La vejez ocupa un lugar especial en nuestras vidas, un eslabón importante en el desarrollo de la misma, pero en nuestra sociedad, nos hemos empecinado en darle la espalda pues pensamos que la vejez queda lejos y que no es un problema del presente. Sin embargo, día tras día, estamos descuidando una etapa que puede ser plena, aunque la sociedad haya decidido olvidarla. Nos preocupamos en cotizar para tener una pensión en nuestra anhelada jubilación, pero hemos dejado de lado el ingrediente principal para pasar una vejez digna: la humanidad. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos que la senectud va ligada a los padecimientos a nivel físico y mental. No queremos envejecer porque, entre otras cosas, creemos que en la juventud están todas las alegrías, la hermosura nos arranca las sonrisas y el amor nos rodea por doquier. Hemos cerrado esa época en la que los padres morían en casa, acompañados de sus hijos y nietos, dándoles el último adiós y las gracias por haber transmitidos los valores de la vida, por darnos una educación, una vida, una carrera universitaria, por habernos alegrado nuestros momentos en los días de fiestas, en las navidades, por habernos secados nuestras lágrimas en los momentos más dolorosos de nuestras vidas. Los padres han estado ahí, para lo bueno y para lo malo.
Podemos distinguir varios aspectos en nuestra actual sociedad que no queremos aceptar: el miedo a la vejez (por los padecimientos que la acompañan) y el poco respeto a la ancianidad. Y hay está la otra cara de la moneda: la juventud. La juventud es la única edad dorada valorada por los medios de comunicación, de hecho, los famosos no quieren envejecer e instan a las visitas continuadas a las clínicas de rejuvenecimientos, que, por cierto, los presupuestos son elevadísimos y fuera del alcance de muchos. Es cierto que en la juventud se encuentran muchas de nuestras primeras alegrías, pero esa juventud se va como una brazada, lo que dura un sueño en la noche, porque lo que después viene es enfermedad y carencia de autonomía. Hoy día los medios de comunicaciones enaltecen la hermosura de la juventud y los cuerpos apolíneos.
La actual sociedad no dista mucho del pensamiento de la antigua Grecia. Un breve recorrido nos hace reflexionar que hoy día, lamentablemente, seguimos sin avanzar en el aspecto humano.
En la mitología griega Geras era la personificación de la vejez y era compañero inseparable de Tánatos, la muerte. Su opuesta, lógicamente, era Hebe, la diosa de la juventud. El equivalente de Geras en la mitología romana era Senectus.
Geras se le representaba como un hombre encogido y arrugado y posteriormente, como una triste mujer apoyada en un bastón y con una copa que mira a un pozo donde hay un reloj de arena, alegoría del poco tiempo que le queda de vida. Algunas vasijas del siglo V a. C. muestran una escena de Geras con Heracles. Al perderse el relato que pretendían plasmar se ha interpretado como una alegoría de la victoria del héroe sobre la vejez (Heracles murió joven) en las vasijas en las que se le pintaba manifiestamente superior a Geras e incluso asiéndole de los cabellos; o como un intento del héroe de conocer qué era hacerse viejo (en una vasija en la que ambos aparecen hablando en posición de igualdad).
Los dioses respetaban a Geras, pues querían recibir sus honores y valoraban la experiencia que aportaba la vejez, por eso le permitían morar en el Olimpo. También se le veía como el que ponía punto final a las tiranías y los hechos injustos que Geras hacía que no fueran eternos. Sin embargo, sus lógicos efectos de debilidad y decadencia eran temidos y aborrecidos por todos.
Algunos autores afirman que cuando Zeus castigó a los hombres enviándoles a Pandora, la primera mujer, quiso extender su maldición y envió con ella a Geras.
Hesíodo (Teogonía 223-225) concibe la vejez como una fuerza o divinidad, hija de Noche y hermana de Engaño, de Afecto, y de Discordia, es decir, nace junto a fuerzas contrarias, lo cual pudiera reflejar que, para este autor, ella participa del bien y del mal: por un lado, la bondad de toda una vida; por otro, el debilitamiento atroz que consume.
Afrodita, diosa del amor y enaltecimiento a la belleza física (Himno a Venus, 246) recalca con énfasis: “también los dioses aborrecen la ancianidad”.
Este doble valor de la vejez, su paradoja, se ve ejemplificado en la historia narrada en el “Himno homérico a Afrodita” (Himnos homéricos 5, 218 y ss.), donde la diosa Aurora se enamora del apuesto Titono y por ello le ruega a Zeus que lo haga inmortal. El dios accede a la súplica, pero ella olvida pedir también para él la juventud eterna. Cuando a Titono le brotan las primeras canas, Aurora se aleja para siempre y éste es colocado en una alcoba donde envejecerá eternamente. Esto es, si bien los dioses son inmortales, lo son en una determinada edad (dependiendo de lo que representen), por ejemplo, Eros es siempre niño, Afrodita, joven, y Zeus, anciano, por lo que la vejez de los mortales les es totalmente ajena e incluso despreciable.
Si bien la vejez de Titono es rechazada, también la ancianidad es defendida por dioses y héroes: en la Ilíada (canto I) Agamenón ultraja al anciano sacerdote de Apolo, Crises, ordenándole abandonar el campamento; Apolo se venga provocando una gran mortandad. Es decir, el ultraje a un anciano le provoca ira al dios (con mayor razón si se trata de su sacerdote) porque, aunque Crises no tiene las cualidades de los héroes de la guerra de Troya, sí cumple una función importante en ella. Asimismo, el respeto hacia la vejez está expuesto en la escena del encuentro entre Aquiles y Príamo, padre de Héctor, también en la Ilíada (XXIV, 503-6), cuando aquél acepta devolver el cuerpo de su hijo ultrajado por él mismo.
Además, según estos textos homéricos, en la época existía un orden social en el que los ancianos de las familias más ricas ocupaban puestos privilegiados, manteniendo importantes cotos de poder, como el Consejo de Ancianos que participaban activamente en el desarrollo de los centros rurales.
Así mismo, Platón idealiza la vejez, por ejemplo, en la República cuando se alude a unos versos de Píndaro: «porque él (Píndaro), graciosamente dijo que el que ha llevado una vida con justicia y con religiosidad: ‘una dulce esperanza lo acompaña, el corazón le alienta y su vejez alimenta’.» (I. 331a).
Si echamos un vistazo a las obras de Eurípides podemos ver también alusiones a la vejez. Así, un anciano expresa: “Nosotros los viejos no somos más que fantasmas, una apariencia, y vagamos como visiones de un sueño; no tenemos ya inteligencia, aunque presumamos de muy avisados” (Eolo, 18).
Aristóteles (Retórica II, 12, 13) detalla la calidad humana de los jóvenes siendo siempre bondadosos, mientras que los ancianos son descritos con los más negros trazos; los viejos, en efecto, se hallan desesperanzados por su mucha experiencia, lo que ven es casi todo malo, y lo que sucede va de mal en peor. Se solía hablar de los viejos sin ningún respeto. Sófocles dijo: “La inteligencia se ha apagado, la acción es inútil y, por si fuera poco, preocupaciones hueras” (Scyrae, 4).
Hay que recordar que, por otra parte, Platón defiende la idea de que los gobernantes deberían ser filósofos, para lo cual no se necesitaba ni la belleza ni la fortaleza de la juventud, sino más bien, la experiencia y moderación de la vejez. Sin embargo, también él, que vivió 80 años, pensaba que la enfermedad era una vejez prematura y la vejez una enfermedad permanente.
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