
Las tres Moiras matando a los gigantes Agrio y Toante. Detalle de un friso del Altar de Pérgamo (Museo de Pérgamo, Berlín
Las Moiras son la personificación del destino que pertenece a cada ser humano, según el lote de dichas y desdichas que le haya correspondido al azar. Estas divinidades suelen ser representadas como tres hermanas que, más que velar sobre el destino de los hombres, vigilan que este se cumpla. En su orígen abstracto e impersonal, la Moira (que significa «la porción asignada»») era tan inflexible como el Destino y todos, hombres y dioses, estaban sometidos a ella: nadie podía transgredir su ley sin poner en peligro el orden del mundo. Cuando llega «la hora» del Destino, el propio Zeus sólo está autorizado a retrasar su cumplimiento, nunca a impedirlo.
De las epopeyas homéricas se desprende la imagen de una trinidad con doble genealogía: según una, las tres diosas serían hijas de Zeus y Temis y por tanto hermanas de las horas; según otra, son hijas de Nicte, la Noche, y pertenecerían por tanto a la generación preolímpica. Representadas en lo sucesivo como tres ancianas hilanderas llamadas Cloto «la hilandera», Láquesis «la suerte» y Átropo «la inflexible», las tres miden la vida de cada ser humano desde su nacimiento hasta su muerte con ayuda de un simbólico hilo de lana que Cloto hila, Láquesis devana y Átropo corta llegada «la hora».
Las Moiras no tienen mitología propiamente dicha, siendo la transposición imaginaria de una concepción filosófica y religiosa del mundo. En Roma, recibieron el nombre de parcas (del latín parcere) porque precisamente, nadie se salva de ellas.
En la Odisea hay una referencia a las Moiras (Libro VII):
—¡Oíd, caudillos y príncipes de los feacios, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! Ahora, que habéis cenado, idos a acostar en vuestras casas, mañana, así que rompa el día, llamaremos a un número mayor de ancianos, trataremos al forastero como a huésped en el palacio, ofreceremos a las deidades hermosos sacrificios, y hablaremos de su acompañamiento para que pueda, sin fatigas ni molestias y acompañándole nosotros, llegar rápida y alegremente a su patria tierra, aunque esté muy lejos, y no haya de padecer mal ni daño alguno antes de tornar a su país; que, ya en su casa, padecerá lo que el hado y las graves Hilanderas dispusieron al hilar el hilo cuando su madre lo dio a luz. Y si fuere uno de los inmortales, que ha bajado del cielo, algo nos preparan los dioses; pues hasta aquí siempre se nos han aparecido claramente cuando les ofrecemos magníficas hecatombes, y comen, sentados con nosotros, donde comemos los demás. Y si algún solitario caminante se encuentra con ellos, no se le ocultan; porque estamos tan cercanos a los mismos por nuestro linaje como los Ciclopes y la salvaje raza de los Gigantes.
Las Moiras, las diosas que han estado trazando la senda que han de seguir los hombres a lo largo de sus vidas, gobiernan desde el comienzo de los tiempos el destino de la humanidad. Ni Zeus, dios de dioses, es capaz de escapar a sus designios. Eran muchos los que se creyeron dueños de su futuro desafiando profecías y augurios, seguros de poder variar aquello que estaba escrito. Pero nadie estaba a salvo de los caprichos del mandato de las moiras: los viajes de Ulises, la muerte de Aquiles, las pruebas de Heracles o la tragedia de Edipo quedaron para siempre en la memoria de los hombres como un recordatorio de que su libertad y la seguridad de ser dueño de su propio futuro no eran sino sombra que se diluían en el inevitable transcurrir del tiempo. El destino, la fuerza sobrenatural que guía la vida humana, se ha presentado ante los hombres de innumerables formas desde los comienzos de los tiempos. Para algunos pueblos era algo que apenas podían reconocer de forma lejana en el horizonte de su existencia; para otros, la naturaleza, las estaciones, o los vientos llevaban consigo el devenir de la vida humana; para los griegos, existían leyes eternas que definían el futuro y a menudo, no podían ser quebrantadas. Esta concepción es la base de la tragedia griega. Fueran quienes fueran: Edipo, Agamenón, Menelao, Electra, Heracles, pensaban que ellos eran los dueños de su vida y que su futuro dependía de sus decisiones libremente adoptadas, pero, de repente, la vida les enseña que no es así, que hay un guión previo y que ellos, de manera inconsciente, se ven sometidos a una estructura diseñada, escrita por la necesidad del destino para reestablecer un orden.
LIX. A LAS MOIRAS
Moiras infinitas, amadas hijas de la negra Noche, escuchad mi súplica, gloriosas, que habitáis en la laguna celeste, donde el agua congelada, al calor de la noche, se deshace en el fondo oscuro e imponente de la cueva de hermosas piedras, de donde voláis a la inmensa tierra de los mortales. Desde allí, pues, os encamináis al reputado género humano, de vana esperanza, cubiertas de purpúreas vestiduras en la llanura letal, donde la gloria impulsa el carro que abarca toda la tierra más allá del límite de la justicia y de la esperanza, de las preocupaciones, de la norma antiquísima y del infinito principio que se rige por una buena ley. Pues la Moira es la única que vigila en la vida, y ningún otro ente inmortal de los que ocupan las cimas del nevado Olimpo; y también la perfecta mirada de Zeus. Porque cuanto nos acontece, todo lo sabe enteramente la Moira y la mente de Zeus. Mas venid amables, suaves y complacientes, Átropo, Láquesis y Cloto de hermosas mejillas; aéreas, invisibles, constantes, por siempre inflexibles, que todo lo otorgáis y quitáis, a la vez; imperiosa necesidad para los mortales. Escuchad, pues, Moiras, mis piadosas plegarias, recibid mis libaciones y acudid como liberadoras del mal para vuestros iniciados con una intención benévola. [Llegó a su fin el canto de las Moiras que compuso Orfeo].
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Pues sí, muy interesante eso de la tragedia griega. ¿Qué paso en España? La consolidación del teatro español se produjo en época barroca gracias principalmente a Lope de Vega y Calderón de la Barca. Se tomaron las principales características de la tragedia griega pero el «fatum» o destino fatal que todo lo rige, contradecía el «libre albedrío» que promulgaba la Contrareforma: Dios le dio al hombre el libre albedrío ¿Cómo encaja entonces todo esto de un destino que todo lo gobierna? ¿Dónde esta pues esa libertad? muy sencillo, la mayoría de los dramas españoles no son considerados tragedias en su época pues el desenlace trágico no es consecuencia de una fuerza sobrenatural que todo lo rige sino del hombre que no ha seguido los ideales contrarreformistas y de la sociedad del momento y por ello, el final es fruto de sus actos. Es por eso que muchos autores afirman que no existen verdaderas tragedias en el teatro español del Siglo de oro (a excepción de algunas donde no es tan fácil establecer la relación entre el final dramático y las acciones de los hombres)
Las obras de Lope de Vega y Calderón de la Barca, así como las de otros muchos autores españoles de la época, son consideradas dramas.
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