con ambos mundos. Esta base procedía de la Tradición Oculta que puso su peso y su fuerza en mantener el linaje o sucesión de Reyes sagrados, formando con ello un eje de luz perenne y de eternidad en el tiempo.

Tras la ruptura con la Tradición y con ese puente sagrado y, al sucederse mortales sin linajes divinos en el cargo del rey soberano, se empezaron a formar una política de tiranos, déspotas y de séquitos que abusaban no solamente del poder, sino de tergiversar las leyes divinas y de romper con una tradición sacra. Aquí se explica, por ejemplo, el largo y decadente proceso del hombre, debido a esta fractura con los dioses, reflejado de manera brillante en las cuatro edades. Precisamente, Hesíodo detalla el proceso de caída por el cual el hombre va atravesando desde la Edad de Oro hasta del Hierro, un ciclo descendente por el que el hombre apartaría de su mundo físico las fuerzas sutiles o numens. Sin embargo, Hesíodo destaca los llamados Ciclos Heroicos donde las castas de los valientes guerreros (Aquiles, Agamenón, Heracles, Teseo, entre otros) superan su simple condición mortal para conectar con lo Trascendente. Así, por ejemplo, en el mito de Heracles, con sus doce trabajos, termina por equilibrar su Yo inferior con el mundo celeste.

Por otra parte, en la Tradición también nos menciona el primer Principio o Elemento, el del fuego, como componente del universo, oculto e invisible pero presente en la naturaleza que nos rodea, como vaina luminosa que nos envuelve.  Este agente invisible se llama Agni y ya aparece en los antiguos Rishis de la India, es decir, en aquellos antiguos sabios de la antigüedad védica que adoraban dicho elemento realizando rituales muy solemnes para sus guerreros. Heráclito, por ejemplo, expresaba que: “El fuego es el elemento generador y de sus transformaciones, tanto si se rarifica como si se condensa, nacen todas las cosas (…)”

En la mitología, Aquiles es el héroe que vacila entre tener una vida tranquila, larga y hogareña o la vida inmortal, pero que finalmente elige perder la vida en el campo de batalla antes de haberla vivido plenamente y yacer sobre su lecho de muerte.

Aquiles es hijo de un mortal, Peleo (descendiente de Zeus), y de una nereida, Tetis, ninfa del mar. Tetis, quiso que ninguno de sus hijos fuera mortal al igual que su padre. Para ello, sometió al pequeño Aquiles a un ritual con la acción del fuego con la finalidad de purificar el componente mortal que Aquiles había heredado de su padre Peleo. Pero este consiguió arrancarle a tiempo de las llamas, aunque el talón derecho del niño quedó dañado por el fuego. Más adelante, el centauro Quirón repararía el daño causado por el ritual de Tetis reemplazando el hueso quemado por el de un gigante célebre por su velocidad, cualidad que se reconocería mucho después, pues a Aquiles se le conocería como “el de los pies ligeros”. Parece ser que Aquiles tenía un don para correr a una velocidad excepcional, pero con el talón como único punto vulnerable.  Otra versión relata que Tetis sumergió a Aquiles en las mágicas aguas del río Éstige, que tenían la propiedad de convertirlo en invulnerable, pero sumergió el cuerpo entero excepto el talón derecho. Ambas versiones toman el agua o el fuego como elementos purificadores. El fuego, a condesarse, se vaporiza, y este vapor toma consistencia y se convierte en agua que retorna a la tierra.

Está claro que el hombre (sea cual sea la civilización que consultemos), en los tiempos de la Edad de Oro, había gozado de una conexión instintiva con las fuerzas íntimas y ocultas de la naturaleza, así como de las energías cósmicas, que percibía directamente en la vida de los elementos (fuego, agua, aire, tierra), o a través de una comunión inmediata y directa con el principio que está en el origen de las cosas. Durante la Edad de Oro destacamos la raza aria (descendientes directos de la rama atlante) que se había establecido en las cordilleras del Himalaya. Dicha raza emigró formando los pueblos indoeuropeos que se extendieron por Irlanda, Inglaterra, el norte de Francia, Escandinavia; mientras que por el sur dieron a los arios de la India, además de los sármatas, germanos, itálicos y, por supuesto, al pueblo dorio griego. Como principal ideario, los pueblos indoeuropeos transmitieron los misterios y las elevadas doctrinas esotéricas con lo que empezaría a evolucionar el pensamiento religioso indoeuropeo, ese espíritu glorioso que destaca Hans Friedrich Karl Günter en su ensayo Religiosidad Nórdica.

Siguiendo las pautas de Günter, la esencia de la religiosidad griega de carácter indoeuropeo se puede resumir de la siguiente manera:

  • No nace de ninguna forma de temor.
  • No teme a la muerte.
  • No teme a Dios. Su Dios no es un dios castigador.
  • No cree que Dios concibiera el mundo.
  • Para el griego el mundo era antes un orden fuera del tiempo: hombres y dioses tienen su sede, su camino y su misión.
  • Creen en una eterna alternancia de mundos que nacen y desaparecen, en “reiterados crepúsculos de los dioses”, por ejemplo, en cataclismos, catástrofe cósmica.
  • No creen en el juicio final, ni en el advenimiento de un reino de dios…
  • No han sido creado por Dios, ni a la voluntad de un creador.
  • El origen del hombre, al igual que el Cosmos, es por Manifestación del Principio Supremo de emanación. (Para ampliar más información: el emanantismo. )
  • No está sumiso a Dios.
  • La religiosidad griega no es servidumbre.
  • Dios se concibe como la Suprema Razón que se manifiesta en el Orden del Mundo, un vínculo Dios-Hombre, Idea esencia del mundo griego, siendo una común racionalidad. No dudaban de una Realidad Superior que les era evidente.
  • Los griegos buscaban la sabiduría.
  • El griego confía en una comunidad que abarca a hombres y dioses, la Polis de Atenas. Los dioses, como el hombre, han de encontrar el origen de su existencia en la Manifestación (por emanación) del Principio Supremo. Héroes como Teseo (Rey sacro de Atenas) y Ulises (Rey sacro de Ítaca) representan el guerrero espiritual, restaurando, equilibrando y armonizando el microcosmos que hay dentro de ellos, así forman parte del entramado mundo suprasensible del macrocosmos. La enseñanza de ambos héroes es superar cualquier tipo de barrera que suponga un obstáculo para el recorrido iniciático que lleve a la Gran Liberación y a volver a su génesis: incondicionada, eterna, divina…
  • La unión de los dioses en torno a una ciudad en los momentos críticos debía responder a la unión de los hombres, unión en la que la fuerza y la eficacia simbólica se expresaban en momentos como las Panateneas. Tanto las Panateneas en Atenas como las Jacintas en Esparta, por poner el ejemplo de las fiestas más fastuosas de dos ciudades referentes helénicas, es la manera de volver a renovar el pacto que une a la ciudad con sus dioses y que garantizaba el orden y la prosperidad.
  • El griego honraba a una divinidad con respeto, educación, rezaban de pie con la mirada dirigida al cielo, brazos extendidos: «A Palas Atena, ilustre diosa, comienzo a cantar, la de ojos de lechuza, rica en industrias, que un indómito corazón posee, doncella venerable, que la ciudad protege, valerosa, Tritogenia, a la que solo engendró el industrioso Zeus en su santa cabeza, de belicosas armas dotada, doradas, resplandecientes.» 28º Himno Homéricoc. s. VII a. C.
  • La religiosidad griega, de base indoeuropea, es la religiosidad de nuestro mundo y una de sus semillas más características es que no conocían el sentimiento del pecado, no se sentían víctima, para ellos no existía el miedo ni el sufrimiento, ni la mortificación para elevarse ante Dios.

Curiosamente, dentro de la cadena indoeuropea que se estableció en el Tíbet, destacamos a los rishis (sabios de la antigüedad védica), que consiguieron conservar y transmitir una parte de sus poderes espirituales originales a través de una disciplina que llamaron “yoga”, cuya base es unir la mente con la divinidad por medio de la práctica de la meditación y de la ascesis espiritual. Después, los brahamanes fueron herederos de los rishis y con Krishna, líder y asceta de los Himalayas, crearon e innovaron su religión, siendo Brahma Dios del universo, y Vishnú como el “Verbo”, segunda persona de la divinidad y Su manifestación invisible.

Con el paso de las siguientes edades o periodos, el hombre perdería las habilidades y facultades de la Edad de Oro, como, por ejemplo, el contacto directo con las potencias superiores. Aquel pensamiento tan elevado y trascendental de los brahmanes, refugiados y aislados en sus alejadas ermitas de los Himalayas, se distanciaba cada vez más del mundo del devenir y de los placeres terrenales. De aquí que el hombre abandonara aquella Vía tan rigurosa, estricta y ascética, por lo que hubo una separación entre el Hombre y Dios.

En la antigua Grecia, no obstante, consiguieron encauzar los recuerdos de aquella época dorada y es curioso que surgió un personaje que volvió a conectar con estas potestades superiores: Orfeo. Su nombre significa “el que cura con la luz”. Orfeo despertó de nuevo el sentido de la divinidad con su lira de siete cuerdas que el mismo talló y que después portó Apolo, que simboliza el saber vibrar en las siete notas fundamentales del universo, las cuales, corresponden a los siete planetas sagrados tradicionales y que también tienen una analogía con los siete chakras principales. La religión órfica irrumpió de manera gradual y paulatina en el siglo VI a.C. y Orfeo era su profeta.

La gran virtud de Orfeo, de origen tracio, era el de mantener con la naturaleza una relación especial, íntima y directa. Gracias a la sutileza, Orfeo era capaz de cautivar la esencia que otros no podían o no sabían captar. Así, Orfeo aparece como el mediador entre la naturaleza y el hombre, una especie de intérprete del lenguaje maravilloso de las cosas al lenguaje ordenado de la palabra y de la música que va en conexión directa con el universo. De esta manera, se pretendía trascender y superar la mediocridad de la vida humana y su pobre y efímero tránsito por el mundo. Indudablemente, Orfeo, tenía el don de la adivinación, pues el mismo instituyó los Misterios de Dionisio, versión órfica, y difundió su culto. Según los órficos, Dionisio, que representa el Yo cósmico, fue destrozado y despedazado por lo Titanes, pero gracias a Atenea se recompuso pues ésta le insufló de nuevo vida y se lo entregó a Zeus. Zeus fulminó a los Titanes con su rayo y de esas cenizas que caía sobre la tierra nacía la humanidad que había transgredido las leyes divinas y que debía redimirse. La humanidad llevaba por una parte esa parte titánica y por otra una parte divina, representada por Dionisio. El hombre, en efecto, tiene en sí latente el fuego (Agni) que debía encender, cuán una chispa se tratara, y vivir una vida espiritual en conexión con los dioses. Ulises, Heracles, Teseo, entre otros héroes, alcanzaron ese grado de conexión divina, gracias a la realización de unos trabajos esotéricos que debían de realizar en el plano terrenal para elevar sus almas, pasando de esta manera simbólica de ser hombre terrenal Dionisio a convertirse en el Dionisio divino, es decir, se da una transmutación de ser terrenal a ser espiritual. Por esta razón Orfeo está también ligado a una sociedad de guerreros, con sus ritos de iniciación, como bien atestiguan los pueblos indoeuropeos.

Todo aquel héroe que tenía contacto con Orfeo sabía que tenía ante sí una oportunidad para adquirir capacidades sobrehumanas. Orfeo acompaña a Jasón y a los argonautas en la búsqueda del vellocino de oro. En este relato, ya se observa que Orfeo escolta a estos héroes hacia el mundo de lo divino, marcándoles el camino de liberación de las almas y su ascenso final, tras los pertinentes ritos de purificación e iniciación y, por último, impulsándoles a la búsqueda de la sabiduría.

Asimismo, el mito del descenso de Dionisio al Hades para rescatar a su madre Sémele guarda una estrecha relación simbólica con la historia del descenso de Orfeo para recuperar a su esposa Eurídice. El mito en sí fue desarrollado bajo la visión órfica como paradigma mítico de la liberación del alma y la bendición que el propio Dioniso era capaz de conceder a sus devotos en el Hades.

Por lo tanto, en el orfismo, Dionisio es hijo de Zeus y Perséfone y tiene la capacidad de interceder ante ella para que sus iniciados reciban un destino feliz en el otro mundo.

En síntesis, las diferentes religiones esotéricas expuestas en párrafos anteriores tenían como objetivo fundamental el de exponer los principios de las leyes naturales del cosmos, la hoja de ruta esotérica que el hombre debía recorrer para alcanzar el despertar de la divinidad, hasta alcanzar la ascesis mística. Por medio de sus fundadores de religiones esas ascesis era posible alcanzarla gracias a un contacto directo.

Cabe destacar que, a pesar de la pluralidad de dioses y de profetas, todos parten de la misma fuente, ya que no existían tantas verdades diferentes, sino una sola verdad vista por distintos profetas y una pluralidad de dioses; la diversidad de dioses no es contradictoria con la idea de unidad de lo divino.

Esto nos hace entender que, gracias a una base esotérica manifiesta sin alterar sus principios, la evolución de un pueblo va también en conformidad con ella.

Las religiones esotéricas se caracterizaban por su espiritualidad superior dejando a un lado lo pagano. Bajo este prisma, son consideradas religiones de salvación. En Eleusis, presentaban un abanico de ceremonias y representaciones dramáticas en las que Deméter jugaba un rol fundamental, mientras que su hija Perséfone representaba a un testigo mudo. Los devotos eran cautivados y abstraídos por la magia del entorno y su musicalidad, que despertaba los invisibles e insondables recovecos de los iniciados, donde reconocían en Perséfone el símbolo de su alma inmortal. Había dos dones que Deméter concedía: el trigo como sustento de la vida, y los misterios que guardaban la promesa de una vida mejor, más allá del plano terrenal.

En Delfos, a Dionisio se le rendía un culto extático donde el iniciado sentía interiormente una mutación de la consciencia que hacía cambiar de manera radical la percepción que tenía sobre el mundo y sobre sí mismo. A través de un trance, se dejaba poseer por el espíritu de Dionisio, una energía más poderosa e infinita. No se trataba de perder conciencia, sino de dejar que hablara la locura original, sagrada, que había dentro de uno mismo. Lo más probable y siguiendo las tragedias de los clásicos, es que los iniciados perdieran la noción del tiempo y sustrayeran cualquier sentido relacionado con la vista, el oído y las palabras. Seguramente el gran escenario para la liberación del alma sería el Monte Parnaso que lo verían como un reflejo del cosmos y el iniciado se sentía conectado con él a través de su alma. Al perder esa concepción de espacio, tampoco se tendría la concepción del tiempo, pues el objetivo final era ser el fenómeno de la naturaleza que está por nacer dentro de ti. Cada gesto, cada baile, cada acción serían perfectos. No existía margen de error, no había un plan premeditado ni intención. Dionisio representaba en ese momento infinito la acción pura en el eterno presente. En Las Bacantes de Eurípides expresa (73-151):

“Feliz el iniciado dichosamente en los misterios de los dioses que consagra su vida y ofrece su alma como compañera del tíaso del dios, bailando en los montes como bacantes en santas purificaciones (…) Mana de la tierra leche, mana vino, mana el néctar de las abejas. Se respira un aroma parecido al incienso de Siria cuando Baco alza en lo alto la llama roja de la antorcha de pino a la carrera con su fuego, dejando al aire sus rizos delicados y con danzas y alaridos conmueve a las delirantes mujeres bramando con gritos de evohé”.

Gracias al estado de delirio de la posesión divina, los devotos podían obrar todo tipo de prodigios en sus danzas y cánticos en el monte, entre ritos de caza y muerte de un animal, así como otros “milagros” dionisiacos, relacionados con los dominios del dios (vegetación, la vid…).

Para concluir, aunque el nombre de Dioniso no tenga una raíz indoeuropea, sí que tiene un influjo oriental y algunos autores vinculan al dios con la India aunque residualmente se ha perdido la línea continua de unos cultos arcaicos que enlazarían perfectamente con el mediterráneo abarcando la India a través de Oriente Medio y Persia. Su trasunto indio sería Shiva. Shiva correspondería al principio destructor que conformaría la trinidad hindú siendo Brahma el principio creador y Vishnú, el principio conservador. Shiva, al igual que Dioniso, representaría no solamente el principio destructor, sino también simbolizaría el falo, como expresión de fecundador. También se le representa como el señor de la danza cósmica. Después, los pueblos arios le dieron un lugar en sus rituales y lo relacionaron como el protector de la naturaleza y de los animales bajo el nombre de Pashupati. A Shiva se le reconocen los siguientes rasgos, muy afines a Dioniso: la vid, la fertilidad de la tierra, el señor de los animales, la invocación para la danza o el teatro, conectado con las fuerzas descontroladas, oscila entra la vida (fiestas, orgías nocturnas) y la muerte. De una manera gradual, las huellas del Shivaísmo se integraron en el Brahmanismo védico, transformándolo profundamente, de ahí la dificultad de conectar con sus orígenes. Del mismo modo pasa con Dionisio, su procedencia es ambigua y su culto permaneció subyacente a la ola de invasiones y guerras. De todas formas, si debemos pensar que el Dionisio arcaico hubiera sido la misma divinidad que el Shiva de la religión védica, nos encontraríamos divinidades «idénticas» en religiones diferentes, y esta posibilidad es también muy válida para conectar las religiones occidentales y orientales.

Bibliografía

Burkert, W. Cultos mistéricos antiguos. Ed. Trotta.

Capelle, W. Historia de la Filosofía Griega. Ed. Gredos

Bernabé, A. Orfeo y la tradición órfica. Akal Universitaria. Serie Religiones y mitos.

Günter, H. Religiosidad nórdica. Ed. EAS.

Montes, A. Repensar a Heráclito. Ed. Trotta.

Grimal, P. Diccionario de mitología griega y romana. Ed. Paidos.

Bhagavad Gita: el canto del Señor. Círculo de Lectores.

ENLACES DE INTERÉS:

El Emanacionismo

Dionisos y Shiva

Este artículo fue traducido al francés el 20 de abril de 2021 en: EURO-SYNERGIES

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