Aión

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El significado más arcaico de Aión es el de vida, aliento o fuerza vital y por extensión, el de duración o perduración de la vida. Más tarde, pasó a designar las grandes eras o edades de la vida del mundo, los grandes ciclos o eones del Cosmos. También se le asigna el Tiempo como vida siempre viva, sin principio ni fin, eso es la Eternidad. En cuanto a la etimología, hay que subrayar que Aión va vinculado con la raíz indoeuropea –aiw (fuerza vital, eternidad) que también va asociada con la palabra latina aeternus.

Para los antiguos griegos, Aión es dios de la eternidad al que no le hace falta devorar nada para ser eterno; es a la vez niño y anciano, el dios generoso y satisfecho que tiene sentido en sí mismo, el dios que no contempla los objetivos ni los planes, sino que nos invita a la acción que tenga sentido en sí misma.

En las escrituras antiguas chinas y por boca del filósofo Lao Zi , se menciona de una manera brillante:

“Hay una cosa confusamente formada, anterior al cielo y a la tierra. ¡Silenciosa, ilimitada! De nada depende y no sufre mudanza (..)” ( El Libro del Tao, LXIX)

Cuando el iniciado actúa bajo los auspicios de Aión, está satisfechos con el Camino que recorre porque el objetivo es recorrerlo y cada paso tiene sentido. El Aión nos conecta a través del del Atman, de la voz de la sabiduría, que nos dice lo que tiene sentido y lo que es real para seguir únicamente nuestro propósito espiritual.

Desde los tiempos remotos hasta hoy el Aión no es considerado ningún dios genético. Siempre está. No nace, no es originado, sino originario. No tiene que sublevarse contra nada y no tiene que comerse nada para ser eterno, tan solo fluye.

En la mitología griega sus imágenes son dobles: por un lado, se le presenta como a un anciano, dueño de todo lo atemporal, de lo que no nace ni muere, de lo perfecto que, a veces,  está acompañado con la serpiente  que se muerde la cola y que nos indica el eterno retorno; por otro lado, también se presenta como un joven que sostiene el Zodiaco por donde circulan las estaciones que expresan que siempre hay repetición, y  que después de cada invierno viene cada primavera simbolizando el renacimiento de la naturaleza.

El Aión trasciende el mundo, pero eso no significa que no se encuentre en él. Paradójicamente, es precisamente el presente el momento en que Aión aparece o se desvela,  pero que, a su vez, también es un destello de fugacidad que se desvincula de las líneas temporales del tiempo (Cronos). El ser y el devenir; lo permanente y lo cambiante; este es uno de los grandes temas de la filosofía griega, que se ve reflejado respectivamente en los conceptos de aión y de cronos.

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En suma, Aión es Dios de la vida y no de la vida que muere puesto que forma parte del pasado, del futuro, de la vejez y de la eterna juventud, en contraposición a la tiranía del presente de Cronos, que pertenece al tiempo y a la voracidad del mismo.

En la obra de Homero, el aión no aparece relacionado con la vejez, y sólo los jóvenes lo poseen plenamente. Cuando Hera discute el destino de Sarpedón con Zeus, describe la muerte de éste como el tiempo “en el que la psiqué y el aión le abandonaron” (Ilíada, Canto XVI)

Siguiendo este hilo conductor que relaciona el término Aión con el símbolo del círculo,  hay que entenderlo  como un periodo que retorna, una eternidad breve, un círculo en el orden del tiempo, fuera del espacio. Por esta razón es muy frecuente que los iniciados hablaran (a través de la simbología) de las “ruedas del mundo”. Dichas ruedas representarían lo Eterno, lo que siempre es (no como eternidad) sino como Eterno. El iniciado sabría perfectamente (por medio de la intuición) que hay que retornar por el Camino Eterno con armonía, orden y perfección, porque el Aión es anterior a todo; el iniciado forma parte de la realidad permanente de los múltiples cambios. El hombre iniciado (como capas de cebolla) tiene que desligarse de todas las capas mundanas, superficiales, banales, de sus deseos fútiles, de sus múltiples egos y aceptar el principio de todas las cosas de la naturaleza y el cosmos, puesto que la naturaleza es cíclica, cada proceso en ella es como un péndulo circular que avanza y retrocede y su desarrollo cíclico es su ley principal. Cabe destacar que el iniciado oscila en este recorrido sin interferir en la naturaleza ni tampoco bloquear el camino eterno que tiene su orden y armonía. El iniciado sabe que su punto de vista es parcial, pues la verdad última se daría cuando el iniciado alcanzase el despertar de la divinidad (el Atman), cuando esas capas ya por fin se han erradicado (deseos, ambiciones, la falta de pretensiones) y se une con la propia naturaleza divina y eterna.

El iniciado ha de alcanzar finalmente la vacuidad (el principio supremo), retornar a su origen, a la quietud, retornar a la propia naturaleza, no sin antes dominar la energía vital que se desplaza por los canales (chakras) de su cuerpo.

Aristóteles menciona el Aión de manera peculiar: “Nuestros abuelos nos han transmitido esta palabra como ciencia divina” (Del cielo, A, 9, 279ª).

Fuentes de información:

Campillo, Antonio. Aión, Chrónos y Kairós: la concepción del tiempo en la Grecia Clásica. Nº3, 1991. Págs. 33-70

Nuñez, Amanda. Los pliegues del Tiempo: Kronos, Aión y Kairós. UNED. PDF.

Etimología sobre: Aión

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