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Lete, el río del olvido

Lete o Leteo, cuyo nombre significa «olvido» era una divinidad nacida del Éride (La Discordia), concebida como una abstracción, y hermana de Hipno (el Sueño) y Tánato (la Muerte). Un río del Hades llevaba su nombre (Leteo) y en sus aguas tranquilas las almas de los muertos bebían el olvido de su vida terrestre. En las doctrinas que postulaban la reencarnación, las almas, purificadas de sus antiguas manchas después de una estancia más o menos larga en el Hades, bebían sus aguas para perder todos los recuerdos del munto subterráneo, que iban a abandonar para entrar en un nuevo cuerpo. En el Canto VI de la Eneida, Eneas divisa en las amenas orillas del Leteo una multitud de almas parecidas, dice Virgilio, a abejas libando las flores de las praderas y revoloteando con sus zumbidos a la luz serena del verano. Su padre Anquises le mostró entre aquella muchedumbre a los descendientes suyos, que serían los héroes de la futura Roma.

Platón cuenta en la República (Libro X) que los muertos llegan a la «llanura de Lete», que es cruzada por el río Ameles (‘descuidado’). En La divina comedia, la corriente del Leteo fluye al centro de la tierra desde su superficie, pero su nacimiento está situado en el Paraíso Terrenal localizado en la cima de la montaña del Purgatorio.

Como bien expresa Antonio Ignacio Molina en su «Introducción al estudio de la Reminiscencia platónica»:
«Tras la caída del alma, esta se sume en el olvido y dependiendo de la cantidad de realidad que ha logrado asimilar, adopta la forma de un cuerpo con una determinada orientación en la vida (filósofo, rey, político, atleta, profeta, poeta, artesano, sofista y tirano). Es un proceso cíclico en el que el alma se reencarna de manera continua siendo castigada o recompensada dependiendo de lo hecho en su  vida anterior y del que sólo el alma del filosofo conocedor de las verdades eternas es capaz de escapa (..). El alma atravesaba la llanura del Leteo, donde experimentaban un calor insoportable. Al final del día llegan las almas al río Ameles, cuyas aguas no pueden ser contenidas por ningún recipiente. Beber de las aguas del Ameles, implica irreversiblemente el olvido. El alma que prueba esta agua se libera de sus preocupaciones, entra en un placido sueño que es despertado por el estruendo del trueno que ahuyenta a las almas como estrellas errantes».
Sin embargo, en Homero no hay vestigio alguno de que el alma sea inmortal y aunque sea para nosotros quien separa por primera vez cadáver (soma) y alma (psiqué),  la sombra del Hades es alma solo. Es cierto que este alma se concibe todavía en términos de doble del muerto, pero el divorcio es absoluto desde el momento en que esas almas van a parar a un mismo lugar lejano, el reino de Hades, totalmente inasequible al mundo de los vivos. Homero posee la concepción primitiva de alma como doble, pero también la supera, pues hay una tajante división entre el hombre vivo y el doble del muerto.
En la mitología griega, el mito de Orfeo nos cuenta que  Dionisos dijo a Orfeo que para encontrar el reino de Hades, este debería llegar al oeste del río Océano, buscar allí una pradera cubierta de asfódela, una maleza de aspecto triste, luego seguir un sendero bordeado de sauces y álamos estériles que lo conduciría hasta la brumosa laguna Estigia, que estaba atravesada por el Aqueronte, río de los infortunios, el Cocitos, río de los lamentos, el Flegetón y el Periflegetón los ríos de fuego, hasta llegar al Leteo, el río del olvido, donde las almas de los muertos bebían de sus aguas para olvidar su existencia terrenal.
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