La primera mención a Dioniso, el dios del vino, se encontró en varias tablillas micénicas de los siglos XIV-XII a. C. En la mayoría de los casos, las mujeres eran sus grandes adoradoras y la manifestación del culto se producía en forma de danzas y músicas, en lo que suponía para la sociedad griega una transgresión y un abandono momentáneo de la cordura necesarios para poder contradecir las costumbres diarias. El ritual, que pretendía la alteración de la conciencia en los participantes y un acercamiento a la naturaleza –pero donde no habría alcohol, sacrificios de animales o sexo desenfrenado, como expone el profesor emérito de Filología Griega Alberto Bernabé–, se celebraba durante unos días, tras los cuales Dioniso abandona la ciudad y el orden social se recobraba enseguida.