
Los mitos son parte fundamental de nuestra herencia más ancestral. Forman parte de nuestro conglomerado cultural, tanto del pasado como del presente. La fuerza del mito se hace palpable en nuestras costumbres, creencias y religiones. Solamente hay que alzar la mirada a cualquier lugar del mundo para entender que la mitología sigue siendo un elemento esencial de la vida para comprender nuestros orígenes. Los mitos universales se centran en la divinidad y su naturaleza abarcando las cuestiones principales como la existencia del ser, el destino, la muerte y el mundo que rigen los dioses. Muchas culturas antagónicas muestran símbolos y relatos con una similitud asombrosa. En el siguiente artículo esbozaremos aquellas tradiciones mitológicas que conecten entre ellas y que tienen un fuerte influjo en nuestro presente.

La palabra mito nace en la antigua Grecia y cabe subrayar que no ha habido ninguna lengua moderna que haya podido suplirla. Podemos entender el término como fábula, conectando con un vocablo latino utilizado para traducir el griego mythos. Por otra parte, que el mito sea una ficción alegórica es el resultado de una visión de un relato o una imagen que representa otra cosa distinta. De todas formas, hay que destacar el amplio uso del término a través de las épocas y de los diferentes autores en los que podemos destacar sus interesantes connotaciones como fabuloso, fascinante, extraordinario; pero, a su vez, puede surgir como algo inventado, quimérico, fantástico. En definitiva, el término oscila entre dos mundos, entre lo real y lo irreal. Muchos autores han intentado definir el término y darle un sentido más adecuado, según sus criterios. De todas formas, hay un consenso general a la hora de explicar el término cuando nos referimos siempre a una narración que explica un más allá, un tiempo lejano donde se dan seres, dioses o héroes que se han inmortalizado en nuestra sociedad. Por otra parte, los relatos míticos tienen una carga simbólica más fuerte que van más allá de los cinco sentidos.
Mi objetivo es acercar a los lectores a los mitos antiguos desde un enfoque universal, tal como están constituidas en su propia tradición y a la conexión intrínseca que se dan entre varias culturas que, aunque aparentemente sean polos opuestos, su principio activo tiene el mismo componente trascendental y espiritual. Un ejemplo categórico se observa en Troya: en el siglo XIX fueron descubierta las ruinas de una gran ciudad situada en Asia Menor, donde se suponía que antaño hubo una cruenta guerra. El hilo conductor de la guerra de Troya nos lleva a evocar personajes míticos como Odiseo, Áyax, Paris, Aquiles, Héctor, Príamo, Helena, entre otros. En las dos epopeyas homérica (La Ilíada y La Odisea) se detallan un conflicto bélico-histórico, mezclado con un mundo lleno de dioses y de fuerzas naturales, para explicarnos la posición del hombre en el mundo y la conexión que tiene con las fuerzas sutiles del universo. Pero, precisamente, otro ejemplo ilustrativo y con un gran paralelismo con el mundo homérico, especialmente con la Iliada, se halla en la épica india, el Ramayana, la expedición de Rama a Sri Lanka con el objetivo de recuperar a su esposa Sita, que había sido raptada como Helena de Troya. Ambas fuentes literarias tuvieron que remontarse a un legado indoeuropeo compartido para después adaptarse a las diferentes idiosincrasias culturales y trazas históricas que implicaban la expansión colonial de Grecia y la India. En suma, se observa de qué manera el mito ha ido componiéndose y ha sido transmitido de generación en generación hasta llegar a la impresión, adaptándose así a las distintas vertientes culturales, como un legado sacro ligado a un acontecimiento histórico. De esta manera, la mitología surge como un compendio de mitos que, gracias a los poemas épicos posteriormente escritos, aglutinan el mundo de los dioses, la cuestión de la naturaleza de la existencia y la relación del hombre con el universo.
Igualmente, el mito se fundamenta en una narración que contiene elementos simbólicos (el agua, el fuego, la tierra, el aire) y que es conocida y aceptada por un pueblo ya que se remonta a un tiempo remoto, a unas tradiciones ancestrales y que es transmitida de generación en generación. Nada que ver con los relatos inventados o de ficciones que van disolviéndose por el paso del tiempo. El mito se asienta en la memoria perenne de una cultura y tiene una marca identitaria específica, común, que explican los aspectos más trascendentales de la vida mediante la narración, por ejemplo, de cómo surgieron los fenómenos de la naturaleza y en la que el hombre es el principal artífice de su evolución espiritual.
Tanto la mitología oriental como la occidental se sustentan en una visión cosmológica, porque destacan y describen los acontecimientos más importantes, como la creación de la humanidad y el origen del universo. Este tipo de mitos tienen un carácter esotérico, profundo, cargado de simbologías que tienen un nivel de espiritualidad al alcance de muy pocos. Podemos señalar como referente los misterios mayores de Eleusis, cuna del misticismo griego; sin embargo, también nos encontramos con muchas tradiciones mitológicas que poseen relatos de acontecimientos importantes, pero de carácter más mundano y exotérico.
Igualmente, en muchas tradiciones, se observa un mito que relata el deterioro progresivo entre el tiempo primordial y el de nuestra época. Tanto en el Próximo Oriente como en la antigua Grecia, encontramos el mito de las Edades, cada una de ellas señaladas con nombre de metales para referir esta decadencia. Este solapamiento entre culturas nos hace entender que el mito se asienta como un vehículo serio y veraz, con un aurea de solemnidad y que está acoplado a un sentido religioso de cada cultura. A su vez, podríamos expresar que tiene un carácter universal. En Egipto, por ejemplo, también se da el desentendimiento entre el hombre y los dioses, una ruptura con las divinidades celestes lleva al deterioro y posterior extinción de la humanidad para que se vuelva a generar una nueva edad de hombres y mujeres con fines más trascendentales.
Los aztecas creían que el universo había sido concebido durante una lucha entre los poderes de la luz y la oscuridad. Según el mito, al principio estaba Ometeatl y Omecihuatl, los principios masculino y femenino de la dualidad. Su descendencia cósmica fueron los cuatro Tezcatlipocas: Tezcatlipoca rojo, o Xipe Totec, relacionado con el Este; Tezcatlipocas azul o Huitzilopochtli, con el Sur; Tezcatlipocas blanco o Quetzalcoatl, con el Oeste; y Tezcatlipocas negro, con el Norte. Un periodo de constantes guerras y de hostilidades cósmicas entre estos dioses hermanos condujo a la creación y destrucción de los mundos sucesivos.
En la tradición védica, en la India, observamos que se dan cuatro edades. Cada Edad o Yuga está precedida de una aurora o crepúsculo matutino y seguida de un ocaso o crepúsculo vespertino. Por lo tanto, nos encontramos con cuatro edades: Krita-yuga, Treta-yuga, Pvapara-yuga y Kali-yuga. En la edad llamada Kali Yuga, o la edad de hierro, es cuando se da el deterioro y decadencia del hombre. La doctrina de las Edades del mundo se integra también con los cuatro soles de la cultura azteca: Sol de Agua, de Aire, de Fuego y de Tierra. No obstante, la literatura védica tiene una dimensión metafísica que le hace ser única y especial y que dio lugar después a la religión hindú. También, en la tradición védica se presenta la destrucción cósmica: Brahma es el creador; Vishnu el conservador, mientras que Shiva representa la fuerza destructora.
En todas las mitologías se da un patrón común: la visión teológica y los mitos vinculados reflejan la disposición de un orden cósmico coherente, representado por fuerzas sutiles, por múltiples deidades, cada una de las cuales desempeña un papel fundamental en la consecución del equilibrio y armonía celeste y terrenal. La creación y el mantenimiento de dicho orden y su protección contra las fuerzas del caos son un asunto fundamental en las diferentes mitologías, donde se desprenden dos elementos comunes: la existencia divina de alma inmortal y de la deidad suprema.
Continuando con el hilo del orden cósmico, podemos remontarnos a la obra teológica de la antigua tradición sumeria con Enmesh y Enten, Lahar y Ashan que tiene un paralelismo con la Teogonía de Hesíodo. Del mismo modo, en la mitología babilónica, encontramos relatos cosmogónicos relacionado con la Creación. En la mitología persa, una rama de la familia de los pueblos arios, está presente el “Bundahishm”, una compilación de textos cosmológicos y cronologías formadas a comienzos del siglo X d.C. a partir de fuentes más antiguas. En estas fuentes se detallan la creación del bien, la irrupción del mal, la lucha entre las dos fuerzas en la batalla final llegando finalmente la renovación de la humanidad.
Por lo tanto, el orden es un tema omnipresente en la mitología de las diferentes civilizaciones antiguas y tiene un papel primordial e influyente en todas las culturas. En la mitología nórdica los dioses luchan constantemente por mantener o restaurar el orden frente a las fuerzas imprevisibles y perversas de la oscuridad, por lo general en forma de gigantes. La ley y el orden recaen sobre la fuerza de Thor y su martillo y las preocupaciones dominantes del dios nórdico eran la justicia, la ley y el orden.

La mitología mesoamericana destaca también en su origen divino a partir de deidades astrales, incidiendo sobre lo que debió ser un componente mixto. También realzan el interés por un establecimiento del orden natural entre los dioses y el hombre.
El viaje por el inframundo es otro ejemplo de relato mítico que se expone en las diferentes mitologías. Es un hilo conductor que hilvana prácticamente a las principales mitologías. Podemos señalar el Descenso de Inanna al Inframundo, diosa sumeria que nace del sincretismo entre una deidad sumeria local relacionada con Uruk y la deidad semítico occidental de la Estrella de Venus, Ishtar, introducida por la dinastía acadia, regente a mediado del segundo milenio a.C. En Egipto, el dios Re tenía que viajar al inframundo en las horas oscuras de la noche. Desde su muerte hasta la puesta del sol, es decir, hasta su renacimiento, está presente en las paredes de la cámara sepulcral del faraón Tutmosis III ( 1450 a.C.) donde el dios viaja en una barca en compañía de otras deidades. Cabe destacar tres grandes composiciones que actuaban para realizar el viaje al inframundo con total garantías: el Libro de Am-Duat, el Libro de las puertas y el Libro de las cavernas. Otra famosa composición egipcia es el Libro de los muertos, para ayudar a los difuntos en su viaje al otro mundo. Anubis, con cabeza de chacal, era un dios de los muertos y especialmente de los embalsamados. También desempeñaba este servicio con el dios de los muertos, Osiris. Su nombre egipcio era Inpu, también conocido como Wepwawet (“El que abre los caminos”), porque era el que conducía las almas de los difuntos hacia el oeste. Su trasunto griego era Hermes psychopompe. Hermes conoce los caminos de la muerte y en los que se inicia el difunto que se aventura en el umbral del inframundo.
Y Hermes llamaba a las almas de los pretendientes, el Cilenio, y tenía entre sus manos el hermoso caduceo de oro con el que hechiza los ojos de los hombres que quiere y de nuevo los despierta cuando duermen. Con éste los puso en movimiento y los conducía, y ellas le seguían estridiendo. Como cuando los murciélagos en lo más profundo de una cueva infinita revolotean estridentes cuando se desprende uno de la cadena y cae de la roca, pues se adhieren unos a otros, así iban ellas estridiendo todas juntas y las conducía Hermes, el Benéfico, por los sombríos senderos. Traspusieron las corrientes de Océano y la Roca Leúcade y atravesaron las puertas de Helios y el pueblo de los Sueños, y pronto llegaron a un prado de asfódelo donde habitan las almas, imágenes de los difuntos (Odisea, XXIV)

En Grecia, los viajes al inframundo eran un paso obligatorio para alcanzar la sabiduría. Héroes como Odiseo, Heracles, o el propio Orfeo, realizaron la travesía más difícil y ardua hacía el más allá, con el fin de un nuevo despertar espiritual. Estas creencias estaban muy extendidas en el mundo antiguo y era el foco central en el culto del santuario de Eleusis, consagrado a la diosa Deméter y su hija Perséfone, relacionadas con la vida de la ultratumba y la agricultura.
En la Eneida (S. I a.C.) de Virgilio, se narra la huida de Eneas de Troya y su periplo por el Mediterráneo hasta Italia y su lucha con Turno para poder pedir en matrimonio a la princesa del reino italiano del Lacio. También en el mismo relato el protagonista principal, Eneas, visita el inframundo, donde se le muestra la ciudad que más tarde fundaría, la célebre y afamada Roma y las almas de célebres romanos del futuro que, sin embargo, todavía tenían que nacer.
En el análisis entre mitologías, hay otros rasgos comunes que no podemos pasar desapercibido como son los mitos sobre diluvios. Destacamos la historia del diluvio en la mitología babilónica, el diluvio universal de la mitología bíblica, el diluvio en la mitología griega con Deucalión y Pirra como protagonistas principales, también podemos encontrarlos en la mitología de los cañari de Ecuador, en los mitos andinos e incas existe un mito que narra cómo su dios celestial y supremo, Viracocha, los castigó enviando un gran diluvio que destruyó el mundo. En este tipo de mito universal, siempre se dan unas características que se repiten: el hombre ignora a los dioses, el dios supremo castiga a la humanidad enviando un gran diluvio provocando la desaparición del mundo, todos perecen menos un hombre y una mujer y los dioses crean a otra generación con unas costumbres y una forma de vida más adecuada y propias en pro de la evolución de la humanidad y así, honrar a su Creador mediante santuarios, ritos y plegarias.
Indudablemente, y para cerrar el tema que abordamos, las mitologías de los pueblos antiguos nos conducen a mitos que hablan de la crueldad, del amor, la muerte, el destino y la búsqueda eterna de quién somos. Cada mito, cada personaje, acaba por fascinarnos por identificarnos con su mundo interior y, gracias a esta conexión interior, a esta fuerza que nos atrapa a todos, nos proporciona una visión mucho más amplia y profunda de nuestro verdadero ser. Este es el verdadero fundamento que se vincula con nuestra verdadera naturaleza y con la raíz de lo que somos realmente. La mitología universal, al fin y al cabo, es nuestro legado que une a pueblos, razas y culturas, por muy diferentes que seamos a primera vista.
REFERENCIAS
Burckhardt, J. 2009. “Historia de la Cultura Griega”. Vol. I. Editorial RBA.
Cotterel, A. (Compilador General). 2004. “Enciclopedia de Mitología Universal”. Ed. P.
Grimal, P. 1989. “Diccionario de Mitología Griega y Romana”. Ed. Paidó.s
García Gual, C. 2013. “Introducción a la mitología griega”. Alianza Editorial.