
La ascensión de Heracles al Olimpo en un carro tirado por cuatro caballos simboliza que Heracles era un héroe solar patrono de los juegos olímpicos. Cada caballo representaba un año, mientras que los cuatro caballos juntos representarían los cuatro años que transcurrían entre los juegos olímpicos.
Todo héroe alcanza su máxima capacidad productiva y su mejor estado posible cuando desarrolla plenamente su naturaleza. A esto se le conoce como la arete, la virtud. El hombre está inclinado hacia ella mediante las fuerzas germinativas que lleva consigo desde su nacimiento, pero son «semillas», «chispas» y él mismo debe alcanzar el desarrollo y la virtud con su esfuerzo. Heracles es un buen ejemplo de ello.
La sensibilidad griega no se expresa en el «tú debes», sino en el «tú puedes». Las plantas o los animales portan en sí una determinación propia e innata que le hacen alcanzar una satisfacción acorde con su naturaleza; del mismo modo, el hombre tan sólo debe desarrollar plenamente su peculiar esencia para alcanzar su naturaleza, la arete, y en ella también debe residir su eudaimonía, palabra griega que originalmente significa que el hombre tiene su propio daimon por el que es guiado.
Daimon es sinónimo de Theos (Dios), pero en Homero y en Hesíodo se refiere a los dioses o a la divinidad, en general. Por ejemplo: Cuando Homero dice de Licaón que un dios “lo lanzó en las manos de Aquiles” (Ilíada XXI, 47), no se refiere a un dios en concreto, sino a un demonio (daimon). En Homero la palabra daimon se aplicaba a los dioses en cuanto poder indefinido; sin embargo Hesíodo es el primero en referirse con esta palabra a divinidades menores (Trabajos y días v. 123).
Por lo tanto, los démones de Hesíodo no actuaban como seres intermedios entre los dioses y los hombres. Eran concebidos como seres inmortales que moraban en un plano intermedio, participando de la acción invisible y la vida eterna de los dioses. En Homero, el demonio ejercía sobre la humanidad una acción bienhechora o funesta (Ilíada, XV, 418, 468; XXI, 93). De aquí surgió el término polidemonismo, es decir, la creencia en muchos demonios que circundan la vida del individuo.
En el ámbito filosófico, Pitágoras expresa “el aire está todo lleno de almas a las que se llama demonios y héroes. Son ellas las que envían a los hombres los sueños y los signos de la enfermedad y la salud” (cf. D. L., VIII 32). Aquí el término cambia drásticamente, con respecto a Hesíodo y Homero, pues los pitagóricos enfatizaban la idea de que el alma recibía en cada renacimiento un nuevo daimon.
En Platón, el término demonio va oscilando por matices muy concretos: el demonio asesor que guía al hombre durante su vida y conduce su alma ante los jueces después de su muerte (Fedro, 242); el demonio-alma, alma razonable dada a cada hombre (Timero, 41ª); y, por último, el producto de un dios y una mortal (Leyes, IV, 717b).
En Sócrates, se refiere al guía del alma durante la vida y después de ella, es un protector personal que acompaña y conduce.
“Me sucede no sé qué divino y demoníaco…Es una voz que se hace oír por mí y que, cada vez que eso me ocurre, me aparta de lo que eventualmente estoy a punto de hacer, pero que nunca me empuja a la acción” (Apología de Sócrates, 31d).
¿Cuál es la naturaleza del hombre?
Las corrientes filosóficas griegas expresan que sólo el logos puede indicar al hombre su fin y conformar correctamente su vida.
En el mundo de la Tradición, indica que el hombre comparte el principio activo de la eternidad (el Atman). Así se entiende que el hombre se considere eterno, pero no inmortal; todo lo contrario que los dioses.
El Atman solamente anida en el hombre, en estado aletargado, es la semilla divina. La finalidad del hombre es el despertar de la semilla divina a través de la iniciación. Heracles (con la realización de los doce trabajos), Jasón (en la búsqueda del Vellocino de Oro), Ulises en su regreso a Ítaca, son ejemplos claros donde se dan los procesos iniciáticos para el despertar de la divinidad en el hombre.
En definitiva, con Heracles aprendemos que la naturaleza del hombre se dirige al desarrollo y mantenimiento de nuestra esencia dada por la naturaleza. Si le damos la espalda a lo Trascendente, nos desviamos de nuestra naturaleza, nos separamos de nuestras raíces, es decir, todo lo que es de Origen Divino junto con sus múltiples manifestaciones en el plano humano. La ruptura hombre-divinidad se da cuando no reconocemos nuestra verdadera naturaleza. Heracles, Jasón, Teseo, Odiseo nos recuerdan en sus relatos perennes nuestra naturaleza divina y la lucha diaria y continua que tenemos que librar para alcanzar este desarrollo espiritual.
Creo entender que el hombre, que es de naturaleza humana, tiene también una trascendencia divina, y que a veces, guiado por el destino, llega a encontrar ese camino por el que trasciende hasta más allá de lo humano; así, Hércules con sus trabajos, Eneas en la búsqueda de la nueva Troya, Ulises en su regreso a Ítaca, etc, nos muestran esa divinidad aletargada en el hombre. Pero entendamos también que ellos tenían la protección de sus ascendientes, privilegio que no tenían los humanos normales.
Es posible que mi deducción sea atrevida, pues mi ignorancia es grande; me disculpa mi deseo de aprender y mi afición por la lectura.
Hola,
“Los humanos normales” a los que te referirás también tienen esos privilegios pues la naturaleza propia del hombre es precisamente divina y el único cometido es conocer esa chispa divina que anida en su interior. Los héroes clásicos nos recuerdan que somos partes del entramado (difícil y complejo) del universo y que estamos regidos por leyes de la naturaleza que se nos escapan de nuestra comprensión. No obstante, estos démones (genios) nos viene a recordar quiénes somos realmente, cuál es el fundamento de nuestras vidas. Además de nuestros protectores, nuestros guías, también nos encomiendan trabajos que a veces están fuera de nuestra voluntad. Así, por ejemplo, a Eneas con la búsqueda de su nuevo cometido, a Hércules a realizar unos trabajos fuera de toda racionalidad humana, en definitiva, son héroes que libraron también sus propias batallas internas.
Los dioses y los héroes van trazando los fundamentos de nuestros orígenes; asimismo, explican y detallan las causas de las cosas desvelando los orígenes sacros de nuestros orígenes y los sucesos que han dejado huella en nuestro mundo que, lamentablemente, están ahora apagados, mudos, aletargados, donde el hombre, sin sensibilidad a lo sagrado, le ha dado la espalda a la chispa divina de nuestros orígenes.
El hombre ha estado siempre conectado a estas energías naturales: desde los Pieles Rojas de América del Norte hasta la antigua cultura japonesa, pasando por los indígenas de Australia o de América del Sur hablan de formas de espiritualidad en un estado de pureza prácticamente originario, donde prevalece un culto a la naturaleza, y con ésta una concepción sagrada y trascendente de toda dimensión de la existencia y el Ser, rodeados de seres espirituales, espíritus, genios, fuerzas protectoras, etc. La conexión hacia estas potestades es gracia a esa “semilla” interna que va creciendo en nosotros y dependiendo de nuestro grado de desarrollo se puede alcanzar esas dimensiones.
No es de extrañarnos que en nuestra cultura católica existan los ángeles custodios, serafines, querubines, arcángeles y que de una manera u de otra hay personas que soliciten ayuda o protección a nivel individual o de manera colectiva para su familia o para la humanidad.
Recuerdo que paseando por Pompeya encontraba por mi paso y muy común de ver los lararios, espacios religiosos, pequeños altares con ofrendas dentro de los hogares. El larario es un pequeño altar sagrado situado en la vivienda romana. En este espacio se ofrecía ofrendas y oraciones a los dioses protectores del hogar o también se rendía culto a los antepasados. En definitiva, en todas las culturas, desde los aborígenes hasta nuestros días los puentes entre el hombre y estos protectores (genios, espíritus, ángeles…) son guías y en todas las culturas experimentan lo mismo y coinciden en sus descripciones, independientemente de la civilización que sea. San Juan de la Cruz define lo mismo que Sócrates o Platón, igualmente Lao Zi o Buda hablan de estas potestades tan íntimas en nuestras vidas y que nos recuerdan cada instante cuál es nuestra verdadera naturaleza.
Espero que te haya aclarado las dudas y gracias por leer el blog.
Saludos!!!