Viaje a Grecia: Olimpia

No se puede mirar al pasado con ojos del presente para entender la grandeza del mundo griego. Si lo hacemos con la intención de confirmar o negar los prejuicios que dominan nuestra sociedad actual, caeremos en el grave error de interpretar la mentalidad griega. No podemos encajar el ideario griego en nuestro mundo presente, pues son totalmente antagónicos en todos los niveles éticos, morales, sociales, religiosos, culturales y políticos. Hoy día, los cimientos de nuestra sociedad están en una situación de decadencia, de ruina, de vacío existencial, por consiguiente, el hombre moderno está abocado al precipicio de la nada. Lo superficial, lo fugaz, la ordinariez, la tosquedad, lo vulgar están presentes en las podridas estructuras de nuestro mundo moderno y progresista.

Es por eso que Olimpia es un lugar perfecto para entender concienzudamente el espíritu griego. Entre otras cosas porque enaltece la fe en la existencia, la dignidad y el poder del espíritu heroico (Heracles, Peleo, entre otros), según el cual la vida completa sólo es concebible cuando se mantiene intacta e inquebrantable la unión del cuerpo con el alma.

Las olimpiadas tienen, precisamente, ese binomio de mutua pertenencia cuerpo-espíritu; también de estrecha cordialidad social, de unión y de hermanamiento entre Estados, más allá del campo de la política, porque es en las olimpiadas donde se saltan las barreras físicas y emocionales para dar las gracias al dios (Zeus) por el triunfo dispensado.

Ya en la obra de Homero los juegos agonales estaban presentes con el fin de luchar por la sucesión del linaje y la herencia de los antepasados. Por lo tanto, el deporte estuvo muy conectado desde siempre con la sociedad griega y estrechamente unido al culto de los dioses. Esto explica que, por ejemplo, el emperador cristiano Teodosio I suprimiera los juegos en el 399 de nuestra era. Su finalidad era borrar cualquier aureola espiritual del hombre con la divinidad.

Hay que nombrar, por otra parte, que en Olimpia el eco de la victoria llegaba a toda la Hélade gracias al género lírico, por ejemplo, a través de Píndaro, el representante de la poesía más solemne, pues se le cantaba al vencedor en Olimpia, Delfos, Nemea y Corinto, siendo una vía de enaltecer a los vencedores, su sentimiento de lucha y de superación. La lírica manifiesta la belleza exterior del mundo griego, el palpitar de un espíritu que anhela el fruto de lo divino dentro de una sociedad que busca la perfección, sin romper nunca su hilo heroico.

Así pues, la tradicional educación griega no solamente recitaba los poemas homéricos de memoria, sino que también tenían un espacio para la lírica, obligando a los ciudadanos a saber cantar y danzar en las representaciones corales. Píndaro celebra las victorias olímpicas en las cuatro sedes deportivas: en Olimpia, en honor de Zeus, recordaba la muerte de Pélope; los juegos Píticos en Delfos conmemoran la muerte de la gran serpiente Pitón por medio de Apolo; los de Nemea, el recuerdo funeral de Arquémoro, hijo de Licurgo, consagrado a Zeus; y los Ístmicos, en honor de Melicertes, sobrino de Sísifo, consagrado a Posidón.

Los juegos más importantes, por su antigüedad y prestigio, fueron los de Olimpia, que comenzarían el año 776 a.C., siendo su celebración cada cuatro años y en el mes de agosto. Los vencedores recibían una corona de olivo que, según la leyenda, Hércules, fundador mítico de estos juegos, había plantado y un sacerdote cortaba las ramas con unas tijeras de oro.  Hércules representa (para el atleta) un tipo de espiritualidad solar (fiel reflejo de la raza hiperbórea), olímpica, activa, viril, transformadora y, por supuesto, sin obviar la realización interior plena y satisfecha.

El atleta ganador se llevaba a su patria premios en metálico, bandejas, trípodes, ánforas de aceite, así como otros honores y privilegios, y si había logrado tres veces la victoria le erigían una estatua suya en el Altis (en Olimpia) un recinto sagrado y boscoso que fue evolucionando a medida que fueron erigiéndose los diversos edificios y poblándose de estatuas.

El hombre antiguo alimentado de guerras, de muerte, de desolación, encontraba un remanso de liberación en Olimpia, pues cada cuatro años surgía la paz y se declaraba la tregua sagrada. En Olimpia, se paraba la maquinaria bélica, cesaban las hostilidades, pues el evento deportivo era un bálsamo a la brecha producida por el ansia de poder, de conquista y de dominio. Los que asistían a Olimpia portaban salvo conductos que les permitían recorrer los territorios hostiles. Entre ellos, los peregrinos de la paz, los deportistas, los embajadores de cada polis, etc.

El mensaje es simple: la fraternidad entre los griegos. Se reunían filósofos, artistas, músicos, comediantes, deportistas, todos al unísono motivados por uno de los festivales religiosos griegos más importantes, pues lo más importante era la participación pacífica de toda la Hélade, con una tregua sacra durante la cual también se aprovechaba para buscar soluciones a los conflictos y a los contrastes entre las varias ciudades-estados con la razón inspirada por Zeus a los hombres. En suma, cuando uno recorría Olimpia se sentía ese fuerte palpitar, lleno de emociones, de ambiente festivo, de un lugar donde se trazaron las líneas éticas y morales del hombre.

El Estadio Olímpico es su sello común, pero no hay que olvidar la estatua de Zeus, que fue una de las siete maravillas del mundo antiguo, realizada en oro y marfil. La estatua, como dato curioso, no se exhibía al público ni tampoco nadie podía entrar al templo a contemplarla. El ritual religioso se hacía fuera del templo. Con los primeros rayos del día la estatua de Zeus se iluminaba, pues estaba situada concienzudamente de esta manera.

Olimpia está llena de ritos, de valores como que el hombre tiene que superarse cada día como ser, pues Olimpia era mucho más que deporte, era un lugar para las personas de buena voluntad que ofrecían lo mejor de cada uno a Zeus más allá del juego limpio en el deporte y en la vida, pues la base fundamental era la de crear una armonía, un equilibrio entre el cuerpo y el alma, entre la materia y el espíritu y todo estos elementos eran ofrecidos al dios.

Solamente los griegos podían participar en dicho evento. Tenían que demostrar ser griegos y no bárbaros, tener amplios conocimientos sobre los dioses griegos y un respeto hacia la religión griega.

Olimpia está en el corazón de la Élide, en medio de un valle sereno se halla el antiguo santuario de Zeus en el que todos los griegos estaban unidos bajo unos mismos ideales donde se veneraban a sus dioses y se celebraban con orgullo su identidad étnica y cultural, más allá de las divisiones políticas entre las polis, las ciudades-estados.

Los orígenes de este gran centro de culto se remontan a finales del segundo milenio a.C., aunque existe una comunidad permanentemente asentada desde el 2800 a.C. en la colina del Cronio y la zona del Altis, un pequeño bosque sagrado alrededor del cual se desarrolló el vasto recinto de culto. Por esta razón cuando nos referimos a Olimpia brotan como en un caudal incesante, cultos y mitos que implican a la figura de Zeus, como principal protagonista, a Heracles, que trajo hasta allí, desde la región de los Hiperbóreos, el olivo sagrado y habría instituido las Olimpíadas, los juegos en torno a la figura de Pélope y en honor a Zeus. Tampoco hay que olvidarse a Hera, a la cual pertenece un templo. Más allá de los mitos y de sus respectivos cultos, hay que destacar a Olimpia como la consagración de los valores de justicia, de humanidad y, sobre todo, del respeto a las leyes divinas, dejando en toda la región el recuerdo de su nombre, Peloponeso, es decir, “Isla de Pélope”.

Cada santuario va relacionado con un mito y en Olimpia el mito de Pélope va ligado a ella y al Peloponeso. De hecho, en el frontón oriental del templo de Zeus se representa el momento previo de la carrera entre Pélope y Enomao, con los caballos preparados para la crucial guerra. También en Olimpia se halla el Pelopion, la tumba de Pélope, un túmulo prehistórico de aproximadamente de 2500 a.C. por lo que suponemos que el culto de Pélope se remonta a tiempos anteriores a los Juegos de Olimpia. El Pelopion, situado al norte del templo de Zeus, acogía los sacrificios de animales. En la zona de el Pelopion se encontró una ingente cantidad de figuritas de bronce y terracota de caballos, carros, trípodes, mezclados con cenizas, datados entre el siglo XI y el VII a.C.  Se cuenta que el Pelopion consistía en un muro de piedra que hacía de recinto en forma pentagonal con un montículo levantado donde yacía el héroe mítico.

Bajo el prisma mitológico, Pélope fue descuartizado y ofrecido a los dioses en un banquete organizado por su padre, Tántalo (ir a enlace de Tántalo). Zeus, al darse cuenta, arrojó a Tántalo al Hades, condenándolo a no beber ni comer, puesto que, a pesar de tener agua y comida suficiente alrededor, esta desaparecía en cuanto la tocaba con sus manos. Por su parte, el cuerpo de Pélope fue reconstruido por los dioses y fue entonces cuando se encaminó a Olimpia para tratar de desposar a Hipodamía, logrando vencer a su padre, el rey Enomano, gracias a la intervención de los dioses. Gracias a esta victoria Pélope conseguía tener el control del Peloponeso, hasta el punto de dar nombre al territorio, y sus hijos reinaron en diversas regiones: Agamenón, rey de Micenas y Menelao, rey de Esparta, siendo ambos nietos de Pélope y héroes de la guerra de Troya. Para ampliar el mito os remito al siguiente enlace: el mito de Pélope

Tras la lectura del mito nos queda recorrer el yacimiento de Olimpia, por aquellos lugares que más me han llamado la atención.

Imagen 1. Vista general del estado actual del templo de Zeus.

En la imagen 1, el templo de Zeus  se construyó como ofrenda para celebrar la victoria final de la ciudad de Elis sobre la de Pisa, un triunfo que valió para conseguir el control definitivo sobre la administración del santuario y fue erigido gracias al botín obtenido. Al introducirse el culto de Zeus, obviamente se desplazaron los antiguos cultos, como Gea o Hera, cuyo templo había sido hasta entonces el centro religioso del santuario.  Por lo tanto, el templo de Zeus se convirtió en el edificio central de Olimpia, visible, por cierto, desde todas las entradas al santuario.

Situado cerca del templo, estaba el altar de Zeus, donde se realizaban los sacrificios más relevantes durante el desarrollo de los certámenes atléticos. No se conservan restos del altar porque era una elevación artificial, formada con las cenizas de los sacrificios acumuladas a lo largo de los años pero si se han hallado figurillas votivas entre los restos de las cenizas (imagen 2).

IMAGEN 2 (Museo de Olimpia)

 

En la actualidad, tal como se muestra en la imagen 1,  se conservan pocos restos en pie, pero sin duda, debió de ser espectacular en su época, pues alrededor del templo estaba repleto de esculturas y pequeños monumentos dedicados por los atletas vencedores en los sucesivos certámenes.

La escultura de Zeus no se conserva, ya que fue trasladada a Constantinopla hacia el siglo V y destruida tiempo después por un incendio. Al parecer era de un tamaño colosal. Zeus estaba sentado sobre un trono de oro y marfil y sobre su cabeza portaba una corona de olivo; en su mano derecha portaba una Victoria alada y en la izquierda, un largo bastón sobre el que se posaba un águila. Fidias fue el escultor de Zeus. El taller del artista (imagen 3) está en ruina, pero tengo que destacar que tenía las mismas dimensiones que la cella o templo de Zeus, por lo que el escultor podía trabajar en un espacio parecido al que albergaría finalmente la escultura. A pesar de que en el siglo V d.C. se construyó sobre su ruina una basílica paleocristiana, las excavaciones sacaron a la luz multitud de utensilios que ayudaron al entendimiento de los métodos de trabajo de Fidias,  con materiales preciosos como el oro y el marfil.

IMAGEN 3

En la imagen 4 se observa el templo de Hera que se convirtió en el principal centro de culto hasta la construcción del templo de Zeus.  En este templo se colocaban las esculturas de los vencedores de los juegos, por ejemplo, el Hermes de Praxíteles (imagen 5), obra realizada en mármol y atribuida a Praxíteles, reúne las características propias de la época clásica. Aún se debate si la obra es original o no.

IMAGEN 4

 

IMAGEN 5

En la imagen 6 se ve el Filipeo. En realidad, no era un edificio sagrado sino una expresión propia de la familia real de Macedonia, mandado a construir por Filipo II tras vencer en el 338 a.C. en la batalla de Queronea a las ciudades griegas y hacerse con el control de gran parte de Grecia. Simboliza el poder político y militar de la familia real macedónica y la magnanimidad del rey.

IMAGEN 6

El estadio, sobre la arena, había unos mojones de caliza estriada que marcaban los puntos de salida y de llegada. También tenía una canalización de agua que rodeaba el espacio donde se desarrollaban las pruebas atléticas. Los espectadores contemplaban la competición desde las laderas, de pie o sentados en banquetas. Para los jueces sí había unos asientos. El estadio mide 212, 5 metros de largo y 28,5 metros de ancho que, según el mito, lo había medido Heracles con sus propios pies (600), que eran más grandes que los de los simple mortales y por esta razón este estadio era más largo que el estadio de Delfos.  Hasta veinte corredores podían tomar la salida a la vez. Además, como dato de interés, no corrían en círculo, sino que al llegar a la línea debían ejecutar un giro de 180 grados alrededor de un fuste clavado en el suelo y volver sobre sus pasos.

IMAGEN 7

 

La palestra era el lugar donde los atletas entrenaban para la competición, especialmente para las pruebas de velocidad. Otras modalidades de entrenamientos eran la lucha, pugilato y pancracio. (IMAGEN 8)

IMAGEN 8

 

La vastedad de las dimensiones de Olimpia estaba dotada de edificios sagrados, servicios y edificios destinados a la acogida de los atletas, a los visitantes, a los peregrinos, a los delegados representantes de las polis, pues Olimpia es sinónimo de prestigio, ya que además de sus infraestructuras destacaba su monumentalidad que surgía de las donaciones: obras de arte y exvotos. Todas estas manifestaciones arquitectónicas tienen sentido de servicio y culto a la divinidad. La victoria es señal de que el dios ha aceptado el esfuerzo físico y mental desplegado en el estadio o la palestra.

Los Juegos Hereos.

Excepto en Esparta, donde la mujer recibía entrenamiento físico durante su educación, el deporte femenino en Grecia estaba ligado al ámbito del culto. En Elis existía un colegio de 16 mujeres que se dedicaban a tejer una túnica para la estatua de Hera y a organizar los Juegos Hereos cada cuatro años. En estos juegos, las mujeres competían corriendo en el estadio de Olimpia, aunque menos distancia, es decir, corrían aproximadamente 160 metros. Lo hacían con el cabello suelto y una túnica corta, por encima de la rodilla. Al igual que los hombres, recibían una corona de olivo como premio las ganadoras y tenían posibilidad de dedicar una estatua en el templo de Hera.

Para ampliar más información:

Olimpia. Las estatuas de los atletas

Una reconstrucción del templo de Zeus de Olimpia: hacia la
resolución de los «Phidiasprobleme»

Olimpia. Breve descripción

 

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