Viaje a Grecia: Atenas, luces y sombras

 La actual Atenas, al igual que algunos países de Europa, está en una situación muy delicada y de emergencia. Su posición está muy lejos de aquella polis que vislumbró al mundo entero. Atenas ha tocado fondo, es una sombra estremecida por un mar en penumbra, sumergida en una terrible pesadilla de los tiempos modernos, la New Age y la globalización; su brillo glorioso se ha corroído definitivamente.

La Acrópolis se aúpa sobre tres colinas: la primera de ella se la conoce como el Museión, dedicada a las musas; la segunda colina es la denominada Fix, el lugar sagrado de la Asamblea del Pueblo, cuna de la democracia; y la tercera colina se le llama las Musas.

La Acrópolis vista desde el Ágora

La Acrópolis está esquelética, pero su halito es de nobleza, poder, supremacía y de espíritu indemne. Atenas y la Acrópolis, dos realidades, como dos burbujas que flotan en un mismo plano, que se tocan, pero no se mezclan: Modernidad versus Tradición.

Desde el ático del hotel observaba dos mundos desiguales, dos realidades opuestas y me preguntaba: ¿qué ocurre cuando dos mundos chocan? ¿qué es real? Si digo que la Acrópolis, no lo es; si me inclino por la actual Atenas, me equivoco. Lo que si es cierto es que hay un solo mundo y el mundo es en cada instante lo que no puede dejar de serlo. ¿Son dos realidades en un mismo mundo? Quizá,  pasado y presente unidos por un hilo histórico. Me imaginaba a la temida y severa Átropos cortando el hilo con sus afiladas tijeras, escindiendo nuestro “cordón umbilical” de nuestra civilización…

El Partenón

Desde lo más alto de la planta del hotel ya uno contemplaba que bajo sus pies se asentaba las ruinas de la humanidad. Mi Atenas, pasado y presente, me abrió los ojos, me despertó repentinamente del sueño para concebir la realidad tal como es y no tal como pensamos que es. De esta manera, uno llega a la conclusión que el cosmos es la única realidad que nos incumbe a todos.

Cosmos, κόσμος, (kósmos) significa “Orden», es una totalidad lo mismo que tú y yo. Todos estamos integrados como células en el organismo que están conectadas a todas las demás, por medio de la sangre, la cual se liga con los demás órganos con sus respectivos sistemas, y así como una máquina perfecta todo está unido y en orden.

¿Está la Acrópolis ligada con la sociedad moderna ateniense? ¿Atenas está conectada con la Acrópolis? ¿La acrópolis es imagen de la actual Atenas? ¿Quién es esclava de quién? La Acrópolis es testigo mudo de la enfermiza Atenas. La Acrópolis es una observadora hierática, testigo mudo de la extenuación de Atenas, del agotamiento de sus ciudadanos, de su debilitamiento económico, de su fragilidad social y de su carencia identitaria. La nueva Atenas es una puerta hacia al abismo, ese abismo llegará al resto de ciudades europea de manera silenciosa y paulatinamente.

Contemplando la Acrópolis desde la terraza del hotel, situada en la última planta, percibía la esencia profunda de lo que es la vida. La realidad es la que es, tal como la contemplaba, no a vista de un turista, evidentemente. La Acrópolis revelaba por sí solo la esencia. No hacía falta abordarla con el pensamiento, tampoco puedes sondearla con el conocimiento, pues si sometemos a la Acrópolis a partir de una conciencia egocéntrica estamos ya en los niveles del dualismo. Por eso, la Acrópolis es infinita y nosotros somos finitos con nuestras múltiples capas que nos impiden conectar con nuestra primigenia naturaleza espiritual porque estamos influidos por referencias culturales, sociales, políticas, familiares y esas capas han de eliminarse de nuestra mente para entrar en un mundo interior desconocido antes de acceder a otro nivel de ser y de conciencia.

Me sentía pequeño desde la terraza del hotel. Tenía a mis pies Atenas. Nuestro hogar es el universo entero, así querían reflejarlo los griegos a través del arte, por medio del lenguaje mítico y del lenguaje conceptual. Pero era inevitable pensar que la Acrópolis tiene un corsé en la falda de su ladera: la actual Atenas. Al bajar la mirada y ver Atenas la vida no es tan bella y alegre como pensamos. Es un contraste ver esa panorámica. Ensamblar la Acrópolis con la actual Atenas, una ciudad demacrada, avejentada y deslucida,  se antojaba difícil.  Desde arriba se veía una óptica arrolladora de sus calles, un núcleo urbano caótico, con un tráfico intenso y descontrolado. Los edificios parecen una estampa antigua de una guerra, en blanco y negro, con esas azoteas de los edificios cargadas de placas solares; o mejor dicho,  una marea de placas solares que arropan las terrazas y tejados haciendo un efecto luminoso artificial horrible. El panorama era negro ahí arriba: se vislumbraba la verdadera dimensión del caos, del desorden, de una ciudad que está en coma profundo sostenida por la respiración artificial de los bancos europeos. Atenas está muerta. Pero no es solamente el canon económico el que ha llevado a Atenas al coma. Recorrer las calles atenienses por los barrios (Plaka, Monastiraki, Kolonaki…) y por los alrededores del mercado central es una experiencia estremecedora, porque sabes, en primera línea, que la crisis jamás va a remitir, sino que es una nueva forma de vivir, otro palpitar, donde el pluriculturismo y las diferentes étnias  tampoco ayudan a reorganizar el caos ateniense. Edificios clásicos abandonados, un viejo teatro esquelético que en su día tuvo que ser un foco cultural y que ahora  está para realizar una película de zombis, calles levantadas, un casco urbano antiguo, viejo y demacrado que me recordaba a las capitales de la vieja  Europa del Este. Esta es la Atenas que vi.

Cuando uno pasea por Atenas se da cuenta que forma parte de una tela-araña que empieza a expandirse por todas partes, abigarrada, caótica, con un tráfico intenso y desordenado. Atenas está colapsada, agotada, paralizada…No hay salida para encontrar un remanso de paz, de tranquilidad, de serenidad. Oler las especias, la comida, oír la música, el jaleo de los comerciantes del zoco, ver los rostros multirraciales de las personas, la manera de vivir sus vidas cotidianas… uno llega a la conclusión de que está en Oriente próximo (Palestina, Siria, Turquía…) en lugar de Occidente. Yo me quedé abrumado paseando por mi Atenas, esa ciudad donde nació el arte, la ciencia, la filosofía, la literatura, el teatro.. Sin embargo, hoy día, es una ciudad sin alma, sin luz, sin brillo, donde se modela la nueva sociedad moderna, bajo la triste y tenue melodía de un acordeonista que perdía su mirada, precisamente, hacia la Acrópolis.

A esto hay que añadir los años de crisis que han paralizado Atenas convirtiéndola en una urbe decadente que sobrevive, por un lado, del surtidor económico de la UE y, por otro lado, del turismo que ansía un selfie en la cotizada Acrópolis y, gracias a estos turistas, por las calles brotan un caudal de personas que llenan los bares, los restaurantes y las pequeñas tiendas de regalos contrastando su alegría con los datos económicos tan paupérrimos y deprimentes  que tienen asfixiado al país. Porque Atenas, en definitiva, sobrevive de la ventilación asistida del el banco central europeo y de los turistas que visitan sus ruinas.

Atenas es un espejo de nuestra sociedad moderna. ¿Qué sería Atenas sin la Acrópolis?

La Atenas moderna es el fiel reflejo de un país que ha enterrado su legado histórico-cultural para sucumbir a la nueva ola de la modernidad. Tan solo hay que recorrer sus arterias principales para darse cuenta que su pulso está débil y que el ritmo frenético que presenta es asistido artificialmente. Atenas es un  alma en pena que vaga en una realidad de luz y de oscuridad, que se aferra a las ruinas de edificios antiguos y lugares míticos que se alzan con debilidad por sus calles y plazas. Atenas vive de la sombra de su pasado, del turismo que busca la luz nostálgica de su historia clásica que dejó de brillar hace muchos siglos. Pero lo más sorprendente es que a pesar de que la mayoría de los yacimientos arqueológicos presentan un estado de debilitamiento, han continuado inspirando al hombre durante siglos, de las más distintas culturas y de todo tipo de corrientes literarias, filosóficas y artísticas. Grecia ha sido y es fuente original de la liberación del hombre que intenta sacudirse las bajezas de su condición, aunque sea mirando muy atrás, al pasado, a una civilización desaparecida, porque mirar a la Atenas de hoy es como mirar la sombra de una vela  que va consumiéndose lentamente.

Templo de Zeus

Templo de Zeus (Atenas)

Viajar a nuestra civilización occidental ha supuesto para mi hacer un peregrinaje hasta al pico más alto de la cultura occidental, un bálsamo espiritual para poder entender lo que fuimos y en lo que nos hemos convertido hasta llegar a nuestra era moderna y progresista, en un mundo actual que ha traído consigo la confusión, la violencia, la depresión y la caída del hombre hacia lo banal.

La otra cara de la moneda, sin embargo, es la marca del hombre griego antiguo que está impregnada en cada resto arqueológico, como si se tratara de una huella particular, genuina y única. Los antiguos sabios de Grecia expresaron que el movimiento, las transformaciones de los seres y de los fenómenos que siempre han rodeado al hombre son siempre de carácter circular. El punto final coincide exactamente con el inicio del proceso. Así lo reflexionaban los filósofos: las cosas, a través de los diferentes procesos de cambio, vuelven al final a su estado original. El retorno al origen tiene que ser, como principal premisa, un retorno al reposo, a la quietud, a la serenidad. En cada rincón de Grecia, en cada paisaje, su entorno natural está lleno de dioses que nos hacen recordar que fuimos una cultura y una raza humana inteligente que procede de una luz perenne que se aloja en nuestro interior y que nos hace descubrir, en cada paso, que somos parte del universo, de ese Orden. La sabiduría, precisamente, no es una patente exclusiva de Oriente, pues con el nacimiento de la sabiduría de occidente el hombre ha construido en su interior un puente para alcanzar lo sublime. Occidente (el mundo griego, el espíritu indoeuropeo) representa la base de nuestra civilización. En mi anteriores escritos sobre Grecia he querido persistir en la idea de nuestras raíces, pues las considero fundamentales como hilo conductor para llegar a alcanzar nuestro estado original. Este estado original debe manifestarse en nuestra sociedad, pero no sin antes conocer cuál es nuestra verdadera naturaleza, aquella naturaleza divina que defendía Sócrates, Platón y Aristóteles en sus diferentes suposiciones.

Mi periplo por Grecia coincidió con los 50 años del aniversario de la llegada del hombre a la luna. Precisamente mi viaje a Grecia me hizo descubrir que el verdadero sentido del hombre no es conquistar la luna, sino alcanzar la cima más alta de la espiritualidad, fuente original de luz perenne y solar (apolínea) que se halla dentro de nosotros y que solamente se descubre cuando olvidamos pensar en pisar la luna. Esto viene al hilo de que el hombre sigue en su egoísmo en creerse superior a la naturaleza, que somos el rey Midas y que nuestro deber es saciarnos a través del materialismo, en anhelar el poder terrenal, en dominar y explotar al prójimo para beneficio nuestro. Existe en nuestros tiempos una cultura dominante, manipuladora y extorsionista sobre nuestros orígenes. Nos quieren lanzar al abismo de la nada, al caos de la inconsciencia.  Nada que ver con la sabiduría que exhalaban los griegos en la que su principal tarea consistía en conocernos a nosotros mismos como lo que realmente somos y no como quieren que seamos en nuestra actual y demacrada sociedad. Por esta razón, debemos mirar hacia el Cosmos, a nuestro origen, a la fuente primigenia de nuestro verdadero Ser, antes que escudriñar la Luna.

A través del nacimiento de la antigua civilización griega, y desde diferentes ramas del conocimiento, como el teatro, la literatura, la filosofía, el arte, nuestro principal enfoque consiste en pulir nuestro propio espejo para que se pueda reflejar el cosmos entero en toda su plenitud, pues somos luz perenne que ilumina y lo unifica todo. Pero nuestra sociedad va a contra corriente y no nos extrañe, por ejemplo, que las materias de humanidades, como el griego, el latín o la filosofía quieran ser eliminadas de la educación académica, borrarlas de nuestra educación y así debilitar nuestra cultura. La sociedad actual va cambiando de un día para otro, no hay control, no hay una brújula interior que nos guíe, una estrella que marque nuestra ruta…El mundo de ahora es esclavo de la materia, de la exaltación de la vanidad, del egoísmo y de las alucinaciones mentales más perversas.

La antigua sociedad ateniense viene a recordarnos que la cultura consiste, ante todo, en el cultivo de la naturaleza interior y en alcanzar la sabiduría con un propósito elevado por el cual el hombre va perfeccionándose a sí mismo, esculpiendo su alma en cada instante de su vida, manifestando su parte divina en los momentos más loables de su vida. Por esta razón, el arte era para ellos un canal de expresión de su alma. El arte griego nos enseña la perfección humana siendo la armonía y la belleza sus principales basamentos. El arte nos conmina a unificar con nuestro ser más íntimo y personal superando barreras y dicotomías. Contemplar esculturas, cerámicas, orfebrerías de los periodos más representativos que expresan un estilo de vida, unas creencias religiosas, me hace reflexionar de cómo el hombre ha ido buscando la excelencia a través del arte.

Atenas, germen de sabiduría, es un tesaurus de sabiduría occidental que muchos han olvidado o quieren lapidar el brillo y el esplendor de su sello originario tan genuino. Sin embargo, Atenas  se resiste a morir porque  los millones de visitas que recibe cada año sirve para sostener los latidos de una cultura que no deja de asombrarnos.

Imagen: Twitter

El viaje a Grecia ha sido para mí un aliento de los dioses para encontrar dentro de mí una perla que late con el mismo retumbo que el primer día que Grecia abrió su alma al resto del mundo.

¿Qué seríamos nosotros sin la antigua civilización griega? ¿Es hora de renovar una estructura política-social acorde con los recientes tiempos? ¿Volvemos la mirada al pasado y recuperamos nuestras raíces? ¿Qué es un árbol sin sus raíces? Atenas es como un árbol sin raíces. Depende de nosotros recuperar nuestras raíces. Esta es la reflexión que me traigo de mi Atenas.

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